UN SER DE LEJANÍAS
"El hombre es un ser de lejanías": esta sentencia de Martin Heidegger es el motus de la narración de uno de los últimos libros de Francisco Umbral. El escritor pone el Finis de su obra en marzo de 2000. La edición de bolsillo que manejo, de Planeta-Austral, es de 2021, repite la edición de 2015, con prólogo instructivo y bien escrito (lo que es de agradecer) de Santos Sanz Villanueva. Se echa en falta unas páginas en blanco, de cortesía, al principio y al fin del texto, entre portada y contraportada del libro; menos mal que el propio Umbral, como anticipándose a esta usura, dejó escritos el epílogo del texto y aquella anotación temporal en sus últimas líneas.
Un ser de lejanías. El último umbral de Umbral, si me permiten el juego de palabras, nos invita a una mirada estética, puramente estética, de la literatura y del asunto del vivir. Si tuviera que elegir un término que definiera el libro, no sería otro que el fuego. Un fuego de pureza hinduista, o védico, generador y destructor. El fuego (por otro nombre, tiempo, energía) es el verdadero protagonista del libro. Inmenso Umbral. Aunque en alguna página de este novenario en vida, se repita; en otras sale con una prosa tan profunda, bella y leve como casi ninguna otra de las escritas entre el final del pasado siglo y lo que va de este. La literatura era eso. Umbral, Cela, Delibes, García Márquez, Vargas LLosa, Sábato, Borges, y más atrás, Valle, Unamuno, Baroja, Miró o Azorín.
"He vivido, y mucho, y todo está escrito", había dicho Francisco Umbral en una entrevista a la Agencia EFE un día antes de recoger el Premio Cervantes el 23 de abril de 2001. No le bastó la consagración del Premio más ilustre en español. En ese mismo año 2001 publica Un ser de lejanías; en 2005, Días felices en Argüelles, y como un Herry Miller o un Charles Bukowski, o como su admirado Miguel Delibes, siguió escribiendo hasta caerse muerto, un 28 de agosto de 2007. Su mejor obra (para muchos), Mortal y rosa, la llevó a término entonces. Era ya un clásico desde hacía años. (Yo dudaría entre escoger esa extraordinaria novela o La forja de un ladrón, de 1995; sobre todo, por la primera parte de esta obra: "El cine de mamá", que creo se encuentra entre las mejores páginas de la literatura española).
Umbral en sus últimos años. Fuente: El confidencial
Dicen que escribía mucho, ¡cómo podía escribir tanto! "¿Cómo puedes, Paco, escribir todos los días?: Y él responde, en este libro: "Más bien deberías preguntarme cómo podría vivir sin escribir todos los días".
Es como pedirle a un pianista que no ensaye todos y cada uno de los días del año. Letraherido, palabra que tanto gustaba a Umbral. Pero, más bien, escritor de cuna y raza, nuevo Larra del XX y del XXI. La sociedad putativa televisiva aún le debe una disculpa (recuerden aquel nefasto programa de televisión y aquella presentadora alérgica a la cultura) por haberle creado una fama mediática de pobretón que va a vender su libro. Yo vengo a hablar de mi libro, diría el escritor; ¿de qué iba a hablar? Pero, qué osadía, tratar del oficio de uno, de su taller abierto y expuesto con honradez -al paseante, al mirilla, al docto o al simple curioso.
En vida, en sus últimos años, Umbral fue reconociéndose a sí mismo como un ser de lejanías. Umbral y su jardín, observando el vuelo de una abeja, o viendo el surco de una nube en el cielo. Un Umbral fuera de la mundanidad, de la actualidad de la noticia. Umbral adentro. Crítico de la novela que relata historias, del arte figurativo (es consciente de cómo han cambiado sus gustos al constatar que en su casa -su "dacha"- van quedando pocos cuadros y los que aún cuelgan de las paredes son de arte abstracto).
La crítica a la novela con argumento es sin duda un exceso de Umbral. Hay que permitirle a veces la exageración, sabiendo que lo es. Galdós o Baroja no son menos artistas de la prosa que Umbral por contar historias. Ni son menos líricos, en algunos pasajes. A la inversa, hay prosistas líricos cargantes; hacer arte del arte o poesía de la poesía (metapoesía, se dijo en mi época, a finales de los 80) no implica acertar con el camino más puro del arte, la poesía o la narrativa.
Más aburre a un adulto una "retahila" lírica, o una metapoesía, que a un niño un consejo.
Umbral, en sus últimos años, se esfuerza en presentarse en cierta pose afín a lo que se llamó en su momento posmodernidad. Un posmoderno exagerado, refugiado en la estética. Pero no es un esteta trivial. Ni tampoco es la otrora pose del dandy o decadente (una imagen falsa o tópica de un falso Oscar Wilde o de un pisaverde falso Larra). No. Su posición posmoderna final, su posmodernidad, diríamos mejor ahora, desesperada, su esteticismo exagerado fue su cañón de protesta contra el bostezo ambiente, contra su propia vejez y sus enfermedades y, no en último lugar, contra la España avellanada y avinagrada de principios del siglo XXI.
De aquellos polvos estos lodos.
Hoy necesitamos más Umbrales molestos contra el mundo.
Fulgencio Martínez
Huesca, marzo 2025
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Nota: En El confidencial apareció, tras su muerte, esta crónica:
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