El miércoles 28 de Mayo se presenta a las 7 de la tarde en la
Bibioteca Pública de Huesca (Avenida de los Pirineos) el libro de Fulgencio
Martínez y Andrés Acedo Carta partida. Exposición temporal 2.
(Ed. Ars poetica, Oviedo). Intervendrán el autor y Santiago Otín, coordinador de
las actividades de la Biblioteca de Huesca.
El profesor y poeta José Luis Abraham
López ha escrito un comentario del libro, que creemos de interés para
nuestros lectores.
Más información editorial en página web de Ars poética:
https://www.arspoetica.es/libro/carta-partida_158987/
RESEÑA DE CARTA
PARTIDA, DE FULGENCIO MARTÍNEZ
por José Luis Abraham López
El libro Carta partida
se organiza en tres partes. Cada una de las ellas acoge un número desigual de
poemas que, en su conjunto, computan un total de veintiocho composiciones;
algunas, versiones de piezas contenidas en el mismo libro. “Carta partida”
alude a una práctica documental de la Edad Media, según la cual se generaban
pactos de veracidad mediante la fragmentación de un único manuscrito entre las
partes firmantes. En el poemario que nos ocupa, esta imagen trasciende su
dimensión histórica para convertirse en emblema de la creencia en el discurso y
en la lectura como actos de reconstrucción del sentido.
Por
otra parte, el título comparte espacio con Exposición temporal que,
según el propio autor, se trata de una recopilación de textos escritos en los
últimos años. En su conjunto, es la segunda parte de una serie que no respeta
el orden cronológico de producción, inspirado más en criterios poéticos que en
una secuencia lineal.
Abre
el poemario “Sabiduría del comienzo”. La reflexión
sobre la espera de un momento revelador nutre este poema inicial. Aun
reconociendo una desesperación resignada, es precisamente este sentir la vía de
liberación de exigencias estéticas, incluso existenciales y, sobre todo, una
condición para acceder a una percepción más intensa de la realidad, en cuya
belleza apenas reparamos en ella.
Siempre se le atribuye al poeta la sinceridad en lo que escribe,
aunque sabemos que no siempre es ni tiene por qué ser así. En cambio, en
Fulgencio Martínez apostamos por ello, porque en la citación de sus fuentes, en
el reconocimiento sin ambages de su dolor y resignación, hallamos su verdad.
Los acepta, pero a ninguno de ellos se somete. En la exposición meditativa que
el poeta hace se apuntala una idea fundamental: el ejercicio lírico no es tanto
inspiración como sensibilidad receptiva al mundo y a la memoria emocional. Y
así va tejiendo con un estilo propio la trama esencial de una Poética original.
En la alusión al uso magistral del adjetivo en Azorín se esmalta un
pensamiento crucial en el poeta, como es la atención a lo minúsculo, leve y
cotidiano. Al compás de la libertad del verso blanco,
el poeta adopta un tono conversacional cuyo resultado es una sencillez en la
expresión con una notable cadencia rítmica.
Poemas como “Extraño próximo” recogen instantes autobiográficos.
La despedida en una estación hace reflexionar al poeta sobre la memoria, el
tiempo y a un viaje iniciático como es la toma de decisiones en la juventud. El
tono es ahora narrativo resaltando de la memoria su poder inmanente ante la
fugacidad de lo vivido. De la meditación profunda pasa ahora a un estilo
sugerente y evocador. La recepción sensorial viene en este punto de lo visual y
auditivo más que de la abstracción de la metáfora. El yo se desdobla en un tú
para recuperar a un yo pasado juvenil en el presente adulto.
En la segunda parte del libro, homónimo de este, se percibe la
naturaleza como revelación (y como mapa que ha de desentrañar su código) y
estado de ánimo del yo poético. Sucede en “Buscando el rumbo a casa”. El paseo
ritual de contemplación del entorno permite una introspección existencial,
estela del inquietante secreto nebuloso que en sí encierra lo eterno.
Aparte la dimensión que el tiempo toma en su obra, uno de los
pulsos que más nos llaman la atención es la poesía del desdoblamiento que en
Fulgencio Martínez admite varios juegos. ¿”Quién escribe?” es el sujeto
escindido, el yo consciente y el yo inasible. Una mitad desconocida para sí
mismo cuestiona la identidad, tan vinculada a la literatura existencial.
Después de una alusión a Leopoldo María Panero –lo extravagante de la locura y
el temple mágico de la lucidez– nos deja como colofón, desde el espacio íntimo
del soliloquio, un aforismo metapoético de reafirmación de la existencia frente
al abismo. Así debe interpretarse «Escribir es mi manera /
de llamarme / en el peligro».
De nuevo el tiempo y la memoria se reactivan en “Los años malos”, donde el tiempo resulta
ser como el agua que escapa a cualquier cauce que imponga su rumbo. No obstante
el tono de resignación, Fulgencio Martínez se
aleja del sentimentalismo obtuso que no cree ver en la vida más que
oscuridad y desaliento: «No te pares a resentir los años malos /
aunque solo un rostro de pan mojado / tengas para oponerle a su tortura / en la
memoria, camina, avanza». Es la esperanza símbolo por el que
reconocemos una de las credenciales de su estética. En ese espacio textual, los
verbos estáticos contrastan con la vivacidad de aquellos otros que incitan al
movimiento y al cambio, sin faltar imágenes y sinestesias tan sugerentes por su
imaginación como estéticas por su cuidada formulación.
A la naturaleza vuelve, huerta murciana, para jugar con la
temporalidad y los sentidos en el patrón rítmico del metro corto, donde las
trece palabras que las conforman sintetizan, como el mecanismo preciso de
relojería, la continuidad en el tiempo y las emociones del individuo (“Huerta
en primavera”). Ante el esquema de versos pentasílabos se pliega armoniosamente
el ritmo en sugerentes imágenes sensoriales.
Por más que se diga lo contrario, un poeta nunca vive ajeno a su
tiempo. Tampoco Fulgencio Martínez. Y de ello da testimonio la segunda sección
de la segunda parte. En concreto, son poemas dedicados a la guerra en Ucrania.
Si en lo personal, la desesperanza no arrincona al poeta en la tristeza, en
cambio, en las tragedias universales sí es el vacío existencial sin esperanza y
la impotencia lo que le aterra si remedio. Ahora, el tono es sombrío y
nihilista en medio de la destrucción. La referencia a Friederich Nietzsche
(“¡Dios está muerto!”) matiza un vacío trascendental en el destino de la
humanidad. Y entre tanta desazón «La poesía, la
música, / el arte y la educación, ¿qué valen?».
En la tercera sección de esta segunda parte, Fulgencio Martínez
elige la cadencia de la prosa meditativa para abordar el tema metapoético,
emitiendo consejos a un poeta que le permiten valorar la autenticidad y la
libertad creativa en el arte. En realidad, es una Poética y una manera de estar
y sentir la Poesía de incalculable valor para conocer también a la persona.
Fulgencio Martínez concibe la poesía como un medio –siempre enigmático y
complejo– para ahondar, descubrir y comprender la existencia, en toda su vasta
complejidad. Matiza que la poesía exige dedicación y nos lleva al
autoconocimiento, además de honestidad para reconocer los límites estilísticos
y conceptuales que todo poeta lleva en sí mismo. Así nos parece del todo
didáctico el poema “A un poeta” por constituir todo un código ético que bien
deberían instruir a cuantos principiantes se dan sin dedicación a la poesía,
entregados a un malsano concepto de éxito basado en el estruendo de la
productividad, sin reparar en algo crucial: el desafío del progresivo
autoconocimiento. Porque, en definitiva, ir contra nuestro temperamento y
principios en poesía es tan desaconsejable cuanto fácil es la impersonalidad
que produce un estilo ajeno. Por su forma y contenido, nos recuerda a Cartas a un joven poeta de Rainer María
Rilke y Canto de mí mismo de Walt
Whitman, este último por la autenticidad personal.
A pesar de que la poesía es inmortalidad y que a ella aspira el
poeta, Fulgencio Martínez incide en la fugacidad del poeta como individuo, y
esta naturaleza efímera requiere la comprensión del lector (“Comprended al
poeta”), siempre acuciado aquel por la angustia existencial.
En la tercera parte, “Al sol que declina. Antología mínima de
Andrés Acedo”, Fulgencio Martínez nos presenta a quien él llama uno de sus
ortónimos u ontónimos, cuyo director de orquesta es Andrés Acedo. Es este uno
de los aspectos más originales del libro. Aunque parezca un colaborador
externo, Acedo –según el propio Fulgencio Martínez– es una variación del yo
poético. Esta es la pieza que conforma la polifonía autoral del
libro. Muy cercano esta vez al poema elegíaco, la composición que da
título a la sección expone temas clásicos, afines a este subgénero: la
despedida, la fugacidad del presente y la muerte. Los versos libres fluyen como
el pensamiento sintético y fragmentado; de ahí el empleo de la ruptura
sintáctica. Es la fragilidad del ser ante la inevitabilidad de su extinción.
La
memoria, el amor, la metapoesía son motivos que aparecen de manera recurrente.
También el tiempo, espiritual en “Exposición temporal”: «el tiempo recogido del alma / en el descansillo de un cuerpo», remitiendo a la mística oriental y a la poesía existencial contemporánea. No es tanto el tiempo
cronológico, concreto y carnal, como el poético, místico y revelador. Y en esta
inquietud, de nuevo la poesía se alza como manifestación de supervivencia, pues
es una manera de «no morir del todo».
En
otras ocasiones, el escritor murciano adopta un tono próximo al ensayo y a lo
sapiencial como en “Horacio, Hafez y el vino”, reflexión magistral en la que el
poeta maneja dos versiones que sobre el vino expusieron el poeta clásico y el
persa. Siguiendo al primero, destaca que puesto que la vida es finita debemos
ajustarla precisamente a esa cualidad en un tono hedonista y estoico, valorando
por igual los momentos de intensidad vital como aquellos otros más cotidianos.
En cambio, a través del poeta persa Hafez, Fulgencio Martínez propone la unión
con lo divino a través del placer, el vino, el sueño y la poesía. Por tanto,
Dios como metáfora del goce total. No oculta Fulgencio Martínez sus fuentes e
influencias confiriendo al poema una explícita intertextualidad siendo
consciente de la tradición heredada.
Un
recuerdo inevitable a Antonio Machado es “Amor del cielo al suelo” en versos
como «Converso con el amor imposible / que a veces va conmigo, y que a veces /
necesito tenerlo en la distancia». Figura espiritual y
simbólica es el amor idealizado a través de un diálogo interior. En cambio, ese
amor del todo imposible aporta paz,
tranquilidad…. Y belleza. Es, valga la paradoja, la presencia de lo ausente. He
aquí un ejemplo de cómo Fulgencio Martínez va colmando de brillo el poemario en
el lenguaje y en las ideas; esto es: aun ocupando un espacio del lugar común
extrae brotes nuevos.
El
poema que cierra el libro, “Desde otro cielo imposible”, es una variante de
otro anterior; esta vez, una exploración del amor imposible cargada de
ambigüedad puesto que si bien el amor es pasión también es perturbador por
inasible. Llama la atención la diversidad de registros manejados por el poeta,
combinando lo filosófico con lo popular, apartándose de las estrechas veredas
de la oscuridad preceptiva.
Y como nada hay que tomarse al pie de la letra en poesía,
quedémonos con uno de los versos: «no olvides, por encima de todo, que eres
músico / y un poco cantarín sobre la fronda del mundo».
José
Luis Abraham López
José Luis Abraham López (Cartagena, 1973) es doctor en Filología Hispánica. Es autor, entre otros
títulos, del ensayo Antonio Oliver Belmás y las Bellas Artes en la prensa de
Murcia. Se ha encargado de la edición crítica de Recuerdos del Teatro
Circo; Recuerdos del Teatro Principal de José Rodríguez Cánovas; Más
allá del silencio; Los ojos de la noche; Viento en la tarde de Mariano
Pascual de Riquelme; Infierno y Nadie: antología poética esencial
(1978-2014) de Antonio Marín Albalate, etc.
Como poeta ha publicado A ras
de suelo, Asuntos impersonales, la plaquette Golpe de dados, Somos
la sombra de lo que amanece (Ediciones Vitrubio) y Mis días en Abintra (Ediciones En Huida). Colaborador de Ideal
en clase con artículos de opinión y reseñas de novedades literarias. Ha colaborado también en Ágora, y en su número especial impreso (vol. IV), dedicado a los hermanos Machado firma un estudio sobre el teatro de los dos poetas sevillanos.
Foto de José Luis Abraham López
Fuente: Revista de educación Tartessos