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jueves, 11 de enero de 2024

¡Qué alegría, vivir / sintiéndose vivido! Comentario del poema de Pedro Salinas, a partir de un artículo de Mario Martín Gijón. Por Fulgencio Martínez. Breves pinceladas sobre grandes poemas. Avance de la revista Ágora-Papeles de Arte Gramático N. 25 (Nueva Colección)

 


 

 "¡QUÉ ALEGRÍA, VIVIR / SINTIÉNDOSE VIVIDO".

 COMENTARIO DEL POEMA DE PEDRO SALINAS, A PARTIR DE UN ARTÍCULO DE MARIO MARTÍN GIJÓN.

BREVES PINCELADAS SOBRE GRANDES POEMAS.  

Por Fulgencio Martínez

 

 

¡Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido!
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías
-azogues, almas cortas-, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida -¡qué transporte ya!-, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.                                                                                           Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar, quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.

 

 Pedro Salinas. La voz a ti debida (1933) 



"Y cuando ella me hable / de un cielo oscuro, de un paisaje blanco, / recordaré / estrellas que no vi, que ella miraba, / y nieve que nevaba allá en su cielo".

El reciente número de la revista Muy Verbum, Generación del 27, Vanguardia, Poesía y Guerra, dirigida por Carmen Sabalete, nos sirve una sabrosa y amena actualización sobre una Generación clave en la Literatura y la Poesía del siglo XX en lengua española. Su enfoque se abre no sólo a los poetas sino a los artistas, prosistas y filósofos, hombres y mujeres, más destacados de ese gran "momento" de la cultura española.

A mí me ha gustado especialmente un artículo de Mario Martín Gijón (poeta y profesor de la Universidad de Extremadura). "Los "seniors· de la Generación. Pedro Salinas, Jorge Guillén y Gerardo Diego". (pp. 65-73, op. cit.)

El artículo pone en valor la poesía de cada uno de los tres poetas estudiados. No es ocioso esta vuelta (como no lo serán otras incursiones futuras del análisis crítico), a unas obras poéticas cuya calidad individual y personalidad singular saltan a primera vista (u oído) para cualquier lector atento de hoy. Esa condición de primer roce, por así decir, de estar ante una ópera prima y recién hecha es un privilegio de los grandes textos, y un primer logro del lector es procurarse ese goce inmediato de la obra. Hay un entente mutuo entre texto y lector que debería ser el inicio de una "amistad" que avanzara a mayores cotas íntimas.

Sobre Jorge Guillén, Martín Gijón recuerda la "lectura" de Jaime Gil de Biedma de Cántico. Muy acertada la pista que dio el autor de Las personas del Verbo sobre aquellos poemas del vallisoletano en que se conjugan inmediatez y reflexión, donde el momento y el lugar (casi sin intervención del yo subjetivo) quedan reflejados en el poema. La edición de Cántico de 1936 era, para el poeta de Barcelona, la mejor entre las cuatro que tuvo esa extraordinaria obra en progresión.

De Gerardo Diego -aparte de reseñar su importancia como antólogo y crítico-, Martín Gijón reivindica su maestría ultraísta y creacionista al servicio de la renovación de las formas tradicionales (soneto, romance) y añadiría, también de otras formas "cultas", vueltas a poner en boga por Rubén Darío, como la sextina (así, por ejemplo, en Fábula de Equis y Zeda, mitad veras mitad parodia de la poesía de Góngora, homenaje a este y juego "deshumanizador").

Pero es lo concerniente a Pedro Salinas aquello que considero más relevante en el artículo del profesor Martín Gijón.

El análisis de la obra poética del madrileño está trazado en breves y enjundiosas líneas. Sabíamos del pasmo de la crítica cuando a principios del siglo XXI se hicieron públicas las cartas de Pedro Salinas enviadas a Katherine Prue Reading, la primera destinataria de los poemas de La voz a ti debida: una mujer real, no de ficción (como sostenía buena parte de la crítica saliniana anterior a dicha revelación pública; Leo Spitzer, Ángel del Río -a quien, por cierto, está dedicado el inmenso soneto de Gerardo Diego "El ciprés de Silos", que justifica a todo un poeta).

Y tratándose de esto mismo, de un solo poema, o de un libro, que justifica a todo un poeta, en la extensión y concentración de este término, Martín Gijón nos invita a leer el poema de La voz a ti debida "Qué alegría, vivir...".

Volví hace unos años a leer ese libro, junto con Razón de amor y Largo lamento. Me emocioné desde la primera palabra hasta la última, con su lectura, como en mis años adolescentes cuando lo leía asiduamente, con avidez y entrega, imaginándome ser el autor de esos poemas que expresaban de una forma única el sentimiento de amor del que no me saciaba y la aproximación a lo femenino. El rayo que no cesa, de Miguel Hernández, las Rimas del genial Gustavo Adolfo Bécquer, y esos poemas libres de rima, en verso menor muchos, que seguían el ritmo anímico del poeta que más adentro del amor buscaba una comunicación humana y espiritual con la mujer, con la amada, y aún más (a través y dentro de ese círculo de amor y de plenitud humana y correspondencia hombre y mujer, de un yo y un tú), la apertura a lo otro, al infinito y al ser divino del alma y del mundo. Todo eso era el libro "La voz a ti debida" para el adolescente, aunque el aún joven lector no pudiera entonces expresarlo con términos analíticos; y creo que, por fortuna, aún no.

Pues bien, Martín Gijón dedica un análisis sustancioso al poema "Qué alegría, vivir". Como en esta sección suelo, comento alguna clave de un gran poema, que retengo o descubro en mi memoria de lector de poesía. Y la finalidad es nada más que compartir  con el lector mi admiración y algo de la extrañeza que me sigue produciendo la gran poesía.

En esta entrada, las claves no las he descubierto sino que las recojo del autor del artículo del que he hecho referencia.

Martín Gijón aporta una clave que yo nunca había tenido delante de forma evidente, a pesar de mis muchas lecturas del poema. He destacado esa secuencia -cinco versos-, donde se nos habla de un "paisaje blanco", de "nieve", y que remiten al país y al paisaje de Norte América adonde el poeta sitúa a su amada real, Katherine Prue Reading (nombre de casada: Katherine Whitmore), "a la que Salinas conoció en 1932, iniciándose entre ellos una apasionada relación que se interrumpió al regreso de ella a Estados Unidos, se reanudó brevemente en el curso 1934-1935, cuando fue descubierta por la esposa de Salinas, y se cerró definitivamente con el matrimonio de la norteamericana con Brewer Whitmore (...)". (p. 66. op. cit).

La voz a ti debida se publicó en 1933. Razón de amor en 1936. Largo lamento permaneció inédito, y fue publicado e 1955, después de la muerte del poeta. Los tres libros se integran en la trilogía amorosa que conforma la segunda etapa de la poesía de Salinas (según Jorge Guillén). Las fechas de edición de los libros reflejan la historia sentimental del poeta y los episodios de la relación que mantuvo con Katherine Prue.

No nos sorprende tanto esa constatación, como la "confesión" en clave que el poeta deja escrita en uno de sus poemas, "Qué alegría, vivir", llamado a permanecer como una de sus poesías mejores.

Nos da otra dimensión del poema. Y nos abre a leer otros textos del ciclo amoroso, en tanto comunicación personal, en clave, con un lector, en este caso, lectora concreta.

Esa individualización no resta sino, al contrario, hace más grande el poema. Paisaje blanco, estrellas que ella miraba, nieve que nevaba allá en su cielo, son términos que aluden a un momento y un lugar, y a unos ojos concretos que los ven, y siguen viéndolos en el poema; pero también -mutatis mutandis- a otros posibles lugares y momentos, y ojos, o manos, que desde la distancia dan sentido al vivir (y al morir) de cualquier lector. 

Por otra parte, hay un párrafo en el artículo del profesor Martín Gijón, que no me resisto a comentar:

"El propio Salinas fue consciente del salto cualitativo que había supuesto el poemario surgido del amor entre ambos, como le decía a su amada en carta del 3 de febrero de 1933: "Mi poesía, antes, jugaba a aceptar y no aceptar el nivel, a escaparse a ratos y a conformarse otros con las cosas de la tierra como son. Había distracciones, dudas. Pero el libro nuestro, Katherine, es el gran salto hacia arriba, en la unidad absoluta, de atmósfera, de nivel, es mi poesía en elevación, en tu amor." "(p. 69. op. cit.)

Cuando la virtud de la poesía consigue elevarnos (y este término, elevación, no es baladí; viene de Baudelaire, incluso de la poeta mística medieval Hildegarda (1); y cada poeta, y cada lector implicado en la comunicación poética, lo entenderá a su manera) se produce una extraña y paradójica luna atravesando el ánimo: si por un lado, se produce el lamento por lo que Antonio Machado y sus heterónimos Juan de Mairena y Abel Martín llamaban la herida de la alteridad del ser, la conciencia de la incompletud de uno y su necesidad de completud, llamada al fracaso existencial; sobre todo, sentida en el amor; y fracaso porque el otro termina por ser devorado o convertido en una repetición de uno, aun en el caso de haber habido una apertura verdadera a lo otro, al tú amoroso; por otro lado, la poesía recogiendo y como eternizando ese momento de plenitud, de elevación, unidad, que implica un momento de la comunicación amorosa, genera una aceptación gustosa de la condena del vivir y del límite. Paradójico. Pero, en el fondo, este poema de Salinas es un poema de aceptación (del límite, del morir, a través del amor). Es preciosa la materialización en el poema de ese movimiento de elevación y reposo por medio de la "Y" (después de pausa), repetida, en el final del poema, a partir de "Y cuando ella me hable..." ("Y todo enajenado...". "Y que me vive... -aquí, en la despedida, incluso después de una pausa y ruptura interna del verso).

Todo artículo interesante, como el de Martín Gijón, nos abre a ciertas ideas, las cuales, aunque no estén expresas por el autor en su texto, pudiera un lector extraerlas; y si bien pueden esas conclusiones "propias" ser precipitadas, y muy revisables, tienen el valor de servirnos sugerencias que pueden ampliar el horizonte de nuestra curiosidad; así que mérito es también de un artículo sus posibles aletazos que no siempre firmaría el autor pero que el lector intrépido advierte, o arriesga).

Martín Gijón subraya, en algún momento, la analogía entre Guillén y Salinas (me refiero a sus obras poéticas, no a que ambos fueran "poetas profesores", como les llamó, con cierta malicia, Juan Ramón Jiménez, el genial Juan Ramón Jiménez; ni porque ambos fueran, en diversos momentos, profesores en la Universidad de Murcia (2), que es mi tierra, dicho sea de paso).

Ambos poetas consiguen "la fusión de lo sensitivo y lo intelectivo", la armonía perseguida en forma de equilibrio en tono y palabra del Cántico guilleneano se corresponde con la última etapa de Salinas, sobre todo en su libro El contemplado, escrito ante el mar de Puerto Rico.

En cierto modo confluyen "en su vocación de la poesía como conocimiento ahondado de la realidad", el primer (y ya maduro) Guillén y el Salinas del exilio. Yo añadiría, y un tercer poeta, ninguneado aún por algunos memos prejuiciosos: Gerardo Diego. Basta leer sin prejuicios el soneto "El ciprés de Silos", y después el magnífico análisis que realiza el profesor Martín Gijón. "El sentimiento de elevación, de ascensión" (o, en otros términos, de hondura) es afín a toda gran poesía. Y debería ser (al menos) el gran "consuelo" que se lleve su lector, como Schopenhauer extendía a todo gran arte. Aunque esa tierra o don del consuelo esté estereotipadamente asociada a lo religioso, pertenece por derecho también a la poesía (y al arte), y no deja de ser posible distinguir (o unir) uno y otro.

Por último, este lector extrae otra arriesgada síntesis del artículo y del poema comentados. Los dos primeros versos del poema de Salinas expresan también, desde una lectura metapoética, el efecto de la lectura de poesía. Una experiencia próxima al enamoramiento (y el desdoblamiento en el otro) es el del reconocimiento, en un poema grande, del mundo de emociones de cada lector. Todo gran poema tira del lector y lo vuelve amante tenso hacia el objeto amado, para finalmente, entregarse y disolverse en ese otro extremo.


Fulgencio Martínez es editor y director de Ágora-Papeles de Arte Gramático. Ha publicado en 2021 el poemario La segunda persona (Ars poetica, Oviedo) y en 2019, Línea de cumbres (Adarve, Madrid).


 

 Pedro Salinas, retratado por Ramón Gaya (1928), recogido del artículo "Pedro Salinas y la Universidad de Murcia".


NOTAS:

(1) Hildegarda de Bingen. Fue (además de lo dicho) música (entre otros saberes en los que destacó): anterior a Dante, atribuyó a la Sabiduría el poder de elevar al ser humano por encima del pecado, al que tiende de forma natural. Le guió un pensamiento básico: el mal, el demonio, nunca puede ser músico. Mal (demonio) y armonía son ideas contrapuestas.

Debo mi curiosidad por esta autora a la reciente lectura de una entrada del diario del poeta José Luis Zerón Huguet, A salto de mata (Ed.. Frutos del Tiempo, Elche, 2023, p. 28).

(2) Sobre si llegó Pedro Salinas a impartir clase (regular) en la Universidad de Murcia, o solo participó en cursos o en conferencias, ver Francisco Javier Díez de Revenga, en este artículo, "Pedro Salinas y la Universidad de Murcia" publicado en Dígitum:

https://digitum.um.es/digitum/bitstream/10201/15156/1/07%20vol67%20Pedro%20Salinas%20y%20la%20Universidad%20de%20Murcia.pdf




           

 

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