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viernes, 24 de abril de 2020

"De mar a mar entre los dos la guerra". Soneto a Guiomar. Antonio Machado. Comentario de Fulgencio Martínez. Antología del soneto del siglo XX (2)


                                  


De mar a mar entre los dos la guerra,
más honda que la mar. En mi parterre,
miro a la mar que el horizonte cierra.
Tú asomada, Guiomar, a un finisterre,

miras hacia otra mar, la mar de España
que Camoens cantara, tenebrosa.
Acaso a ti mi ausencia te acompaña.
A mí me duele tu recuerdo, diosa.

La guerra dio al amor el tajo fuerte.
Y es la total angustia de la muerte,
con la sombra infecunda de tu llama

y la soñada miel de amor tardío,
y la flor imposible de la rama
que ha sentido del hacha el corte frío.

ANTONIO MACHADO

Hora de España (Barcelona), n.º XVIII, junio 1938, p. 8


          Recogido de  POESÍAS COMPLETAS.  Col. AUSTRAL, ESPASA CALPE (Madrid) Decimotercera edición, 1971.

         Optamos por esta versión, a diferencia de aquella otra donde se lee en el verso 11: “con la sombra infecunda de la llama” en vez de, como esta versión, “tu llama”. De ese modo, refuerza la apelación al tú, personifica más la muerte identificada con la amada ausente, ahora ya perdida del todo, y hace rendir la correspondencia entre los adjetivos “total” e “infecunda”, y estos con sus contrastes del último terceto: "soñada", "imposible". "Frío", el último adjetivo que cierra el soneto, se corresponde con "fuerte", rindiendo el engarce metafórico entre guerra (tajo fuerte) y hacha (corte frío) que anudan y vuelven indiscernibles el amor y la muerte para el poeta. Éste experimenta el amor como el dolor por el resplandor de la mujer difunta; le queda la sombra infecunda de la llama del amor prometido por la imaginación; pero ese sentimiento cobra más sustancia poética al emplearse también en la referencia a un amor hacia un tú concreto, y al evocar detalles biográficos de una nueva experiencia y fracaso amorosos, en edad tardía del poeta, que lo confirman.



COMENTARIO 





Soneto a Guiomar. Antonio Machado (1875-1939). Este poema lo escribió Machado en Barcelona, 1938, en la fase última de la guerra civil y ante la evolución pesimista de la guerra que el poeta asocia con la muerte personal y la ruptura definitiva con la amada. El soneto recuerda a Guiomar, como en otros poemas del último ciclo de Machado; pero este expresa ya una separación trágica, donde el motivo de la guerra y el desconsuelo que al poeta le provoca el derrumbe final se asocian, como sostenemos, con la angustia de la muerte personal y con el fin de un amor tardío que representó, para el hombre Machado, la esencia del amor, y para el poeta, que lo recreó bajo el apelativo de Guiomar, la culminación de su creación, el símbolo de uno de los reversos del ser, uno de sus complementarios (no en el discurso filosófico metafísico) en el sentimiento.


El poeta tiene conciencia clara de que la guerra está perdida, como la vida y el amor soñado. 


En el soneto se anudan de forma profunda los planos de la vida (biografía del poeta) y del espíritu (pensamiento filosófico y poético del autor), así como dos motivos en torno al amor: el amor soñado por una criatura de ilusión, Guiomar,  y la experiencia real de un enamoramiento del poeta por Pilar Valderrama. El poema (en perfecta imbricación de los motivos) hace el guiño de situar a Guiomar frente al mar de España que cantara Camoens, pensando en Pilar Valderrama desde la distancia que ha impuesto la guerra y creyéndola en Estoril: sin embargo, ella, a principios del 36, se había refugiado, con su familia burguesa, en Lisboa, luego fue a Estoril y desde 1937 se encuentra ya en su finca familiar de Palencia. Curiosidad tal vez: Guiomar era el nombre de la mujer del poeta Jorge Manrique, palentino; y la amada real de Machado se encontraba en Palencia mientras escribe el poeta evocándola bajo el apelativo de Guiomar. Cierto que a la evocación de Guiomar, la diosa del trovador-poeta, le sienta bien situarse junto a las ondas galaico-portuguesas, en todo caso. Curioso azar, si como pensamos el poeta creó a Guiomar (el nombre de Guiomar, no el sentimiento que lo impulsó a crearlo) a partir de la canción de Manrique a la que sería más tarde su esposa doña Guiomar de Castañeda.





Canción que recordamos, la cual incluye un acróstico portador de un mensaje extraído de la primera letra de cada verso, alusivo al nombre, "Guiomar", de la esposa de su autor, Jorge Manrique. (Gvyomar, según la grafía antigua).





GVYOMAR (GUIOMAR) 

Guay d'aquel que nunca atiende
galardón por su seruir!
Guay de quien jamás entiende
guarescer ya ni morir!
Guay de quien ha de sufrir
grandes males sin gemido!
Guay de quien ha perdido
gran parte de su beuir!

Verdadero amor y pena
vuestra belleza me dio:
ventura no me fue buena,
voluntad me catiuó.
Veros sólo me tornó
vuestro, sin más defenderme;
virtud pudiera valerme,
valerme, mas no valió.

Y estos males qu'e contado
yo soy el que los espera,
yo soy el desesperado,
yo soy el que desespera.
Yo soy el que presto muera
y no biua, pues no biuo;
yo soy el qu'está catiuo
y no piensa verse fuera.

O, si aquestas mis passiones!
O, si la pena en qu'estó!
O, si mis fuertes passiones
ossase descobrir yo!
O, si quien a mí las dio
oyesse la quexa dellas!
O, qué terribles querellas
oyrié qu'ella causó!

Mostrara vna triste vida
muerta ya por su ocasión,
mostrara vna gran herida
mortal en el coraçón,
mostrara vna sinrazón
mayor de quantas he oýdo:
matar vn ombre vencido
metido ya en la prisión.

Agora que soy ya suelto,
agora veo que muero;
agora fuesse yo buelto
a ser vuestro prisionero.
Aunque muriesse primero,
a lo menos moriría
a manos de quien podría
acabar el bien qu'espero.

Rauia terrible m'aquexa,
rauia mortal me destruye,
rauia que jamás me dexa,
rauia que nunca concluye.
Remedio siempre me huye,
reparo se me desuía,
rebuelue por otra vía
rebuelta y siempre rehuye.


"Los poetas no eligen sus temáticas, sus obsesiones, y la de Machado fue la pérdida de la compañera o el amor que no puede ser", dice Ian Gibson, biógráfo de Machado, en una entrevista a raíz de la publicación de Ligero de equipaje.

"Él habla de una fiesta, un baile, adonde le lleva en brazos el hada más joven. Yo creo que un niño de 4 años es perfectamente capaz de enamorarse y sentir la pérdida: al menos yo así lo he experimentado, incluso sexualmente, con una niñera que amaba y se fue cuando tenía 4 años, y lo recuerdo, traumático. Aunque el biógrafo corre siempre un peligro, que es proyectar su propia experiencia, me parece que en este caso no ando desencaminado: está en los poemas, la estética del sufrimiento por la pérdida, el abandono, que diría un psicoanalista". (Entrevista a Ian Gibson, de Elena Pita. El mundo.es, Magazin).

La sugerencia de Gibson de que en los poemas machadianos está funcionando "la estética del sufrimiento por la pérdida, el abandono", la podemos corroborar en el soneto que analizamos. El motivo del amor y la pérdida de la compañera no puede dejar de hacernos ver que, en realidad, expresan el sufrimiento por la pérdida y el abandono de sí mismo; de modo que la angustia de sí provocada por la conciencia de ese mismo sufrimiento de pérdida en la vida (conciencia reanimada por el fracaso del amor tardío y del amor inventado complementario) junto con la angustia ante la muerte son el tema del soneto, en concordancia con la conciencia de pérdida de la guerra. "Se canta lo que se pierde" dijo el propio Machado. 

Obviamente, el soneto no solo canta la pérdida de Pilar Valderrama. Leemos en un artículo sobre la vida de "la diosa" musa del Machado de este soneto.


"Valderrama abandonó Madrid a comienzos de 1936 junto a su familia, para marchar a Lisboa, primero, y Estoril, poco después, hasta regresar en 1937 a Salamanca y, después, a su finca familiar en Palencia, donde pasó el resto de la contienda sin tener noticias de Antonio Machado y angustiada por la suerte de su hijo, que luchaba en el frente. Ambos murieron al final del conflicto. Al profundo pesar causado por la noticia del fallecimiento del poeta en la soledad del exilio, se unió algún tiempo después el dolor irreparable por la pérdida de su hijo, gravemente enfermo tras las penalidades sufridas en combate, al que dedicó su penúltimo libro poético, Holocausto (1943)".  
 (“Pilar Valderrama Alday”. Artículo que firma Pilar Nieva de la Paz, web de la Real Academia de la Historia.)



Pilar Valderrama Alday, al final de su vida, desveló su relación con el poeta en dos libros: Sí, soy Guiomar. Memorias de mi vida (Barcelona, Plaza y Janés, 1981); y De mar a mar (con pról. de C. Murciano, Madrid, Torremozas, 1984.)
El título de este último está en vinculación directa con el soneto que comentamos, y que comienza así: "De mar a mar entre los dos la guerra".
Y a una guerra, en efecto, parece responde el libro de Pilar Valderrama, que da a entender que Machado, tal vez por venganza de haber sido abandonado por ella, inventó un amor de ficción (bajo el nombre de Guiomar) para borrarla a ella de la existencia y del recuerdo, tanto del poeta como de la posteridad. A la que los libros memoralísticos de la escritora vendrían a reclamar su lugar.

El tema no puede ser, lector, más interesante. Profundiza aún más el radio del soneto machadiano, la poesía se hace viva herida. Que la amada negada resucite para reclamar sus derechos de existencia y de inspiración, es magnífico. Otra genialidad del poeta Machado o de su destino.

Machado pensó mucho sobre el amor. En realidad, lo previó. Vean:

Según podemos leer en el muy interesante artículo de la catedrática de Filología y escritora María Jesús Pérez Ortiz "Guiomar, el amor tardío de Antonio Machado"  (publicado en La opinión de Malaga, 2 de julio 2016):


"Es cierto que resulta verdaderamente emocionante la separación definitiva, no obstante, nos preguntamos: ¿qué representó realmente Guiomar en el mundo anímico del poeta y qué significaron esas singularísimas poesías en el universo poético de Machado? 
En Canciones a Guiomar el poeta declara un amor platónico, casi abstracto, en escenografía de sueño donde se identifican recordar y amar; un amor irreal, en cuanto que no iba a llevarles a unir sus vidas, y difícilmente sus cuerpos. Y ante la dificultad de unión carnal poder beber una suerte de linfa superior, en comunión de almas. Pero el poeta acaba negando aun ese sueño ante la imposibilidad de unión verdadera: «No puede ser/amor de tanta fortuna;/dos soledades en una,/ni aun de varón y mujer.» 

En una de sus cartas a Guiomar escribía Machado: «Cuando nos vimos no hicimos sino recordarnos. A mí me consuela pensar esto, que es lo platónico (...) Aunque te parezca absurdo, yo he llorado cuando tuve conciencia de mi amor hacia ti; por no haberte querido toda la vida». El poeta parece revivir un ayer que no fue suyo, pero que pudo serlo; Guiomar no tenía tanta diferencia de edad con Antonio Machado como tuvo Leonor y, así, el poeta siente su amor como imposible nostalgia del tiempo en que Guiomar era muchacha, pero el poeta-entonces relativamente joven-no la conoció. El hoy es un «Todavía», y el amor de ahora resucita idealmente ese pasado ya irremediable y perdido, queriendo ir a contracorriente del tiempo, hacia una unión en el ayer. El problema más profundo de estas canciones es la íntima ambigüedad y la neblina de irrealidad con que Guiomar se le aparece al poeta.

Y es que aquella pretendida unión, que, aparte de posibles encuentros físicos, estaba sobre todo en un «jardín ideal», por fuerza tenía que resultar muy problemática en ese mismo terreno espiritual, al quedar tan limitada la posible comunión carnal. Sin embargo, nunca contemplaron la posibilidad de emprender una nueva vida juntos, cosa factible en años en los que el divorcio era legal en España. Y es que Guiomar, poetisa de religiosidad tradicional y señora burguesa, no estaba dispuesta a romper con su mundo que interfería con la orientación histórica, ideológica, social y política del poeta. Tal vez, Machado, no estaba lo suficientemente enamorado de Guiomar, aunque se persuadiera de que lo estaba y no desdeñara los beneficios de esa limitada relación: «Porque más vale no ver/fruta madura y dorada/que no se puede coger.»

Por eso, el amor con Guiomar no adquirirá claridad poética sino a partir de la crisis de despedida. En Otras Canciones a Guiomar, esa crisis al parecer ocurrió en el verano del 34 y por dificultades ajenas a su voluntad. Estas canciones arrancan con esa bellísima imagen que resume a su «diosa»: «como una centella blanca/en mi noche oscura». Y un ímpetu erótico en la despedida: «¡Y en la tersa arena,/cerca de la mar,/tu carne rosa y morena,/súbitamente, Guiomar!...»

La pérdida y ausencia conceden al amor de Guiomar un sentimiento nuevo que lo magnifica y engrandece. La amada, cuya imagen real ha sido ya borrada por el olvido, aparecerá como sueño, como «creación apasionada» del amante, como verdadero objeto de amor, liberado del tiempo; el poeta reconoce que hasta entonces, ese amor no había sido del todo real: «asomada al malecón/que bate la mar de un sueño,/y bajo el arco del ceño/de mi vigilia, a traición,/¡siempre tú/Guiomar, Guiomar,/ mírame en ti castigado:/ reo de haberte creado/ya no te puedo olvidar.» Para llegar a la paradójica conclusión de un amor universalizante y verdadero, aunque los amantes no lo sean, y decir poéticamente: «Todo amor es fantasía;/él inventa el año, el día,/la hora y su mediodía;/inventa el amante ,y, más,/la amada. No prueba nada/contra el amor, que la amada/no haya existido jamás»


A pesar de la extensión de la cita, creemos necesario seguir reproduciendo el artículo de Pérez Ortiz para conocer la polémica suscitada a raíz de la publicación de las memorias de Pilar Valderrama/Guiomar, que viene antecedida por la opinión de la escritora Concha Espina (a la que Pilar confió el secretó de su relación con Machado) sobre la intención supuestamente malévola de Machado al componer poemas como el soneto que comentamos:

"En opinión de Concha Espina, estos ácidos poemas fueron escritos por Machado como una especie de venganza poética con que castigar a Guiomar, negándole la existencia por el olvido en que ella le tuvo en los últimos años. Con la llegada de la guerra civil, Machado y Guiomar tuvieron que separarse. Guiomar es expatriada y, no teniendo forma de comunicarse con el poeta, cae así en un silencio y un aislamiento que Machado interpreta como olvido o desamor. Comenta Concha Espina que el poeta abatido por esas «negruras de aparente traición e ingratitud", escribe esos poemas donde niega a la amada, los que «amargan y duelen, acusan y gimen con la negra pesadumbre del desengaño y del amor». Sólo en esas «horas de indecible inquietud pudo Machado sentirse reo de una creación efímera, una inexistente amada». 

Al repatriarse Guiomar, terminada la guerra civil y muerto ya Machado en el exilio, tuvo «la desgarradora tristeza de leer esas últimas canciones que intentaron negarla», con las que rompiera el poeta «la historia secreta de su gran amor». Pero en opinión de R. Zubiría resulta poco convincente esta teoría de la venganza por ingratitud, sobre todo, conociendo al poeta, un ser humano que jamás conoció insidias ni dobleces, siendo siempre ejemplo de pureza y amistad en el amor. Porque como hemos visto anteriormente esos poemas de la supuesta venganza no son más que el resultado de una teoría sobre el amor. Y Guiomar, conociendo esa teoría no podría interpretar como negación de su persona, los poemas en los que Machado la invoca como a «creación apasionada» de su propio espíritu.

Y es que para el poeta el amor es casi siempre un juego de la imaginación. La amada, como realidad, no es más que un elemento secundario desde el que parte el enamorado, siempre imaginativo, para crear, en su soledad, esa criatura ideal, como hizo don Quijote al crear la Dulcinea de sus pensamientos. Todo esto es una realidad tan vivida entre el poeta y Guiomar que en alguna ocasión le confesaba cómo prefería algunas veces alejarse de ella, que vivía en Madrid, para irse a Segovia y, desde allí, pensarla, crearla. Y le escribe: «Muchas veces, pudiendo quedarme en Madrid, he venido a Segovia sólo para esperarte aquí, para pensar en ti en este rincón». Y en otra carta: «¡Adiós! Me voy a soñar contigo por esas calles de Segovia».

Entregado el poeta al pensamiento, al sueño de la amada, el amante hallará la felicidad y descubrirá el placer poético de la ausencia. Por eso escribe Machado: «La ausencia tiene también su encanto, porque, al fin, es un dolor que se espiritualiza con el recuerdo de las presencias". Ese regusto de dolor espiritualizado, esa mezcla de pena y encanto que tienen las evocaciones es lo que las llena de melancolía. Esto es lo típicamente machadiano: el sueño melancólico de la amada ausente», siempre lacerando el alma aquel «dolorido sentir» de Garcilaso y aquella «aguda espina dorada» machadiana"

(recogido de
María Jesús Pérez Ortiz.  "Guiomar, el amor tardío de Antonio Machado")








FULGENCIO MARTÍNEZ
REVISTA ÁGORA DIGITAL 

24/4/2020 


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