"UNOS SON DE ORO, OTROS DE ALQUIMIA".
CAPÍTULO VI, DE LA
SEGUNDA PARTE DE EL QUIJOTE
De lo que le pasó a don Quijote
con su sobrina y
con su ama, y es uno de
los importantes capítulos de toda la historia
TEXTO DE CERVANTES Y COMENTARIO.
22 DE ABRIL, FECHA CERVANTINA PARA
CELEBRAR LAS LETRAS EN ESPAÑOL
Una doble pregunta articula todo el
capítulo VI de esa segunda Parte, el capítulo que hemos elegido para leer, disfrutar
y aprender de don Miguel de Cervantes y de su libro. La pregunta por la condición y la realidad del héroe.
"Ni todos los que se llaman
caballeros lo son de todo en todo, que unos son de
oro, otros de alquimia y todos
parecen caballeros, pero no todos pueden estar al
toque de la piedra de la verdad".
PRESENTACIÓN
Este texto pertenece a la
segunda Parte de El Quijote (1615). En este fragmento, que precede a la
tercera salida de Don Quijote, el protagonista es interpelado directamente por
su condición y realidad de “caballero andante”. Una doble pregunta
que articula toda el capítulo VI de esa segunda Parte, el capítulo que hemos
elegido para leer y homenajear a don Miguel
de Cervantes y a su libro. Las preguntas por la condición y realidad de
caballero andante las realizan, respectivamente, el ama y la sobrina de Don
Quijote, con el propósito de hacerle desistir a éste de salir a nuevas
aventuras. Es un intermedio que el autor del libro aprovecha para, entre bromas,
hacer una mínima reflexión sobre la caballería andante y sobre el motivo que justifica
el avance del protagonista pero también de la historia del libro.
En un primer momento, una
ironía de ida y vuelta, entre la primera interlocutora y don Quijote, se
prolonga en otra ironía y en otra profunda (del narrador o de Cervantes-autor) dirigida
al lector con un guiño cómplice sobre “si hay caballeros hogaño en esta corte”,
por así decir. Pero, más aún, el texto se dirige no sólo al lector histórico, de
la época de Cervantes, que podía leer bajo líneas alguna alusión a la situación de la España de los
Austrias; también cumple magníficamente la función pragmático-discursiva de
implicar a cualquier lector de cualquier tiempo y condición, pero, sobre todo,
de implicarlo a preguntarse por su “tiempo” y las razones de por qué deba o no
haber “andante caballería”, y compromiso con la justicia, de forma no “formal”
y cortesana, sino como anhelo vivo de realizar el ideal en la realidad. El
texto, bajo las ironías, es, pues, denuncia social (de los formalismos
políticos) y aleccionadora defensa del ideal (caballeresco) y de su oportunidad
y necesidad en cualquier tiempo y sociedad.
ESTRUCTURA TEXTUAL
El texto se presenta
como un diálogo, que da estructura fácilmente reconocible en primera instancia al capítulo; pero a poco nos descubre un diálogo complejo y una estructura de cajas chinas o muñecas rusas, articulado por
paralelismos, bifurcaciones y antítesis. Comprende dos partes, según quien
interpela al protagonista (el ama, primero; la sobrina, después). Cada una de
las partes, en principio, se estructura en torno a dos preguntas: la primera
recibe una respuesta concisa. La segunda pregunta da pie al “discurso” de don
Quijote sobre la caballería.
Las dos preguntas de cada
interpelante y las respuestas de don Quijote introducen, a su vez, perspectivas
y motivos distintos. La primera pregunta de cada serie se hace desde la perspectiva
o motivo de quien interpela al Caballero, y después de haber sido contestada
ligeramente, genera en él, como desde él, la segunda pregunta, centrada en la perspectiva del “discurso”
del Caballero interpelado.
Por otro lado, cada
pregunta tiene su doblez, e ironía: no pregunta por lo que pregunta
en realidad sino por otra cosa, que sabe el caballero interpelado. Así, si la
primera pregunta, del ama, lo hace con el fin de informarse sobre si “en la
corte de su Majestad” hay caballeros, en
realidad pretende inducir al caballero a que se quede en casa; su continuación
(a partir de la respuesta del caballero a la pregunta literal) es la segunda
pregunta que literalmente pregunta si
don Quijote es como uno de esos caballeros que pueden servir “a su rey y señor,
estándose en la corte”, pero en realidad está cuestionando la condición de
caballero andante del mismo don Quijote, a lo que responde, finalmente, este
con su “discurso”.
Parecido ocurre en la
segunda parte, y con la interpelación de la sobrina. Pero ahora se centra en la
realidad del caballero: e irónicamente, el caballero responde con un discurso
humanista sobre las virtudes del buen caballero, llevando el discurso ahora a la
vida, presentándose él como un ser de carne y hueso, con virtudes reales, y
diferenciándose bien que con humildad y esfuerzo, desde abajo, de los falsos caballeros, que
lo fueran solo de nombre. "Unos son de oro, otros de alquimia y todos parecen caballeros". Se reivindica don Alonso Quijano en su sueño, propósito y realidad de ser don Quijote. Y hace un elogio del ser
humano de cualquier condición y linaje, al que su esfuerzo en la virtud lo puede
convertir en noble y caballero.
"Advierta vuestra merced
que todo eso que dice de los caballeros andantes es fábula y mentira", le había interpelado en primera instancia la sobrina, que dice conocerlo bien.
Responde don Quijote: hay dos clases de
caballeros, tan parecidos en los nombres y tan distantes en las acciones. La respuesta a la pregunta por la
realidad o ficción la lleva el caballero a otro plano: no si son fábula o
mentira los caballeros, sino si sabemos advertir los que no lo son y se hacen pasar por ellos. (Comparando con la filosofía: don Quijote convierte la pregunta ontológica es gnoseológica; acorde con el espíritu de la filosofía moderna).
La segunda pregunta que hace/suscita la sobrina recordándole lo obvio de que ya es viejo y enfermo, y que no es casta de noble, sino pobre, es si no se da cuenta de
que es caballero, no lo
siendo, porque aunque lo puedan ser los hidalgos, no lo son los pobres...!
Aquí ya se arma el discurso: pueden ser caballeros (dice don Quijote)
aquellos que tengan virtud, caballerosidad, liberalidad, magnanimidad: nombres estos tres de grandes virtudes. El pobre solo tiene su
virtud pero puede aspirar a perfección, y a la alabanza: escogiendo de los dos caminos que como
a Hércules en la encrucijada se le presentan, el de la virtud, puede perfeccionarse en él a través de las letras o de las
armas.(Discurso de las letras y las armas).
La estructura profunda
del diálogo consiste en un desdoblamiento y correspondencia de las preguntas, que,
a su vez, dan lugar, por un lado, a las interpelaciones “simples” del ama o de
la sobrina, que es respondida de forma evasiva, irónica por don Quijote, y
luego de forma discursiva, con su discurso sobre la caballería, distinguiéndola
de aquella falsa y solo aparente, y poniendo la virtud por base de la verdadera, virtud
que naturalmente conlleva alabanza y el reconocimiento de nobleza de alma, virtud
que se bifurca en el ejercicio de las letras y en el servicio de las armas, que don Quijote pondera y elige sobre la
literatura (las letras).
Como en otras páginas de El
Quijote Cervantes usa paralelismos y contrastes, antítesis (caballeros/
cortesanos; caballeros andantes verdaderos/ y otros -se supone- “ficticios”) y
alusiones veladas.
La ironía cervantina,
aquí, llama “ficticios”, por boca de don Quijote, a los que no son como él, de
carne y hueso. A los literarios. (Despues de haber llamado también ficticios a los caballeros cortesanos, que solo son caballeros formalmente o por el nombre o, mejor, por el apellido).
Claro que eso lo dice un "loco", doblemente loco, loco por creerse caballero (en el auténtico sentido del término, y aun serlo con más mérito que el literario) y loco porque se cree de carne y hueso, y aun más que otros que no lo son, no saben o no admiten que lo son.
¿También su discurso es de un loco? Su discurrir es de cuerdo, y muy cuerdo, más que la media; lo reconoce su misma sobrina; y en castellano se dice elogiosamente de alguien (elogiosamente: luego, no de todos): "fulano discurre", o "tiene cabeza". Y su discurso sobre el ser humano, sobre la nobleza, la caballería, la virtud, la justicia, el pleito de las armas y las letras. Su discurso bellísimo ¿es de un loco, son solo palabras en el papel? La ironía cervantina deja todo abierto, maravillosamente abierto: parece que no dice y dice, y después de decir, nos interpela.
Fulgencio Martínez
Claro que eso lo dice un "loco", doblemente loco, loco por creerse caballero (en el auténtico sentido del término, y aun serlo con más mérito que el literario) y loco porque se cree de carne y hueso, y aun más que otros que no lo son, no saben o no admiten que lo son.
¿También su discurso es de un loco? Su discurrir es de cuerdo, y muy cuerdo, más que la media; lo reconoce su misma sobrina; y en castellano se dice elogiosamente de alguien (elogiosamente: luego, no de todos): "fulano discurre", o "tiene cabeza". Y su discurso sobre el ser humano, sobre la nobleza, la caballería, la virtud, la justicia, el pleito de las armas y las letras. Su discurso bellísimo ¿es de un loco, son solo palabras en el papel? La ironía cervantina deja todo abierto, maravillosamente abierto: parece que no dice y dice, y después de decir, nos interpela.
Fulgencio Martínez
Capítulo VI
De lo que le pasó a don Quijote
con su sobrina y
con su ama, y es uno de
los importantes capítulos de toda la historia
En tanto que Sancho Panza
y su mujer Teresa Cascajo pasaron la impertinente referida plática, no estaban
ociosas la sobrina y el ama de don Quijote, que por mil señales iban coligiendo
que su tío y señor quería desgarrarse la vez tercera y volver al ejercicio de
su para ellas malandante caballería: procuraban por todas las vías posibles
apartarle de tan mal pensamiento, pero todo era predicar en desierto y majar en
hierro frío. Con todo esto, entre otras muchas razones que con él pasaron, le
dijo el ama:
—En verdad, señor mío,
que si vuesa merced no afirma el pie llano y se está quedo en su casa y se deja
de andar por los montes y por los valles como ánima en pena, buscando esas que
dicen que se llaman aventuras, a quien yo llamo desdichas, que me tengo de
quejar en voz y en grita a Dios y al rey, que pongan remedio en ello.
A lo que respondió don
Quijote:
—Ama, lo que Dios
responderá a tus quejas yo no lo sé, ni lo que ha de responder Su Majestad
tampoco, y solo sé que si yo fuera rey me escusara de responder a tanta
infinidad de memoriales impertinentes como cada día le dan, que uno de los
mayores trabajos que los reyes tienen, entre otros muchos, es el estar
obligados a escuchar a todos y a responder a todos; y, así, no querría yo que
cosas mías le diesen pesadumbre.
A lo que dijo el ama:
—Díganos, señor, en la
corte de Su Majestad, ¿no hay caballeros?
—Sí —respondió don
Quijote—, y muchos, y es razón que los haya, para adorno de la grandeza de los
príncipes y para ostentación de la majestad real.
—Pues ¿no sería vuesa
merced —replicó ella— uno de los que a pie quedo sirviesen a su rey y señor
estándose en la corte?
—Mira, amiga —respondió don
Quijote—, no todos los caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los
cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes: de todos ha de haber en el
mundo, y aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los
otros; porque los cortesanos, sin salir de sus aposentos ni de los umbrales de
la corte, se pasean por todo el mundo mirando un mapa, sin costarles blanca, ni
padecer calor ni frío, hambre ni sed; pero nosotros, los caballeros andantes
verdaderos, al sol, al frío, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche y
de día, a pie y a caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies, y
no solamente conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en todo
trance y en toda ocasión los acometemos, sin mirar en niñerías, ni en las leyes
de los desafíos: si lleva o no lleva más corta la lanza o la espada, si trae
sobre sí reliquias o algún engaño encubierto, si se ha de partir y hacer
tajadas el sol o no, con otras ceremonias deste jaez que se usan en los
desafíos particulares de persona a persona, que tú no sabes y yo sí. Y has de
saber más: que el buen caballero andante, aunque vea diez gigantes que con las
cabezas no solo tocan, sino pasan las nubes, y que a cada uno le sirven de
piernas dos grandísimas torres, y que los brazos semejan árboles de gruesos y
poderosos navíos, y cada ojo como una gran rueda de molino y más ardiendo que
un horno de vidrio, no le han de espantar en manera alguna, antes con gentil
continente y con intrépido corazón los ha de acometer y embestir, y, si fuere
posible, vencerlos y desbaratarlos en un pequeño instante, aunque viniesen
armados de unas conchas de un cierto pescado que dicen que son más duras que si
fuesen de diamantes, y en lugar de espadas trujesen cuchillos tajantes de damasquino
acero, o porras ferradas con puntas asimismo de acero, como yo las he visto más
de dos veces. Todo esto he dicho, ama mía, porque veas la diferencia que hay de
unos caballeros a otros; y sería razón que no hubiese príncipe que no estimase
en más esta segunda, o, por mejor decir, primera especie de caballeros
andantes, que, según leemos en sus historias, tal ha habido entre ellos, que ha
sido la salud no solo de un reino, sino de muchos.
—¡Ah, señor mío! —dijo a
esta sazón la sobrina—. Advierta vuestra merced que todo eso que dice de los
caballeros andantes es fábula y mentira, y sus historias, ya que no las
quemasen, merecían que a cada una se le echase un sambenito o alguna señal en que
fuese conocida por infame y por gastadora de las buenas costumbres.
—Por el Dios que me
sustenta —dijo don Quijote—, que si no fueras mi sobrina derechamente, como
hija de mi misma hermana, que había de hacer un tal castigo en ti, por la
blasfemia que has dicho, que sonara por todo el mundo. ¿Cómo que es posible que
una rapaza que apenas sabe menear doce palillos de randas se atreva a poner
lengua y a censurar las historias de los caballeros andantes? ¿Qué dijera el
señor Amadís si lo tal oyera? Pero a buen seguro que él te perdonara, porque
fue el más humilde y cortés caballero de su tiempo, y demás, grande amparador
de las doncellas; mas tal te pudiera haber oído, que no te fuera bien dello,
que no todos son corteses ni bien mirados: algunos hay follones y descomedidos;
ni todos los que se llaman caballeros lo son de todo en todo, que unos son de
oro, otros de alquimia, y todos parecen caballeros, pero no todos pueden estar
al toque de la piedra de la verdad. Hombres bajos hay que revientan por parecer
caballeros, y caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer
hombres bajos: aquellos se levantan o con la ambición o con la virtud, estos se
abajan o con la flojedad o con el vicio; y es menester aprovecharnos del
conocimiento discreto para distinguir estas dos maneras de caballeros, tan
parecidos en los nombres y tan distantes en las acciones.
—¡Válame Dios! —dijo la
sobrina—. ¡Que sepa vuestra merced tanto, señor tío, que si fuese menester en
una necesidad podría subir en un púlpito e irse a predicar por esas calles, y
que con todo esto dé en una ceguera tan grande y en una sandez tan conocida,
que se dé a entender que es valiente, siendo viejo; que tiene fuerzas, estando
enfermo, y que endereza tuertos, estando por la edad agobiado, y, sobre todo,
que es caballero, no lo siendo, porque aunque lo puedan ser los hidalgos, no lo
son los pobres...!
—Tienes mucha razón,
sobrina, en lo que dices —respondió don Quijote—, y cosas te pudiera yo decir
cerca de los linajes, que te admiraran; pero por no mezclar lo divino con lo
humano, no las digo. Mirad, amigas, a cuatro suertes de linajes, y estadme
atentas, se pueden reducir todos los que hay en el mundo, que son estas: unos,
que tuvieron principios humildes y se fueron estendiendo y dilatando hasta
llegar a una suma grandeza; otros, que tuvieron principios grandes y los fueron
conservando y los conservan y mantienen en el ser que comenzaron; otros, que,
aunque tuvieron principios grandes, acabaron en punta, como pirámide, habiendo
diminuido y aniquilado su principio hasta parar en nonada, como lo es la punta
de la pirámide, que respeto de su basa o asiento no es nada; otros hay, y estos
son los más, que ni tuvieron principio bueno ni razonable medio, y así tendrán
el fin, sin nombre, como el linaje de la gente plebeya y ordinaria. De los
primeros, que tuvieron principio humilde y subieron a la grandeza que agora
conservan, te sirva de ejemplo la casa otomana, que de un humilde y bajo pastor
que le dio principio está en la cumbre que le vemos. Del segundo linaje, que
tuvo principio en grandeza y la conserva sin aumentarla, serán ejemplo muchos
príncipes que por herencia lo son y se conservan en ella, sin aumentarla ni
diminuirla, conteniéndose en los límites de sus estados pacíficamente. De los
que comenzaron grandes y acabaron en punta hay millares de ejemplos, porque
todos los Faraones y Tolomeos de Egipto, los Césares de Roma, con toda la
caterva (si es que se le puede dar este nombre) de infinitos príncipes,
monarcas, señores, medos, asirios, persas, griegos y bárbaros, todos estos
linajes y señoríos han acabado en punta y en nonada, así ellos como los que les
dieron principio, pues no será posible hallar agora ninguno de sus
decendientes, y si le hallásemos sería en bajo y humilde estado. Del linaje
plebeyo no tengo que decir sino que sirve solo de acrecentar el número de los
que viven, sin que merezcan otra fama ni otro elogio sus grandezas. De todo lo
dicho quiero que infiráis, bobas mías, que es grande la confusión que hay entre
los linajes, y que solos aquellos parecen grandes y ilustres que lo muestran en
la virtud y en la riqueza y liberalidad de sus dueños. Dije virtudes, riquezas
y liberalidades, porque el grande que fuere vicioso será vicioso grande, y el
rico no liberal será un avaro mendigo, que al poseedor de las riquezas no le
hace dichoso el tenerlas, sino el gastarlas, y no el gastarlas como quiera,
sino el saberlas bien gastar. Al caballero pobre no le queda otro camino para
mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado,
cortés y comedido y oficioso, no soberbio, no arrogante, no murmurador, y,
sobre todo, caritativo, que con dos maravedís que con ánimo alegre dé al pobre se
mostrará tan liberal como el que a campana herida da limosna, y no habrá quien
le vea adornado de las referidas virtudes que, aunque no le conozca, deje de
juzgarle y tenerle por de buena casta, y el no serlo sería milagro; y siempre
la alabanza fue premio de la virtud, y los virtuosos no pueden dejar de ser
alabados. Dos caminos hay, hijas, por donde pueden ir los hombres a llegar a
ser ricos y honrados: el uno es el de las letras; otro, el de las armas. Yo
tengo más armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo de la
influencia del planeta Marte, así que casi me es forzoso seguir por su camino,
y por él tengo de ir a pesar de todo el mundo, y será en balde cansaros en
persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y
la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad desea; pues con saber, como sé, los
innumerables trabajos que son anejos a la andante caballería, sé también los
infinitos bienes que se alcanzan con ella y sé que la senda de la virtud es muy
estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso ; y sé que sus fines y
paraderos son diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en
muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que
se acaba, sino en la que no tendrá fin; y sé, como dice el gran poeta
castellano nuestro, que
Por estas asperezas se camina
de la inmortalidad al alto asiento,
do nunca arriba quien de allí declina.
—¡Ay, desdichada de mí
—dijo la sobrina—, que también mi señor es poeta! Todo lo sabe, todo lo
alcanza: yo apostaré que si quisiera ser albañil, que supiera fabricar una casa
como una jaula.
—Yo te prometo, sobrina
—respondió don Quijote—, que si estos pensamientos caballerescos no me llevasen
tras sí todos los sentidos, que no habría cosa que yo no hiciese, ni curiosidad
que no saliese de mis manos, especialmente jaulas y palillos de dientes.
A este tiempo llamaron a
la puerta, y preguntando quién llamaba, respondió Sancho Panza que él era; y
apenas le hubo conocido el ama, cuando corrió a esconderse, por no verle: tanto
le aborrecía. Abrióle la sobrina, salió a recebirle con los brazos abiertos su
señor don Quijote y encerráronse los dos en su aposento, donde tuvieron otro
coloquio que no le hace ventaja el pasado.
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