El primer retrato de Antonio Machado. Comentario de “El viajero”, poema I, Soledades, galerías y otros poemas
Este poema es un enigma, tenemos la impresión de que en él está todo Machado (incluido el Machado de los temas de España); su substancia no deja de azuzarnos y pararnos. Solo, a partir de la lectura de Ángel González, y tratando de profundizar en ella, a través de la figura del juicio, empezamos a poder leer.
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente,
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo,
el rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó -la pobre loba- muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas.
Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tictac del reloj. Todos callamos.
1. “El viajero”, es el título, puesto entre paréntesis, del primer poema del libro Soledades, galerías y otros poemas, en la edición de 1907.
Ha sido puesto de relieve su condición de retrato, de superposición de planos, el desdoblamiento del yo poético y la inclusión del lector (cf. el estudio magistral de Ángel González, en el libro Antonio Machado).
Está en la sala familiar sombría,
y entre nosotros, el querido hermano (…)
Primer modelo del juicio final: retrato sí pero su materia oscura poética no se revela si no lo vemos desde la figura del juicio. ¿Quién es ese viajero, el “querido” hermano incluido en el libro? Puede aludir al hermano real de Machado, Joaquín; a Miguel, el “viajero” que vuelve de América también, en “La tierra de Alvargonzález”; para nosotros, es evidente que a la España de la crisis del 98, a la conciencia nacional de decadencia; pero no obviemos que toda expresión en el poema se refiere a estados de conciencia del sujeto poético (a lo último, del yo de Machado). Las palabras forman parte de la novela del alma (son Machado y no son, porque el sujeto del juicio final no es solo el sujeto físico ni el yo personal; por otra parte, nunca podremos llegar a saber de qué forma profunda coinciden sujeto poético y sujeto del juicio: un yo y un sujeto que nos incluyen).
Entre nosotros no es solo la familia de Machado (como la sala familiar tampoco es solo una sala familiar concreta) y el hoy (que inicia la estrofa siguiente) tampoco es un hoy concreto. Son expresiones abiertas. Así, podemos entender, en un sentido simbólico-histórico la sala familiar, el entre nosotros, y el hoy referidos al tiempo histórico de Machado (al momento y a su sociedad histórica, o al momento biográfico en que Machado tomó conciencia de la crisis histórica de España, implicada en la de su familia y persona; nos puede ayudar saber que el poema fue publicado en la revista Renacimiento en 1907, y con ligeras variaciones pasó a la ampliación del libro de Soledades, de 1907).
Pero, a nosotros nos llama más el sentido fenomenológico.
En este, cobra un sentido de juicio final, y la lectura, que nos implica a nosotros, los lectores (como acierta a ver Ángel González) nos transmite una experiencia. Se nos presenta el puro ser en el tiempo. La dimensión familiar, hodierna, del hombre como conciencia en el tiempo y el juicio-presentación de esa situación humana existencial.
Este poema es cifra de muchos temas y vínculos con la poesía de Machado. No analizaremos a fondo, aquí, su estructura, ni sus símbolos, como el de “la pobre loba-muerta”, que evoca el alma juvenil, las ilusiones. Nos detendremos en algunos rasgos de esta etopeya.
Hoy tiene ya las sienes plateadas (…)
El poema casi es objetivo en el análisis del físico del querido hermano; esa descripción acorde con la decadencia de la luz, el entorno físico, la tarde y la estación del otoño, en la estrofa siguiente. Hay un contraste insinuado: “el rostro del hermano se ilumina” en la tercera estrofa. Una especie de cámara subjetiva nos introduce, después, en el retrato del interior del alma del hermano. La palabra hace visible lo invisible: si el viajero “ha visto” nosotros vemos: la memoria del alma, la experiencia humana en su totalidad, cuyo recuerdo da dolor. La palabra inquisitiva revela el éxtasis de dolor, confusión y nostalgia del alma, hasta la manifestación de la “viril hipocresía” que hace que no se vea más…, que vela el cuadro como con un sfumato; no se puede leer más en el semblante del recién llegado. Nos deja el aparecer, el acontecimiento.
Luego, “serio retrato en la pared clarea”. Y comienza otro momento: la divagación. (“Nosotros divagamos”). Un tiempo de continuar interrogándonos sobre ese momento anterior y esa figura. Tiempo, también, de juzgar.
Finalmente, el tiempo monótono del reloj, que “golpea” con su tictac durativo y sucesivo a la vez. Y el tiempo del silencio final, fin de lectura y del poema (¿fin?, ¿o apertura de expectación a un nuevo acontecimiento, a un acto de conciencia del lector?)
2. Este poema es un enigma, tenemos la impresión de que en él está todo Machado (incluido el Machado de los temas de España); su substancia no deja de azuzarnos y pararnos. Solo, a partir de la lectura de Ángel González, y tratando de profundizar en ella, a través de la figura del juicio, empezamos a poder leer. Reinterpretamos así, desde la aportación de lo radical y estructurante ético:
Anticiparemos que si el poema, en efecto, es un juicio final la clave para orientarnos en su lectura, está ya en “el querido hermano”, primer plano de la etopeya. Concretamente, en el adjetivo “querido”. Adelantándose ese adjetivo a una lectura melancólica del poema, en él no hay sentencia de fracaso. Al menos yo como lector no puedo, no tengo derecho a pronunciar esa sentencia –y creo que Machado no lo hace tampoco. La poesía “no juzga” al otro como cosa, ajena y cerrada; remite a la conciencia como fuente de amor, benevolencia.
En el poema se dibuja un escenario de la conciencia con un marco de decadencia, colores y tonos otoñales, se hacen las preguntas que señalan la distancia entre el ideal y la realización, pasa por él la monotonía y la “novedad” del tiempo en las estaciones, que deja todo viejo y señala todo parado sin sentido: el desengaño se hace más evidente con la luz del crepúsculo, la nostalgia de las ilusiones perdidas parece más cruel a esa hora del crepúsculo, las sensaciones ideales, las rosas más inútiles cuanto más las dora el sol de la tarde. “El sueño infantil” de lo lejano, hecho añicos.
El dolor a punto de desbordarse en lágrimas (la tristeza, como decían los moralistas de la Escuela, se alivia mediante lágrimas), a la hora de reconocer el fracaso, es reprimido por “un resto de viril hipocresía”, compostura forzada, teatral convención o formalismo exigible en sociedad, aunque (aquí) esa sociedad sea la familia. La distancia entre ellos, los familiares, se marca con esa convención. El verso suaviza y humaniza la máscara, sin juzgarla, atenuándola como un resto de hombría.
En la última estrofa, el retrato parece eternizado por el espejo. En un sentido se espera la sentencia (el juez divaga, se apresta a meditar, mientras se difumina todo en la conciencia refleja muerta. El espejo, el ojo ciego que no ve, el alma que no sueña, es el tema de la conciencia, relacionado también con el símbolo del sueño, que en su ambigüedad puede tanto contener un estímulo ilusionante positivo como encerrarnos en la ceguera de los espejos ciegos).
¿Qué dicen el tictac del reloj y el silencio? (“Todos callamos”).
Finalmente, que no hay sentencia de fracaso. Ha sido un juicio (verdad) llevado con dura inquisición (un retrato casi despiadado, desde el tercer verso: “y la fría inquietud de sus miradas / revela un alma casi toda ausente”, hasta el final y sfumato en la penúltima estrofa, donde aun se dibuja “la viril hipocresía” del hermano. Observamos ya cómo esta expresión, “viril hipocresía” juzga al sujeto y a la familia fenoménica, a los lazos que se han dejado morir en el tiempo, pero entendemos que a la familia no; es decir, no al substantivo vínculo fraterno, sino a la familia como costumbre, institución, aparencial y adjetivamente reunida en la sala “familiar”). Pero, por encima de todo, el sujeto, no es reo de fracaso. Ya en los dos versos decisivos del “introito”, antes de que comience la etopeya en primer plano, se nombra “el querido hermano”: la poesía recompone una mínima cordialidad, recuerda el origen. En el sintagma final del poema, “Todos callamos”, podemos asumir la imposibilidad evangélica de juzgar los yerros ajenos, pero, aún más, el amor que anula los juicios humanos legales (el tema del juicio obsesiona a Machado, por otros motivos, en Campos de Castilla, así en el poema “Un criminal”).
3. En realidad, en un plano profundo, el poema es el juicio de Machado, sí, pero también un retrato colectivo, familiar, personal y nacional. Aquel silencio final de “todos” evita y es la negación evidente del fracaso. Hay algo de transmisión cordial: una base, ya disponible, en el adjetivo querido. Desde ella cobra nuevo significado el adjetivo familiar de “sala familiar”. El escenario, la conciencia, no es tan sombría, a pesar de todo. La familia es la familia humana. Hay un calor de hogar de aproximación y de transmisión, cuya clave estaba en dicho adjetivo, “querido”.
No quiere decir que el poema derroche optimismo; como la conciencia en juicio, es veraz, realista, escéptico hasta ser escéptico del propio escepticismo y, por ello, aleja el nihilismo melancólico que parece adueñarse a primer plano.
“En la tristeza del hogar golpea / el tictac del reloj. Todos callamos.”
No hay veredicto de fracaso: la expectativa aviva la conciencia, y el poema, pese a su luz mortecina, ha puesto en evidencia otra luz más fuerte, interior, que sí parece –aunque tenga un clarear débil– existir; constatar eso es suficiente. Serio retrato en la pared clarea / todavía.
“Serio” (no triste, ni melancólico) apunta a seriedad de la verdad (como “Un golpe de ataúd en tierra es algo / perfectamente serio”, poema IV: “serio” parece significar, para Machado, lo verdadero que se impone como real en la conciencia). Y apunta a que el juicio es siempre todavía (“Hoy es siempre todavía”, será la sentencia, de Nuevas Canciones, que resume la poesía y la filosofía de Machado). No es aún la esperanza. Es, y es mucho, el todavía… No la nada como fracaso, sino el estar vivo y seguir, como sigue el tiempo, en su hoy que es siempre todavía…
En ese tiempo del juicio no hay prisa (la monotonía, el fluir del tiempo se repiensa como no prisa, “Todos callamos”); un poco evocamos ese otro no conocer la prisa de la buena gente del poema II: “He andado muchos caminos (…)”
Machado ha dibujado un espacio del juicio final en este poema misterioso y silencioso, que viene una y otra vez (parafraseando a Rubén Darío) cuyo secreto sigue siendo de él. De algún modo, el poema I es la matriz de otros muchos retratos, el pórtico de su poesía completa (y por eso lo vio Machado en el principio, y lo cruza como interlocutor de otros poemas: como el XXVII, de la sección “Del camino”, donde se habla del “Ultramar lejano” opuesto al sentido del camino que pretende seguir el poeta). Y este poema I es la matriz de otros juicios y retratos (con otros personajes, incluso) porque la conciencia es una red de conciencias, una dimensión intersubjetiva; incluso la propia es colmena. Como reflexiona Machado: El personaje puede ser interpretado por un actor u otro, incluso el personaje mismo por varios actores (apócrifos, o personalidades, pero siempre es el mismo: el hombre, el sujeto del juicio final).
4. Extraña que Machado a una edad aún joven (en su treintena) tuviera tan lúcida y madura conciencia de fin; obviamos el comentario sobre la madurez poética. Su amigo Juan Ramón Jiménez, el poeta de Arias tristes, lo veía ya en su juventud como un zombi, un “revenant”, un renacido, o, interpretamos nosotros: un viajero que recién llega, inesperadamente, con olor y traje viejos.
Machado persona sería un ser atormentado por el juicio de sí (psicológicamente, desde niño; quizá haya explicación psicoanalítica en la anécdota de la caña dulce que cuenta el propio poeta.) Esto nada explica. Un ser como muchos, lleno de inseguridades y certezas. Como poeta, dejó este su texto iniciático de madurez (el poema I), después de otros intentos en torno al motivo y símbolo de la fuente (algunos de cuyos poemas fueron descartados de la publicación en libro o eliminados de la primera edición de Soledades). Machado parece insatisfecho allí donde falta, en su retrato, un elemento de cordialidad y de personajes humanos.
FULGENCIO MARTÍNEZ
Máster en Filología Hispánica por la UNED
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