LEYENDO ALGUNOS POEMAS DE MAX
BLECHER
Por NATALIA
CARBAJOSA
I
El primer poema del volumen publicado por Hermida Editores Poesía
completa: Max Blecher en 2020, en edición bilingüe a cargo de Joaquín
Garrigós, y con el que daba comienzo el título Cuerpo transparente en
1934, dice así:
A modo de introducción
Palabras aves
con alas de sangre
Palabras volando
enloquecidas por las alcobas del corazón
Animales a veces
con transparencias de cielo
Ramos de mundos
astrales (cometas con cabeza danzarina)
Flores extrañas
perfumando el cerebro
Esbozando una
sonrisa o afirmando la alegría.
Apariciones y
desapariciones en la oscuridad de los días
O águilas
aleteando blancas sobre las montañas del sueño
Vitrinas lunares
con ángeles y sables
Con lobos, con
ciudades, con navíos, con cabellos de mujer
Palabras,
dibujos indescifrables de la escritura
Como mis manos,
como tus ojos cerrados.
Si, por el título y la posición que ocupa en el libro, el poema funciona
como una declaración de intenciones, estableciendo el modelo –las imágenes
surrealistas, la fantasía– que presidirá las páginas posteriores, la biografía
de Blecher le confiere, además, una significación añadida. La imagen de la
palabra poética como ave, esto es, mediadora entre los asuntos del cielo y la
tierra, paradigma del impulso ascensional del místico y el poeta, es bien
conocida en la literatura occidental, como ya demostró José Ángel Valente en su
ensayo Variaciones sobre el pájaro y la red.
Ahora bien: cuando la naturaleza volandera de la palabra poética se
convierte, literalmente, en el único movimiento posible, su ascensión queda
indefectiblemente matizada desde ese primer verso que todo lo tiñe: “con alas
de sangre”. El tono alegre del resto de la composición, confirmado en versos
tan explícitos como “esbozando una sonrisa o afirmando la alegría”; en imágenes
infantiles que nos recuerdan a las de otros poetas trágico-luminosos como
Maiakosvky o Lorca (“cometas con cabeza danzarina”, “vitrinas lunares”); en
juegos sensoriales (“flores extrañas perfumando el cerebro”); en visiones que
apuntan a una claridad o diafanidad de altura (“con transparencias de cielo”,
“águilas aleteando blancas sobre las montañas del suelo”); y en una conclusión
felizmente compartida, del “yo” poético al “tú” receptor (“como mis manos, como
tus ojos cerrados”)… todo ello, tan abrumadoramente hermoso, apenas si puede
borrar la “sangre” que amenaza con engullir tanta blancura, tanta
transparencia, tanto vuelo.
II
En este poema, la brevedad de las dos visiones paralelas recuerda, antes
que a otros poetas surrealistas, al cantor contemporáneo de la metafísica
mediterránea y en parte sucesor de Cavafis, Henrik Nordbrandt:
En la orilla
Esto es lo que
verás en el mar
Buques como
cabezas de ahogados con el cigarrillo aún en la boca
Soñando y
fumando navegan a Estambul
En la orilla
hombres como suicidas que se han librado de la muerte
Soñando y
fumando pasean al atardecer.
La palabra-consigna o palabra-llave del poema es, sin duda, Estambul,
que por su cualidad evocadora porta no sólo el aire del Mare Nostrum y el
comercio incesante –e intemporal– de su puerto, sino también toda la historia
antigua, todas las batallas y esfuerzos humanos perpetrados a su alrededor. En
torno a esa palabra, las imágenes de muerte (ahogados, suicidas) experimentan
una peculiar transformación, devolviendo, en la pirueta lingüística que va de
los buques a los hombres, una imagen meditativa que contiene en sí misma todos
los ecos de la eternidad: “Soñando y fumando pasean al atardecer”. Parece
difícil imaginar, en tan escasos versos y tan despojados de artificio, una
mayor condensación del existir universal en el decir.
III
También brevedad y paralelismos definen, en principio, el siguiente
poema:
Tus manos
Tus manos en el
piano como dos caballos
De cascos de
mármol
Tus manos en las
vértebras como dos caballos
De cascos
rosados
Tus manos en el
azul como dos pájaros
De alas de seda
Tus manos en mi
cabeza
Como dos piedras
en una sola tumba.
Afloran de nuevo el “yo” y el “tú”, así como el surrealismo de imágenes
que se solapan –las teclas del piano con el mármol– o
que adquieren la forma de caballos y pájaros. Preside algunas de estas imágenes
el color azul que también aparece en otros poemas, subrayando la sensación de
ligereza, el movimiento cambiante de las manos-caballo y las manos-pájaro sobre
teclas, vértebras y cabeza. Encarna toda la materialidad del amor la repetición
anafórica de “tus manos”, amplificada su resonancia, una vez más, si pensamos
en la inmovilidad a la que la enfermedad sometía el cuerpo de Blecher. En este
sentido, el desapego, la objetividad con la que él mismo se presenta como
sujeto amado al alcance de esas manos que se van posando como mariposas –“de
alas de seda” –, confiere al poema una perspectiva singular.
El último verso, con su palabra-llave final, cae a plomo como una
sentencia definitiva, eliminando toda posibilidad de ulterior movimiento. Una
vez más, la extrema economía de medios describe, con maestría y sin
autocompasión, la inexorable realidad.
IV
Este es probablemente el más imaginista de los poemas de la colección;
en la riqueza de sus imágenes, aun sin un propósito meramente estético, me ha
recordado al jardín marino (Sea Garden) de la poeta modernista
norteamericana H.D.:
Paseo marino
La sangre de los
mares circula roja por los corales
El corazón
profundo del agua retumba en mis oídos
Estoy en el
fondo del cielo de las olas
En los sótanos
de las aguas profundas
A la luz
asesinada del cristal fúnebre
Peces menudos
como juguetes de platino
Recorren mi pelo
que ondea
Peces grandes
como jaurías de perros
Sorben con
avidez las aguas. Estoy solo
Levanto el brazo
y compruebo su peso líquido
Pienso en una
rueda dentada, en una palmera
En vano intento
silbar
Es como si
atravesara la masa de una melancolía
Y como si
siempre hubiera sido así
A medias hermoso
y a medias triste
Aun a riesgo de repetirme, no puedo por menos que volver a señalar que,
si Max Blecher hubiera sido simplemente un poeta, incluso un gran poeta,
bastaría con encontrar en este poema imágenes similares a las del Poeta en
Nueva York de Lorca –“luz asesinada del cristal fúnebre”, “peces grandes
como jaurías de perros”–, o describirlo como un viaje por el subconsciente,
alentado o no por sustancias psicotrópicas, para subrayar su excelencia. Pero
resulta que, en este caso particular, el impedimento de tener que moverse como
desde el fondo del mar es real; los peces que han sustituido a los pájaros en
simétrica inversión –no en vano, el poeta está “en el fondo del cielo de las
olas” – son reales; el “peso líquido” y “la masa de una melancolía” son reales.
Por otra parte, la cascada de imágenes que se va desgranando en los
versos dista mucho de ser deliberadamente caótica e ininteligible, o de
responder a procedimientos de escritura automática. No sólo hay progresión
sensorial –oídos, pelo, brazo, intentar silbar–, sino que ésta viene remarcada
por una valoración aterradora de la situación: “estoy solo” a mitad del poema
y, sobre todo, en la conclusión formulada en los dos versos finales: “Y como si
siempre hubiera sido así / A medias hermoso y a medias triste”. La palabra más
perturbadora, no sólo en este poema sino acaso en el libro entero por la
relación que guarda con las que le rodean es, a mi entender, “hermoso”. Sin
duda hay muchas “palabras aves” en este libro, pero ninguna que, como la
alondra de Shelley, haya volado a tan inalcanzable altura, de tal manera que
sólo de su canto, no de su forma, tengamos noticia. “La belleza en la tristeza”
podría ser el adagio de una ética blecheriana. Rara vez se encuentran tantas
maravillas en tan pocas páginas.

NATALIA
CARBAJOSA (El Puerto de
Santa María, 1971). Vivió su infancia y adolescencia en Zamora, se doctoró en Filología
Inglesa en la Universidad de Salamanca, con una tesis sobre la comedia de
Shakespeare. Desde 1999 vive en Cartagena y enseña inglés en su Universidad.
Se ha especializado
en poesía angloamericana de mujeres del siglo XX; entre otras, ha publicado
ediciones de la obra de H.D., Kathleen Raine (en colaboración con Adolfo
Gómez-Tomé), Rae Armantrout, Emily Fragos, Lorine Niedecker (cuya edición fue
galardonada con el Premio de traducción AEDEAN en 2019),
Dorothea Tanning, Adrienne Rich y Joumana Haddad. Es también autora de cuentos
infantiles, traductora del inglés, y cotraductora, junto con Viorica Patea, de
la poesía de la rumana Ana Blandiana.
Como poeta ha
publicado los libros Pronóstico (2005), Desde una estrella
enana (2009), Tu suerte está en Ispahán (2012)
y Lugar (2019.)
Tiene un blog
sobre poesía y traducción en la revista Jotdown (http://www.jotdown.es/author/natalia/), y ha publicado ensayos sobre
diversos temas, entre ellos, la comedia de Shakespeare y la poesía de mujeres
de la generación Beat (en colaboración con Isabel Castelao-Gómez). Colabora con
reseñas y críticas en la revista El coloquio de los perros. Más
información en su web: http://nataliacarbajosa.es
REVISTA ÁGORA DIGITAL 9 PRIMAVERA 2021/ HOMENAJE A BLECHER. POESÍA COMPLETA.