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jueves, 11 de marzo de 2021

FORTUNATA Y JACINTA. POR JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO. ÁGORA 9 DIGITAL PRIMAVERA 2021. dossier GALDÓS, DETRÁS DE SU CENTENARIO. UN ESPEJO CON MEMORIA



FORTUNATA Y JACINTA

 

 

 JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO

 

 

Fortunata y Jacinta quizá sea el libro más completo de don Benito Pérez Galdós. La situación política y económica, los prestamistas, la bolsa, el proletariado, la burguesía, la enseñanza, la moral, la santidad, la hipocresía, las múltiples hablas que coinciden en la capital, cocinas, salones, dormitorios, calles, cafés y tertulias, consumismo, cesantes, la miseria, la música, todo aquello que constituye el estar y el ser de una población, que representa un país, aparece en este libro. Espacio en el que reconocemos las contradicciones en las que se fundamenta. Si don Quijote y Sancho conforman la idiosincrasia española, Fortunata y Jacinta a su modo en femenino constituyen esa diferencia en la que encontramos el ideal y el pragmatismo, el bien y el mal, el odio y la caridad, la vida y la muerte.  En esta obra reconocemos la literatura española, descubrimos a Lope, la Celestina, el libro de Buen Amor, los Cuentos de don Juan Manuel, Calderón, Cadalso, Larra y la picaresca. 

 

 Cuando Galdós está escribiendo Fortunata y Jacinta, publicada en 1886 y 1887, vive en la plaza de Colón, desde sus balcones ve la construcción del Arqueológico y la Biblioteca Nacional, también el monumento a Colón, inaugurado en 1892; disfruta de Recoletos, el paseo provinciano. Basta una mirada para tener presente el principio y el fin. Va a contemplar lo que ha leído, lo que ha escrito e intuir lo que vendrá. A través del comercio se presenta la historia de España, aparecen los restos del Imperio.

Hay un artículo de Clarín titulado Benito Pérez Galdós, que da cuenta de la escasísima información que se tiene de su vida, dice así:

Uno de los datos biográficos de más sustancia que he podido sonsacarle a Pérez Galdós es que él, tan amigo de contar historias, no quiere contar la suya.

Este es su primer encuentro, ocurre en el Ateneo, contagiado por el mismo humor cervantino que encontramos en don Benito:

Vi ante mí un hombre alto, moreno, de fisonomía nada vulgar[……] La frente de Galdós  habla de genio y de pasiones, por lo menos imaginadas, tal vez contenidas: los ojos algo plegados los párpados, son penetrantes y tienen una singular expresión de ternura apasionada y reposada que se mezcla con un acento de malicia, la cual, mirando mejor, se ve que es inocente, malicia de artista. No viste mal ni bien. Viste como deben hacerlo todas las personas formales para ocultar el desnudo, que ya no es arte de la época. No habla mucho, y se ve luego que prefiere oír, pero guiando a su modo por preguntas, la conversación.

 


Galdós vela su intimidad para desvelar a los otros, ellos son su descubrimiento. La auténtica dimensión española se nos da en lo real. Descubrir la realidad es la empresa que se propone y lo hará a través de la sociedad, clase media, la sustancia de su novela. Una clase media que a veces desciende a los infiernos de la miseria.

Tiene Galdós la facilidad de convertir en vecino y familiar lo que toca. Así las cosas, ¿cómo dar con la realidad?, de modo que, quien lea, diga yo he pasado por allí, he oído esas voces, conozco a ese tipo, vi a aquella señora mientras cruzaba la calle y, puedo asegurar que, la gracia con la que anda no es para ser descrita.

Veamos cómo es posible. Si pensamos en la fotografía, los retratos de la época parece que penetran y muestran los caracteres del alma, pero son estáticos, tienen algo de afectados, como de estudio. Por otra parte, todos se parecen tanto que sólo pueden ser quienes fueron en un tiempo concreto. La novela siempre está a la espalda del fotógrafo. El laberinto que conduce a la habitación de Estupiñá, en cuya base Juanito descubre a Fortunata tiene un alcance moral. La cocina, la contabilidad, el consumo, lo positivo y racional frente a la supervivencia, el instinto, lo ingenuo. La muerte de Mauricia la Dura con la expectativa ante el Viático, propone su visión bajo el título naturalismo espiritual, donde se dan tanto la realidad como el esperpento. 

La realidad no es fruto de crecimiento espontáneo que, una vez cosechado, se aliña por el novelista y puede ser saboreado en la lectura; por el contrario exige una elaboración cuidadosa, hay que buscarla no en lo que se nos ofrece a primera vista, sino siempre debajo, permanece oculta, pues la apariencia confunde. La realidad es lo profundo, de este modo convierte lo cotidiano en episodio nacional.

¿Y, cómo si parece que Galdós ha adquirido todos sus personajes en unos grandes almacenes, puede alcanzar esa realidad?  Porque es cierto que proceden de su observación. El novelista dibuja, toma apuntes, es acuarelista, ha sido director de El Debate, 71-73, periódico amadeista; después trabajará para La Prensa, un gran diario argentino, siempre atento a la calle, a las casas y a su interior, pues los tipos que presenta no sólo parecen, sino que son, así lo que ve se transforma en visión, de este modo nos aproxima al misterio de la realidad.

La realidad que persigue Galdós es de orden moral, sus visiones tratan de dar sentido a las vidas y para ello las presenta desde su inseguridad, en la interinidad crece lo que tienen de diferentes, se salvan de la masa porque sufren, el dolor es personal, su identidad no ofrece dudas. Así desde sus contradicciones se ven arrojados a la existencia, de este modo primario viven la libertad.

La venganza de Fortunata rebasa la mera rabia y trasciende la causa, alcanza calidad trágica:

-¿Y de quién te vengas así, criatura?

-Pues de Dios, de…, de qué se yo…; no me preguntes, porque para explicártelo tendría que ser sabia como tú, y yo no sé ni jota… (OO. CC. Vol. V, pág. 280)  

 

 El que puede ser más libre, Juanito Santa Cruz, don Juan de la época, desde su moral acomodaticia, desde su versatilidad, la plenitud y hastío con que vive lo convierten en un desdibujado fantasma, objeto del deseo de todos, personaje teatral, quizá porque maneja con más facilidad las palabras y las convierte en justificaciones para sus veleidades, carece de sentido trágico. Se trata de un hijo único, mimado por los padres, eterno adolescente, hábil orador doméstico. Los hombres de Galdós son infinitamente inferiores a las mujeres. Leamos lo que a propósito de su historia con Fortunata dice a Jacinta, casi al final del viaje de novios:

En casos de moral, lo recto y lo torcido son según donde se mire. No había, pues, más remedio que hacer lo que hice y salvarme…Caiga el que caiga. El mundo es así (64)

 

De un pragmatismo rotundo, conservador. Conviene recordar para completar su perfil, esta reflexión que sobre el sentido de la paternidad española hace el narrador:

Don Baldomero no había podido sustraerse a esa preocupación tan española de que los padres trabajen para que los hijos descansen y gocen. Recreábase aquel buen señor en la ociosidad de su hijo como un artesano se recrea en su obra, y más la admira cuando más doloridas y fatigadas se le quedan las manos con lo que ha hecho.  (85)

 

Las novelas del XIX tienen nombres de personas, recordemos: Ana Karenina, La Regenta, Madame Bovary, Mi primo Basilio, Gloria, Marianela, La familia de León Roch, Tristana, Ángel Guerra. La novela y la vida son paralelas, de este modo para vivir necesitan ser narrados. A modo de prólogo, en las primeras páginas, tras el encuentro entre Fortunata y el Delfín, dice:

porque si Juanito Santa Cruz no hubiese hecho aquella visita, esta historia no se habría escrito, se hubiese escrito otra, eso sí, porque por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela; pero esta no. (40)

 

Del 84 al 87 trabaja Galdós en Fortunata y Jacinta, relato que comprende apenas del 70 al 76, tiempo cargado de tensiones, tanteos políticos, República, carlistas, cantonalismo, algaradas que, con la Restauración darán al país un largo periodo tranquilo y próspero. Circunstancia que hace coincidir con la muerte de la perturbadora Fortunata. Tras su pelea con la nueva amante de Juanito y la cesión del hijo a Jacinta es el momento en que suponemos que la familia burguesa recupera su anodina existencia.

A Galdós lo encontraremos en la calle, a la intemperie, expuesto a la palabra de la plaza, en la tertulia:

más sabe el que vive sin querer saber que el que quiere saber sin vivir, o sea aprendiendo en los libros y en las aulas. Vivir es relacionarse, gozar y padecer, desear, aborrecer y amar. la lectura es vida artificial y prestada. (16)

 

En Memorias de un desmemoriado, habla de esta novela con el distanciamiento del que estima que lo importante es la obra acabada, y no el proceso que se ha seguido en su composición, deja claramente expuesta la simbiosis entre la vida y lo imaginario:

En la Plaza Mayor pasaba buenos ratos charlando con el tendero José Luengo, a quien yo había bautizado con el nombre de Estupiñá. Ved aquí un tipo fielmente tomado de la realidad…El viaje de boda de Juanito Santa Cruz y su regreso a Madrid, así como la intriga del bárbaro Izquierdo, traficante de niños, hechos son imaginarios, aunque parezcan reales. Lo verdaderamente auténtico y real es la figura de la santa Guillermina Pacheco. Tan solo me ha tomado la licencia de variar el nombre ( OO.CC. VI, 1879)

 

Hay quien coloca el marco antes que el cuadro. No ocurre esto con Galdós, no le preocupa la genialidad, no quiere sorprender, persigue la exactitud, la actualidad es un caos, las obras de Galdós están saturadas de presencias que aturden, al lector le basta con vagabundear, ese callejeo que, como la tertulia, no soluciona nada, pero actúa como un calmante. Sin embargo, acaba convirtiendo el presente en laberinto, y de un laberinto se sale.

A veces encontramos esa locura tolerable, marginal y bohemia que habita en toda ciudad española y que proporciona a la novela un tinte surrealista. El amor y la caridad van a ser aquí los hilos que permitan la salida, unas veces doña Guillermina, mística activa, fundadora,  otras el amor de Fortunata o la locura de Maximiliano, los delirios alcohólicos y los sueños surrealistas de Mauricia, todos conducen, primero a vencer la angustia del vivir, después, una vez formulado el mundo, cuando se ha entendido para bien o para mal el papel que se ha de jugar, se lanzan a la acción. Fortunata es la desafortunada, la constantemente vencida como don Quijote. Nada le sale bien, sin embargo es madre y enamorada.  Dice Fortunata:

Todo va al revés para mí...Dios no me hace caso, cuidado que se me pone las cosas mal…El hombre que quise, ¿por qué no era un triste albañil? Pues no; había de ser un señorito…(276)

 

La lengua española, desnuda como ninguna otra, puede por tanto dar santos y también diablos. El exabrupto es la pieza fundamental, en él está instalado el pueblo, que en la novela representa Mauricia la Dura, de ahí esa simpatía, mejor fascinación con que atrae a Fortunata, Fortunata es la víctima propiciatoria. Condenada a ser yerma por las instituciones, es la única capaz de parir, alumbrar, me gusta más, un hijo; o dicho de otro modo un futuro. Vive la maternidad como un triunfo sobre Jacinta, la esposa estéril.

 

María Zambrano, en España, sueño y verdad, ha dicho de Fortunata que tiene:

Hambre de maternidad que acabará devorándola. Para ella “su hombre”, en realidad no es sino el hombre padre de sus hijos. Adán de esta Eva furiosa. Hambre de maternidad propia de la mujer de quien depende la continuidad de la creación: sangre inocente apenas oscurecida por la mancha del pecado original; clara sangre que pide perpetuarse…Fortunata, al morir exclama: ”Me voy en sangre”. Y no se sabe si es queja o el canto de gloria de su destino cumplido. Tenía que irse en sangre la que era sangre de todo el pueblo. (87)

 

Nacimiento y muerte son referentes fundamentales en toda colectividad, como nos llevan al principio de nuestro ser, por un momento desaparecen las diferencias donde vivimos por convencionalismo. Nacimiento y muerte son los lugares donde se encuentran de tú a tú Fortunata y Jacinta.

Hay una visión crítica, liberal, anticlerical a propósito del respeto y miedo que produce en el pueblo ignorante el clero conservador:

…y había hecho inmensos daños en la Humanidad arrastrando a doncellas incautas a la soledad de un convento, tramando casamientos entre personas que no se querían y desgobernando en fin la máquina admirable de las pasiones. (216)

 

Decir que las novelas de Galdós tienen un alcance simbólico, que los personajes son a su modo una metáfora de España y que la suerte de Fortunata y Jacinta es la suerte de España, sería molestar a don Benito.  Si nos oyera, pondría a un lado el mazo de cuartillas y fijando sus ojos en nosotros, diría:

-Pero acaso creen ustedes que estoy haciendo ciencia. La novela es para mí, hoy, el espacio donde se gestan los mitos, ¿tiene significado un mito? Pues claro, siempre múltiple. Un mito nunca agota sus interpretaciones, porque ha sido creado para eso, el mito es como la granada, donde cada pieza siempre es idéntica a sí misma y siempre es otra. Se trata de una hipótesis que ha sido desnudada de todos sus datos, de modo que por naturaleza se ha hecho universal.

Permítame, don Benito, una pregunta que corresponde más al comportamiento de un país, no me refiero sólo a esta obra. ¿En qué medida pueden afectar sus obras a los jóvenes del XXI?

Mis novelas son maneras de ver. En aquellos años los escritores nos esforzábamos en mostrar una realidad que no nos entusiasmaba, mezquina, arruinada moralmente, pero que confiábamos sería mejorable. En mis novelas recojo a personajes que tienen fe en otro futuro, algunos son como profetas que parecen recién salidos de este desierto, otros tendrán un carácter fundacional. Esta es la esperanza que subyace en toda mi obra. Esto es lo que hay, alguien tiene que entenderlo y superarlo y, por supuesto, no es imposible, aunque, hay que decirlo, es tarea de todos.  Los jóvenes hoy están en las series, en las imágenes, y estas, pueden estar vacías o estar llenas, eso lo sabremos después. Los tiempos eran malos, pero había buena gente. Uno no dice siempre lo que quisiera decir, es el lector quien ha de completarlo. Como dice don Baldomero, padre de Juanito Santa Cruz: Lo único que sabemos es que nuestro país padece alternativas o fiebres intermitentes de revolución y paz.(310)

Y ya que es don Benito quien habla, le preguntamos:

-Según eso, ¿qué piensa sobre el significado de Fortunata y Jacinta?

-Que ellas dos son la vida misma, y que como tal pueden ser todo aquello que cabe en un proyecto, por tanto entre otras cosas, pueden ser símbolos. Lo que no hace que la novela sea más, por el contrario podría empequeñecerla. Fíjense, en ese Madrid hay un personaje de nombre calderoniano, Segismundo, que cree que Fortunata es un ángel, ángel disfrazado, lo que quiere decir que es portador de un mensaje. Podríamos tratar sobre lo que dice ese mensaje, algo declaro, pero como me refiero al futuro no puedo formularlo con claridad, así digo:

…se me metió en la cabeza la idea de  que era un ángel, sí ángel disfrazado, como si dijésemos, vestido  de máscara para espantar a los tontos. (545)

¿Pero qué dice ese ángel?

Y, como don Benito, ya en conversación con Miguel de Cervantesse ha ido alejando, casi han desaparecido de nuestra vista; me veo obligado a suplirlo y digo: El ángel es el símbolo de España, donde el pueblo, la fuerza irracional, el sentimiento en suma, se contraponen al decir conveniente, interesado, al estar sujeto a normas, porque lo importante es continuar la vida, y vivir conscientes, aunque para eso hayan de pasar las de Caín, caer en la miseria, vivir en perpetuo desasosiego. Recordad las palabras que doña Guillermina dirige a Fortunata: …como la cantera contiene el mármol, materia de la forma. El pueblo posee las verdades, grandes y en bloque, y a él acude la civilización conforme se le van gastando las menudas de que vive. (407)  El misterio de la realidad española es vivir desviviéndose.  


 

 

José Luis Martínez Valero es catedrático emérito de Literatura, ha publicado Sintaxis (La fea burguesía ediciones), un diario novelado donde junta ensayo, poesía, memorias de infancia y juventud e impresiones de la ciudad. Es autor de una larga serie de títulos tanto en verso como en prosa, siempre reinterpretando y acercando los géneros literarios (del ensayo, la epístola, la poesía y el cuento, entre otros). Ha publicado La isla (ed. El bardo), La espalda del fotógrafo (Editora Regional de Murcia), Poemas (Editora Regional), La Puerta Falsa, Puerto de sombra (Ed. La fea burguesía), Libro abierto (La sierpe y el laúd ed), Plaza de Belluga, Daniel en Auderghem (Diego Marín ed) y Merced 22.

 

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