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sábado, 25 de marzo de 2023

Antonio Machado, visto por Sorolla. Artículo literario de Fulgencio Martínez. Avance de Ágora-Papeles de Arte Gramático / Estudios de poesía española / Marzo 2023

 


ANTONIO MACHADO, VISTO POR SOROLLA

 

Joaquín Sorolla hizo un retrato de Antonio Machado (óleo sobre lienzo de 108 cm de altura), que se encuentra en Nueva York, en la Hispanic Society of America. Lo realizó el pintor valenciano en 1918, el mismo año en que nuestro poeta se licencia en Filosofía y Letras por la Universidad Central de Madrid (el cuadro tiene cierto aire académico, como de orla), dos años después de la muerte de Rubén Darío, y cuando la Primera Guerra Mundial tocaba a su fin pero comenzaba a extenderse por el mundo la epidemia de gripe llamada “española”. Se desconoce con exactitud la tasa de mortalidad de esta gripe pandémica, que se desarrolló entre 1918-1920; se cree que el virus mató al menos a un 10 por ciento de la población mundial. Su tasa de morbilidad (número de personas que sufrieron la enfermedad) se cifra entre la mitad y dos tercios de la humanidad de aquellos años. Desaparecieron pueblos enteros en sitios relativamente aislados, adonde llegó el virus. En España hubo 200. 000 muertes, y ya en mayo de 1918 ocho millones de afectados.

Durante ese año el poeta vive en Baeza y viaja en contadas ocasiones, entre ellas, a Madrid.

El cuadro lo debió pintar Sorolla en una de esas estancias de Machado en la capital de España. Vemos en él a un hombre seguro de sí, en apariencia al menos (no es el Machado de otros retratos melancólicos). Un hombre que destila modernidad, que incluso sonríe y se lleva la mano dentro del pecho, como si fuera a sacar de ahí algo…

La mano izquierda descansa lánguidamente, aristocráticamente y juegan sus dedos con el mullido respaldo del sillón. Es una mano bella, dedos largos, ni finos ni gruesos. La mano que esconde dentro del pecho es la diestra. Si nos fijamos de nuevo, parece que va a la izquierda, al lado del corazón. ¿Será eso -el corazón-  lo que busca la mano, lo que  está a punto de sacar?

Reparamos en que Sorolla ha pintado al poeta vestido a lo elegante. Nada nos recuerda al propietario del eterno viejo gabán. Es un retrato de un prócer pulcro, o de un alcalde, de un rector, de un académico. Le da vida la expresión de la cara, sonriente, un poco pícara (no tímida) como riendo para el mismo pintor (no para nosotros), como tomándose a broma toda esa pose un poco estereotipada. Tal vez como de poeta insigne, la imagen que gustaría en Nueva York de un poeta español moderno. Y menos mal, porque en la Avenida Broadway el señor Archer Milton Huntington, filántropo, hispanista, coleccionista de arte, hijo de un millonario fundador de una compañía de ferrocarriles, es también algo poeta y comprende a ambos: el poeta de la bohemia y el del dandismo; no entendería, me temo, a un tipo vestido con un gris abrigo de paño simplemente para taparse del frío, un tipo así de vulgar que además escribiera versos y fuera una de las celebridades españolas del momento.

Volviendo al retrato: frente, desnuda; nariz, bien plantada; boca que se apresta a una pequeña sonrisa, aunque el labio inferior se evade; pómulo en tensión, ojos entornados y concentrados, penetrantes.

En 1918 no estaba mal la representación de la salud del país, de quien era un gran poeta, de la imagen de una nación moderna y de una cultura que era capaz de todo eso y de conservar sus tradiciones. En Manhattan sabrían apreciarlo. Basta de la versión de la España negra, vendida en París. Nueva York es otra cosa, otro mundo, otro mercado. Juan Ramón Jiménez. Sorolla, ¡y ahora, Machado!


Mil veces preferible ese Machado pintado por Sorolla (aunque no sea el Machado entrañable que queremos tanto); mil veces preferible a ese otro Machado que hoy espera en la cola para ser “documentado” como el cantor de los vencidos (Ya lo ha hecho con otro poeta la Televisión pública española en un documental de 2022, titulado “José Hierro: el poeta de los vencidos”). ¿Por qué no servirse de Antonio Machado para santo y seña de los vencidos económicos, sociales, y llevarlo a los pobres con nuestras buenas intenciones y con los mejores medios?  Y a aquellos que no saben tampoco el día en que viven, ni les importa (pues deben trabajan como todos los días, si tienen trabajo), decirles que estamos en el 36, que a la sazón hay una división de España en dos bloques (aunque hay muchas más españas, con minúscula); y se olviden de que en el otro 36 (debió ser de otro siglo), además de los dos Españas cainitas, hubo otras Españas que no estaban ni a izquierda ni a derecha, y que sufrieron los odios y la guerra. Que no sepan que los vencidos fueron los españoles que sufrieron a cóncavos y a convexos, que diría Unamuno. En todo caso, ese pasado se superó, afortunadamente. Pero hemos de sacar de la hornacina al poeta de vez en cuando para que no se duerman los vencidos. “Recordemos, acerquemos otra vez aquellas horas a nuestro corazón…”.

 

Fulgencio Martínez

 

         REVISTA ÁGORA DIGITAL / ARTÍCULOS LITERARIOS / MARZO 2O23


viernes, 16 de septiembre de 2022

El escritor Javier Marías. Artículo de José Luis Martínez Valero. Ágora-Papeles de Arte Gramático / septiembre 2022/ Artículos literarios


                                               Javier Marías. Fuente: www.jotdown.es. Fotografía de Gonzalo Merat

 

 

    EL ESCRITOR JAVIER MARÍAS

 

                        

                                                                                                         Por José Luis Martínez Valero 

 

 

La pasada semana murió Javier Marías, setenta años, hijo de Julián Marías y Dolores Franco, ambos intelectuales, filósofo su padre; filóloga e investigadora de nuestra historia literaria, su madre. Comentaba Javier que quien escribe dice y no dice, ¿significa que el arte de escribir es el arte de callar, ocultar, algo secreto?

El escritor nos pone en contacto con lo escondido, aquello que no ven nuestros ojos, que no tocamos con las manos, aunque su presencia se haga realidad, porque de repente aparece en el curso de la escritura. Por tanto, puede que escribir se haga para hacer visibles zonas que aún permanecen en sombra.

Quien escribe no dice por decir, su hablar se convierte en fábula, una peculiar manera que conduce a ver, amplía la realidad y la hace legible. El escritor orienta, descubre puertas, que aguardaban como sobres cerrados, como botellas con mensajes borrosos que encontramos entre las piedras de las playas.

El escritor, cuando escribe pone orden en el caos de la prisa. Atribuye a un personaje cierto protagonismo que lo convierte en depósito del ser que hubiésemos pretendido, compone un modelo donde protagonista y realidad forman parte del mundo. De ahí que la lectura altere el sueño despierto en el que vivimos, por un instante nos aleja de la banda sonora, monótona del tiempo, luego se instala entre palabras cotidianas y rompe el papel que envuelve al día. 

Hemos dicho que el escritor dice y calla. ¿Qué es lo que calla? En algunos momentos está claro, en periodos de Dictadura, se calla para hacer presente la ausencia. Corresponde al lector completar ese vacío que ha sido previamente anotado como que no debe ser nombrada. Hay otro decir, otro silencio, cuya existencia descubrimos en el propio discurso, cuando la palabra como una piragua transcurre sobre la superficie de la página, permite ver el fondo, donde escritor y lector perciben esos mensajes misteriosos que apuntan los peces.

Ahora, Javier Marías, desde el otro silencio, nos sigue acompañando entre sus libros.

   

 

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO es catedrático emérito de Literatura, en 2022 ha publicado Otoño en Babel. (Ed. La fea burguesía). 

Ha publicado también, entre otros libros: en prosa, Sintaxis (La fea burguesía) y en poesía:  La isla (ed. El bardo), La espalda del fotógrafo (Editora Regional de Murcia), Poemas (Editora Regional), La Puerta Falsa, Puerto de sombra (Ed. La fea burguesía), Libro abierto (La sierpe y el laúd).

sábado, 16 de mayo de 2020

La voz autobiográfica de Dionisia García. Por Enrique Gambín López. Ágora-Papeles de Arte Gramático. Revista Ágora digital/mayo 2020/Artículos literarios.



LA VOZ AUTOBIOGRÁFICA DE DIONISIA GARCÍA


                         Por Enrique Gambín López



Dionisia García es una de las voces poéticas más preciadas del levante español. Nació en la provincia de Albacete, se trasladó a Murcia para estudiar la Licenciatura de Filología Románica, y, más tarde, en 1970, decide instalarse de forma permanente en Murcia y publica su primera obra El vaho de los espejos, en aquellos entonces tenía 47 años. Anteriormente, había ido escribiendo poemas y relatos que habían permanecido ocultos, pues la autora no había sentido la necesidad de que vieran la luz, hasta que, finalmente, decidió que su primer libro estaba lo suficientemente maduro como para ser mostrado. 

A partir de esa opera prima, se sucedieron sus poemarios entre los que podemos citar Interludio, Diario abierto o El engaño de los días. Aunque Dionisia sea fundamentalmente conocida por su obra poética, no cabe desdeñar su producción ensayística, entre la que está su obra Larga vida, que analiza la trayectoria poética de Emma Egea; ni su obra narrativa de la que podemos citar el libro de relatos Antiguo y mate o Correo interior. 

En este caso, analizamos la obra en la que puede atisbarse su voz autobiográfica. De un lado, pondremos el enfoque en algunos poemas. A través de una comunicación personal con la autora ha sido invitada a transmitir el enfoque vital y autobiográfico que hay impreso en ellos. 

Respecto a uno de los poemas más célebres de Dionisia García, "Habrá lilas", la autora nos indica que plasmó "las lilas como flor preferida, desde que las descubrí en la infancia". Por otra parte, en "Shakespeare no tuvo bicicleta", la autora nos indica que lo escribió tras un viaje a Inglaterra, "tierra que el gran escritor pisó". 

Otro de los poemas es especialmente revelador acerca de un momento trágico de la vida de Dionisia, que la marcó profundamente, "Fluía el pensamiento mensajero" de Voz perpetua: "Surgió este poema entre lágrimas por la muerte de mi padre. Contiene toda la emoción posible, un sentimiento hondo y algunos hallazgos. Quizás también algún defecto por la inmediatez, salvable tal vez por la belleza emocionada". 


En su narrativa, abundamos en su obra Correo interior, especialmente destacable en su trayectoria por la dificultad que entraña su asignación a un género determinado. Si hacemos una simplificación podríamos considerarlo como una autobiografía novelada, pero también tiene pasajes que por su carácter lírico nos sugieren, que la realidad ha sido transformada; transfigurada por la memoria de la autora, y su estilo. 



La protagonista de la obra es Alejandra. Es curioso detenernos en el nombre, pues tanto Alejandra como Dionisia son antropónimos procedentes etimológicamente de la lengua griega; puede que no sea casualidad que Dionisia lo haya escogido para denominar a su «alter ego» literario. A pesar de que se ve con claridad cual es la protagonista del libro, la narradora cede continuamente su protagonismo a las historias, personajes y lugares que se van sucediendo. Dionisia es fiel a lo que un verdadero poeta hace, que es vaciarse de sí, de su 'ego', para colmarse del mundo que la rodea. Aunque no estamos ante un poemario, es conveniente, a mi juicio, tener en cuenta esto último, pues no debemos olvidar que el conocer que este libro es una autobiografía novelada de una poetisa, aun cuando hayamos leído el prólogo, después de la lectura de la obra, otorga un nuevo sentido a todo, lo reviste de un aura especial, presente en toda la producción de esta autora, y no es otra que la poesía, omnipresente en su vida y en su trayectoria artística.

Alejandra es una niña inquieta, residente de un pequeño pueblo llamado Alendero. Todas las situaciones que aparecen en el libro están impregnadas de vida y novedad, están en cierta manera desautomatizadas; conforman un rosario de escenas pertenecientes al devenir ordinario de un pueblo, engarzadas por la sensibilidad de una poetisa que se hace niña una vez más en el libro, para mostrar de una forma totalmente renovada diferentes pasajes de su infancia. No obstante, estamos en la frontera entre realidad y ficción, pues no se aclara cuáles son pertenecientes a la biografía de Dionisia y cuáles proceden de su imaginación. Todas ellas están mostradas con un lenguaje bello y depurado, que permanece durante toda la obra. 

Debemos detenernos en al lugar que enmarca la historia: Alendero. Se corresponde geográficamente con Fuente Álamo de Albacete, que la ciudad natal de Dionisia. Sus calles son los escenarios donde se suceden las distintas situaciones que componen el libro. 

Como hemos destacado, el libro es una colección de estampas y paisajes, diferentes decorados en los que la autora invita al lector a detenerse, a adoptar una actitud contemplativa ante la belleza de lo cotidiano, del gesto más pequeño y aparentemente insignificante que encierra un momento determinado de una vida lejos de lo extraordinario, pero que deja entrever lo singular que puede ser esta desde el asombro de una niña. 

«Alejandra continuó su peregrinar por la casa. Entró en el dormitorio de su padre con intención de abrir el armario de luna. Tras no pocas dificultades, su rostro resplandeció al conseguirlo. Alargó la mano hasta coger la caja blanca rosada que contenía chocolates.» En este fragmento contemplamos una escena perfectamente reconocible en la vida de cualquier niña; el ansia por encontrar una vianda para saciar su hambre. Pero es sublimada con el lirismo de Dionisia, quizá esto se vea con una mayor nitidez en esta otra escena, que describe una tradición de los pueblos:


« Los cerdos, cual reos, eran separados de sus compañeros de pocilga. No sabemos si el instinto alerta a los animales en la premuerte, o salen confiados del encierro ante la mirada expectante de sus sacrificadores, dos hombres con agresividad suficiente para subirlos al "patíbulo": la mesa. Uno de ellos, el matachín, clavaba su cuchillo en el cuello de la víctima. El animal emitía sonidos guturales que poco a poco cesaban.»




La escena descrita podría ser considerada incluso desagradable para las miradas más sensibles; pero es perfectamente natural para todo aquel cuya residencia esté o haya estado en un pueblo. No obstante, la narradora la transforma y la compara con la ejecución de un prisionero, que espera como en el poema «Garrote vil» de Valle Inclán, su terrible destino final, para servir de alimento a los humanos. A pesar de que no escatima los detalles más cruentos, sí los relata de una forma épica, alejada de todo punto de lo ordinario. Quizá una crítica que podríamos realizar al estilo en el que está escrito este libro es lo más vulgar es mostrado desde la sencillez y sin renunciar a un lenguaje bello y depurado; sin que haya espacio alguno para la procacidad que se puede encontrar en un ambiente rural, pero precisamente ahí es donde reside la originalidad del libro, en mostrar lo cotidiano como épico e irrepetible. 

A medida que la narración avanza van siendo descritos los diferentes oficios de los habitantes de Alendero. La mayoría de la población se dedica al sector primario, es decir, la agricultura. El trabajo del campo es descrito con los términos precisos como «arado» y «vertedera». Otros paisanos se dedican a la ganadería y al pastoreo, los hay que trabajan en comercios. «En la tienda de su padre, Alejandra descubrió el arte del oficio. Entre otras novedades observó el trasiego del aceite, asombrada de ver como se transvasaba desde un bidón de hierro a otros recipientes (…) Alejandra veía la operación casi mágica, porque ni una sola gota se vertía». 

Los oficios del pueblo se describen, una vez más, desde el filtro de la inocencia y la curiosidad, como algo totalmente nuevo y ajeno y sorprendente. Dimas es el siguiente comerciante que se describe, el entrañable vendedor de harina de ojos enrojecidos, semblante triste, probablemente producto del contacto de las retinas oculares con la harina; su afición por el tabaco le sirve a la autora para introducir el ritual de los fumadores, cuya preparación requería pertrecharse de «mecha y pedernal, librete y picadura». Así pues, este rito, no demasiado agradable para Alejandra, es aprovechado, a su vez para evocar el momento en que Abuela Teresa estuvo a punto de arder por completo al entrar en contacto la tela de su falda con el fuego de la lumbre, la intranquilidad de la niña al ver el accidente de doméstico, se contrapuso a la actitud calmada de Teresa, que consiguió salir prácticamente indemne, tras envolverse en una manta; la prenda de colores que estaba tendiendo también se salvó.   

Continuando con el tema de los oficios, también se nos habla de Tomás, herrero de profesión, cuya labor admira a Alejandra hasta el punto de plantearse si en un futuro podrá desempeñarla, a lo que recibe la contestación negativa, confirmada después por su abuela, al tratarse de un oficio tradicionalmente considerado como «de hombres».  A lo que la niña responde contrariada. 

Abuela Teresa es un personaje clave en esta obra, es la "matriarca", la mujer que puede «con todo, hasta los fantasmas del lavadero», con los que según ella había de enfrentarse, consiguiendo siempre ahuyentarlos. El magisterio doméstico de Teresa tiene importancia para Alejandra, así como sus enseñanzas sobre la naturaleza y su carácter sentencioso, transmisor de la tradición y el saber popular. 

Es de importancia aludir a las distintas historias que se van relatando. Abuela Teresa «tantas como habitantes» tiene Alendero. Una de ellas es historia de doña Sofía Delgado, cuyo patronímico contradecía su obesidad, que fue mancillada y murió a los pocos días; «Alendero no dejaba de nutrirse de sus historias». 

Alejandra descubre el misterio de la muerte en su infancia. Como en todo pueblo rural, el fallecimiento es acompañado de distintos rituales; de despedidas más o menos sinceras; de lágrimas, incienso, religiosidad y desasosiego. El destino irrevocable de la defunción se muestra ante la niña, tanto en las personas que ve morir, como en los distintos animales, que, para su tristeza dejan este mundo, tras la agonía correspondiente. Alejandra reacciona con turbación e intrigada ante esta realidad que de forma prematura ha tenido que conocer. 

Más adelante, se podrá ver la concepción de Abuela Teresa de que el dolor ha de ser vivido en secreto, sin los plañidos y llantos habituales en los pueblos, sobre todo en los velatorios. Si bien los mismos sirven de acompañamiento del finado y atenuaban la soledad del doliente que esté junto a él; se nos da el ejemplo de los hermanos Tejedor, llorado el primero por su hermana y fallecida esta última en total soledad, quedando su presencia para siempre en el pueblo y manifestándose a través de las notas musicales de un vals. 

La religión impera en Alendero y marca la vida de sus habitantes. «Silenciosas las horas del domingo: sólo el toque de las campanas en su llamada Misa Mayor, o el solemne sonido del bronce, en otras horas, anunciador de penas o alegría de bautizados». La iglesia es el corazón del pueblo, donde se recibe a los nuevos habitantes y donde se les da el último adiós. También vemos cómo sirve de refugio, en tiempo de tormentas, cuando el sacerdote las conjura, para implorar el auxilio divino y que las cosechas y el pueblo no se vea dañado por el temporal.  Ello no quiere decir de que el pueblo solo se base en la piedad popular y en el ambiente clerical; pero no se ha de olvidar que el antiguo reloj de bronce del templo marca sus vidas. También hay quienes escapan a la vida eclesial, pues, por ejemplo, Abuelo Andrés no suele cruzar el umbral del templo, si no era con motivo de algunas exequias y Abuela Alejandra vive su religiosidad al margen de la Iglesia, con culto devoto y doméstico a santa Ana en su pequeña casa del huerto, que para Alejandra estaba revestida de un cierto halo misterioso. 

El frío es una de las sensaciones que marca de una manera más intensa a Alejandra. El paisaje nevado y gélido impide que las continúen en Alendero las labores y quehaceres habituales del campo. Por «su corta edad y frágil cuerpo» Alejandra contempla desde el cristal de su ventana los juegos de una pandilla, en la que es incapaz de integrarse. El frío vuelve a traer consigo la visita de la muerte, esta vez en la persona de Magdalena una mujer brutalmente maltratada por su esposo y enferma de tisis, cuyo cortejo fúnebre ha de hacer frente a las dificultades para transitar por los caminos escarpados e interrumpe el juego infantil de Alejandra y otros niños; todo se llena de silencio ante este desfile. La niña, una vez más, busca consuelo en el regazo de su abuela

 Aunque a que Alendero tiene su "universo" propio, no es totalmente ajeno a los ecos de los importantes cambios políticos y sociales que en esa época se están produciendo en España como el inicio de la Segunda República, si bien es cierto que el número de personas que están al tanto de dichos cambios es ínfimo; la lejanía de la capital hace que todo lo ocurrido en la misma quede reducido a un simple eco, como hemos dicho. «Los alendereños se preciaban de ser normales, y recios para soportar las inclemencias y cualquier desastre que les aconteciera.»

Este microcosmos, sumido en la cotidianidad y la repetición de los ciclos, se ve alterado, en cierta medida, por la llegada de gente extraña, como Roberto Flores, hijo de forasteros, y conocido por su aislamiento del pueblo y su extravagante costumbre de hablar solo, evitando mezclarse con sus paisanos, a pesar de las recomendaciones de su criada Dora, e ignorado por estos, al que solo aludían para poner de relieve sus extraño comportamiento.  La llegada al pueblo de la maestra Cristina Aguado sirve para despertar la "humanidad" que le queda a Flores; la docente queda prendada del mismo, a pesar de sus rarezas, este solo es capaz de verla como a una amiga a la que hacer partícipe de sus investigaciones. Aguado decide abandonar el pueblo, ante la actitud impasible de Roberto. 

En las últimas páginas de la primera parte de la obra, la sabiduría popular de Abuela Teresa, empieza a ser complementada por los saberes de la maestra Elena, a la que de manera inicial y provisional, le encomienda la educación de su nieta, para que se acostumbre a aprender junto a las demás niñas. Después, Alejandra entraría en una escuela. 

En la segunda parte del libro, encontramos una etapa difícil, sembrada de muerte y sufrimiento, por la que tiene que transitar Alejandra. En el pueblo las noticias llegan de forma pausada; no obstante, el hambre tarda poco en impregnar a la población. Sin duda, hay otras historias que se podrían reseñar, como la de la recolectora de azafrán; sin embargo, por cuestiones de espacio, no se puede hablar de todas. 

El final de esta odisea llega con dos acontecimientos cruciales el descubrimiento del placer de la literatura, en el que ocupa un papel protagonista Bécquer, y la entrada en la Universidad. Aquí es donde nuevamente podemos acudir a la biografía de Dionisia. Ella estudió Filología Románica, en una época especialmente dorada e iluminadora para ella, con grandes maestros de la Literatura como Baquero Goyanes o Valbuena Prat, que abrieron de par en par las puertas de los libros para esta autora, y esta conquista, este triunfo, viró el rumbo de su existencia y contribuyó que la poesía se apoderara de ella. 

En definitiva, hemos de destacar la importancia que tienen en esta novela las evocaciones, que la construyen. A través de las mismas casi podemos experimentar las sensaciones que se nos muestran: los olores, las texturas y los colores, que forman parte del gran lienzo que es Alendero, que la protagonista tendrá que abandonar al final; pero de alguna manera nunca dejará de formar parte del mismo. Alendero recuerda en este sentido a Macondo, a un lugar donde siempre se puede volver, a experimentar la magia de los comienzos, del génesis de la existencia, como Dionisia hace con maestría en esta obra.


 BIBLIOGRAFÍA

García, Dionisia (2018)- Comunicación personal.
García, Dionisia (2019) Correo interior. Sevilla: Renacimiento.



ENRIQUE GAMBÍN LÓPEZ

 Enrique Gambín López  es profesor de Lengua y Literatura. Nació en Javalí Nuevo (Murcia) en 1992, se graduó en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de Murcia, en 2015; y ha publicado el libro de poemas Destellos azules en el viento, y además de participar en antologías literarias y de publicar en revistas como Ágora-Papeles de Arte Gramático y Almiar, mantiene un interesante blog sobre cultura y literatura actuales: El brazal de las letras.

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