ANTONIO MACHADO, VISTO POR SOROLLA
Joaquín Sorolla hizo un retrato de Antonio Machado (óleo sobre lienzo de 108 cm de altura), que se encuentra en Nueva York, en la Hispanic Society of America. Lo realizó el pintor valenciano en 1918, el mismo año en que nuestro poeta se licencia en Filosofía y Letras por la Universidad Central de Madrid (el cuadro tiene cierto aire académico, como de orla), dos años después de la muerte de Rubén Darío, y cuando la Primera Guerra Mundial tocaba a su fin pero comenzaba a extenderse por el mundo la epidemia de gripe llamada “española”. Se desconoce con exactitud la tasa de mortalidad de esta gripe pandémica, que se desarrolló entre 1918-1920; se cree que el virus mató al menos a un 10 por ciento de la población mundial. Su tasa de morbilidad (número de personas que sufrieron la enfermedad) se cifra entre la mitad y dos tercios de la humanidad de aquellos años. Desaparecieron pueblos enteros en sitios relativamente aislados, adonde llegó el virus. En España hubo 200. 000 muertes, y ya en mayo de 1918 ocho millones de afectados.
Durante ese año el poeta vive en Baeza y viaja en contadas ocasiones, entre ellas, a Madrid.
El cuadro lo debió pintar Sorolla en una de esas estancias de Machado en la capital de España. Vemos en él a un hombre seguro de sí, en apariencia al menos (no es el Machado de otros retratos melancólicos). Un hombre que destila modernidad, que incluso sonríe y se lleva la mano dentro del pecho, como si fuera a sacar de ahí algo…
La mano izquierda descansa lánguidamente, aristocráticamente y juegan sus dedos con el mullido respaldo del sillón. Es una mano bella, dedos largos, ni finos ni gruesos. La mano que esconde dentro del pecho es la diestra. Si nos fijamos de nuevo, parece que va a la izquierda, al lado del corazón. ¿Será eso -el corazón- lo que busca la mano, lo que está a punto de sacar?
Reparamos en que Sorolla ha pintado al poeta vestido a lo elegante. Nada nos recuerda al propietario del eterno viejo gabán. Es un retrato de un prócer pulcro, o de un alcalde, de un rector, de un académico. Le da vida la expresión de la cara, sonriente, un poco pícara (no tímida) como riendo para el mismo pintor (no para nosotros), como tomándose a broma toda esa pose un poco estereotipada. Tal vez como de poeta insigne, la imagen que gustaría en Nueva York de un poeta español moderno. Y menos mal, porque en la Avenida Broadway el señor Archer Milton Huntington, filántropo, hispanista, coleccionista de arte, hijo de un millonario fundador de una compañía de ferrocarriles, es también algo poeta y comprende a ambos: el poeta de la bohemia y el del dandismo; no entendería, me temo, a un tipo vestido con un gris abrigo de paño simplemente para taparse del frío, un tipo así de vulgar que además escribiera versos y fuera una de las celebridades españolas del momento.
Volviendo al retrato: frente, desnuda; nariz, bien plantada; boca que se apresta a una pequeña sonrisa, aunque el labio inferior se evade; pómulo en tensión, ojos entornados y concentrados, penetrantes.
En 1918 no estaba mal la representación de la salud del país, de quien era un gran poeta, de la imagen de una nación moderna y de una cultura que era capaz de todo eso y de conservar sus tradiciones. En Manhattan sabrían apreciarlo. Basta de la versión de la España negra, vendida en París. Nueva York es otra cosa, otro mundo, otro mercado. Juan Ramón Jiménez. Sorolla, ¡y ahora, Machado!
Mil veces preferible ese Machado pintado por Sorolla (aunque no sea el Machado entrañable que queremos tanto); mil veces preferible a ese otro Machado que hoy espera en la cola para ser “documentado” como el cantor de los vencidos (Ya lo ha hecho con otro poeta la Televisión pública española en un documental de 2022, titulado “José Hierro: el poeta de los vencidos”). ¿Por qué no servirse de Antonio Machado para santo y seña de los vencidos económicos, sociales, y llevarlo a los pobres con nuestras buenas intenciones y con los mejores medios? Y a aquellos que no saben tampoco el día en que viven, ni les importa (pues deben trabajan como todos los días, si tienen trabajo), decirles que estamos en el 36, que a la sazón hay una división de España en dos bloques (aunque hay muchas más españas, con minúscula); y se olviden de que en el otro 36 (debió ser de otro siglo), además de los dos Españas cainitas, hubo otras Españas que no estaban ni a izquierda ni a derecha, y que sufrieron los odios y la guerra. Que no sepan que los vencidos fueron los españoles que sufrieron a cóncavos y a convexos, que diría Unamuno. En todo caso, ese pasado se superó, afortunadamente. Pero hemos de sacar de la hornacina al poeta de vez en cuando para que no se duerman los vencidos. “Recordemos, acerquemos otra vez aquellas horas a nuestro corazón…”.
Fulgencio Martínez
REVISTA ÁGORA DIGITAL / ARTÍCULOS LITERARIOS / MARZO 2O23
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