Jacques Lacan
ADENTRÁNDONOS EN EL TIEMPO DE LO CURSI
Atravesamos un tiempo de una nueva y peligrosa cursilería, donde lo cursi se ha camuflado y naturalizado en el discurso común, que apenas se distingue del oficial, en la publicidad, que te vende ser activista, en los medios, que confunden tendencias con novedades auténticas. Lo cursi está tan presente que no lo percibimos. Lo cursi está forcluido -que dirían Lacan y Barthes. Vivimos en la sombra de discursos estereotipados; discursos que confunden lo simbólico-imaginario con lo real; en un tiempo, pues, peligroso, insano mentalmente.
¿Solución? No la hay, no está en tus manos. Así que dedícate a cosas manuales, o si tienes necesidades intelectuales, lee a los poetas y filósofos que precedieron a este tiempo, y apaga la repetición (el mensaje eternamente repetido cada día en tus pantallas..., o, al menos, mantente fuera del horario de servidumbre que te puedas permitir).
¿Has celebrado el Día Mundial de la Poesía? ¿N0? ¿Hay que seguir celebrando los Días Mundiales? ¡Qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también!, dijo el poeta ¿Cómo no ser cursi? ¿Cómo rebelarse hoy cuando rebelarse y ser activista es una cursilería que sin ocultarse tiene entretenidos a los buenos muchachos? ¿En qué pandemonium se vive hoy que nos han quitado hasta las escuelas, ahora son casas de adoctrinamiento en lo cursi, en lo estereotipado? ¿Y dónde hay "universidades mundiales", y perros verdes? Lo primero suena a cursi, lo segundo nos produce melancolía, en la vena, y el pulso apenas vivo de una libertad irrecuperable.
Son más los activistas de lo cursi, los propagandistas de lo cursi que cualquier resistencia que pudieras presentar, solo o en amistad con unos pocos libres.
Por eso vamos a seguir escuchando a aquellos pocos filósofos y poetas de un ayer casi reciente, pero que ya no existe. Esos fueron más lúcidos que nosotros, no porque previeran con lucidez el tiempo que vendría tras ellos (nadie hubiera podido imaginar la plaga de lo cursi) sino porque, sin darse cuenta, siempre estuvieron mirando lejos, por encima de una pantalla, cualquier huella de un ser humano. Y por eso, quizá, en sus textos encontremos huellas de unos seres humanos que sobrevivieron.
Jacques Derrida
1. Dijo Derrida que el lenguaje es una huella del hombre: nos embarcamos en la antropologización de todo saber, experiencia, historia, liberada por fin del metadiscurso que le impone a la huella, y por ende, a lo humano, su servicio para un saber-poder clasificador y dominante. En esa huella la diseminación de los sentidos es riqueza, la diferencia es estímulo.
Frente a las huellas del hombre en la tierra nos quedamos primero perplejos, como el que quiere seguir un orden, una pista en ella; la huella indica algo que fue y se ha perdido, algo que se mantiene y permanece en trance a difuminarse, también la huella indica direcciones múltiples, posibles, y, sobre todo, la huella no señala únicamente un camino; indica sólo que por ahí se ha pasado. Esto es lo más radical del lenguaje: el que es el ser ahí del hombre, su “mancha” inscripción sobre la tierra, el tiempo, la nada. Pero toda huella puede ser leída como falta, manque, en sentido lacaniano, denuncia de una carencia estructural de algo: en efecto, en toda huella ha desaparecido la presencia del que la ha dejado, el lenguaje es siempre marca de una ausencia, no de una presencia, y por otro lado preludio de futuro: encierra un mensaje que no nos sirve de orientación unívoca, pero proporciona una resonancia, con su capacidad de resonar en cualquier tiempo futuro como cifra de experiencia, de saber, del camino intentado por el hombre. La resonancia es el futuro de la huella.
Incluso en el arte, en la poesía, toda obra actual traduce, significa, actúa tanto para el autor como para el oyente-intérprete sobre esa caja de resonancia. Así un poeta, como César Vallejo puede escribir descomponiendo el soneto, porque el lector y él retienen en su memoria el soneto como estructura formal deconstruida. Los textos de Trilce pueden ser a la vez modernos, extraños, rupturistas a condición de que resuenan en ellos esa estructura fantasmal, ese palimpsesto, la resonancia de lo ya logrado, la forma soneto y que no ha de repetirse como estereotipo para ser viva obra de arte. Lo mismo ocurre con las palabras, con la metáfora viva (Ricoeur): en ella resuena la huella de un caminante que es puesta de nuevo en el filo de la vida.
Caminante no hay camino, / se hace camino al andar... decía Machado, Y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar.
2. Esta cita nos introduce en una segunda consideración. El lenguaje del verso se dice, pero también habla para mí. La individualidad es el misterio del propio cuerpo individual, separado de otros cuerpos. (“Cada vez que intento, dice Barthes, analizar un texto placentero, no es mi “subjetividad” la que encuentro, es mi “individuo”... es mi propio cuerpo de gozo lo que encuentro” -El placer del texto. pag 44). El gozo, distinto del placer, es en definitiva individual. El placer puede ser cultural, puedo extraer disfrute, deleite, en reconocer los significadores culturales de un texto, de un poema; de modo que hago una constatación confortadora de mi sapiencia de la cultura y del lugar en que me inscribo, el saber de mi época. Hay, en el fondo, una satisfacción de dominio, subjetiva, que no es otra cosa que la relación siervo-amo del que habla con el lenguaje: me siento poderoso al sentirme dominado por el poder de la lengua y la cultura y de reconocer sus órdenes en los textos. Pero el gozo (además de ser idealmente, útopicamente anarquista) es atópico, deslocalizado y supone una operación (que Barthes denomina extenuación) de deslocalizarme, de perder las referencias, como un perder los sentidos, o al menos el sentido habitual, para encontrarme en otro sentido.
José Agustín Goytisolo
3. Frente al estereotipo, a la forma de la verdad codificada, que hace repetir
siempre el mismo sentido; el texto eminente (Gadamer), la verdad poética
nos abre a una experiencia nueva de sentido.
Al menos el texto eminente, el poético, no da órdenes, mandatos (como el texto jurídico), pero eso no quiere decir que no obliga: obliga a pensar, a seguir diciendo, a continuar el diálogo y el preguntar-responder. La poesía, como la definió el romanticismo alemán, de donde bebe la formación de Gadamer, se define como ese decir que queda diciendo, y añadimos con Heidegger, como ese dictum (sentencia, dicho autónomo, pero también imperativo, principio más acá de toda orden, a seguir pensando, a seguir hacia delante, a hacer camino: eso no está lejos de lo que significa el “oficio de vivir”). Recordamos al poeta José Agustín Goytisolo, en Palabras para Julia:
Tú
no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
(…)
Nunca te entregues ni te
apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
…)
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
La poesía (y la vida) es una palabra imperativa que encierra la referencia al
ser futuro del hombre, al tiempo futuro, proyección siempre hacia adelante de
la condición existenciaria del hombre, que Heidegger analizó en Ser y Tiempo;
como, con Gilles Deleuze, el prolongar la huella nos dice que somos el mismo hombre
caminante emplazado hacia el futuro, por la vida. La vida que sólo debe al
futuro es, por otra parte, la herencia o deuda (de la que habla el mismo
Derrida) con el pasado y los monumentos históricos, con la tradición, a la que
liberó del infierno teórico Gadamer.
En el tiempo de lo cursi, del estereotipo, seguimos oyendo a los poetas.
Nunca traces tu frontera.
ni cuides de tu perfil:
todo eso es cosa de fuera.
Antonio Machado. Proverbios y cantares.
(Machado habla para nosotros, para un época en que hemos naturalizado lo cursi, trazamos nuestro perfil en las redes, y dejamos que nos definan desde fuera).
4. La poesía se saca de la vida, del tiempo, del sentimiento y también del pensamiento; de la inquietud existencial y del subconsciente, del mirar a lo otro y a uno, de la conciencia vigilante y del diálogo de esa conciencia con lo otro.
Los temas de la poesía nunca son puros (ni puramente emotivos ni puramente intelectuales, ni estéticos ni artísticos a priori; ni puramente históricos ni políticos; ni, por supuesto, puramente éticos). Hoy no parece ya necesario insistir en precavernos del prejuicio de considerar tema lírico solo el sentimiento del yo (Machado lo dejó aclarado en sus textos reflexivos).
Y, sin embargo, cómo se pretende reducir a todo un poeta a un imagen cursi, distorsionada, cosificada para vender buenas intenciones (siendo malas, o buenas: daría igual para el caso; ¿las nuestras o las suyas?, seguiría dando igual).
Si queremos ser fieles oidores de los poemas de Machado, hemos de vernos con un plexo tupido de elementos semánticos en cada poema; no se trata –hay que entender esto bien- de desgranar y aislar el elemento ético (los valores éticos) de un poema de Machado, sino, más bien, de considerar el todo del poema y dejar abierto el acceso a la aportación de lo ético en la conformación total, sin desvirtuar ni el poema en conjunto ni este no separable elemento ético.
No desconocemos la dificultad de la tarea, pero nos parece que, poco o mucho, por este camino, se encontrará, y siempre será mejor que las generalizaciones huecas y las abstracciones desmañadas y descaminantes, como diría el propio poeta.
Fulgencio Martínez*
*Ha publicado en poesia Cosas que quedaron en la sombra (Nausícaa, Murcia, 2006), Línea de cumbres y La segunda persona, entre otros libros. Ha investigado especialmente la poesía española del siglo XX y es Máster en Investigación literaria y teatral en el contexto europeo y Máster en Filosofía teórica y práctica.
REVISTA ÁGORA DIGITAL / MARZO 2023
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