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sábado, 18 de marzo de 2023

VALORES Y PROPAGANDA. UNA RELECTURA DE "JUAN DE MAIRENA". Por Fulgencio Martínez / Avance de revista Ágora n. 18 / Estudios de poesía española

 

 


                                                                                                                                                                                 VALORES Y PROPAGANDA                                                                Una relectura de Juan de Mairena

 

«Nuestros yerros esenciales son hondos, y es en nosotros mismos donde los descubrimos. Si acusamos de ellos a nuestro prójimo... estableceremos con él una falsísima relación, desorientadora y descaminante... Cometemos dos faltas imperdonables: la antisocrática, no acompañando a nuestro prójimo para ayudarle a bien parir sus propias nociones, la otra, mucho más grave, anticristiana», es decir, la profunda ironía de Cristo hacia los lapidadores: "quien esté libre de pecado que tire la primera piedra».

                                                          Machado, Juan de Mairena 

 

 

 1.  Juan de Mairena, libro de alta propaganda republicana 

Ni siquiera el Machado de los años finales de guerra abandonó los valores cristianos, o religiosos en general (fue Machado un hombre religioso a su manera), y esos valores  confluían en esencia con los valores éticos, humanos, sociales y políticos con los que se comprometió, como hombre, como poeta y como escritor propagandista, esto en los últimos años de su producción (con artículos en periódicos del bando republicano, y en especial, con sus reflexiones sobre la guerra y la sociedad española recogidas en el segundo volumen de su Juan de Mairena). Sus altas reflexiones filosóficas en ese libro en su totalidad, y sus valores éticos, literarios, no deberían volvernos ciegos a una realidad: el libro Juan de Mairena es un libro de alta propaganda republicana. La propaganda va dirigida a convencer al contrario, que no enemigo. Durante años como filósofo he leído el libro hasta darme cuenta de la pericia literaria que muestra su autor, que hace pasar dentro de un libro de literatura y filosofía lo que es un libro de propaganda de guerra. La propaganda no son pasquines y libelos, ni versos exaltados a favor de lo mío contra lo tuyo. El amor, la compasión, los valores universales que aduce el poeta son la artillería con la que desarmar a la ideología fascista dominante en el bando nacional. Lo curioso es que Machado no utiliza el marxismo, ni mucho menos, el anarquismo o el socialismo ni  otras ideologías de tipo nacionalista español (como, por ejemplo, cierto casticismo castellanista, o el espíritu regeneracionista a lo Joaquín Costa que el propio Machado más joven asimiló y formaron una parte del fermento de sus libros de poesía primeros). Machado escribe un libro de filosofía, casi el mejor libro de filosofía en español de todos los tiempos, además de por su contenido por su forma Juan de Mairena es la cumbre de la prosa ensayística y del pensamiento español al menos del siglo XX. Alguien diría críticamente que fue echarle de comer a los cerdos. Su posición era superadora de la dos Españas, es cierto, su fin era trascendental a la cuestión del odio y la guerra desatados durante ese período de final de los 30 y que culminan en una “guerra civil” fratricida. Pero también es cierto que Machado pensaba que solo se podía llegar a esa reconciliación si ganaba la República. Al contrario que el Presidente Manuel Azaña, que equivocó de medio a medio su estrategia de reconciliación con aquella llamada de “paz, piedad, perdón” [1] dirigida al general Franco. Machado siempre tuvo claro dónde estaba la luz de la verdad, quiénes eran sus emisarios y quiénes tenían la obligación moral hasta el final de vencer y reunir de nuevo a los hombres, a los españoles divididos por conflictos políticos y materiales. La espiritualidad que les promete no rompe con la espiritualidad de base tradicional del pueblo, sino, al contrario, es una espiritualidad valiosa por estar enraizada en el pueblo español católico y a la vez  amante de la libertad y el honor, o la dignidad, en la nueva terminología, como los héroes del teatro de Lope y de Calderón.

Alta propaganda, la del libro Mairena, que no ha de entenderse, por otra parte, como demérito literario, sino, más bien, al contrario, como un aporte, dado el valor que el filósofo Juan de Mairena, en sus clases, otorga a la retórica. Para conocerla, diseminarla - que diríamos con Jacques Derrida-, o para defenderse contra ella. La retórica en las últimas décadas ha sido revalorizada por los estudios filológicos y filosóficos; Machado se anticipó en setenta años.                           

 

 

                                                              

2. Miguel de Unamuno y Antonio Machado                                                                                    La dignidad con la que Machado se comportó durante los años de la guerra se pone de manifiesto en muchos casos y actitudes, pero destacamos su fidelidad a don Miguel de Unamuno, a quien siempre, en persona, por carta y en algunos de sus poemas incluso, siempre consideró su maestro y su guía filosófica.

Vamos a abordar un tema polémico aún hoy en día. No se cuestiona el izquierdismo de Machado y su compromiso con la Segunda República, sin embargo de Unamuno se espera que no salga mal parado cuando se le juzga. Incluso, una famosa película, “Mientras dure la guerra” (de Alejandro Amenábar) provocó, cualquiera que fuera la intención del director, que su recepción entre el público fuese cuando menos, en mi opinión, bizca, si no errada. Se partía del prejuicio de que Unamuno se salvó de la ignominia por su final rebelión ante el general Millán-Astray en el acto del día de la Raza que tuvo lugar en el paraninfo de la Universidad salmantina. Como si los Machado, Miguel Hernández, Rafael Alberti, etc, intelectuales y poetas simpatizantes de la República y de los partidos hoy llamados de izquierdas hubieran estado en el sitio correcto y Unamuno, el pobre, despistado o por voluntad propia, y si es así, perversa, se hubiera adscrito a los “fachas”, aunque se redimió a última hora.

En cambio, Unamuno fue el más valiente, el que no combatió contra nadie ni se dedicó a luchar desde una España contra otra España. Su ejemplo es para muchos hoy en día, espectacular, propio de un hombre solo ante el peligro, como en los mejores dramas del western americano. Aunque en su época hubo, sí, una tercera España, que se no se enfrentaba a nadie (el caso de Chaves Nogales, o de Juan Ramón Jiménez o de Jorge Guillén eran notorios), esa España pacífica estaba perseguida, escondida o huida. Unamuno ni siquiera, en su lugar, en su Salamanca, tuvo el apoyo y la simpatía, y la comprensión, de nadie, y por eso hoy nos merece don Miguel el máximo respeto. Pero igual que Machado, quien sí entró en la lucha, en la melé, igual que Unamuno, pero apoyado, en parte, es cierto (pues no le seguían) por los partidos e ideologías comunistas. Machado murió en Collioure, junto con su madre; no le evacuaron en avión, como a otros dirigentes e inteligentes del Partido, con mucha menos sustancia y con un compromiso menos costoso como fue el de Machado, en términos sicológicos y de salud (era un hombre ya bastante deteriorado). Tras morir en una anónima pensión francesa, a las pocas horas acudieron ante su cuerpo yacente para ponerle la bandera republicana encima y para a hacerle honores de hombre de Estado. Podían haberle ayudado, aunque fuera económicamente solo, un día antes. Él que dio a la República la mejor “arma” de alta persuasión y propaganda, que justificó la superioridad moral del republicano, ojo, no superioridad espiritual, ni humana, pues, como escribió, no hay valor más alto en un hombre que ser hombre, y es precisamente, esa igualdad humana básica, y el anhelo de evolución espiritual común a todos los seres humanos, y a todos los españoles en particular, y más en concreto, a los combatientes de ambos bandos, lo que Machado tiende como puente de reconciliación, como idea superior donde se reconocen unidas las dos Españas del odio.

Si hay algo que reprocharle a Machado (pero, quizá, a la distancia de nuestra generación actual) es que no vio a las víctimas, las que no eran ni de un bando ni de otro. Pero esta ceguera del poeta, del hombre en el buen sentido de la palabra bueno, no fue ni sigue siendo solo suya. Todavía se repite como un latiguillo absurdo, mecánico, el mote maniqueo de los vencidos y los vencedores de la guerra. Ni vencidos unos ni vencedores otros, los dos bandos debeladores de la España pacífica y trabajadora, esa España que durante la posguerra sufrió las consecuencias penosas del conflicto y de los odios y las arrogancias de unos y otros. Esos españoles de paz formaron la verdadera “España vencida”, los vencidos de que habla un poema de Miguel Espinosa, el novelista; aquellos que desde la intrahistoria llevaron una vida digna. “Se manifestó lo vencido como lo único digno”  [2]

 

    3. Los valores en la poesía

   Los valores, por tanto, no solo tienen un papel en la poesía como realidades con las que contrasta en diálogo la voz poética, sino también están presentes, o pueden estarlo, como propaganda. Caso parecido al de los libros de Miguel Hernández en la guerra, la poesía de Machado expresa un pensamiento propagandístico, de una de las causas, que se transfiere de sus poemas a su prosa filosófica, a su Juan de Mairena, y viceversa. No es lugar aquí para citar versos que a todos nos vienen a la memoria, de Machado o de Miguel Hernández, donde la dialéctica combativa inunda el plano poético (y no siempre con demérito en el valor literario). Solo indicamos que, por encima de este, hay una función obvia propagandística: la poesía está al servicio de las armas, de la ideología, del compromiso por la justicia y el bien, lo que se quiera, pero en fin, es la poesía, sea el poeta consciente o no, manipulada para expresar unas razones de violencia, para convertir la violencia en justificada por la causa noble que dice defender. Miguel Hernández cuestiona esta inconsciente mecánica en su mejor libro El hombre acecha. Machado no lo hace en ninguno de sus poemas de guerra, siento constatarlo. Su entrega a la propaganda entonces (cuando vive en Valencia o en Barcelona) era sin fisuras. Había sido, en Valencia, la figura más celebrada en el Congreso de escritores antifascistas. Vallejo se permitió, en España, aparta de mí este cáliz, dudar, por un momento. “Si cae España, / -digo, es un decir-….”.[3] Machado, que como Vallejo (en eso sí coinciden) identifica España con una de las facciones en lucha, a diferencia del peruano no se permitirá hasta el final un verso pesimista sobre la guerra. En eso, su prosa de Juan de Mairena es más reflexiva, y presenta pasajes donde el pesimismo (causado siempre por los bombardeos a ciudades, a civiles) le provoca un sentido de congoja, que pronto se convierte en rabia, contra los desalmados enemigos. La rabia predispone a intensificar la propaganda contra la causa que la provoca y más aún contra los agentes o culpables de esa destrucción provocada por un mal ciego e inhumano. “Si mi pluma valiera tu pistola / de capitán, contento moriría”. [4] Este famoso soneto a Lister no es humanamente incomprensible, no es una contradicción respecto al hombre bueno que fue Machado. Expresan los versos una rabia casi imposible de contener, porque se adivina bajo ella angustia, sentimiento de derrota, nunca esto confesado, reprimida incluso como duda.

 

4. Juan de Mairena, un libro de retórica, valores y propaganda

Un hombre como Machado sabe, sin embargo, que el odio, incluso la rabia, contra el rival hacen débil al que quiere vencer, pues se vence dialécticamente, amorosamente, convenciendo al contrario y haciéndole que se una a ti y refuerce tu posición desde la que el contrario se siente convencido y mejor que se sentía.

    Pero también un signo de valor es sin duda la valentía intelectual, la honestidad de decir uno lo que piensa, no lo que convenga o sea oportuno según qué circunstancias.

    Esa valentía la demostró con creces Machado en sus discursos, como el pronunciado ante las juventudes comunistas.

    Y otra forma de darse valor es la integridad, en el caso concreto al que no referimos, no traicionar al amigo, al maestro, aunque pudiera, con la traición o la mera alusión despreciativa o crítica, salvarse el no íntegro, promocionar y subir en ascendiente y poder.

    Machado siempre reconoció el magisterio de Unamuno, su gran valía y cierta superioridad espiritual e intelectual, a pesar de la leyenda negra que tuvo don Miguel y que se le forjó nada más iniciarse la guerra por los comisarios comunistas, algunos de ellos interlocutores de Machado. 

    Unamuno, para Machado, no es tanto el Unamuno del ansia de inmortalidad, como el del ansia de la verdad, el de la veracidad insobornable, siempre molesta para el poder de turno, y como dice el pueblo, todo un individuo que no se casa con nadie.

     Todos esos valores, sin duda, hay que tenerlos en cuenta para leer un libro tan rico como Juan de Mairena. Cuando en él el propio Mairena se dice profesor de retórica, no engaña, ni su libro tampoco a los que quieren entender la verdad sin prejuicio. Concluiremos que Juan de Mairena es un libro de retórica, valores y propaganda. Alta propaganda dirigida a superar los dos bandos del odio y a mantener la moral republicana.


Fulgencio Martínez
     18-3-2023


[1] Las palabras pertenecen al discurso de Azaña pronunciado el 18 de julio de 1938, en el Ayuntamiento de Barcelona. Azaña llamó a la paz al sentirse embargado por el derrotismo y por la guerra intestina entre PSOE y el Partido Comunista. (Los demás partidos y organizaciones republicanas tampoco estaban en paz entre sí).  La fecha del discurso de Azaña se produce a los dos años del inicio de la guerra ocasionada por la sublevación y el golpe de estado en Sevilla. La republica resistiría casi un año más, con Juan Negrín y el apoyo comunista. (Fuente: Wikipedia).

[2] Miguel Espinosa, fragmento final de “Elegía a Maravilla Girones”, poema incluido en Escuela de Mandarines (Editorial Regional de Murcia):

 

Niña fuiste, gacela, gentil pecosa;
madre, hija, corza, gacela, de tu hijo;
bondad, principio, modestia fuiste;
inteligencia, paz, suceso aceptado.
Y en la planicie de tus manos,
al final del camino, en el silencio andado,
se manifestó lo vencido como lo único digno.

 

 [3]

Si cae —digo, es un decir— si cae
España, de la tierra para abajo,
niños ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡cómo va a castigar el año al mes!
¡cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!                                                                                                                                      Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
 

¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza;
la calavera, aquélla de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aún
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae —digo, es un decir—
salid, niños del mundo; id a buscarla!…

César Vallejo. Fragmento. De España, aparta de mí este cáliz.  


 [4] No podemos dejar de disfrutar por otra parte la maravilla de este soneto, su calidad épica y lírica, va dedicado al jefe de los ejércitos republicanos que intentarían una última defensa. Dar ánimo al jefe militar quien se entiende que tiene que ser la fuente de todo coraje y moral para los suyos, era una de las funciones del poeta, y aquí lo cumple Machado como los antiguos poetas griegos. No se entienda la propaganda solo como un antivalor poético.

A LÍSTER, JEFE EN LOS EJÉRCITOS DEL EBRO

Tu carta -oh noble corazón en vela,
español indomable, puño fuerte-,
tu carta, heroico Líster, me consuela,
de esta, que pesa en mí, carne de muerte.

Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora y romero.

Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,

de monte a mar, esta palabra mía:
"Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría".

(Antonio Machado)

 

 

  REVISTA ÁGORA DIGITAL / ESTUDIOS DE POESÍA ESPAÑOLA/ MARZO 2023

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