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viernes, 31 de marzo de 2023

Otro retrato del viajero Machado. Poema II de "Soledades". Comentario de Fulgencio Martínez / Ágora digital/ Marzo 2023

 

                                                             Foto de un almendro en flor, en la ruta senderista del Tarazonica                                                                                                                                          (antigua vía del tren de Tudela a Tarazona). 8 de marzo 2023. Foto: Fulgencio.

 

 

 


He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,

 y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

 Mala gente que camina
y va apestando la tierra…

Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra

 

        Antonio Machado. Poema II. Soledades.


 

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OTRO RETRATO DEL VIAJERO MACHADO. POEMA II. Soledades.

 

 

                             Comentario de Fulgencio Martínez

 

 

Podríamos escoger otros retratos más entrañables, o poética y éticamente más “machadianos”. Pero no podemos substraernos a comentar brevemente el poema II, de Soledades, ya que nos da un elemento de juicio para continuar el comentario del  poema I. (“El viajero”).*

                              He andado muchos caminos (…)

Nos encontramos con un texto donde aparece una “novedad”: el poema juzga, nada menos, que a la humanidad, perfila el retrato de dos tipos de hombres, establece un juicio de valor, nos da una moral concreta, unos contenidos: nos enseña lo que, para Machado, son los valores y contravalores: lo noble, lo vil, lo bueno, lo malo… Todo eso propio más de la fuente de una moral cerrada que de la fuente de una moral abierta; en términos de Bergson. O más propio de la moral como contenido que de la moral como estructura (por tanto, de la fenomenología que hemos considerado en nuestro trabajo). Por otra parte, diría con claridad la diferencia moral, la esencia buena del “ethos” del hombre, al establecer la línea divisoria de lo auténtico frente a lo inauténtico, y, a más, la preferencia de Machado por el pueblo (la oposición de lo pretendidamente aristocrático o burgués frente a lo popular; o, mejor, como, en Juan de Mairena (II), repensará dicha oposición: del “señoritismo” frente a pueblo, para quien no hay valor más alto que el ser hombre. El dicho popular castellano “nadie es más que nadie” expresa esa filosofía que, en el plano dialéctico y moral, transforma la igualdad en el valor superior.  Quien me trata como a un igual en humanidad me reconoce en mi máxima dignidad).

Desde la poesía en el texto, choca este poema II cuando temáticamente lo esperamos como en la órbita de la continuación de viaje…, de aquel viajero del poema I. ¿Habla, en retrospectiva, de lo visto en el viaje? ¿Se relacionan y oponen sus sintagmas “he visto” con el “él ha visto”, del poema anterior? (Los verbos de percepción, tan importantes en Soledades y Campos de Castilla… Y el ver, tan diferente del oír/escuchar: este más espiritual y abierto).

El poema nos habla de dos estilos de vivir: uno azacaneado, falso, entristecido, soberbio, propio de los borrachos del vino de su importancia y vanidad; otro estilo de vivencia (y de conciencia) de los que no tienen prisa (pues la prisa distrae de lo esencial), de los que saben que siempre es todavía, almas sencillas que parecen vivir en la inconsciencia, que juegan, “laboran, pasan y sueñan, / y en un día como tantos, / descansan bajo la tierra”. Nos choca entrever, en esto último, rasgos que, en parte, están más cerca del retrato de Manuel Machado (la abulia, el juego, la indiferencia ante la muerte). 

Siguiendo con nuestro catálogo de las dudas que nos sobrevienen fuera de una lectura a la que estábamos habituados; sorprende la dicotomía de juicios de valor: “buena gente” (a los que no se juzga, sino con los que se simpatiza de antemano), y otros que el poema sí condena, “mala gente (…) / que va apestando la tierra”. ¿Son caminantes también, pero son los que no se cuestionan nada?…; ¡no!, porque los segundos (los buenos), tampoco. Son los que instrumentalizan la conciencia, y en su fariseísmo, se juzgan superiores: el poema sería su denuncia como falsos buenos, sedicentes hombres mejores. Esos importantes, ”pedantones al paño”, “caravanas”,  caras vanas “de tristeza” (leemos fonéticamente), representan lo vano, también lo fantasmal; de ahí podría ser que lo inauténtico. Si el hombre sencillo, que juega y labora, es intrahistórico y apenas atiende más que a sobrevivir; el otro es triste vanidad e importancia.

Unos “laboran, pasan y sueñan”, y otros “miran, callan y piensan / que saben (…)”  Son estos una especie de jueces sobre los demás, les achacan no valer, no pensar, ser masa. Sin embargo, no olvidemos que solo hay ethos de la persona individual, del hombre tomado de uno en uno… El hombre difícilmente puede soportar no ser nada, pero solo se evidencia el ethos cuando se está abierto al peligro de la muerte, de no ser nada; cuando el ser conciencia se asume sujeto del juicio. Los tristes y vanidosos se crean un ser falso, una “cara vana”, para rehuir el juicio; adornan su sentimiento de nada con la vanidad y la importancia; prefieren ser “fantasmas” ante que juzgarse. Los sencillos, al menos, no se mienten ni fingen, pero tampoco roen el hueco de la nada, “descansan” en una fe en la muerte.

Los vanidosos son, además, malos, “apestan la tierra”, porque no solo son vanos y tristes, falsos consigo mismos, sino, porque además juzgan a los otros sencillos. Los llamados jueces, al juzgar, en realidad no ven al que juzgan. Piensan que estos no son nada (divagan como un espejo ciego, no ven, como el nosotros-jueces del poema I; y, como en el poema “Un criminal” tienen preparado un clisé previo del juicio. Ni Dios lo salva, o, “Va de remedio al palo”, dirá el ujier, leyendo en el indiferente juez y en los rostros plebeyos de los jurados. Ujier que, allí, es lector, juez del juez, conciencia del pueblo; y representa a la gente sencilla del poema II. Machado deja ver ese punto siempre de un juez de jueces para dar otra clave de conciencia). Pero “hoy es siempre todavía”, y cualquier hombre por más simple que sea, es un hombre, un ethos, una conciencia que se enfrenta a su juicio. Laboran, pasan y sueñan (sentido positivo del sueño) un sueño de transmisión en sentido primario de este término. ¿Quién tendría anhelo de vivir si no…?  Eso lo sabe el poderoso, sabe el explotador que, incluso al más simple y desgraciado (según el código del “superior”), le mueve ese anhelo de transmisión. Ganar el pan para sí y los suyos, ganarse la vida y soñar… con un futuro, con algo mejor, es el primario y de por sí digno, honrado código del hombre: “a mi trabajo acudo, con mi dinero gano…” (dirá el “Retrato” machadiano).

 

El poema II responde parcialmente al retrato del poema I de Soledades. Juzga a los juzgadores, a nosotros también, si nos ponemos en el ahora actual y miramos con arrogancia (y sin sentido de la transmisión) lo intrahistórico, lo pasado, lo muerto o simple desprovisto de conciencia (incluso lo simple de la naturaleza, sin reconocer el saber vivir de la encina, “que es vivir como se puede”). En Machado no hay, como en Heidegger (y en otro sentido en Ortega y Gasset), el prejuicio por lo selecto; lo auténtico no separa en dos tipos de humanidad, también la conciencia está en el hombre caído en el “se”, en el Man inauténtico; aun y todavía el hombre alienado es un hombre.

 

Como hemos visto, choca lo que hay bajo la emisión de juicios de valor. Hay una contraposición: y el sintagma “en todas partes”, repetido en los dos momentos estructurales del poema (v. 5 y v. 15), refuerza esa dicotomía. Pero, literalmente, indica que en todas partes encontró el poema estas dos formas de ser, en todas partes y clases de hombres. Indica, también, que el poema no tiene una lectura de clase social o estrato cultural. Por otro lado, la simpatía clara por el segundo estilo (que se suele asociar al pueblo sencillo) es –no se puede negar– una elección ética. Porque, sin complicar más las cosas, el primer tipo de hombre, “el que mira, calla y piensa” estaría más próximo a la conciencia meditativa –como la que tenía Machado, y a los aludidos en el poema I en el sintagma “Todos callamos”; y sin querer entrar en la compleja relación con los dos tipos de conciencia, una luz y otra paciencia, el yerro del primer tipo de hombre no es tanto el pensar, como el pensar que sabe. (“y piensan / que saben (….)”.) Más radicalmente, en un sentido fenomenológico, Machado simpatiza con la buena gente porque no es fácil separar la conciencia inmediata y la conciencia vigilante, ni, menos, mantener ésta alerta. El poema es tolerante con la mayoría de lo humano; y censura a aquellos que censuran porque “piensan / que saben, porque no beben / el vino de las tabernas”; es decir, que falsamente se distinguen de aquellos que viven en el sueño.

 

 

 

 

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* Cf.  Martínez, Fulgencio: El primer retrato de Antonio Machado El viajero. Poema I.

https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2016/05/el-primer-retrato-de-antonio-machado.html


 

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