Corina Oproae ha publicado, en octubre de 2024, La casa limón, novela ganadora del Premio Tusquets editores 2024. Quien escribe estas líneas conocía parte de la obra poética que hasta la fecha ha publicado la autora nacida en Transilvania (Rumanía). Mil y una muertes, Intermitencias, Desde dónde amar (libro que he comentado en Ágora): esos títulos, sobre todo el último, publicado en 2021 (Pre-Textos, Valencia) anunciaban una voz lírica que venía de un lugar donde lo maravilloso y el dolor se correspondían, un lugar extraño -para este lector, al menos-, de revelaciones súbitas, alegorías animalescas (ciervos, esos ciervos de nuestra mejor poesía mística, espiritual diría mejor: la de san Juan de la Cruz); imágenes rotas que nos sacudían en versos insólitos, como huellas que se pierden en un país nevado; todo esa escritura tamizada, como velada y destilada en una tinta que (como lectores podíamos adivinar) la autora había extraído de un profundo y dolorido secreto.
El paso a la narración, desde ese mundo propio, no es automático. Aunque en boga la novela autobiográfica o de autoficción, que ha dado en los últimos años obras tan sorprendentes como Ordesa, de Manuel Vilas -otro poeta grande, como Corina Oproae-, La casa limón, primera novela de la autora, presenta una complejidad mayor que una voz estereotipada ya en este subgénero, la voz estilísticamente monolítica de un narrador o una narradora, casi siempre un adulto, que reacciona y recrea su mundo autofictivo.
La condición de novela lírica explicaría en parte algunas claves de La casa limón, así como la filiación de esta obra narrativa con la poesía, pero no el asunto que nos ha interesado aquí, que no es otro que la continuidad literaria desde la poesía al género narrativo en la escritura de Corina Oproae.
Quizá la clave se encuentre en la palabra memoria, que se encierra en la cita que precede al libro, y en el verbo recordar (más concretamente, en la forma verbal, en presente y primera persona del singular) recuerdo, que es la palabra-cifra y leitmotiv de la primera parte, la más breve, donde se presenta a la niña narradora y protagonista, y su mundo, su castillo de libros, su familia, pero también, la llamada a la escritora adulta (y al lector) para que la rescate, la escriba. "Solo quiero que alguien me rescate para poder seguir viviendo esta otra vida. Estoy preparada. Necesito que alguien me escriba".
"Miramos el mundo una vez, en la infancia. El resto es memoria".
La cita de Louise Glück, al inicio del libro, resplandece sobre toda la narración y anticipa ese desdoblamiento del yo (poético-infantil y narrador-adulto, un yo que recibe las impresiones primeras y un yo que rememora y trata de rescatar el...resto).
La casa limón se estructura en tres movimientos, el primero, al que ya nos hemos referido, como presentación, es de una aparente sencillez pero plantea y resuelve algunos de los problemas de la narración. En primer lugar, en cuanto al tono y estilo de la escritura, muestra un fraseo conciso, evocador, lírico, reflexivo pero a la vez sutilmente propio de una niña preadolescente: narcisismo, hipersensibilidad, autoaislamiento, extrañeza y sentimiento acerado hacia el mundo exterior (recordemos que la narradora-niña protagonista de la ficción se ha dado licencia para desdoblarse y para seguirla, como lectores).
Poco a poco, en la segunda parte, que es el meollo de la narración y la más extensa en páginas, la niña narradora "madura" su estilo de escritura, sin cambio brusco; solo alargando los períodos y mostrando en dos planos su fantasía y su castillo interior defensivo y los hechos y protagonistas reales de su historia, no solo de su historia familiar y personal como niña en crecimiento, sino de la historia de su país, Rumanía, porque, a fin de cuentas, la historia de cada uno de nosotros está siempre en los renglones (aunque creamos que solo estuvo o transcurre en los márgenes) de la historia de otros seres humanos, la historia de un tiempo concreto y de una sociedad concreta.
La niña en trance de desaparecer en la adolescente asiste a la enfermedad del padre, a episodios cercanos de muerte en la familia, empieza a dar consistencia y espacio en su mundo a su hermanastra, a su madre, a los otros niños y niñas, compañeros de colegio y vecinas, en fin pone a prueba su observación y su mundo mágico, trasunto de lecturas y de preciosas asociaciones líricas. Todo ese tránsito a la vida real se produce en medio de la dictadura comunista de Nicolae Ceaușescu. Narrativamente, el elemento de la realidad está representado por esa dictadura oprobiosa, que impone a todos los personajes de la novela un "tiempo de silencio", diríamos, haciéndonos eco de la gran novela de Luis Martín Santos, referida a otra dictadura, la de Franco.
Pero, a diferencia de Tiempo de silencio (publicada a principios de los 60 -en1961- de la cual más tarde tenemos la gran película homónima de Vicente Aranda), en La casa limón se alude al final de la dictadura y a la muerte (por fusilamiento) del "Gran dirigente". Todo ello se evoca en la tercera parte, a modo de epílogo, tras una elipsis temporal, que nos sitúa en 1989, con la narradora iniciando sus estudios universitarios todavía en la Universidad de la dictadura. Magistral es el canal a través del que narra la joven ahora, que coherente con su rebeldía de niña y preadolescente regala un diccionario de rumano a una profesora de "Formación del Espíritu Nacional" (sería la materia equivalente en la enseñanza franquista) y es por ello expulsada de la Facultad de Filología donde con ilusión proyectaba su vocación de vida y de escritora. Por fortuna, en este caso, la historia real vino a salvar la historia imaginaria, y la ficción literaria, de donde la caída de Ceaușescu se convierte de forma magistral en una continuación de los sueños y del yo de la niña protagonista, de la que apenas importa el nombre.
Corina Oproae
La casa limón es mucho más de lo dicho en este artículo. Su escritura, hermosa, cuidada, tiene momentos de esa brillantez sencilla que llamaba Francisco Umbral "calidad de página", un nivel estético tal que podríamos seleccionar trozos y páginas para una relectura gozosa. No he querido mencionar antes la calidad del español que usa Corina Oproae y tampoco ensalzar más este rasgo por tratarse, en su caso, de una lengua aprendida, no materna. El talento no tiene obstáculos, hay grandes escritores rumanos en el siglo XX que hicieron una importante obra literaria en francés o en alemán; Corina Oproae aporta a la literatura española del siglo XXI una perspectiva muy valiosa, desde su experiencia vital y su enorme creatividad literaria.
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