LA PROBLEMÁTICA LENGUA DE LA GRACIA. COMENTARIO DE HABLE LA LUZ, POEMARIO DE JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET
La editorial Olé Libros se ha apuntado un buen tanto al publicar el nuevo libro del poeta oriolano Zerón Huguet. Zerón vuelve a publicar poesía después de entregar hace un año un diario que recogía anotaciones escritas entre 2008 y 2016. (A salto de mata. ed. Frutos del tiempo, Elche, 2023). En su momento dejamos constancia de nuestra opinión sobre ese libro, calificando a su autor de uno de los mejores prosistas actuales. En 2021 Zerón había dado su hasta entonces último poemario, Intemperie (Sapere Aude, ed. Ars poetica, Oviedo), donde incluía además una primera sección de poemas (“Solumbre”) reescritos desde su temprana aparición en 1993. En los nuevos poemas de Intemperie reconocíamos la voz y la dialéctica interioridad / exterioridad propia de este extraordinario poeta; junto a símbolos, obsesiones por la habitación de un espacio que incluya al yo poético y al biográfico, pero que desde ahí avance a expresar el fondo de los seres, la palabra del ser desamparado o captado en su frágil refugio. No es otra cosa a lo que aspira la gran poesía.
Intemperie nos parecía un paso definitivo, en esa evolución del yo poético (de la experiencia interior y mundana a la exposición desnuda a la herida del mundo). Evolución preparada desde una especie de tetralogía anterior: Sin lugar seguro (2013), De exilios y moradas (2016), Perplejidades y certezas (2017) y el revelador poemario Espacio transitorio (2018).
Este nuevo poemario publicado en el otoño de 2024 supera, en nuestra opinión, a los anteriores; “supera” en sentido hegeliano (perdonad a este antiguo profesor de filosofía). Asume los cinco títulos anteriores y avanza a un recorrido nuevo y por momentos novedoso o inédito en este poeta en evolución. Hay poetas buenos, grandes, que han cerrado su obra a una edad relativamente temprana, aunque hayan seguido escribiendo y publicando. No es el caso de autores que siguen buscando y creciendo con los años, como Dionisia García (se nos viene a la mente este ejemplo, con noventa años cumplidos) o José Luis Zerón (quien hace unas pocas fechas, el 28 de octubre, cumplió solo los 59, casi la edad en la que Kant comenzó a escribir sus “Críticas”).
Hable la luz es quizá el poemario más estructurado de los publicados por Zerón, y a la vez el más testimonial: en el sentido de arriesgar un cierto mensaje o testimonio de lo que para el escritor significa su quehacer poético, su posición ante el mundo, apunte de una fe alzada desde el asombro y el fervor por la belleza y la certeza de su no permanencia: sí, una fe dañada pero que el texto poético nos entrega viva, auténtica, abierta a que el lector, sus lectores, la transiten y de algún modo la restauren con su propio testimonio. Porque es el receptor, muchas veces, quien termina de configurar el mensaje; sobre todo, cuando se trata de un libro de poesía, arte de la sugerencia y la invitación al vuelo.
Brevemente, diremos que el libro tiene, en primer lugar, un paratexto digno de una lectura atenta: el prólogo de la poeta Natalia Carbajosa, del que recogeremos luego unas significativas frases. Pero los paratextos no terminan ahí, dignas de mención son las citas, unas que dan pórtico al libro y otras que preludian las dos partes de Hable la luz. Destaco la primera, de la gran poeta madrileña Pureza Canelo: Hable la luz y hable el aire, por ti, por mí. Acierto también en las citas bíblicas, de Apocalipsis de San Juan y del profeta Isaías. En su conjunto, las citas presentan no solo el contenido, sino el tono, o los tonos del poemario: en la primera parte sobre todo, el tono vindicativo contra la tiniebla, el mal, la muerte; tono que se matiza y enriquece con otras citas, de clásicos castellanos, como la del genial Arcipreste de Hita, en el poema “La danza de la muerte” (pp. 19-20). Esa primera parte, titulada “Apolión” (nombre griego que se refiere al terrible Abadón, el ángel apocalíptico) contiene una velada referencia al tiempo en que fueron escritos los poemas, 2020, durante la pandemia y la amenaza existencial que supuso para la humanidad el virus chino. Tal situación existencial propicia, en coherencia, que el autor no solo adopte la posición de la propia experiencia, sino que avance, acorde con su evolución estética, hacia la expresión desnuda del ser. Ese el tono que predomina en los mejores poemas del libro, los más claros y bellos, y en apariencia, más oscuros, por tratarse de imágenes de una profunda y velada coherencia, donde el poeta se suelta (y nos quita el andador como lectores) de su propio yo. Vamos por partes.
Apolión
Hable la luz se estructura en dos partes o desarrollos contrastantes: “Apolión” y “Xenía”.
Dice con acierto Natalia Carbajosa, en el prólogo del libro (p. 10):
Si la primera parte de Hable la luz ponía al poeta frente al ángel destructor y al dios indiferente, los poemas finales nos lo muestran como un peregrino casi triunfante en la menesterosidad de su búsqueda:
Expuesto enteramente a la inclemencia,
con el paso adelantado hacia
el umbral, digo sí al rumor de enredaderas
en el seno de la luz última.
La primera parte, “Apolión”, comienza un poco titubeante, como una especie de misa o ritual exorcista pero que deriva en un “himno” negro que presenta la grandeza del ángel del mal (en cierto modo, es un ejecutor del castigo decidido por el Dios, la cara terrible de este). “Tu luz, tu excremento y tu sangre somos, / Apolión…”, llega a decir la última estrofa de “Introito”, en un tono casi de oración. Acierto del texto en albergar aquel titubeo ante una realidad tan ambigua y compleja como el mal, la destrucción, la enfermedad. Los lectores de San Agustín, desde el siglo V, y los del más grande filósofo medieval, Santo Tomás de Aquino, andan aún preguntándose por el mal, gran argumento ateo. Como en la novela de Albert Camus, La peste (en prosa, uno de los mejores textos escritos sobre la amenaza existencial, si bien ahí centrada en un microcosmos), es tentador afrontar el mal como un castigo mítico o de los dioses, cuando no se tienen “armas” para defenderse de él. Sin embargo, pese a los que piensan solo racionalmente, de forma simplista, la relación del mal con la humanidad, y con cada uno de nosotros, sus componentes, tanto actuales como futuros o pasados, abarca tanto lo religioso, lo poético-existencial como, obviamente, lo moral. Y esas connotaciones o rasgos no se pueden marginar cuando se quiere mirar con valentía a los ojos del problema. Si pensamos que es solo cuestión de ciencia o de técnica, estaremos viendo solo un lado.
La poesía de verdad tiene el valor de mirar a las cosas en profundidad y con la perspectiva más abierta posible. No se trata solo de un valor estético sino de un valor de pensamiento poético, de visión del mundo, que es previa a la calidad textual de cada poeta; sin ella, no hay en verdad un progreso en este.
Pues bien, no es fácil — o como dice el poeta: “No es fácil, no, crear …[1]” (“Luz y silencio”, p. 76); pero eso es lo exigible al poeta. El acercamiento al mal se produce en Hable la luz de una forma progresiva y matizadamente compleja. No rehúye el tono religioso, consolador, de hecho tras “Introito”, el primer poema, en el siguiente (“Tiempo oscuro”) introduce una cita de Emily Dickinson, que encierra unos de los poemas religiosos más extraordinarios de la poesía moderna, y que por su brevedad reproducimos:
I shall know why -when Time is over
And I have ceased to wonder why-
Christ will explain each separete anguish
In the fair schoolroom of the sky-
He will tell me what “Peter” promised-
And I – for wonder at his woe-
I shall forget the dropo f Anguish
That scalds me now – that scalds me now![2]
El tercer poema, “La danza de la muerte” (p. 19), al que ya aludimos, incorpora el tono coloquial del Arcipreste, y aún más, creemos, que desde este poema se acoge en el libro el ritmo saltarín, ligero, rápido, naturalista a veces, que es propio de la lengua española usada con hábil manejo; ese ritmo estará ya presente en los más significativos poemas de Hable la luz, incluso en aquellos poemas y momentos donde el ritmo se torna más grave y lento. Es ese ritmo del libro (junto a los matices tonales, las alusiones, la visión del mundo del autor del texto y la apertura al ser) un elemento importantísimo que enriquece la obra que comentamos.
Un ritmo arrítmico (si se nos permite la paradoja), ligero, desbordado y como fuera del control del propio autor, pero esto solo en apariencia, puesto que está sujeto siempre a la suave mano del poeta (de lo contrario, la poesía deviene una retórica indigesta, una prosa sin ritmo ni resonancias).
“La danza de la muerte” es, por otra parte, un ejemplo de poema monoestrófico, éstos destacan en el libro por su menor presencia (frente a los poemas en estancias) y en algunos casos, por su rara calidad y simbolismo. (Es el caso, por ejemplo, de “La hora de la culebra” -p. 21-, “Ahora, el instante 1" -p. 22-, poema donde hallamos estos dos versos maravillosos: “Todo cuanto ahora es planto, / mañana será himno”, planto e himno que son las formas de comunicación que finalmente adopte el poemario; y, ya en la segunda parte, “Locus amoenus”, uno de los mejores poemas del conjunto).
Si los poemas monoestróficos, en los que se nos da una corriente de conciencia, son deliciosos en su mayor parte, los poemas con más tendencia al himno o a la meditación moral o filosófica, desarrollados en estancias o estrofas de diverso número de versos, son el meollo del libro, donde se alcanza la cima y también, en algún caso, donde hay una caída en intensidad. Es un riesgo que el poeta valientemente adopta, la extensión de estos poemas suele contrastar con la de los poemas monoestróficos, casi siempre breves. El juego de contrastes enriquece finalmente el libro en su unidad y desarrollo temático.
“Azar y tiempo” y sobre todo “Canto de la vida breve” (estamos aún en la primera parte, en “Apolión”) son dos excelentes ejemplos de poemas largos. El primero de ellos nos da pie para comentar la importancia del léxico en esta poesía; del léxico propio. “Garriga”, “roquerío, “zafre”, “alcaraván”, “aduja” son palabras del poema “Azar y tiempo” y forman parte —como otras también del mundo rural geográfico, marino, animal y vegetal — del universo semántico del poeta ya desde sus libros anteriores: expresan su posición de desamparo y arraigo a la vez en un vocabulario de resonancias familiares infantiles.
En este paisaje se reúnen
la derrota del hombre,
la aduja de la serpiente,
(Azar y tiempo”), fragmento. p. 24.
En el poema largo “Canto de la vida breve” (pp. 28-30) es donde cuaja el tono de cántico del libro y el ritmo rápido y dolorido, pues como luego veremos, Hable la luz no quiere quedarse en lo plúmbeo del dolor, en la horizontalidad de la pena (parafraseando a Vallejo); sino que aspira nada menos que a dar suelta a la lengua de la gracia. De nuevo, la cita es bien traída; en este caso, de Francisco Umbral: “El hombre es sólo testigo momentáneo de tanta belleza sin motivo”.
Si he de morir, ¿por qué
la vida aún deslumbra
mis ojos?
….
Solo soy alguien, solo alguien
que huye buscándose en el camino
del instante,
….
alguien insignificante que ha de morir,
y que, como tú, me pregunto
si seré capaz de mantener viva
la llama que se extingue
y hallar en las sombras, como desearía,
las aladas semillas de la luz,
….
Solo soy alguien como vosotros,
expuesto a la codicia
de tanta belleza sin motivo.
(“Canto de la vida breve”), fragmento.
De nuevo, volvemos a encontrarnos, en otros dos grandes poemas, un acercamiento al himno religioso -cristiano, aun tejido con referencias paganas, de la poesía latina, elegíaca y amorosa, desde Catulo y Propercio a Virgilio; base de himnos de la extraordinaria música religiosa que ha generado la fusión de la poesía latina y el canto católico. Así, el poema “Kyrie Eleison” y, sobre todo, “Stabat Mater” con referencia a la música compuesta por Giovanni Battista Pergolesi. Este poema puede ser para el lector uno de los poemas más conmovedores del libro. Es un poema que transpira sinceridad, hondura, despojamiento, pero a la vez consuelo, amor. Quizá por su sencillez y ritmo merece estar en antología (y no solo en una antología poética religiosa). Consuelo será la palabra clave al final de esta primera parte. Amor es otra palabra que se afinca en este poema. Es una elaboración sutilísima de la poesía catuliana, en cuanto a la hondura de este poeta latino y su expresión directa, pero quizá mejor de la melancólica tristeza amorosa properciana; el lector lo verá.
El poema es, en cierto modo, un diálogo con el anterior que mostraba la cita de Emily Dickinson, y la visión de un Cristo Alfa y Omega que revela y explica cada angustia. Este poema se centra en el dolor de la Madre y en la incomprensión frente al dolor y la muerte de cualquier ser representado por el sufrimiento y muerte de un Cristo humano:
¿Qué te permite ver
aun tan ciega de dolor
cuando ya no queda nada?
…
Solo si el mal
ya no existiera,
te diría convencido
que estamos vinculados
a quién sabe qué.
(“Stabat Mater””), fragmento, pp. 44-45
No se puede decir más claro y hondo esa imposibilidad de la fe, dañada por el mal. Sin embargo, el hombre, que somos cada uno de los hombres por venir, ha de vivir día a día, ha de confiar en una reposición y vuelta de las estaciones, de la luz y la sombra, en que el mundo a pesar de todo sigue siendo habitable. Ya que somos huéspedes de él, hemos de procurarnos una buena acogida a nosotros mismos. Este es el espíritu que anima la segunda parte del libro, titulada “Xenía”, expresión que en griego significa hospitalidad. (Por cierto, una localidad alicantina La Zenia quzá tenga algo que ver con esa etimología helena. Localidad costera, cercana a Orihuela, la cuna del poeta Zeron Huguet).
Xenía
En el cruce mágico de las cartas el poeta, en esta segunda parte, la más extensa y lograda, hace pasar lo temporal (de la progresiva salida de la situación de crisis pandémica) por lo existencial e intemporal de la condición humana en el mundo.
Solo podemos detenernos ya a comentar algunos pasajes de “Xenía”. Muchos de los poemas de este segundo desarrollo del libro son poemas largos, y son éstos, extraordinarios, no sólo en cuanto se refiere a forma, léxico, ritmo y tono, y coherencia con el pensar del mundo del autor y la intención de apertura al ser; sino también porque introducen avances inéditos o novedosos en el desarrollo del libro. Si nos referimos a esos poemas largos, en estancias, destacaríamos “La mirada del otro”, “Acto de fe”, que contiene uno de los mejores arranques poemáticos (p. 51):
Las praderas por las que caminábamos seguros
son ahora marjales.
¿Qué vuelve a nacer sino la humedad?
El poeta se orienta hacia una fe humana, en búsqueda del otro y de un cierto sentido pagano de la confianza y la seguridad en el estar en el mundo, asumida su condición efímera y mezclada. Interesante la aparición de un léxico nuevo, en parte, que desarrolla una dialéctica propia: “refugio”, “tierra”, “semilla” frente a “noche”, “dolor”, “abismo”, que en este poema –“Acto de fe”- se solapa aún, curiosamente, con otros términos de procedencia religiosa, sacrificial. “abrazo”, “crucifixión”, “muerte”.
Como una rara y bella excepción, el poeta se permite en algunos poemas el testimonio más personal: “Hablo con mi padre”, que me parece el mejor ejemplo de esta voz intimista. Aunque este y otros poemas en esa línea (como el poema titulado “Con Ada en la azotea”) nos produzcan asombro ante la belleza y la verdad que el poeta ha conseguido reunir con su palabra sencilla casi dicha al oído, sin embargo son los poemas “Alianza”, “El mundo en mi habitación”, “Las fronteras de la memoria” “Lo perecedero”, “Luz y silencio”, “El centro y los márgenes”, “Mirada y palabra”, “Las primeras brumas” y “El camino de vuelta”, aquellos que preferimos, por ser donde el poeta arriesga más y cala en la poesía del desamparo. La poesía de las simientes, si la vemos desde otro punto de vista; de aquello que expuesto requiere, por tal, confianza.
En el primero de ese impar ramillete de poemas, se encuentran estos dos versos, que, en nuestra modestísima opinión, son una cifra de la intención del libro:
Es gracia y no pesar la lengua
que profanó el silencio.
(“Alianza”), p. 65.
¿Merece la pena “profanar el silencio” si no es para hacerse lengua de la gracia?
¿Qué sea esta “gracia”, término que volvemos a encontrar después de la experiencia cristiano-pagana, no lo sabemos? Pero de ello, sin duda, nos habla el poeta.
Hable la luz será presentado, el viernes 29 de noviembre en Orihuela, por José Antonio Torregrosa Díaz, Alberto Zerón Huguet y el propio autor del libro.
Comentario de Fulgencio Martínez
27-11-2024
[1] El mandato expresado en el titulo “Hable la luz” es la máxima expresión de la voluntad creadora.
[2] Sabré por qué -cuando el Tiempo se acabe—
Y haya dejado de preguntarme por qué-
Cristo explicará por separado cada angustia
En la hermosa sala de estudio del cielo
Él me dirá lo que Pedro prometió –
Y yo -por asombro ante su dolor-
Olvidaré la gota de Angustia
Que me escalda ahora- ¡que me escalda ahora!
(versión recogida de internet).
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