EL POEMA "CERO" DE TODO MÁS CLARO, DE PEDRO SALINAS
HOMENAJE A VENANCIO IGLESIAS, CATEDRÁTICO DE LITERATURA Y NOVELISTA, QUIEN PRIMERO ME INVITÓ A LEER "TODO MÁS CLARO"
"Cero" es el poema 15 y último del libro Todo más claro, de Pedro Salinas. El libro, publicado en 1949, bajo la conciencia del peligro que suponía una tercera guerra mundial nuclear, vuelve a estar de actualidad (22 de marzo 2020) en estos tiempos de amenaza de la pandemia del coronavirus.
Recojo el análisis de "Cero", reducido de su contexto más amplio: mi ensayo "Salinas y el contrapunto" (escrito para la UNED, y publicado en este mismo blog de la revista Ágora el 4 de Febrero de 2014). Ahí lo comparaba con el barroco ascético de Quevedo y, en menor medida, con la poesía de conciencia cultural humanista de T.S. Eliot y de Federico García Lorca.
Solo le antepongo al análisis de "Cero" algunas líneas para remitir a su ubicación en el libro Todo más claro.
El ensayo "Salinas y el contrapunto" (Fulgencio Martínez, 2014) está disponible en:
https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2014/02/salinas-y-el-contrapunto-ensayo.html
Todo más
claro y otros poemas (1949) nos parece una obra muy destacable no solo porque dialoga hoy con muchas de las preocupaciones de los hombres del siglo
XXI, sino también porque encierra, en su riqueza temática, un campo de estudio
para el análisis del contrapunto en Salinas. De algún modo contiene la suma de
todos los elementos de la poesía saliniana: los del amor y el seguro azar, de sus
primeros libros, más el componente de la preocupación social, cívica,
humanística, expresamente vinculado a
una poesía que reflexiona sobre el destino de la cultura.
En esta obra, en sus quince
poemas ( claramente individualizados cada uno de ellos, de estructura y
desarrollo amplio, a veces dramatizaciones de una meditación sobre motivos e
inquietudes propios del poeta y a la vez colectivos), el contrapunto hace
convivir diferentes actitudes: evasión, confianza, frente a inquietud, terror
incluso. Sobresale la lucha interna por aclararse el poeta sus vivencias: fluctuando
entre la evasión, la sublimación y justificación, la confesión, el
arrepentimiento, el perdón, la inocencia, la culpabilidad (nos referimos no
solo a sus viviencias amorosas sino a su vivencia más profunda: la poesía, la
dedicación y justificación de su vida, al margen de la realidad y el compromiso
cívico y social); y por otro lado, la nueva actitud de compromiso, de
preocupación colectiva y de arraigo de la poesía en la verdad que transforma el
mundo o, al menos, mantiene un signo de esperanza.
"CERO" es el poema número 15 y último del libro, y ápice
del mismo. El poema se
abre con citas de Quevedo y de Antonio Machado. La cita de Quevedo enlaza con
los motivos del contrapunto indicados: “Y esa Nada ha causado muchos llantos…”
Se trata del último terceto de un soneto satírico-moral de Quevedo, escrito a
propósito del “falso rumor de fuego que se movió en la Plaza de Madrid en una
fiesta de toros”. La Plaza Mayor madrileña había sufrido varios incendios, pero
ese día 28 de agosto de 1631, el suceso que sembró de muerte y despojos fue “de
nada el rumor”.
“Cero” se divide en cinco
partes.
- “Invitación al llanto. Esto es un llanto”. Cámara subjetiva, visión del aviador, que soltó desde el aire la bomba. “Nada/ al principio no vio casi nada… Una mancha… blanca. Arrebañados corderos”. Una regresión a la infancia: “veinte años, atrás, un niño”, le hace evadirse del acto terrible- “mientras, /detrás de tanta blancura/ en la tierra –no era mapa- en donde el cero cayó/, el grande desastre empezaba”. Los octosílabos punteados con ritmo quebrado de esta primera parte darán paso al ritmo endecasílabo, más grave, en las siguientes.
- “Muerto inicial y victima primera”: ese cadáver primero es “lo que va a ser y expira en los umbrales/ del ser”.
“Nuncios
de dichas”, promesas anunciadas: todo se detiene
y congela. La anunciación jamás se cumple: “la que aguardaba el éxtasis,
doncella” (el lenguaje del poema se vuelve barroco), todo queda detenido. Hay
ruinas de futuro por todo alrededor. “Una mañana que muere al filo de una aurora
cierta”. Vísperas, muertas. “Imágenes que inclinan su hermosura / sobre espejos
que nunca las reflejan”. Cese del “gozo inmediato, pasmo que se acerca, la
frase más difícil, la penúltima / la que lleva derecho hasta el acierto, / la
perfección vislumbrada”, queda interrumpida.
- “¿Se puede hacer más daño, allí en la tierra?” El tenor de la reflexión “dice que sí se puede. Que hay mas pena.”. La devastación afecta no solo a lo inminente –continuación del presente en futuro- sino al ayer. No solo respecta al presente que no se cumple, también al futuro, y por retroceso, al pasado.
Un “Vasto
ayer que se queda sin presente”, “vida inmolada en aparentes piedras”. El signo
de esa destrucción mayor es ahora lo pétreo. Si en la parte 2 era una niebla lo
que cercenaba la vislumbre de lo no consumado, ahora el pasado se convierte en
piedra. Es decir, desarbola el pasado como fuente de vida, ahora fijado en
piedra. Porque la vida arrastra el pasado hacia el futuro, la vida es
invención, hallazgo, confianza en esa continuidad: “Si se marchan unas otras
llegan”, las horas, aunque sean fugaces, llaman a otras siguientes. “¡Qué
alegría, saber que en cada hora / algo que está viniendo nos espera!”
- “El cero cae sobre ellas”. El cero arrumba y petrifica lo diverso de las obras hijas de la luz, “en esa desgarradora / nulidad que las confunde, / en la nada, en la escombrera”. Se puede decir que ahora el cero hunde la luz misma, supone su reverso: la noche y la invisibilidad de todo. Una negra pizarra: esta era la imagen de la nada o cero que utiliza en sus poemas Abel Martín: el poeta-filósofo, apócrifo de Machado.
La
metáfora del cero como representación de la nada, o “desgarradora nulidad”, la
toma Salinas, según la segunda de las citas del poema, de Antonio Machado; en
concreto, de uno de los “Proverbios y cantares”, el XXXV, que forman parte de Nuevas canciones: “Ya maduró un nuevo
cero, / que tendrá su devoción:/ un ente de acción tan huero / como un ente de
razón.”
Salinas
resalta ese carácter del cero como un “ente de acción tan huero”, usando, como
Machado, la paradoja de atribuirle entidad a la nada mas como algo huero, vacío, y como acción que
es ausencia de cambio, acción petrificada. Son, por tanto, imágenes terribles,
paradójicas o contradictorias en sus términos, las que puede el pensamiento poético
acuñar acerca de ese absoluta negación “al amor / de la luz, de la flor y de los
nombres”. (La voz a ti debida. “¡Qué
alegría, vivir / sintiéndose vivido”). Pero, a diferencia de un estado subjetivo
de inacción y muerte trascendida por la realidad de la amada, que Salinas cantó
en su poesía amorosa, aquí no hay ningún tú que responda a la llamada; ni
tampoco trascendencia. No tiene sentido ya la búsqueda de ese tú esencial, al que estimula Machado
en otro de sus proverbios (“No es el yo fundamental / eso que busca el poeta, /
sino el tú esencial”); cesa la comunicación, y con el otro, anhelado y
compañero del diálogo, se apaga también el yo, devenido en espejo vacío.
En
el poema Salinas dramatiza esa búsqueda.
“Por
el escombro yo busco a mis muertos”. Un yo también vacío se adentra en el reino
de lo invisible. De nuevo, Salinas
recurre a la fábula mitológica y poética: el supervivente, el náufrago
solitario en ese reino de las tinieblas. El superviviente va en busca de sus
“muertos añosos, a lo lejos”, pues, aunque el cero borró el movimiento que
manifiesta vida en un ámbito de luz, sin embargo mueve a los muertos en el
tiempo, los aleja, de la memoria: los vuelve nada. Así, ve a los muertos el
superviviente alejarse en un Hades invisible que los devora hacia el olvido.
Los
muertos van en un bajel pétreo que zarpa y se aleja. Ellos mismos son los remeros, “cada cual con su remo, lo que hizo, /
en busca de un puerto último (“celeste/ ensenada segura, la que detrás, salva, del tiempo”).
Por tanto, a la luz del final de esta cuarta parte, se revela, de nuevo, una posible última aparición del ”seguro azar”, ya como una esperanza sin fondo, una vez perdida la apuesta que aquellos muertos hicieron en vida: “El jugarse a la nada , o a lo eterno / el caudal de sus formas confiado”. El hombre que ha confiado en la piedra su vivir, su memoria, para que fuera “Menos morir, morir así”, y que ve sucumbida su esperanza, borrada toda inscripción en la piedra, sin embargo aún espera un golpe de suerte y de salvación.
Por tanto, a la luz del final de esta cuarta parte, se revela, de nuevo, una posible última aparición del ”seguro azar”, ya como una esperanza sin fondo, una vez perdida la apuesta que aquellos muertos hicieron en vida: “El jugarse a la nada , o a lo eterno / el caudal de sus formas confiado”. El hombre que ha confiado en la piedra su vivir, su memoria, para que fuera “Menos morir, morir así”, y que ve sucumbida su esperanza, borrada toda inscripción en la piedra, sin embargo aún espera un golpe de suerte y de salvación.
El
tema unamuniano del afán de inmortalidad personal y colectiva (Del sentimiento trágico de la vida),
está aquí presente. No solo los hombres individuales, también los pueblos, la
cultura humana aspira a perdurar. Eliot, en La tierra baldía, reflejó, como
huella de la Primera Guerra Mundial, imágenes de desolación colectiva, de
apocalipsis cultural. En el poema de
Salinas se da una variación de estos temas ante una de las más terribles de las
consecuencias en que podía entrar la pesadilla final de la Segunda Gran Guerra.
- “Y todos, ahora, todos, / qué naufragio total, en este escombro!” “Escombro” es la imagen poética sensible que da el poema en representación de la nada o ausencia, Miguel Hernández, en su “Elegía a Ramón Sijé”, se ve “andando sobre rastrojos de difuntos”. La desolación del superviviente se cura con la compasión, la piedad. En la estrofa primera de esta última parte de “Cero”, el fantasmal vivo oye ya la voz de la “compasión”: “me piden compasión desde la ruina”. La compasión hacia los muertos marcará, en lo siguiente, el curso del texto. Una compasión que se cifra, en primer lugar, en un oír el relato de antiguas voces extinguidas (“de carne antigua voz antigua, oigo”). Como el homérico Ulises, o como Dante en el Infierno, se vierte en la piedad de escuchar el relato de lo que fueron e hicieron los muertos.
“Obra
se acaba que empezó proyecto”
“¡Qué
derroche de siglos, un momento”
“No
se derrumban piedras, no, / ni imágenes; / lo que se viene abajo es esa hueste /
de tercos defensores de sus sueños”. Eso, más que las piedras o imágenes, es lo
que ha cercenado el cero: el afán de inmortalidad, la esperanza cifrada en que
otras venideras generaciones atiendan a la memoria de los sueños que se
edificaron siempre bajo el supuesto de la continuidad temporal y la
supervivencia de la luz más allá del tránsito personal.
En
un tercer movimiento, en esta última parte, la muerte recoge a los muertos que
escaparon de la tumba.
“Se abre por fin la tumba a que escaparon”…
“Ya
encontré mi cadáver, el que lloro”.
Queda, finalmente, “un gran silencio en el vacío oscuro”, “un gran polvo de obras, triste incienso, / canto inaudito, funeral sin nadie”.
Lo
que ha muerto ha sido el “NO dicho a la muerte: ese es el muerto”.
La
gran catástrofe tiene aquí su verdadera víctima: matar el no a la muerte, seca
el hambre de inmortalidad al agotar el tiempo y desfonda el valor de las obras
o huellas dejadas en él. Es el triunfo total de la muerte y del nihilismo.
Vence el impulso tanático que Freud estudió como un instinto junto al eros. La
civilización ha sucumbido a su más peligroso instinto, y el hecho de la bomba
es, por consiguiente, una manifestación última del fondo destructivo de la
misma cultura moderna.
Sin
embargo, casi simultáneamente, al final de este cuarto movimiento en esta
quinta sección, se dice “Yo solo le recuerdo”
(se refiere a ese otro instinto de la no muerte, del no a la muerte, que
ha sucumbido, y se ha vuelto ya “impalpable”). Nos evoca el “Pero yo te
recuerdo…” del “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, de García Lorca.
Los
muertos piden reconocimiento y solo lo puede dar ya esa “sombra que busca en la
escombrera”, de la última estrofa de esta sección de “Cero”. En un quinto
movimiento de esta parte –que estructuralmente reproduce las cinco secciones de
la totalidad del texto- se progresa a una última escena; tras alejarse las
voces y cerrar el silencio (“la muerte de que huyeron” por un momento) aquel
iniciado diálogo de inmortalidad por la memoria. Se dibuja, en cierto modo, una
póstuma esperanza. Esta escena es compleja. “Hay un crucificado que agoniza/ en
desolado Gólgota de escombros, / de su cruz separado, cara al cielo. Como no
tiene cruz parece un hombre”.
“Mil soledades” le salen al encuentro, cada
una de ella “con sus siete dolores” (imagen mariana del sufrimiento filial). La
sombra de ese héroe único en un Hades donde ya no hay sombras, sino escombros,
nada, reconoce, entonces, “un crucificado que agoniza”.
El
poema parece insinuar, finalmente, una imagen de piedad católica, tratada por
la pintura y la poesía del Barroco. El crucificado, sin embargo, “parece un
hombre” y está separado de su cruz, “cara al cielo”. Y cuando la sombra se
acerca más a esa figura, comprueba que es un perro, “un infinito perro”, que
ladra en la noche (en la nada), “voz clamante entre ruinas por su Dueño”.
Sobre el posible tono de tenebrismo
romántico (al modo de Cadalso en Noches
lúgubres), creemos que el poema deja una impronta de tenebrismo barroco y
de ascetismo.
Será en el contrapunto, entre el goce de la vida y el
ascetismo, donde se acercan Salinas y Quevedo.
Sin embargo, en conclusión, la constelación barroca de temas en torno a la muerte (a su consuelo o superación, al placer diferido o sublimado o reprimido, a la enfermedad mortal, o condición moral, temas existenciales, incluso la conciencia de la nada) se ve en Todo más claro superada por el tema de la nada total o gran cero, la bomba atómica. El terror paralizante que aspira y seca cualquier fuente, incluso, de problemas, seca esa liturgia de la enfermedad. Y, necesariamente, también abre a temas cívicos sociales ecológicos, apocalípticos, actuales, desde un código existencialista y humanista.
FULGENCIO MARTÍNEZ (2014)
UNED
Sin embargo, en conclusión, la constelación barroca de temas en torno a la muerte (a su consuelo o superación, al placer diferido o sublimado o reprimido, a la enfermedad mortal, o condición moral, temas existenciales, incluso la conciencia de la nada) se ve en Todo más claro superada por el tema de la nada total o gran cero, la bomba atómica. El terror paralizante que aspira y seca cualquier fuente, incluso, de problemas, seca esa liturgia de la enfermedad. Y, necesariamente, también abre a temas cívicos sociales ecológicos, apocalípticos, actuales, desde un código existencialista y humanista.
En ese libro, Salinas se
encamina desde el poema “El hombre en la orilla”, hasta completar los 400
versos del poema final “CERO”, al tratamiento de un tema muy novedoso, aunque
tiene en el fondo todo un recorrido ascético, como he tratado de comprender en
este escrito. Esa matriz ascética, desde la que hay que entender el mismo
sentimiento del gozo, el amor y la comunicación con la armonía del mundo, es
común a dos poetas (Quevedo y Salinas), distanciados por más de tres siglos. Los
códigos distintos en que se vierte la poesía ascética no pueden cegarnos al
reconocimiento de una tradición renovada en la historia de la poesía.
FULGENCIO MARTÍNEZ (2014)
UNED
REVISTA ÁGORA DIGITAL /estudios de poesía española
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