Bajo el título Las Cartas de Platón se publicó este artículo en número 9 de la revista de filosofía INDIVIDUALIA, que dirige el profesor Francisco Fernández.
LAS CARTAS
DE PLATÓN
Hace
pocas fechas, durante un fin de semana en Madrid, aproveché la mañana de
domingo para mirar libros en las casetas de la Cuesta de Moyano, como solía
hacer en mis tiempos de estudiante. Tenía en mente comprar, si los encontraba,
los cinco tomos que me faltaban para completar el septeto de En busca del
tiempo perdido, la gran novela de Marcel Proust. Pero hete ahí que, de
pronto, en el primer puesto de librero de viejo que me topé, al inicio de
aquella ciertamente no demasiado áspera ni escarpada subida, me esperaban las
Cartas de Platón: Un volumen en apreciable buen estado, edición del
Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1954, con prólogo y edición bilingüe a
cargo del “catedrático de griego” Margarita Toranzo. El precio marcaba 15
euros, pero el vendedor, leyéndome en los ojos mi admiración, y en un arranque
magnánimo y anticomercial, me lo ofreció por 5, y, claro, lo cogí.
Salvo la Apología, no había visto un texto de Platón en su griego original. De la Apología muchos recordaremos el comienzo con aquel “oi athenaioi”, dedicado a los paisanos de Sócrates, acusadores unos, amigos otros del filósofo. Es casi un pecado en un profesor de filosofía no haber leído en griego los textos de aquellos maestros que enseña; haber leído solo la traducción es tanto como sentar cátedra de historia del arte por haber estudiado solo las reproducciones, nunca los originales de las obras.
Creo que ya va a ser difícil remediarlo, aunque me alegré al poder mirar -y leer, con el poco griego que mantengo- las letras platónicas, pero curiosamente, hube de reconocer, en un libro del que se cuestiona casi por completo su autoría. En este caso, venir de las “traducciones” de Platón al “original” falso, o en todo caso, apócrifo, no parecía un buen negocio. Podía consolarme con una probable originalidad de una parte de las Cartas, en especial, la VII, la que muchos estudiosos del autor dan por auténtica, la que casi todos hemos estudiado o conocido, la que contiene datos de primera mano sobre la biografía platónica y, sobre todo, la mayor confesión del autor sobre la política.
Esa carta VII comienza así, en su dedicatoria: Platón a los familiares y amigos de Dion, salud. Salud, “Eu prattein”. Este término tan querido luego por la Ética aristotélica, para describir nada menos que la actividad autotélica del vivir, ese sentirse bien en la vida, dentro de su traje, sin que a uno le duela nada, ni moral ni físicamente, y sin más fin ni propósito.
Esa carta VII que, también, define la política como el cuidado al que se dedicará la verdadera filosofía, y aquí Platón se pone trascendente, con lo bien que había comenzado: “y me vi obligado a reconocer, en alabanza de la verdadera filosofía, que de ella depende el obtener una visión perfecta y total de lo que es justo, tanto en el terreno político como en el privado, y que no cesará en sus males el género humano hasta que los que son recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos, o bien los que ejercen el poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la palabra”.
Salvo la Apología, no había visto un texto de Platón en su griego original. De la Apología muchos recordaremos el comienzo con aquel “oi athenaioi”, dedicado a los paisanos de Sócrates, acusadores unos, amigos otros del filósofo. Es casi un pecado en un profesor de filosofía no haber leído en griego los textos de aquellos maestros que enseña; haber leído solo la traducción es tanto como sentar cátedra de historia del arte por haber estudiado solo las reproducciones, nunca los originales de las obras.
Creo que ya va a ser difícil remediarlo, aunque me alegré al poder mirar -y leer, con el poco griego que mantengo- las letras platónicas, pero curiosamente, hube de reconocer, en un libro del que se cuestiona casi por completo su autoría. En este caso, venir de las “traducciones” de Platón al “original” falso, o en todo caso, apócrifo, no parecía un buen negocio. Podía consolarme con una probable originalidad de una parte de las Cartas, en especial, la VII, la que muchos estudiosos del autor dan por auténtica, la que casi todos hemos estudiado o conocido, la que contiene datos de primera mano sobre la biografía platónica y, sobre todo, la mayor confesión del autor sobre la política.
Esa carta VII comienza así, en su dedicatoria: Platón a los familiares y amigos de Dion, salud. Salud, “Eu prattein”. Este término tan querido luego por la Ética aristotélica, para describir nada menos que la actividad autotélica del vivir, ese sentirse bien en la vida, dentro de su traje, sin que a uno le duela nada, ni moral ni físicamente, y sin más fin ni propósito.
Esa carta VII que, también, define la política como el cuidado al que se dedicará la verdadera filosofía, y aquí Platón se pone trascendente, con lo bien que había comenzado: “y me vi obligado a reconocer, en alabanza de la verdadera filosofía, que de ella depende el obtener una visión perfecta y total de lo que es justo, tanto en el terreno político como en el privado, y que no cesará en sus males el género humano hasta que los que son recta y verdaderamente filósofos ocupen los cargos públicos, o bien los que ejercen el poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la palabra”.
La Apología,
iniciada con el oh atenienses, concluye con aquella célebre invitación a filosofar, inmortalizada como el lema socrático, el verso más conocido del
himno de la filosofía: una vida sin examen no merece ser vivida.
Sócrates va de la política a la filosofía. Al revés que Platón, quien va de la
filosofía a la política, quien se propone determinar mediante la filosofía lo
justo y el cómo ha de ser el eu prattein de los demás.
Las Cartas, en general (no solo la supuestamente auténtica), al incidir siempre sobre peripecias relacionadas con la misión filopolítica de Platón y sus éxitos y fracasos políticos, tratan sobre una preocupación básica (de Platón, o de los platónicos, y me atrevo a decir incluso de nosotros, los lectores).
¿Tiene sentido que el filósofo actúe en la política? En general, ¿tiene algún sentido el activismo filosófico?
No es baladí este tema. Platón lo vivió con dramatismo e intensidad. Si pasamos de los asuntos de la polis, otros lo harán por nosotros. Pero ¿es honesto tratar de convencer a los demás de que vivan según unos principios que ellos no han elegido? Platón no confía en absoluto en la bondad de la democracia, régimen que entraña en sí mismo un principio de corrupción, pero tampoco es partidario de la tiranía ni de la violencia, incluso si ésta es para imponer un régimen justo y filosófico. Si la revolución puede generar más tiranía, igual que la democracia entrañar el principio de lo peor: la descalificación de la sabiduría, ¿sería lícito al filósofo la persuasión, el engaño, los argumentos retóricos para apoyar desde la filosofía esta o aquella ideología política?
Las Cartas han sido consideradas ejercicios de retórica, quizá dentro de la propia Academia. En cualquier caso, contienen el suficiente pathos filosófico para que su lectura se convierta en un ejercicio de pensamiento vivo y en una fuente, a día de hoy, de incorrección política.
Las Cartas, en general (no solo la supuestamente auténtica), al incidir siempre sobre peripecias relacionadas con la misión filopolítica de Platón y sus éxitos y fracasos políticos, tratan sobre una preocupación básica (de Platón, o de los platónicos, y me atrevo a decir incluso de nosotros, los lectores).
¿Tiene sentido que el filósofo actúe en la política? En general, ¿tiene algún sentido el activismo filosófico?
No es baladí este tema. Platón lo vivió con dramatismo e intensidad. Si pasamos de los asuntos de la polis, otros lo harán por nosotros. Pero ¿es honesto tratar de convencer a los demás de que vivan según unos principios que ellos no han elegido? Platón no confía en absoluto en la bondad de la democracia, régimen que entraña en sí mismo un principio de corrupción, pero tampoco es partidario de la tiranía ni de la violencia, incluso si ésta es para imponer un régimen justo y filosófico. Si la revolución puede generar más tiranía, igual que la democracia entrañar el principio de lo peor: la descalificación de la sabiduría, ¿sería lícito al filósofo la persuasión, el engaño, los argumentos retóricos para apoyar desde la filosofía esta o aquella ideología política?
Las Cartas han sido consideradas ejercicios de retórica, quizá dentro de la propia Academia. En cualquier caso, contienen el suficiente pathos filosófico para que su lectura se convierta en un ejercicio de pensamiento vivo y en una fuente, a día de hoy, de incorrección política.
FULGENCIO
MARTÍNEZ (2019)
Profesor
de Filosofía y escritor (recientemente ha publicado La escritura plural
ed. Ars poética, Oviedo, 2018).
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