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miércoles, 22 de febrero de 2023

Albert Camus / Simone de Beauvoir. Una hábil manipuladora. Por Paco Fernández Mengual / Ensayo pensamiento/ Avance de revista Ágora-Papeles de Arte Gramático N. 17 (Nueva Colección, febrero 2023)

 


Presentamos un capítulo de un ensayo (inédito) sobre Albert Camus, donde el autor estudia la relación entre el autor de La peste y Simone de Beauvoir, con Jean-Paul Sartre al fondo. Sartre, Beauvoir, Camus: tres grandes escritores e intelectuales del siglo XX cuyas vidas y obras nos siguen apasionando.

 

ALBERT CAMUS / SIMONE DE BEAUVOIR

UNA HÁBIL MANIPULADORA


                          Por Paco Fernández Mengual 


      Camus nació en Argelia, Beauvoir en Francia. Camus pasó su infancia en el barrio mestizo, árabe y europeo, de Belcourt de Argel. Beauvoir en el piso familiar del bulevar Raspail de Paris. Camus, huérfano de padre, experimentó la pobreza en el piso de tres espacios en los que vivía con su tiránica abuela, su madre analfabeta, su hermano y sus dos tíos, uno de los cuales era sordomudo. En la casa no había cuarto de baño ni agua corriente, tampoco electricidad ni libros. La casa de Beauvoir disfrutaba de todas las comodidades de un hogar burgués de clase media, su padre era abogado y su madre intentó educarla en una moral cristiana estricta. El lugar de nacimiento no determina la vida de las personas, pero sí dejó tanto en Camus como en Beauvoir una huella que condicionaría tanto sus vidas como sus obras.

      Esta huella queda identificada en Camus por dos experiencias trascendentales: la miseria y la enfermedad[1], aspectos de una vida narrados en El revés y el derecho, su primer libro autobiográfico publicado. Camus expresa en el “Prefacio”, escrito para la reedición del libro, la fuerza y la intensidad de esta huella:

        Cada artista conserva así, en el fondo de sí mismo, una fuente única que alimenta durante toda su vida lo que es él y lo que él dice […] en mi caso sé que mi fuente está en El revés y el derecho, en este mundo de pobreza y de luz en el que he vivido tanto tiempo y cuyo recuerdo todavía me preserva de dos peligros contrarios que amenazan a todo artista: el resentimiento y la satisfacción.[2]

      Huella a la que responde Beauvoir rebelándose contra su educación religiosa católica y todos aquellos elementos que configuran el escenario en el que se representa la vida normal de una familia burguesa de la época: el matrimonio, el papel subordinado de la mujer, los hijos, etc.  Dicha rebelión se concreta en su singular y “antiburguesa” relación sentimental con Sartre y en su libro más importante, El segundo sexo, manual de referencia del movimiento feminista. 

 

                                                          



      Albert Camus conoció a Simone de Beauvoir y a Jean Paul Sartre en 1943, durante el estreno de Las moscas en el Théâtre de la Cité de París.[3] Hasta ese momento, Sartre y Camus solo se conocían por el análisis mutuo de sus obras. Camus había publicado El extranjero (1942), Sartre La náusea (1938). Dos novelas que la crítica emparentó bajo el denominador común de la temática “existencialista” ligada a la noción de “absurdo”. Camus reseñó la novela de Sartre en una columna titulada “La sala de lectura”, una sección literaria incorporada en el diario L’Alger Répulicain. Sartre había escrito un análisis de la novela de Camus y de su ensayo filosófico El mito de Sísifo en la revista Cahiers du Sud

 

      Sartre comenzaba a ser una celebridad en los medios intelectuales parisinos ya en 1943 y Beauvoir era su reflejo especular. La relación sentimental que mantuvieron a lo largo de toda su vida se sostuvo sobre dos acuerdos básicos: la idea de que si bien su amor era necesario, el resto de relaciones, eróticas o no, eran contingentes; y el deber de decirse siempre la verdad. El primero se mantuvo inalterable, pero no estuvo exento de conflictos, siempre resueltos por la devoción de Beauvoir hacia Sartre expresada en la autoimpuesta tarea de favorecer, a costa de cualquier cosa, el desarrollo intelectual y personal del filósofo y escritor. Al segundo fue más fiel ella que él. Resulta paradójico que Beauvoir, emblema del feminismo y crítica implacable del dominio patriarcal, dedicase toda su vida a “cuidar” a un hombre. ¿Qué fue Sartre para Beauvoir? Amigo, cómplice, amante, compañero intelectual, amor necesario y destinatario de amantes previamente seducidas por la escritora. ¿Qué fue Simone de Beauvoir para Sartre? Amiga, secretaria, discípula, crítica privilegiada de sus escritos, consejera, protectora, supervisora de su vida y de su obra y administradora de su tiempo y de sus espacios. El pacto amoroso excluía el matrimonio y los hijos, y aunque nunca se casaron ella era conocida en los medios de comunicación como la señora de Beauvoir, pareja de Sartre.

 

      Volvamos a Camus. Hay una versión estandarizada y caricaturesca de Camus forjada por los intelectuales vinculados al entorno de Sartre y de Les Temps Modernes, entre los cuales se encontraba Simone de Beauvoir, testigo privilegiado de la relación entre ambos escritores, que contribuyó de modo decisivo a trazar los rasgos que definirían dicha imagen a través de sus comentarios, sus textos autobiográficos y su novela Los mandarines

 

      Heredera de esta imagen es, por ejemplo, Sarah Bakewell, que publicó en 2016 una apología de Sartre y Beauvoir llamada En el café de los existencialistas. Con respecto a las aventuras de Beauvoir con sus alumnas y a su papel de proveedora de amantes para Sartre, Bakewell lo explica apelando a la “[…] atmósfera tensa y debilitante del París de la falsa guerra, que condujo a muchas personas a adoptar conductas extrañas”[4]. No hay necesidad de justificar dicha conducta, pero en el caso de que se pretenda hacerlo, apelar al contexto me parece de una indulgencia que resulta incluso extravagante. Sobre todo, porque este hábito de compartir amantes se prolongó durante muchos años después del final de la guerra. Beauvoir jamás supo resistirse a los caprichos de Sartre. Y uno de ellos fue la necesidad del filósofo de compartir las mujeres que previamente conquistaba Beauvoir. La necesidad jamás fue recíproca, pero Beauvoir se sometió al juego que le propuso su mentor y amante. De nuevo, resulta paradójico que el ideal de amor libre existencialista, en su realización efectiva exigiese la manipulación y cosificación de aquellas que formaron parte del elenco de mujeres que compartieron. Por otra parte, Bakewell asume la versión canónica de Camus que fomentó el dúo compuesto por la escritora y el filósofo, es decir, la imagen de un Camus genial como literato pero mediocre como filósofo. Es más, la lleva hasta el esperpento cuando refiriéndose al escritor francoargelino lo califica de periodista y de “escritor de cuentos”[5]. No sé qué razones, aparte de las expuestas, pueden llevar a Bakewell a calificar El revés y el derecho y Bodas como cuentos, por no hablar de El extranjero o La peste.

 

      No cabe duda de que a Beauvoir se le subió a la cabeza el éxito de Sartre ya que, en definitiva, lo consideraba también su propio éxito. En París no se hablaba de ellos individualmente, sino que el binomio Sartre-Beauvoir (Sartre siempre en primer lugar) era la firma de su marca intelectual y comercial. Desde la atalaya en la que se encontraban juzgaban, distribuían méritos y administraban defectos. Decidieron que había dos Camus, uno auténtico, el de la Resistencia y El extranjero, y una caricatura de este, el de El hombre rebelde y La peste. Veamos, pues, cómo se configuraron las imágenes y cuáles fueron los motivos.  

 

 

 


 

      La época de la “amistad” entre Camus y el binomio existencialista Sartre-Beauvoir va de 1943 hasta 1947, año en el que se publica La peste. Fue un tiempo de camaradería, afinidades filosóficas y noches etílicas en los cafés y caves de París. Existían, por supuesto, las diferencias y las discusiones, pero no eran más que un aspecto secundario de una “amistad” que los tres ponen por encima de sus discrepancias o desacuerdos. En una de sus noches de bares y jazz, discutieron sobre si el desacuerdo político es compatible con la amistad. Beauvoir respondió que sí, y añadió: “[…] nosotros somos la prueba de ello […]”[6]

 

      En 1943, Paris se encuentra ocupado por las tropas alemanas. Se levanta el telón y aparecen Beauvoir, Sartre y Camus. Imagino la escena que componen los tres personajes en la antesala del estreno de la obra de Sartre. Beauvoir observa durante unos segundos a Sartre antes de estrechar la mano de Camus, un hombre que guarda cierto parecido con Humphrey Bogart, un escritor que aúna inteligencia y atractivo físico. La imagen de Camus contrasta con la de un Sartre de menor estatura que ella -apenas superaba el metro y cincuenta y cinco centímetros-, estrábico y cuya única arma de seducción es la inteligencia. A Beauvoir no le pasaría desapercibido el contraste y esta imagen podría haber quedado en su retina durante el tiempo que duró su amistad con Camus.  

 

      Al dúo Sartre-Beauvoir le cae bien el escritor francoargelino. Camus comparte con Sartre su pasión por el teatro, ciertos gustos literarios y filosóficos. La admiración es recíproca. Sartre lo había comparado con Kafka y Hemingway en su reseña de El extranjero. Camus destacó en su análisis de La náusea una “[…] dolorosa lucidez […] de un talento sin límite”[7]. Los cafés y terrazas de Saint-Germain-des-Prés, el Café Les Deux Magots y los clubes de jazz, son el escenario en el que bailan, comen, hablan y beben los tres amigos. Beauvoir nos describe cómo era su relación con el escritor francoargelino:


               Como yo era una mujer […] terminaba por contarme sus secretos más íntimos; me dejó fragmentos de sus apuntes para los leyera, y me contaba las dificultades de su vida privada […] Cuando salíamos juntos, bebíamos, nos reíamos, y hablábamos hasta bien entrada la noche; era divertido, cínico, algo ordinario y, a menudo, sus conversaciones eran bastante subidas de tono; admitía sus emociones, daba rienda suelta a sus impulsos […] me gustaba el ‘ardor hambriento’ con el que se abandonaba a la vida y al placer.[8]

 

En los años de la posguerra comienzan a aflorar de un modo manifiesto los desacuerdos entre Camus y Sartre. Estos, aunque tienen un carácter eminentemente político, se manifiestan en otros aspectos de su relación. Camus comienza a manifestar su rechazo del comunismo, Sartre, por el contrario, intenta hacerlo compatible con la libertad, concepto clave de la ontología y la ética existencialista. Beauvoir no tiene dudas: o se está con Sartre o se está contra él. Estar con Sartre significa estar del lado correcto de la historia, es decir, haber elegido el comunismo y no el capitalismo. Beauvoir sentencia y profetiza: “Pienso que Camus estaba en crisis porque sentía que su edad de oro se terminaba. Había vivido años triunfales, en los que gustaba y se le quería”[9]. Es el inicio de una campaña de acoso y derribo que alcanzará su punto álgido en la polémica en torno a la publicación de El hombre rebelde. Beauvoir comienza a dar forma a un argumento que Sartre utilizará durante dicha polémica y que se ha mantenido invariable entre los intelectuales cercanos a la izquierda comunista: ¿Camus? Un gran escritor. ¿Camus? Un filósofo vulgar y un deficiente analista político. Beauvoir: “Ojeaba los libros en vez de leerlos, juzgaba en vez de reflexionar.”[10] La sentencia ha sido dictada, el delito no ha sido otro que el de no alinearse con la línea políticamente correcta de la izquierda parisina. 

 

      En 1947, Camus publica La peste. Beauvoir comienza a forjar el mantra que será repetido hasta la sociedad por los acólitos de Sartre. La peste es la confirmación de las sospechas que se cernían sobre la actitud política de Camus. Para Beauvoir, el libro es la prueba de una actitud caracterizada por la indecisión, el idealismo, la ingenuidad y la costumbre de Camus de huir de los problemas que presenta la historia. Eso significa haber utilizado la metáfora del virus como ilustración de la ocupación alemana:

               Por momentos, encontrábamos (en La peste) el tono de El extranjero, y la voz de Camus nos conmovía; pero asimilar la ocupación a una plaga natural era una vez más un medio para huir de la historia y de los verdaderos problemas.[11]

 

     1951 es el año del affaire: las discrepancias políticas en torno a la violencia y el comunismo alcanzan su punto álgido y provocan el fin de la amistad entre Sartre y Camus. Beauvoir, espectadora de excepción, subscribe la idea sartriana de que Camus es un buen escritor pero un mal filósofo. El argumento más fuerte de la pareja contra las tesis de El hombre rebelde no procede de un análisis riguroso de las mismas, sino de dos ideas: Camus carecía de formación filosófica y evitaba el compromiso con la realidad histórica. Con respecto a la primera, dice Sartre: 

               ¿Y si lo único que diese su libro fuera testimonio de su incompetencia filosófica? ¿Si estuviera hecho a base de conocimientos recogidos apresuradamente y de segunda mano? […] ¿Y si no razonase usted bien?[12]

                                                                                                                                               

     La segunda no es sino fruto del resentimiento y la mala fe, pues hoy conocemos el compromiso de Camus con la Resistencia, su posición frente a la proliferación de las armas nucleares, su denuncia de los campos de concentración estalinistas o su implicación en una tregua civil durante la guerra de Argelia. Hoy, a diferencia de B. Henri-Lévy, que continúa defendiendo que fue más acertado equivocarse con Sartre que tener razón con Camus,[13] preferimos tener razón con Camus a equivocarnos con Sartre.

 

    En 1954, Beauvoir publica Los mandarines, una novela concebida para ajustar cuentas[14] con Camus tras la ruptura con Sartre. Por una parte, no soporta su indiferencia sentimental, pues había visto frustrados sus intentos de tener una aventura con él. Olivier Todd lo corrobora: “El Castor habla de Camus a sus amigos y amantes en tono pesaroso, con acentos de modistilla. Le quiere con afecto amoroso y él no la corresponde”[15]. Por otra, el anticomunismo del escritor francoargelino le resulta insoportable en un momento en el que como confiesa a L’Humanité Dimanche tras recibir el premio Goncourt: “Los intelectuales de izquierda deben estar al lado de los comunistas y trabajar con ellos”[16]

 

      Beauvoir trata en la novela de retratar el ambiente intelectual de los años cincuenta en París. Las claves que utiliza son dos de los protagonistas: Henry Perron, inspirado en Camus, y Robert Dubreuilh, en Sartre. La novela es un juicio a Camus en el que la sentencia está dictada desde el inicio del mismo. Condenar a Camus y salvar a Sartre es el propósito de Beauvoir. La polémica entre los dos escritores se ha apagado, pero su sombra es larga, su eco se amplifica en la novela del Castor, que pretende dar la puntilla para rematar intelectual y políticamente al escritor francoargelino. La relación entre el relato de ficción y la presunta realidad en la que se inspira Beauvoir es obvia. Henri (Camus) dirige un periódico, L’Espoir, que es el doble especular de Combat. Anne (Beauvoir) juzga a Henri utilizando los mismos argumentos que utilizó Sartre en uno de los textos que se cruzaron durante la polémica: Sus libros son demasiado “construidos”, su estilo demasiado “escrito”, “Sus novelas son mortalmente clásicas.”[17] Para Anne, el maestro es Robert (Sartre), Henri (Camus) es un simple imitador. Las fórmulas sartrianas están presentes cuando Anne juzga el periódico de Henri:

               Si su periódico (L’Espoir-Combat) agrada a todo el mundo es que no molesta a nadie. No ataca nada, no defiende nada, elude todos los verdaderos problemas. Se lee con agrado: pero igual que se lee una gaceta local.[18]

       

     Incluso llega a atribuir a Henri-Camus actos y hábitos que en esos momentos eran de Sartre-Robert: “[…] tenía sueño todo el tiempo, se atiborraba de Drogas”[19]. Era de domino público que en aquellos tiempos Sartre vivía y escribía tomando excitantes, como el Maxiton, sin ningún tipo de control. 

 

      Beauvoir manipula y tergiversa los hechos para adecuarlos a su tarea de crear una ficción cuyo objetivo es desacreditar la obra y la acción pública de Camus. Este pidió durante la depuración una medida de gracia para el colaboracionista Brasillach tras un intercambio crítico con el escritor François Mauriac.[20] En la novela, Beauvoir convierte dicho acto en un episodio vil de la vida de Henri-Camus. Este comete perjurio a favor de un colaboracionista consiguiendo así su liberación. La calumnia y la falsedad tampoco son ajenos al arte tergiversador de Beauvoir.

      Otra escena significativa de la novela es aquella en la que muestra una discusión entre Henri-Camus y Robert-Sartre a propósito de sus posiciones ante el comunismo soviético. De nuevo Beauvoir reproduce los argumentos de Sartre y responsabiliza a Henri de la ruptura. Robert dice de Henri:

               Quiere agradarse a sí mismo, y eso le llevará fatalmente a la derecha: porque en la izquierda las caras bonitas no encuentran muchos admiradores […] no quiere que le acusen de dejarse intimidar por los comunistas; prefiere pasarse de forma efectiva al campo de los anticomunistas. En estas condiciones, eso provoca que esté peleado conmigo […] Mucho me temo que no todo sea perfecto en la URSS, lo contrario sería lo sorprendente. Pero, en fin, son ellos los que están en el buen camino.[21]

      ¿Qué hizo Camus ante tal caricaturización de su vida y su obra? Fue consciente del carácter provocador, malintencionado y grotesco del libro de Beauvoir. De que utiliza la ruptura con Sartre para ajustar cuentas. Sabe que el Castor toleraba mal la amistad que lo unía con Sartre. Que no llevaba bien su indiferencia ante los líos sentimentales - hoy diríamos el singular poliamor- de la pareja Sartre-Beauvoir. Cuenta Camus que

               Un día vino a mi despacho para decirme que a una amiga suya le gustaría acostarse conmigo. Le contesté que, en esa materia, solía elegir yo solo. Es una humillación que una mujer como ella no olvida.[22]

      

      Camus aguanta el golpe pero se siente herido. A pesar de todo, calla, no entra en el juego de una nueva polémica, esta vez con la imagen especular de Sartre, Beauvoir, que ha hecho de la novela un ejercicio feroz de denigración e infamia. El poeta polaco Czeslaw Milosz, amigo de Camus, le reprocha su silencio. Camus le responde: “No se discute con las cloacas”[23]. 

 

      1955. Argelia. Solo un episodio sobre el juicio de Beauvoir a la labor de Germain Tillion y Camus para exigir a las partes enfrentadas en la Guerra de Argelia una tregua que evite la muerte de civiles. Tanto para Sartre como para Beauvoir, el terrorismo independentista está justificado, el francés, no. El crimen se evalúa en función del objetivo que persigue. El terrorismo revolucionario contribuye al desenlace que las “leyes de la historia” determinan: es pues una violencia necesaria y justificada. Las leyes históricas justifican el derecho de los argelinos a la independencia y cualquier medio que se utilice para conseguirla. El crimen de Camus y Tillion, al no justificar ningún tipo de terrorismo, ni el revolucionario ni el de Estado, consiste en ir contra el devenir histórico. Así, a juicio de Beauvoir y Sartre, Camus y Tillion cometen un crimen al reclamar una tregua civil, pues con ello no hacen otra cosa que retrasar el inevitable desenlace histórico que conduce a la independencia de Argelia de un modo inexorable. A este respecto dice Beauvoir:

               Camus nunca pronunció frases tan vacías como cuando reclamó piedad para los civiles […] Habíamos cenado en casas de Marie-Claire, contándonos nuestra jornada y despedazando el artículo de Germaine Tillion, que […] nos había parecido una basura.[24]

    1956. La caída es la última novela de Camus[25], si exceptuamos su obra póstuma El primer hombre. El libro es una crítica de la intelectualidad francesa entre la que el propio escritor se incluye; también la respuesta literaria a Sartre tras el affaire y Los mandarines, y no menos un ajuste de cuentas de Camus consigo mismo. No es una novela autobiográfica, pero hay detalles de Camus, y de Sartre, en el protagonista Clamance. ¿Cómo respondieron Sartre y Beauvoir a su publicación? De modo muy diferente. Para Sartre es una obra maestra, el mejor libro de Camus. En la novela, Clamance se confiesa ante quien le quiera escuchar, pero para Beauvoir, Camus-Clamance pone la confesión al servicio de sus resentimientos[26]. Ridao acierta de pleno cuando afirma:

               A diferencia de Sartre, Beauvoir no comprende que el personaje de Clamance no es sólo el disfraz para una confesión personal de Camus, sino una parábola de la impunidad a la que conduce convertir la confesión personal, el reconocimiento de los propios errores, en confesión colectiva, imputándolos como errores del ‘nosotros’.[27]

      Hoy, todos los argumentos de Beauvoir contra Camus han sido refutados. Quizás sea cierto que el tiempo pone a cada uno en el lugar que le corresponde. Camus y Beauvoir vivieron su tiempo y sus contradicciones internas y estas quedaron reflejadas en sus obras. Las obras de Camus son el testimonio de una lucha constante contra sí mismo, contra su naturaleza, decía él. Las de Beauvoir siempre tuvieron un límite que era al mismo tiempo una amenaza: Jean Paul Sartre.


 

NOTAS

[1] Camus tuvo su primer ataque de tuberculosis a los 17 años.

[2] A. Camus. Obras 1, Alianza Tres, Madrid, 1996, p. 14.

[3] H. R. Lottman. Albert Camus, Taurus, Madrid, p. 346. El teatro se llamaba Sarah Bernhardt antes de la ocupación alemana. El motivo del cambio de nombre fue debido a que Bernhardt era judía. 

[4] S. Bakewell. En el café de los existencialistas, Ariel, Barcelona, 2016, p. 182.

[5] Ibid.

[6] Ibid, p. 317.

[7] R. Aronson. Camus y Sartre, PUV, Valencia, 2006, p. 25.

[8] Ibid, pp. 76-77.

[9] Citado por J.M. Ridao. El vacío elocuente, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2017, p. 92.

[10] Íbid., p. 93.

[11] Íbid., p. 28.

[12] Citado por O. Todd. Albert Camus, una vida, Tusquets, Barcelona, 1997, p. 568

[13] Lévy, en El siglo de Sartre (Círculo de Lectores, Barcelona, 2001), titula uno de sus capítulos del siguiente modo: “Por qué, no obstante, acertamos al equivocarnos con Sartre en vez de tener razón con Camus”, p. 395.

[14] Ibid, p. 603.

[15] Ibid, p. 403.

[16] Ibid, p. 602.

[17] Ibid, p. 603.

[18] Ibíd.

[19] Ibíd.

[20] Ver el capítulo Camus y Mauriac.

[21] O. Todd, op. cit., p. 605.

[22] Ibid, 303.

[23] Ibid, 606.

[24] Citado por J.M. Ridao. El vacío elocuente, Galaxia Gutenber, Barcelona, 2017, p. 141.

[25] Si exceptuamos la obra póstuma El primer hombre, novela autobiográfica publicada en 1994. El manuscrito fue encontrado cerca del coche accidentado en el que Camus perdió la vida.

[26] Ibid, O. Todd, p. 640.

[27] Ibid, J. M. Ridao, op. cit., p. 132.

 

 

 

Ágora avanzó otro texto de Paco Fernández Mengual, que se publicó en su núm. 10 (digital, vol 3 impreso): "Extranjeros en el túnel de la historia. Camus y Sabato". Ensayo de Paco Fernández Mengual.

 https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2021/07/extranjeros-en-el-tunel-de-la-historia.html


Paco Fernández Mengual es profesor de filosofía y ensayista. Dirige la revista Individualia (Revista Sin Ideas), fundada en 2013. Anteriormente fue redactor de la prestigiosa revista de ensayo Malleus. Es colaborador habitual también en la revista Ágora-Papeles de Arte Gramático. Es autor del libro inédito Albert Camus. Acordes y desacuerdos.Y ha publicado los libros de ensayo filosófico: ¿Para qué sirve la filosofía? (Editorial Regional de Murcia, Textos centrales, Ensayo) Café y humo en el laberinto. Imposturas y desvaríos aforemáticos (Diego Marín Editor, Murcia).

 

REVISTA ÁGORA DIGITAL / ENSAYO/ FEBRERO 2023

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