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miércoles, 8 de febrero de 2023

Miguel Hernández y la "Revista de Occidente". En el centenario de la revista orteguiana (1923-1936). Por Francisco Javier Díez de Revenga. Ágora-Papeles de Arte Gramático/ Conmemoración del centenario de la Revista de Occidente


 Revista de Occidente. Núm. 1. Julio 2023

                                                                              Portada de la Revista de Occidente. Núm 1. Julio 1923

 

 

MIGUEL HERNÁNDEZ Y LA REVISTA DE OCCIDENTE                               

                 EN EL CENTENARIO DE LA REVISTA ORTEGUIANA                                                                                                     (1923-1936)                                                                           


Por Francisco Javier Díez de Revenga

 

 

 

                                                         Miguel Hernández, dibujado por Antonio Buero Vallejo en la cárcel de Conde de Toreno en Madrid


La Revista de Occidente, publicada en Madrid entre 1923 y 1936 en su primera época, destaca en la historia de España, desde el punto de vista cultural, por su significación como revista de pensamiento, pero también resulta de gran interés para la difusión de la nueva literatura que se estaba realizando en España entre 1923 y 1936. Por su significación literaria, se considera una auténtica excepción la revista fundada por José Ortega y Gasset, ya que en ella participarían todos los poetas de la generación del 27, los de la joven literatura como ellos mismos se denominaron, o de la promoción, como queramos llamarla, más significativa de todo el siglo xx para la historia literaria española, debido a la participación en sus números de estos nuevos escritores, desde Pedro Salinas a Miguel Hernández, con la publicación de inéditos, poemas, artículos e incluso narraciones breves.

Por todo ello, se la ha valorado como un documento excepcional en su tiempo, y fundamental en el desarrollo de los diferentes géneros literarios en aquellos años de vanguardia y tradición, ya que dio a conocer, además, en su biblioteca paralela, libros trascendentales de poetas del 27: Romancero gitano de Federico García Lorca (1928), Cántico de Jorge Guillén (1928), Seguro azar de Pedro Salinas (1929) y Cal y canto de Rafael Alberti (1929). Al mismo tiempo, la colección “Nova Novorum” recoge las creaciones narrativas de escritores jóvenes de la vanguardia. El primer volumen publicado en esta colección es una selección de relatos breves del poeta Pedro Salinas, que, con el título de Víspera del gozo. Novela, se publica en 1926.

Algunos de sus relatos vieron, como anticipos, la luz en la revista mostrando incursiones en una narrativa breve de carácter vanguardista y experimental que también ofrecieron, con creaciones suyas en las páginas de la revista, los poetas Jorge Guillén, Gerardo Diego, Federico García Lorca y Dámaso Alonso, cuya incursión como narradores en la literatura de vanguardia fue una de las apuestas más atrevidas de la revista.

          Lo que está claro es que esta generación de poetas estaba dispuesta a renovar las letras españolas de una forma radical, y así lo hicieron en poesía y en prosa, y así lo hicieron con el relato breve. Y en este terreno concreto, hay que reconocer que el coro estaba debidamente orquestado y dirigido desde la Revista de Occidente. Ortega y Gasset y Fernando Vela, el secretario de la revista, están en el fondo de este espíritu de renovación que representaba el Arte Nuevo, lo que se demuestra o prueba con sólo advertir cuánto de esta joven literatura se publicó en la prestigiosa revista orteguiana, que ofreció creaciones primigenias de todos estos significativos poetas.


                                                                        José Ortega y Gasset, creador de la Revista de Occidente                                            

 

Justamente, fue en los últimos meses de su existencia, diciembre de 1935 y junio de aquel malhadado año 1936, cuando Miguel Hernández vio publicados en sus páginas algunos de sus poemas, por cierto de los mejores y más conocidos que escribió en su sucinta y malograda trayectoria.

Parece como si la revista clausurara la presencia de la joven literatura en sus páginas con las colaboraciones del más joven de aquellos amigos, Miguel Hernández, “genial epígono” de aquella generación, como lo consideró Dámaso Alonso (Poetas españoles contemporáneos, 1969, 161). Las colaboraciones de Hernández aparecen ya en los últimos meses de la revista. Así, en el número, 150, de diciembre de 1935, con el título de Poemas, publicó su composición más conocida y celebrada, la “Elegía” dedicada a Ramón Sijé, su amigo muerto la Nochebuena de 1935, escrita en caliente y publicada de inmediato en las páginas de la revista.

Adelantó en el mismo número, junto al poema dedicado al amigo, seis sonetos que anticipa del libro El rayo que no cesa, que se publicaría, por Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, el 24 de enero 1936. Los seis sonetos son: “Si la sangre también como el cabello”, “Silencio de metal triste y sonoro”, “Por tu pie la blancura más bailable”, “Fatiga tanto andar sobre la arena”, “La muerte toda llena de agujeros” y “Lluviosos ojos que lluviosamente”. 

 

 

                                                                        Juan Ramón Jiménez

 

De la trascendencia de esta presencia de Hernández en la revista da muy buena cuenta la reacción de Juan Ramón Jiménez, en su habitual columna “Con la inmensa minoría. Crítica”, del periódico El Sol de Madrid, de 23 de febrero de 1936, en la que el futuro Premio Nobel aprovecha para indicar a los amigos de la poesía pura, justamente la joven literatura que ha protagonizado estas páginas, por dónde debería trazarse el camino de la renovación de la poesía en España:

Verdad contra mentira, honradez contra venganza. En el último número de la Revista de Occidente, publica Miguel Hernández, el estraordinario muchacho de Orihuela, una loca elejía a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos desconcertantes. Todos los amigos de la “poesía pura” deben buscar y leer estos poemas vivos. Tienen su empaque quevedesco, es verdad, su herencia castiza. Pero la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el paquete y se desborda, como elemental naturaleza desnuda. Esto es lo excepcional poético, y ¡quién pudiera estarlo con tanta claridad todos los días! Que no se pierda en lo rolaco, lo “católico” y lo palúdico (las tres modas más convenientes en la “Hora de ahora”, ¿no se dice así?), esta voz, este acento, este aliento joven de España.

          Juan Ramón aprovecha el elogio hacia Miguel Hernández para atacar y censurar a los poetas de la joven literatura y a sus amigos, la generación más importante de toda la poesía del siglo xx, a los que alude con los términos, “amigos de la ‘poesía pura’” (Salinas, Guillén), rolaco (Rolaco era una marca de muebles de tubo metálicos fundada por un italiano en los años treinta: futurismo), católico (Sijé, Pemán) y palúdico (Neruda). Lo de la “Hora de ahora” procede de la retórica de Falange.

En junio de 1936 Hernández daría a conocer en Revista de Occidente, en su penúltimo número antes de la Guerra, el 156, dos poemas más, que quedarían exentos en sus obras completas: “Égloga” y “Sino sangriento”. De nuevo, el poeta publicaba dos poemas excelsos y admirablemente bien construidos, el dedicado a Garcilaso de la Vega en su centenario, que se comenzaba a conmemorar en aquel 1936, y el tan dramático como expresivo “Sino sangriento”, uno de sus poemas más reveladores, casi una premonición, de la gran tragedia que inmediatamente se habría de desencadenar en España.

 

El rayo que no cesa es un producto definitivo en la poesía de Miguel Hernández, y la condición que le ha atribuido la crítica de genial obra maestra, parece justificada por su indudable perfección, a la que Miguel ha aspirado cuando ha decidido llevar el libro a la imprenta a finales de 1935. Veintisiete sonetos, distribuidos en dos series de trece más uno final, acoplados entre tres poemas distintos, demuestran hasta qué punto el poeta era consciente de que su libro debía revestir unas claras condiciones de ordenación.

La gran conclusión de El rayo que no cesa es la manifestación del amor del poeta, amor apasionado y encendido en los límites de la propia realidad, como destino trágico del hombre y como simbólica concreción de la dureza de su existencia. La presencia, en el primer poema, del cuchillo, cortante, heridor, pero también objeto deseado por su condición de vía de acceso al mundo del amor, nos integra en una concepción mítica de la pasión amorosa que inmediatamente, también en el mismo poema inicial, culminará en el símbolo del rayo, incesante, encendido, perenne, eterno, como lo es el amor del poeta y su destino. La violencia sugerida, en un plano de alto simbolismo, por los objetos alegóricos antes señalados, nos situará en el clima apasionado y metafísico adecuado para comprender el alcance de este “rayo que no cesa”, de este impecable libro hernandiano.

     El destino es tema central en el libro. Destino inseparable como el rayo, destino del poeta que se ve fatalmente conducido al mundo del amor tintado con el tizne de los negros presagios, revelador de la recurrencia insistente al color negro, que culminará en la imagen del toro. El poeta se ve arrastrado, “umbrío por la pena” hacia el gran presagio de la muerte que preside con tanta fuerza El rayo como gran parte de la poesía hernandiana, sobre todo a partir de este libro y de esta época del poeta. Ni siquiera la anécdota momentánea del limón tirado con gracia, símbolo también del ardiente deseo de la posesión sexual, nunca conseguida, puede ocultar lo que en definitiva es una “picuda y deslumbrante pena”. Como el mar que insiste en deslizarse por la arena, una y otra vez, el poeta se ve prendido a esa pena fatal, a ese destino que insiste en presagiar.

          La culminación de este concepto de sí mismo tiene lugar en el poema central del libro, que constituye una clara excepción, y no sólo formal, dentro de toda la obra. El poema “Me llamo barro” ha servido a la crítica para definir con tada claridad el estado de ánimo de Miguel Hernández en este 1935-1936. Integrado ya en los espacios cósmicos de Neruda y Aleixandre ─sus dos grandes maestros en este momento─ se define como pura materia, como puro barro capaz, sin embargo, de exaltarse, crecer, vivir y amar hasta el cataclismo presente en las declaraciones finales de apasionada rebelión contra el sometimiento “a los puñales circulantes del cariño y la pezuña”.

En esta visión de la existencia, hay que destacar la importancia que el toro adquiere como imagen y como símbolo de la propia realidad vital del poeta. Partiendo de su color negro, pasando por toda su fuerza y vigor ─sexuales─ hasta llegar a su destino, la muerte, el toro es para Miguel el gran hallazgo, el gran símbolo. Presente en su poesía desde los más remotos inicios, es en El rayo que no cesa donde alcanza su gran fuerza y perfección simbólica. Dos grandes sonetos, “El toro sabe al fin de la corrida” y “Como el toro he nacido para el luto”, definen bien esta gran fuerza vital hernandiana como ha destacado un importante sector de la crítica, que ha reparado menos en el soneto “La muerte, toda llena de agujeros”, que situó el poeta, en su concepción del libro, en la posición inmediatamente anterior a la “Elegía” dedicada a Ramón Sijé. Junto a la muerte, comparecen los cuernos y la piel de toro, que pisa aquella en un luminoso prado de toreros. El gran ritual de la muerte aparece aquí entremezclado, como en la danza medieval, con el corazón y el ánimo del propio poeta.

Y desde este punto crítico hasta el final del libro, dos poemas excepcionales nos devuelven ese gran sentimiento de desolación que trae consigo la muerte. Sobre todo, la “Elegía”, escrita, como hemos advertido, muy en caliente, tras la muerte de Sijé, y que tan justamente ha sido elogiada por numerosos lectores y críticos. Un poema que Miguel hizo muy bien en integrar dentro de El rayo que no cesa porque, antes de apartarse del gran centro temático del libro, se convierte en un gran poema de amor y de muerte y se configura como la prueba definitiva del destino imparable y fatal que ha venido gestándose a lo largo del libro.

Y el “Soneto final” será el colofón de la gran prueba: el poeta se ve fatalmente arrojado a la acción corrosiva de la muerte a causa de su incesante pasión amorosa, rayo encendido que hiere a Miguel Hernández y trasforma plenamente en la gran y dolorida pasión de su amor. Atrás quedan las imágenes rebuscadas y los juegos conceptuales, atrás la laboriosa actividad de Miguel consagrándose como uno de los mejores y más ricos y vitales sonetistas del siglo xx: sólo la palabra poética de este rayo mantiene encendida la llama eterna de una poesía que se concibió con pasión, pero también con la sabiduría e inteligencia naturales.

 

                                                                                         Miguel Hernández escribiendo

 

        Los años 1935 y 1936 fueron fecundos en la poesía hernandiana y El rayo que no cesa no fue un producto aislado. Numerosos poemas sueltos de esta época brillante merecen detenimiento y reflexión. Desde la impresión por la muerte de Sijé, expresada en una segunda elegía, la dedicada a la novia del joven oriolano, Josefina Fenoll, a poemas más comprometidos con los nuevos tiempos y que se reflejan en sus nuevas admiraciones y amistades, la poesía de Miguel Hernández traza nuevos caminos llenos de interés.

Desde luego, el poema clave entre los sonetos de estos años es “Alba de hachas”, al que los estudiosos han atribuido una trascendencia notable por reflejar el nuevo rumbo del poeta, su separación definitiva de los ambientes religiosos y su regreso al pueblo pobre y llano, en el que se siente incluido, aspectos que culminarán en el definitivo “Sonreídme”. La religión católica, con su falsedad y sus privilegios, es enfrentada por el poeta apasionado a los “nuevos” símbolos del trabajo y la lucha de clases. Junto a estos estímulos vitales e incluso ideológicos, surgen en la poesía de Miguel, como dos gigantes admirados por su expresión, por su bondad y por su poesía, los que serán sus grandes maestros: Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. En las dos odas a ellos dedicadas (“Oda entre sangre y vino. A Pablo Neruda” y “Oda entre arena y piedra. A Vicente Aleixandre”), aparece una asimilación vital respectiva de dos estilos diferentes pero para el poeta intensos y admirados.

          Nuevas inquietudes advertimos en esta poesía, aunque ya se presentían en algunas composiciones de El rayo. Y entre ellas, la más notable es una preocupación que se ve acentuada a lo largo del tiempo por la muerte. En “Vecino de la muerte”, “Al que se va” y “Mi sangre es un camino” va creando un mundo poético en el que expresa su angustia ante el trágico destino que definirá en “Sino sangriento”. Los poemas de esta época se hallan presididos por tal angustia, incluso los dos bellos homenajes a Garcilaso (“Égloga”) y a Bécquer (“El ahogado del Tajo”), que, a pesar de ser poemas de circunstancias, comparten un sentido de fatalismo dramático que revelan el sentido hernandiano de la vida como tragedia cotidiana que en estos momentos tan claro aparece en su poesía como sensibilidad metafísica y como expresión personal. Esta etapa de su poesía contiene otros estímulos vitales muy hernandianos.                                                 

El amor es una pasión, pero también lo es el sentimiento de la muerte que invade El rayo que no cesa y que define el espíritu de muchos de los poemas sueltos de estos dos años. Los presagios de la muerte denotan la premonitoria magnitud de una tragedia en la que Miguel participará como protagonista primero y como víctima después. Su poesía dejará sentir inmediatamente los efectos de esa tragedia, de la guerra y siempre de la muerte. “Sino sangriento” expresa nítidamente las obsesiones de Hernández en ese 1936 y, aunque surge desde la circunstancia autobiográfica del maltrato que sufre en San Fernando de Henares por la Guardia Civil, en enero de aquel año, por ir indocumentado, trascienden en sus versos las inquietudes que le angustian en ese momento. Su visión obsesiva del destino sublima la anécdota que le inspira y se integra en la intensa cosmovisión trágica que define su poesía cuando el poeta asegura que “seré una sola y dilatada herida, / hasta que dilatadamente sea / un cadáver de espuma: viento y nada”.

 

                            

 
    Miguel Hernández, en el frente

 

 

                                    OBRAS CITADAS

Alonso, Dámaso. “Una generación poética 1920-1936”. Poetas españoles contemporáneos. 3ª edición. Gredos, 1969.

Jiménez, Juan Ramón. “Con la inmensa minoría. Crítica”. El Sol, 23 feb 1936, p. 4.

 

    

FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA es catedrático emérito de Literatura Española en la Universidad de Murcia. Ha dedicado artículos y libros al poeta oriolano, como el publicado por la Universidad de Murcia: Estudios sobre Miguel Hernández, y el volumen Miguel Hernández: En las lunas del perito, editado por la Fundación Cultural Miguel Hernández. Entre sus últimos libros dedicados a la investigación, destacan Azorín, entre los clásicos y con los modernos (Real Academia Alfonso X el Sabio, Murcia, 2021) y Carmen Conde desde su edén (2020, Murcia). Es académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, y académico de número de la Real Academia Alfonso X de Murcia.

  

 

                                

El catedrático emérito Francisco Javier Díez de Revenga publica 'Carmen  Conde desde su Edén' | La Verdad
Francisco Javier Díez de Revenga. Fuente: La Verdad

 

 

 Información de interés

Exposición en la Biblioteca Nacional, en Madrid, sobre la Revista de Occidente:

Revista de Occidente o la modernidad española

https://www.esmadrid.com/agenda/revista-occidente-o-modernidad-espanola-biblioteca-nacional

 


REVISTA ÁGORA DIGITAL/ CONMEMORACIÓN DEL  CENTENARIO DE LA REVISTA DE OCCIDENTE/ FEBRERO 2023

1 comentario:

  1. Excelente trabajo de investigación de F. Javier Díez de Revenga. La revista de Occidente y el comentario de Juan Ramón Jiménez en Sol, catapultaron "El rayo que no cesa" de Hernández al público y a la publicidad.

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