19 SONETOS Y UN CANTO A VENECIA,
DE MAURICIO GIL CANO
por JOSÉ LUPIÁÑEZ BARRIONUEVO
19 sonetos y un canto a Venecia
Mauricio Gil Cano
Reedición en ed. Torrejoyanca
Cádiz, 2022
Si tuviera que llevar a cabo una antología de poetas raros y heterodoxos de la poesía española de nuestro tiempo, uno de los nombres que para mí no podría faltar en esa selección sería el del escritor Mauricio Gil Cano, poeta, narrador, crítico y activista cultural nacido en Jerez de la Frontera en 1964. La reedición de su primer libro 19 sonetos y un canto a Venecia, veinticinco años después de su primera aparición, me brinda la oportunidad de comentar brevemente su trayectoria, que es la de un rebelde, la de un inconformista, díscolo muchas veces, sabio y certero tantas otras, perturbador y apasionado como pocos en sus versos, de un hondo calado humano y espiritual…
En efecto, 19 sonetos y un canto a Venecia, acaba de publicarse a finales de este año pasado, en una nueva colección poética —Los niños perdidos— de la editorial gaditana Torrejoyanca. Esta reedición, revisada y ampliada, es la segunda de sus entregas. Inicialmente se publicó en el libro conjunto Del soneto al comic, editado en colaboración con Dolors Alberola, en la serie poética de la Tertulia El Ermitaño, El Puerto de Santa María, 1997. Con él nos ofreció las primicias de su voz el poeta, que con posterioridad fue dando a la luz obras, tanto en prosa como en verso, que no esconden cierta predilección por resaltar las luces y las sombras de un malditismo muy a contracorriente de las modas y usos habituales, como se desprende de títulos tales como A dos poetas suicidas, incluido en la antología Café Central (Lima, 2000), Cuentos con alcohol, (Cádiz, 2002), Declaración de un vencido, (Jerez, Cádiz, 2006), Callar a tiempo (Sevilla, 2014); entre el ensayo y la novela: El cuentista que decía la verdad: Francisco Burgos Lecea (1898-1951), un escritor de vanguardia olvidado (San Fernando, Cádiz, 2016) y, más recientemente, su muy aclamado En la noche del mundo (San Fernando, Cádiz, 2019), la última y probablemente más rotunda de sus entregas poéticas.
Esta su opera prima tiene interés por varias razones: no sólo porque nos muestra los orígenes bastante consolidados de un poeta que se decide a hacer pública su producción lírica, tras algunos años de dudas o de indolencia ante la premura por compartir lo creado, tan propia de escritores jóvenes, sino porque ya en ese conjunto poético se ven anticipadas sus “preocupaciones literarias y vitales”, que luego adquieren mayor desarrollo en el devenir de su obra, tal y como él mismo sugiere, en una “Advertencia preliminar” a esta reedición. Puede resultar paradójico que escoja para ello someterse a la disciplina del soneto, pero a mí, en el caso de Mauricio Gil Cano, esta elección me parece una manifestación más de su rebeldía. Ciertamente, frente al tipo de poesía urbana y desdeñosa con la tradición, que se estilaba hace un cuarto de siglo entre los creadores de su quinta, él elige el soneto como una manera de singularizarse y de marcar diferencias, porque está convencido de que es el cauce más eficaz para ofrecernos su voz propia.
Pero es que, para mayor abundamiento en ese impulso rebelde e inconformista, las suyas no son composiciones al uso, sino que imprime a la estructura novedosas variaciones que refrescan el modo de ofrecernos los textos. Cualquiera que hojee el libro, no percibe, a primera vista, que estemos ante un ramillete de sonetos convencionales, de sonetos canónicos que sigan la fórmula de los dos cuartetos y los dos tercetos, sino que la disposición de los versos y de las estrofas dan la apariencia visual de poemas de otra estirpe: pocas muestras en todo el conjunto respetan la ortodoxia de la disposición clásica. Juan José Téllez lo expresaba de manera muy acertada y plástica en un prólogo que antecedía a la primera edición, afirmando que esa estructura acuñada del soneto “la trocea con la pericia de un carnicero literario que conociese su oficio”. Y es que las agrupaciones versales rompen el devenir de las estrofas, se producen saltos, escalonamientos, agrupaciones diversas y hasta la disposición de los versos como si se tratara de prosa poética, de lo que son buen ejemplo los sonetos 11 o 16: Sucumbe el hombre solo en la espesura del horizonte gris de sus paredes y, cayendo en sí mismo, cae en las redes de una manida y propia desventura. (Pág. 37).
Con todo, no es esto lo más relevante. Lo verdaderamente significativo es que se trata de un poemario en el que los textos manifiestan una madurez más que notable, por los que se diría que el tiempo no ha pasado. Un poemario de temática plural, aunque de arranque amoroso, hay que decirlo pronto, en el que la amada es artífice inspiradora y destinataria de las pasiones y confidencias que se suceden, con la complicidad de una naturaleza enigmática (El mar rugiendo en la nocturna hoguera/que encienden los reflejos de la esfera/de plata de la luna [Pág. 21]), que contribuye a los diversos entornos y escenografías del hecho erótico, cantado con sensibilidad y un elegante despliegue de imágenes y metáforas potentes. La amada que salva y redime de las incertidumbres, porque el canto nace de una pasión real, y se palpa la verdad emotiva en el decir encendido que la escoge como destino:
Y en tanto voy desnudo por la arena,
buscando la promesa de tu nombre
que ampare la deriva de mi quilla;
huyendo hacia tu amor de la condena
fluyente y sucesiva de ser hombre.
(Pág. 19)
La amada como norte vital, en ese viaje alegórico de los afectos, que trasluce un apasionado y dolorido sentir, de ahí el uso de verbos que sugieren la extrema aniquilación —“ahogarme”, “estallar”, etc. — en el éxtasis de la vivencia afectiva: y amparado a tu estrella, navegar/ hasta ahogarme del gozo que me llenas/y estallar en la cima de tu monte. (Pág. 21)
Pero a esta “consagración del gozo”, que abre el libro y que se constata singularmente en los cuatro sonetos iniciales, siguen poemas de diversa laya. Algunos son excelentes interpretaciones del paisaje, real o inventado, que se acompasan con el estado de ánimo del poeta, quien va dejando traslucir paulatinamente un claro sentimiento de desengaño. Un desencanto ante la vida, el paso del tiempo, los sueños marchitos, incluso la percepción desesperanzada de lo efímero del amor, en contraste con la exaltación de las primeras manifestaciones de la experiencia amorosa: Mas todo es pasajero como brisa/ que aventa las esencias más dichosas/ y efímero, el amor en el que creo. (Pág. 31).
La poética de Mauricio Gil Cano no esconde esa profunda decepción de raíz barroca que apunta a la fugacidad, al irreparable tiempo en fuga, al espejismo de los sentidos que se empeñan en desconocer las verdades profundas e irreversibles, esas verdades que hacen imposible la vuelta atrás: No admite, sin embargo, retroceso/ la máquina del tiempo, ni hay espacios/ de juventud que atravesar, por eso. (Pág. 35). A veces su reflexión se hace más universal y extensiva a todos los hombres, como si se tratara de una amarga conclusión que la experiencia vivida depara al poeta. Su discurso se va ensombreciendo paulatinamente, y a pesar de algún que otro amago de vitalismo, la muerte asoma como abismo fatal, como realidad insoslayable, en contraste con el gozo de Eros. A este respecto, el soneto 15 es ejemplo alegórico de la trayectoria vital, en una clara paráfrasis que evoca y rinde homenaje a Jorge Manrique:
Los hombres y los ríos de la mano
van al mismo final,
pues inclemente
el mar término pone a la corriente
y al cabo es como un río el ser humano.
(Pág. 45)
También la glosa de San Juan de la Cruz está presente en el soneto 18, brindando al creador la oportunidad de hacer manifiesta su aspiración mística, que bien podría esconder otros significados no divinos:
Al día azul me entregaré.
Sin brumas.
A plena luz solicitando el lance
de quien sabrá a la caza dar alcance.
(Pág. 51)
El conjunto de los sonetos se cierra entre la reivindicación del suelo patrio, el sur, concebido como territorio mítico y el regreso al amor, pero ya desde la perspectiva distante de quien no lidia en la batalla amorosa que se cantó al inicio, sino desde la soledad, la añoranza o la melancolía. Ahora se hace manifiesta una nueva verdad dolorosa, en la que la amada se percibe lejana o ha desaparecido del horizonte afectivo del poeta, que sólo la evoca con nostalgia: Tu ausencia se traduce en el abismo/ de que después de ti nada es lo mismo. (Pág. 47).
El “Canto a Venecia” escrito en verso libre, funcionaba a manera de coda o fuga en la edición príncipe del poemario. Nos refiere una aventura amorosa asociada al “paroxismo”, en “la ciudad sacrílega” y en una etapa en la que: Teníamos dinero, / juventud y tiempo para malgastarlo. (Pág. 59). Se trata de un poema vitalista, lleno de sensualidad, exaltado y vibrante. Sin embargo, en esta otra edición el escritor ha añadido tres nuevas composiciones que quedaron inéditas y que eran contemporáneas de los textos recogidos en la edición primera. En la nota introductoria el propio autor alude a esa inclusión indicándonos: Uno, en la línea sensual del “Canto a Venecia” y los otros, dos sonetos dispuestos a la manera tradicional. El primero de ellos viene a servir de guiño al nombre de la colección. El último constituye una suerte de poética que apuesta radicalmente por la heterodoxia. (Pág. 10).
Se refiere sucesivamente a: “Tan cerca de tus pasos”, en donde el encuentro casual con el objeto amoroso desordena la rutina del poeta, que prorrumpe en una sucesión de preguntas retóricas para tratar de comprender la conmoción que la amada le causa con su aparición. En segundo lugar al “Soneto del niño aquel”, en el que afirma seguir siendo a su manera el mismo niño que soñaba ser distinto cuando creciera, y finalmente a “Verdaderos poetas”, en donde reivindica la causa de la heterodoxia y del creador no instalado en el sistema, ni deudor del mismo: Yo amo a esos locos, santos pecadores/ que arriesgan a su paso por la vida/ cuanto tienen… (Pág. 67). Esta apuesta final, abona mi tesis de que Mauricio Gil Cano está más cerca de la disidencia y de la rebeldía asumida, que del fácil acomodo a las convenciones o las tendencias del momento, a pesar de que el silencio o el desconocimiento hagan de él un poeta secreto. Aquellos que se topen con su obra comprobarán que se trata de un autor indiscutible, y sí, ya desde sus inicios, la suya es una voz poderosa, convincente y llena de intensidad y de deslumbrantes hallazgos, que a mi modo de ver siempre están relacionados con la pasión y la trascendencia.
JOSÉ LUPIÁÑEZ (La Línea de la Concepción, Cádiz, 1955), es poeta, narrador, profesor y crítico literario. Miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. Fue uno de los fundadores de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios. Entre sus últimos libros de poesía publicados: Las formas del enigma (Ed. Carena, Barcelona, 2021), Pasiones y penumbras (Ed. Carena, 2014) y Petra (la ciudad rosa), editado por Ediciones Port Royal, Granada, en 2004. En 2013 recibió el Premio Andalucía de la Crítica por su libro de narrativa El chico de la estrella y otros cuentos, publicado por Port-Royal ed. (Granada, 2012). Ha publicado, también, cuatro libros de crítica literaria, entre ellos: Cuaderno de Arneva (Colección Mirto Academia, n.º 103, Editorial Alhulia, Salobreña, 2021).
Más en: https://www.joselupianez.com/
REVISTA ÁGORA DIGITAL / FEBRERO 2023/ Biblioteca Grammatica/ poesía
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