CUATRO POEMAS DE ANTONIO GRACIA (De "El mausoleo y los pájaros" y de "En nombre de la luz" y otros dos inéditos)
CATÁLOGO DE PÁJAROS
Garcilaso a Isabel, y Lope a Filis.
Amó a Lisi Quevedo, Herrera a Luz,
Catulo a Lesbia, y a Corina, Ovidio.
Cervantes le dio vida a Dulcinea
y Larra cantó a Armijo.
Envió Brahms a Clara partituras
y Tediato resucitó a María.
Por las anchas praderas del dolor
fueron Lautrec, y Poe,
Hölderlin y Novalis, y Espronceda,
y tantos corazones devastados.
Bien pudiera haber sido la escritura
mi destino:
pero eres tú, mi Oniria, quien entró
y saqueó mi corazón a sangre y
fuego.
¡Cuántos besos existen porque fueron
palabras más que bocas encendidas!
Todos nacen en ti y en mí
y somos su esperanza
porque en nosotros vuelven a besarse.
No es mucho que sus vidas nos den vida
pues tanto en ellos se gestó la muerte.
(de El mausoleo y los pájaros. Ed. Huerga y Fierro)
LA MUERTE DE LA AMADA
y fosforece la delgada lluvia.
Ese fuego que llega desde la eternidad
quería ser eterno, y un instante tan solo
ha existido en mis ojos.
Pienso en tu muerte. No hay solemnidad
en la muerte. La carne y el espíritu
no despiertan siquiera una emoción
en la Naturaleza.
Me engañaron los bardos pretenciosos:
has muerto, Hermosa mía;
y ni lloran los ríos ni los astros
se apagan.
No retumba en la noche de los siglos
el eco de tu vida. La belleza
no le importa a este mundo. Permanecen
el silencio caudal
y una divinidad ajena a su creación
o que también murió en su laberinto.
La tristeza infinita es un oasis
para quien no se sacia con respuestas.
Todo ser
sufre la indefensión: el universo
es solo un cementerio.
(inédito)
EPITAFIO EN ANAYA
Acaso fue porque un halcón trepaba
por la niebla hacia el cielo, y las estrellas
parecían vencejos desterrados,
oí el eco de un llanto interminable
tomando forma de cadáver dulce
que me abrazaba. El tacto y el perfume,
la blandura del labio, el beso errátil,
su amorosa lascivia y el estrépito
de un cuerpo contra el mío me gritaron
que eras tú, renacida, iluminada
por la luz para darme nueva luz.
Al tacto era tan lúbrica tu carne
que pareció que nunca hubieses muerto.
Rememoro el instante, amo el fantasma
de tu presencia y me pregunto: ¿Acaso
no moriste o acaso permaneces
invisible para esta vida? ¿Yaces
en una tumba que semeja un cáliz
y cuando se desborda su amor llegas,
me abrazas y me sangras? ¿Eres solo
la armoniosa campana que me arpegia
su límpido tañido? ¿Es que hay, acaso,
otra existencia en que la muerte es vida
y donde todo aquel que nace vuelve
a nacer -es decir-, a no morir?
(inédito)
SINFONÍA PARA UN HOMBRE SOLO
Acaso porque nunca fui feliz,
siempre quise ser otro:
un griego bajo el mar de las estrellas
naufragando en la noche, descifrando
el arte de soñar; un arquitecto
escultor de pirámides en el llano del sol;
un monje resolviendo el laberinto
de la hermosa escritura; un grácil músico
autor de madrigales; un poeta
claro como Petrarca o Garcilaso.
Ese tiempo sin tiempo de la infancia
en el que se realiza la utopía
me condujo a la pluma para buscar en ella
una existencia plena, un universo propio
en el que yo brillase por mí, pues mi palabra
revelaría mi alma, la nobleza
de un corazón sitiado por la sed.
Pero también el verso fracasó; y el dolor,
que no pudo matarme, me enseñó la templanza:
así forjé mi espíritu, con lágrimas
que siempre desterré.
Ahora renuncio
a ser poeta, músico o pintor.
Miro el instante breve, las horas que se acaban;
y aprendo de la noche, que persigue
el día y se lo bebe en el ocaso.
Y devoro la vida; y solo quiero
tocar las cosas frágiles
que en el tiempo transitan, esas pequeñas cosas
que mueren y que dejan su existencia en la mía.
Y sin embargo, todo cuanto veo
me depara su adiós definitivo.
Estos ojos que tanto han visto mueren;
estas manos que todo lo abrazaron
entibian ya su tacto, y se ensombrece
mi cuerpo, que germina su cadáver.
Solo la lucidez de mi conciencia canta,
porque, aunque yo no pueda contemplarlo,
todo seguirá igual, con la misma belleza
que ayer y hoy; y siempre habrá un fulgor
gritando en la mañana que he vivido.
Además:
como último racimo de flores y de aromas,
me llevo el prodigioso conjuro de la luz;
pues también todo dice que el mágico orden sabio
de la Naturaleza ya ha dispuesto
otros prados amenos en los que yo, semilla
-o fragmento de estrella aún no nacida-,
fecundaré mi muerte y floreceré de nuevo
como pequeña brizna junto a un rosal, o en forma
de retama, o relámpago encendido
del firmamento hermoso.
Y nada puede
robarme esa esperanza porque
no hay más destino que la voluntad.
(de En nombre de la luz. Ed. Huerga y Fierro)
ANTONIO GRACIA es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto (1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007), Hijos de Homero, La condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas (2010). De 2012, Informe pericial, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, Cántico erótico (2018) y En nombre de la luz (2023).
Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obra, Ensayos literarios, Apuntes sobre el amor, Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo y La construcción del poema. Dispone de un portal en la Biblioteca Cervantes Virtual.
Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños.
Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana.
REVISTA ÁGORA DIGITAL / DIARIO DE LA CREACIÓN / FEBRERO 2023
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