Preguntas. J.L Martínez Valero
PREGUNTAS
POR JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO
Vivimos un tiempo sin preguntas, parece que antes de hacerlas, sobreviniera la respuesta, como si el asombro, el pasmo, la curiosidad, que ha sido su fuente, hubieran desaparecido.
Cuando no hay preguntas, no hay respuestas y, la vida, adquiere un tono gris que propicia el colorido efímero de esta sociedad de consumo, colores que es necesario avivar constantemente. El color corresponde a la apariencia, la caja donde algo se guarda y, puesto que nos dedicamos por entero a este menester, cuidar la superficie, olvidamos el contenido, estamos abocados a la superficialidad.
Sócrates, hoy, no tendría interlocutor, alumno, donde alumbrar respuestas, y como un profesor a punto de su jubilación, suspendería las preguntas.
María Zambrano que olvidó sus apuntes, y nunca pudo recuperarlos, tuvo que empezar de nuevo en un doble exilio, el de su tierra y el de sus libros, sus anotaciones, entonces supo que el exiliado no es, hasta que no se reconoce como fragmento.
Lector. Valero
José Luis López Aranguren en su artículo: “Distanciación y encuentro de María Zambrano”, Litoral, 124-6, refiere:
«“Prefiero el fragmento al esbozo”, ha declarado la autora en carta particular, y “todo lo que doy es fragmento”. Fragmento y no “ensayo”. Ortega justificó y aun ponderó el género literario del ensayo. María Zambrano no lo cultiva, o apenas. Casi todo lo que publica y casi todo lo que tiene escrito son “fragmentos” perfectamente acabados o “cuyo acabamiento sería cosa de poco”. Fragmentos de una obra total o totalizable. Fragmentos, en un sentido más profundo, de un sentirse a sí misma “fragmento” de una completitud siempre buscada.»
¿Cuál es la diferencia entre ensayo y fragmento? José Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote dice que «el ensayo es la ciencia, menos la prueba explícita», donde podemos entrever que en la ciencia hay cierta pretensión de rigor que, desde luego, no parece que se encuentre en el fragmento. Por otra parte, hay un anuncio de la desaparición del yo, ese yo opinante, desde donde el sujeto contempla el mundo.
Lectora. Valero
El fragmento es más poético. Alude, eludiendo. Necesita la luz que reside en ciertas palabras y que, sólo aparece, cuando se encuentran en el sitio adecuado, comienzo del camino, aunque tiene la seguridad de que nunca va a perder su condición, no nos lleva a parte alguna, por el contrario, se refiere sólo al punto del que partimos, la línea de salida es la pregunta.
No es necesario llegar, sino estar dispuesto para partir, lo que aleja al sujeto de ese carácter de pequeño propietario, fijado al terreno por alguna de las llaves de su bolsillo. Todo viaje siempre es interior, no acumula fotos, sino experiencias.
¿Por qué elige el fragmento? Quizá porque en el desierto del exilio hay un pozo, y ella, aplica el proverbio árabe: “Bebe en el pozo y deja beber”, o lo que es lo mismo, que tus escritos no den la sensación de haber agotado lo que querías decir, sin duda, eleva a la plenitud de significado el hecho, como diría su maestro. Lo expondré como si respirase, puesto en contacto con el aire del mundo a través de sus grietas, por las que otros puedan entrar.
No tiene el fragmento la sensación de acabado, optar por el fragmento supone elegir la esperanza. Se propone a la altura del hombre, quiero decir que no es pretencioso. La totalidad, si la hay, sería el resultado de una intervención divina, mientras el fragmento es un instante de claridad que nos permite asomarnos al conjunto.
El mosaico, resultado de unir miles de fragmentos, que previamente ha preparado su autor, quizá no es otra cosa que una muestra en sí, reconoce la función social del dueño de la casa, le recuerda que cada cosa que hay en ella es consecuencia de distintos tiempos, distintos deseos. La vida del hombre se reduce a una acumulación de fragmentos. Ejercicio de humildad pues está hecho a la altura de la capacidad humana, su ritmo, coloca tesela tras tesela hasta que logra finalmente reproducir la composición proyectada. El autor no es un dios, sino un artesano paciente.
El fragmento puede llegar a ser un instrumento idóneo para explorar la realidad, tiene luz propia, más allá, crece en sus bordes la oscuridad y, es oscuro, porque cesa la emoción, cesa la inteligencia del mundo. Estamos ante el misterio de la esfinge.
Frente al marco, frente a la idea de unidad, totalidad que calma al espectador, supone una reivindicación de libertad. El marco académico, la aplicación de su rito, máximo neutralizador, convierte toda obra, ya sea mediocre o valiosa, en sólo obra, siempre que cumpla rigurosamente las formalidades establecidas. Semeja la estética del regalo: efímero, buena apariencia, nada útil, emoción de la sorpresa, posterior abandono una vez que ha cumplido su objetivo inmediato.
El fragmento equivale a la pregunta, postula el origen, una pregunta es una oración que aún no ha sido formulada del todo, y que se propone para ser completada. Aunque el fragmento nos remite al todo, como el poema, sólo logra la plenitud en su lectura.
El género epistolar se establece mediante fragmentos. Remitente y destinatario viven alejados, lo que supone cierta disfunción para el entendimiento de ambos. Puede que no coincidan en el estado de ánimo, que sean diferentes en el clima, diversidad de horario. No obstante, el objetivo inmediato de la carta era una información que se consideraba necesario y que, sugiere, provoca una respuesta. Así que, cuando la carta alcance su destino, probablemente satisfaga al receptor, ya que la consulta ha sido resuelta.
La elipsis es un juego en el que, escamotear ciertos elementos, no significa que pongamos a prueba el ingenio del lector, aunque sí que, una vez que se sitúa ante la cuestión, probablemente lo hace con más libertad, ya que, si se han esquivado cuestiones personales, el yo de quien pregunta y el yo de quien responde se enfrentan sobre un tablero, limpio de otro compromiso. No ocurre así con los puntos suspensivos, pues se trata de un silencio compartido que no elude la cuestión, por el contrario, queda perfectamente enunciada por ese silencio que dice.
La ausencia de preguntas, supone que no aspiramos a la comprensión total. El autor del mosaico ha desaparecido y sólo amontamos pequeñas teselas cuya situación en el conjunto ha dejado de interesarnos. La ausencia de curiosidad, este ser sin preguntas, convierte al sujeto en un expatriado que desconoce el terreno que pisa. Vive en la frontera, sin que se identifique con país alguno.
Esta orfandad lo convierte en un sujeto fácil de ser captado por cualquier ideología que le ofrezca más fe que respuestas. Preguntad, aunque conozcáis la respuesta, seguro que siempre hay algo nuevo que asienta el terreno sobre el que os mantenéis en pie. Recuerdo que, siendo niño en la playa, teníamos por un éxito no hacer pie, significaba que ya sabíamos nadar, habíamos alcanzado el juicio suficiente. Como piensa Juan Ramón Jiménez: “La duda no hay por qué curarla, no es una enfermedad.”
Gorda. Valero
Texto e ilustraciones: José Luis Martínez Valero
José Luis Martínez Valero nació en Águilas (Murcia) en 1941, es poeta, narrador, ensayista y pintor. Catedrático emérito de Literatura. Autor del ensayo Antología del Veintisiete en Murcia (Ed. La Fea Burguesía, 2024), y de otros libros de versos o de prosa como: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario