Rebecca Ferguson
UNA CASA HECHA DE PAJA
Una casa llena de dinamita (A House of Dynamite, en su versión original en inglés) es un supuesto thriller apocalíptico estadounidense, estrenado en septiembre de 2025 en el Festival Internacional de Cine de Venecia, y que ha estado o está aún en algunas salas de cine. Sin embargo, su estreno reciente, en octubre, en Netflix lo hace accesible a un gran número de espectadores. Iba a decir “poco exigentes”, pero en este caso, debo incluir también entre ese público almíbar a críticos de cine y a comentaristas de prestigio que han puesto por las nubes la película de la directora Kathryn Bigelow.
La película hubiera funcionado como un buen documental de televisión*(con diferentes y rápidos puntos de vista sobre la historia, con aportaciones nuevas en cada punto de vista), o incluso, mejor, como un cuento de terror para niños (la historia del lobito feroz y los cerditos me viene a la mente, para metaforizar el horror que todos tenemos, en algún plano consciente, ante un holacausto nuclear).
Sus mayores elogios se han basado (resumo) en dos aspectos. Uno, la dimensión política del film, la oportunidad de presentarnos un conflicto dramático colectivo actual (el peligro inminente de una guerra nuclear retomado hoy después del paréntesis tras el fin de la Guerra Fría), y la capacidad de suscitarnos una toma de conciencia (cine comprometido, usando de un viejo tópico). Y, dos, su cualidad narrativa: sería una acertada traslación a la pantalla de un trabajo de guion medido al milímetro y bien estructurado, plasmado en un modo de narración-bucle al servicio del desarrollo dramático de la acción y el suspense (pues se supone que es una película de suspense, un thriller).
Lo cierto es que el resultado deja al espectador en bucle, aburrido desde el término de su primera hora; o peor que aburrido: atónito por la intrascendencia repetitiva de las imágenes y la ridícula masilla de melodrama con que la directora con "buena voluntad" salpica el curso a través de meandros de su relato. Al espectador, cuyo punto de vista no es tenido en cuenta, una vez que le falta su primer impulso a pensar en lo que el asunto de la película le plantea, le resulta indiferente y cansino el juego estructural-narrativo; y no encontrándose interesado ya por el decaído suspense de la trama ni por el perfil inane de ninguna de las personas representadas, se aburre, o sale del bucle, si logra al fin despegar su culo del chicle de otra peli mala, o se va a sus imaginaciones. Si está en su casa, viendo la película en Netflix, la cambia y se pone una buena de serie B (sobre peligros apocalípticos los americanos han hecho películas muy buenas menos pretenciosas y eficaces como cine de suspense y aventura).
1. Respecto al segundo aspecto indicado, sus supuestas cualidades técnicas narrativas (que es, para mí, el punto más interesante donde centrar mi comentario): el thriller decae a los 20 minutos del comienzo de la película (esos 20 minutos que median hasta el fin de la acción que trata de evitar la catástrofe, acción deshilvanada y con alguna dosis melodramática en la película incluso en esos primeros momentos); la buena música incidental de Bertelmann inicia con una atmósfera de suspense, pero luego se repite idéntica hasta la saciedad en el conjunto de los más de cien minutos del metraje (112, exactamente; por fortuna, un metraje no tan largo como el de otras películas insoportables que en los últimos años han salido de la fábrica hollywoodiense).

La actuación en la primera media hora de Rebecca Ferguson mantiene la tensión, por la verosimilitud y la energía de esta actriz, que sin embargo ha de trufar su interpretación con rasgos melodramáticos que el guionista de cuyo nombre no quiero acordarme pone en primer plano, como si fuera eso lo más importante, el melodrama: más importante que el asunto y la tragedia, la épica o la reacción de los protagonistas. Un cruce de manos interracial, qué bello. Sin duda merece la pena ver esos esos primeros veinte minutos de la peli en los que aparece la bella Rebeca Ferguson, interpretando con carácter el único personaje maduro y verosímil de los presentados en el drama.
Aun así, en ese primer movimiento de la película, hay algunos detalles que, vistos en su conjunto, desde la impresión final de la historia filmada, resultan característicos del cine hollywoodiense actual, marca Netflix: los personajes están perfectamente racializados (negros, hispanos, orientales, etc), la que puede aparecer como protagonista (luego se disuelve su protagonismo en un guion chicle, como ocurre en los últimos estrenos de USA), es una mujer moderna (la interpretada por la actriz sueca Rebeca Ferguson) que desempeña un puesto de alta responsabilidad mientras su esposo se ocupa del niño de ambos, de atenderlo y llevarlo con fiebre a la guardería (todo correcto, o no; y normal, si no fuera por el subrayado de que así debe ser), los varones son torpes, negligentes, sobre todo si son blancos, soldados, militares de alta graduación, ¿y si son hombres negros?, también son flojos y vagamente ridículos, en cuanto hombres (aunque de raza negra; prima el handicap "varón" en la presentación, predestinada por la genética del cine woke post-woke. ¿Y si es el mismísimo presidente de EE.UU.?, entonces si es hombre, priman los cromosomas masculinos sobre ser negro o de otra raza, y sobre su ideología política. Será un personaje débil).
He escuchado un comentario de José Luis Garci, nuestro buen director de cine y admirado cinéfilo, a propósito de que la presidenta de EE.UU, en la peli, debía haber sido una mujer; que la faltó valor a la directora de la película para poner de presidenta a una mujer, pero entonces, amigo, se viene abajo una quinta parte del guion (y contraviene el wokismo). La censura, en los tiempos de Franco, daba el nihil obstat a una publicación o a una película, y para ello le ponía exigencias o “reparos”. La censura previa de Netflix-Hollywood es la agenda 2030, la propaganda wokista, los “valores” impuestos al arte en los que se han de educar los jóvenes y no tan jóvenes espectadores. Una mujer, al mando, sería lo contrario de un hombre torpe al mando, con lo cual se vendrían abajo los fundamentos de la trama: esa mujer sabría lo que debe hacer ante el fallo crítico de los jóvenes militares que no interceptan el misil nuclear enemigo (todos ellos, no pasan de parecer tener la edad mental de 12 años, como si estuviéramos en manos de una mayoría de alumnos españoles de la ESO, comen patatas fritas mientras trabajan ante la pantalla de observación, se deprimen, llaman a sus madres por los móviles, para que queden bien retratados en el melodrama; y vomitan largamente desde el final de la primera parte hasta la última escena, al amanecer; no sabemos si el último amanecer anterior a un invierno / infierno nuclear. El público joven, al que se dirige comercialmente la peli, se identificará con ellos; yo, en absoluto. Espero que, en el ejército americano, haya personal de cuarenta años y que, si no aciertan la primera vez, lo intenten hasta acertar, sin deprimirse como críos).
El guion pretende narrar la historia de forma cíclica, y desde varios puntos de vista, demasiados. Hay que ser García Márquez para empezar. Los puntos de vista son intrascendentes en la mayoría de los casos, no logran conectar con el público. Entiendo que solo el personaje representado por la Ferguson tiene algo de verdad y logra implicarnos en su drama personal. Los demás son innecesarios, no comunican, y si pensamos en que sean útiles para reforzar lo melodramático del guion, eso mismo desfonda el suspense y el propio desarrollo del conflicto que plantea la película. Por otra parte, no todo recurso (en este caso, la narración cíclica, con las sincronicidades y los puntos de vista tratando de ser corales, que no llegan a serlo, porque se quedan en simple abigarramiento y multiplicidad de puntos de vista), sirve para cualquier película. Incluso, si de hecho la técnica narrativa empleada (el bucle) fuera aquí lo adecuado a la historia, el guion no dejaría de ser un puente, una estructura bien tejida a priori, pero que falla en su empeño; no es lo mismo tener una buena idea, pensar en un puente bien estructurado que realizar ese puente bien estructurado, y que resulte sólido para quien ha de transitarlo, el espectador. Pensar en el espectador es el punto de vista básico que no se ha de olvidar si se quiere hacer buen cine.
Los antiguos griegos que escribieron tragedia sabían que el espectador no podía conocer todo de la historia; sí una parte que le hacía de cebo a su curiosidad; había un plus, un detalle significativo, que aparecería de modo sorprendente en su debido momento y lugar; de modo que el espectador ya implicado debía poner toda la información, de la que previamente disponía, al servicio de entender esa catástrofe (como diría Aristóteles), esa peripecia, incluso aunque pudiera esperarla no sabía cómo iba a desarrollarse en escena.
Aquí, en esta peli de la directora Bigelow, falla por impericia técnica el guion, desde el salto a la segunda narrativa el lector se aburre, si no le ocurre ya antes en la primera. Solo la película recupera cierto suspense e interés justo cuando ha terminado: su final plantea una doble posibilidad, en efecto: la respuesta cruda o la respuesta poco hecha, en términos gastronómicos, como dice el Presidente americano, un perfecto desinformado, que ha escuchado en un podcast que el mundo bajo la posibilidad de una guerra nuclear se asemeja a una casa llena de dinamita. Hasta en eso se ve la crisis de lectura. Lo verdaderamente preocupante.
2. El final abierto o no: la indeterminación creo que no se debe a motivos de escritura que añadan calidad a la película, sino a la falta de valentía del guion y de la directora: tampoco se atreven a presentar la respuesta de una potencia como EE.UU. en caso de recibir un ataque nuclear. Saber de antemano cuál es, tiene que ver, intuyo, con la postergación del conflicto nuclear. Cuando el enemigo sabe que podemos dudar, estamos perdidos, a su merced. Por otra parte, la lógica de la postergación echa un jarro de agua fría a la realidad del tema que plantea la película, pues en la peli el peligro de un holocausto nuclear es real, y no solo real: inminente, aunque ya ha ocurrido a partir de la primera historia del bucle (un contrasentido más en la narración).
¿Por qué el espectador ha de escribir el final? ¿Su punto de vista, mi punto de vista como espectador, en qué atañe a la historia que se cuenta? Esta conexión, si se hubiera sugerido, podría haber hecho bueno el guion. (Para ello debían haberse presentado algunas imágenes sobre las consecuencias en las víctimas; no las hay; solo se ven a unos privilegiados señalados en busca de refugio en las montañas, esos que nada tienen que ver con un espectador sensible).
Fulgencio Martínez
noviembre-2025
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Nota: * Esta condición de reportaje a posteriori supondría la renuncia a lo inminente que es una supuesta virtud intrínseca del film. Contradictoria porque solo funciona de verdad en la primera narrativa, en la segunda y siguientes lo inminente ya no tiene tal carácter. Un fallo de guion constitutivo: intenta crear tensión con lo inminente todo el tiempo, cuando ya no tiene tal sentido de inminencia el relato en su segunda, tercera o cuarta versión, ni hay sorpresa que aportar en ninguna fase cíclica.


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