Las primeras 144 páginas de "El mejor libro del mundo" de Manuel Vilas
En la página 144 abandono. He llegado con paciencia a la frase "Yo lo que quiero es escribir el mejor libro del mundo." Me ha sido arduo leer hasta el punto que cierra la frase y el capítulo ("Herejías", pero da igual el título). Tenía expectativas de disfrutar con esta nueva "novela" de Manuel Vilas, que me había deslumbrado con Ordesa. Aunque cuando leí esa novela ya pensé que me había gustado por ser un retrato social, generacional, costumbrista a su modo, más que por las razones que la crítica presumía: autoficción, ejercicio de desnudez y verismo desgarrado. Nada de eso es lo que me atrajo.
Ocurre que hay ciertas novelas contemporáneas (Patria, de Fernando Aramburu, entre las que yo he leído, claro) que unido a un cierto nivel de calidad literaria (del que carecen la mayoría de las "novelas" que he intentado leer entre las publicadas en España) se da el acierto de dar voz a una problemática, a un silencio, o a una generación o promoción más bien; a veces de modo inesperado para el propio autor, y gratamente sorpresivo para los lectores que reconocen en esa narración su libro, lo que para ellos se debía haber escrito pero que nadie hasta entonces lo había hecho. (Y hablo de lectores sin distinción de sexo, que no viene al caso). Sucede que el éxito de esas novelas -éxito de público, pero también, lo he reconocido antes, de escritura lograda- no es susceptible de convertirse en fórmula; si se me admite la paradoja: ese éxito no es comercial, más que en el momento, la primera vez, y si se repite se convierte en un remedo triste y falso. Es la condena de una obra buena, su éxito es poco o nada comercial. Sin embargo, lleva al escritor a otra condena: la de tener que volver a intentarlo, y sufrir por poner en las editoriales su carnet de escritor al día. Los segundos o siguientes libros de esos escritores no suelen ser nada buenos, aunque la promoción literaria les ayude (premios, "críticas", recomendaciones, etc) a venderse. A lo sumo el éxito les vale dos o tres libros más. Es cierto que algunos escritores remontan esa deriva, consiguen saldar su éxito no comercial y llegan a escribir algún otro libro de valor.
No se trata tanto de escribir "el mejor libro del mundo" sino un libro bueno, de los que da gusto leer y releer. Si Francisco Umbral solo hubiera escrito Las ninfas, o La noche que llegué al café Gijón, o Mortal y rosa, o cualquiera de sus libros sobre Madrid, y no hubiera publicado La forja de un ladrón, o, sobre todo, Un ser de lejanías, obras que escribió el madrileño en su última etapa, nos hubiera privado de una aventura y un gozo literario que sin duda nos merecemos los sufridos lectores de novela española. Lo mismo se podría decir de Galdós, de García Márquez, y de algunos escritores más, que han producido más de una o dos grandes novelas que, para su tiempo y sus lectores, fueron éxitos no comerciales (paradoja de la literatura que el escritor ha de asumir), es decir, irrepetibles como fórmulas. Incluso cuando fueron un tiempo por un camino (por ejemplo, Galdós con sus Episodios o sus tipos de novela, de tesis, realista, histórica, contemporánea, idealista) cambiaron el paso e iniciaron otro empeño que les pudo llevar al fracaso o a un nuevo logro sin "precedentes".
Hay, por aceptación o imposición mediúmnica, una corriente actual que dice que un escritor ha de alcanzar el éxito de lectores y crítica con un sola novela, y lo demás se le dará por añadidura. Es decir, la editorial le seguirá promocionando. ¿Os fijáis en que lo importante ya de un libro no es su contenido sino su portada? El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas, está publicado por la editorial Destino en su colección Áncora y Delfín, la antigua colección de libros del Premio Nadal que otorgaba esa editorial, que venía de Plaza y Janés, luego asumida por Planeta, y donde estaban libros como Las Ninfas, y Mortal y rosa, de Umbral, o Extramuros, de Jesús Fernández Santos, y otras grandes novelas que yo leí en la mítica biblioteca del profesor Antonio de Hoyos en la Diputación de Murcia, forrados en pasta y sin más diseño de portada que el emblema -que no logotipo, fea palabra- de dos elementos mágicos: áncora y delfín, símbolos complementarios en su oposición.
Ahora, El mejor libro del mundo luce en su portada una fotografía que podría rivalizar en calidad artística con las portadas de la editorial Alfaguara o Planeta (o de cualquier otro sello de grandes ventas), y hay que buscar en algún lugar de la contraportada del libro las palabras Áncora y Delfín. Ya no el emblema, como antes; pero esas palabras al menos nos aseguran un mínimum literario.
Otra condición para el éxito prefabricado es ser catalogada la obra como "novela", lo contrario de la ironía de Miguel de Unamuno, que llamó nivolas a sus novelas. Esas de Unamuno eran cortas, estas otras puestas en la carrera del top de ventas de ficción (narrativa) suelen tener al menos 500 páginas, no son novelas en unos casos, y en otros son borradores enciclopédicos de narrativas múltiples y apelotonadas.
Aun así, a veces ocurre un milagro: un escritor da una obra de calidad que llega a un amplio grupo de lectores: véanse los ejemplos arriba citados: Ordesa, Patria... El autor ha de sufrir la condena de presentar a la editorial 500 páginas - o 586, como tiene "El mejor libro del mundo"- para retomar la comunicación con su público.
El mejor libro del mundo es una sucesión de anécdotas, contadas desde una desazonada confidencialidad del autor con su público-espejo. Nada de novela, a pesar de que en su contraportada la casa editorial engañe al público con la manida fórmula, y con expresiones absurdas como "techo de cristal" (quien haya escrito ese texto promocional es un zoquete):
"Nadie antes que Manuel Vilas ha explorado la vulnerabilidad de un escritor como lo hace él en su nueva novela (...) Vilas rompe el famoso techo de cristal para contar a todo el mundo quién y qué es un escritor".
No se puede ser más cursi. ¿Nadie antes...? ¿Qué es el famoso techo de cristal?
Al no tratarse de una novela, ni autobiográfica ni de ficción, sino de unos apuntes de diario, articulillos intercalados, anotaciones, reflexiones, lo que se quiera, pero, ojo, sin el rigor de calidad y concisión del género "diario" (que implica selección y composición, y del que actualmente hay grandes títulos recientes, entre escritores no de exitosas novelas o timonovelas como esta), decía que al no tratarse de una novela no se le puede conceder al autor deslices o desinformación en sus asertos:
"De crío, en los colegios religiosos donde estudié (no había otros en aquella España de los años sesenta y setenta del siglo pasado).."
Nos quedamos a cuadros. Espero que los lectores más jóvenes se apiaden de la corta memoria de sus mayores.
Hay frases que saltan a la vista con una pizca de ingenio:
"Las lenguas nacieron para nombrar el fantasma."
O reflexiones que parecen sentidas:
"Hay hijos burgueses y hay hijos metafísicos. Hay hijos que nacen porque un hombre y una mujer se han casado y desde un punto de vista social necesitan un hijo. Hay hijos que nacen de otra necesidad, de la necesidad de que el amor entre un hombre y una mujer produzca materia, produzca carne (...)"
Realmente, glorioso. Hijos burgueses (cuánto lodo traen aún los eslóganes). Hijos metafísicos (¿otra cursilada?)
Y así. Sufriendo el escritor, hasta darle a la editorial lo que quiere para su problemático segundo o tercer éxito: 586 páginas de tocho. Y sin duda el libro, por su fotografía de portada, es interesante, o tan interesante como otro cualquiera exhibido en los escaparates de las librerías.
A Manuel Vilas no le pedimos los lectores el mejor libro del mundo, sino un buen libro, honesto, extenso, o mejor, breve, si puede ser, por lo que decía su paisano Gracián y que él conoce.
Fulgencio Martínez
Editor de Ágora
No hay comentarios:
Publicar un comentario