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viernes, 21 de febrero de 2020

LA POESÍA ESPAÑOLA DE POSGUERRA. POR FULGENCIO MARTÍNEZ. REVISTA ÁGORA. ESTUDIOS DE POESÍA ESPAÑOLA



LA POESÍA ESPAÑOLA DE POSGUERRA. UN CANTO PARA EL HOMBRE


INTRODUCCIÓN

LA POESÍA ESPAÑOLA, PARA SER MÁS PRECISOS, ESCRITA EN CASTELLANO Y EN ESPAÑA en la década de los 40 del pasado siglo, está condicionada, como es obvio, por el contexto social y político de la posguerra civil y por la dictadura militar de Franco, que expulsó al exilio y al silencio oficial a buena parte de los grandes poetas españoles (como Cernuda, Salinas, Jorge Guillén, Alberti, Altolaguirre, Prados, León Felipe, Juan Larrea y una nómina más amplia de  transterrados que siguieron haciendo una obra extraordinaria).

Aquí vamos a prestar atención a otros poetas (dejando el caso de Miguel Hernández, muerto en la cárcel) que desde el interior y bajo condiciones difíciles para la libertad de expresión, continuaron la tradición poética, renovando a su manera la poesía en castellano, y prosiguiendo la rehumanización de la misma ya iniciada en la década anterior, la de los treinta.

Estos poetas, de extraordinario valor literario y humano (Blas de Otero, Luis Rosales, Vivanco, Ridruejo, Nora, Leopoldo Panero, Hierro, Hidalgo, Celaya, entre otros), conforman una generación cuya poesía recorre los problemas del ser humano, desde lo más íntimo y familiar, a lo religioso, a lo existencial y filosófico, llegando, finalmente, a una apertura a la poesía civil y social, que se desarrollará en la década de los 50 y parte de los 60, y que también recoge el testigo de la poesía social (hernadiana y nerudiana) de la década de los 30.

A estos poetas nombrados, pertenecientes a la Generación de los 40, habría que añadir Carmen Conde, Antonio Oliver, María Cegarra, Ildefonso-Manuel Gil, Miguel Labordeta, Juan Panero, Vicente Gaos, José María Valverde, Victoriano Crémer, Carlos Edmundo De Ory y los poetas del grupo cordobés Cántico, quienes, a pesar de su importante obra, no suelen ser muy recordados.

Por muchas razones, aparte de su valor intrínseco poemático, el estudio de esta generación de los 40 nos interesa para hacer destacable la continuidad y la renovación (de lenguaje y de temas) de la tradición española anterior a la Guerra civil.
 
Es cierto, quizá, que ninguno de estos autores (salvo quizá Blas de Otero) alcanzará la dimensión creadora y renovadora de poetas de la Generación del 27, como Cernuda o Salinas, por citar a poetas del exilio, o Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso, entre los poetas que permanecieron en el país y que renovarán en esa década de los 40 su respectivas trayectorias, creando hitos en la poesía de su tiempo.

Obviamente, la etiqueta generacional, que nos sirve para acotar y centrar nuestra atención en este grupo de poetas, no hay que entenderla en un sentido que aísle a los poetas que estudiamos respeto a estos otros: precisamente, nuestro estudio pretende marcar su labor, grande o pequeña, de continuidad de estos maestros, continuidad muchas veces indirecta, censurada o vigilada por la cultura oficial.

Las referencias a los poemas citados en este estudio se hallan en la Antología de la poesía española (1939-1975), edición de José Enrique Martínez, Madrid, 1989, editorial Castalia.

Comenzaremos comentando la presencia de lo religioso en esta poesía, para ver cómo desde esta corriente religiosa se encauza el existencialismo humanista que, más tarde, se abre a una corriente social, corriente dominante en la siguiente década de los 50.

1. La presencia de la corriente religiosa

La presencia de lo religioso es, sobre todo, evidente en los poetas del llamado grupo de “Escorial”, revista de orígenes falangistas. Esos poetas escribieron, en los años inmediatos a la guerra, una poesía de tinte ortodoxo católico; sin embargo, en los libros más granados de algunos de ellos, como son los libros a que pertenecen los poemas que aquí citaremos, el tema de Dios tiene más un tinte existencial y humanista, aunque siempre dentro de la ortodoxia católica: es decir, ya no es un Dios símbolo de la tradición patria y a menudo exclusivo, sino un Dios visto desde el desamparo del hombre. Son libros todos de finales de la década de los 40.

De 1949 son los libros que citamos a continuación. La casa encendida, de Luis Rosales: del poema “Ciego por voluntad y por destino” los versos “este silencio /que cuando Dios lo quiere se nos cansa en el cuerpo” (p. 62. Antología de la poesía española), ejemplifican ese tratamiento de Dios dentro de una poesía religiosa desde la preocupación intimista, biográfica, que apunta a la inquietud existencial).

También el libro Continuación de la vida, de Luis Felipe Vivanco: en el poema “La caza” (pp. 70-71. op.cit.), explícitamente en los versos “Pero he crecido y tengo mi juventud inquieta: / éstas son mis lecturas, mi ambición de estar solo / con Dios”, tampoco aquí se halla heterodoxia alguna, sino un más acendrado intimismo, donde la imagen del padre vuelve, a través del símbolo de Dios, dotando de sentido al mundo en el que el yo poético no encuentra su fundamento, el mundo urbano y abstracto, por contraste con el mundo campesino y sencillo del padre cazador. Esa especie de Dios franciscano guarda el símbolo de la intimidad sencilla, acotada a lo familiar, que canta la poesía de Luis Felipe Vivanco. 

El libro quizá más representativo de esta corriente y del grupo, es el de Leopoldo Panero: Escrito a cada instante. El tema de Dios es central en la poesía de Leopoldo Panero. Dos poemas lo representan en la Antología que nos sirve de referencia; aunque quizá podríamos incluir a los tres en el mismo tema, pues en Panero el tema de Dios es el envés del sentimiento terrible de soledad que aqueja al hombre. Dios, como el hijo, en el último de los poemas, es la superación de la soledad, por ello es también fuente del Nombre, de la palabra, de la misma poesía y del profundo arraigo a la tierra –ancla, que diría Dámaso Alonso- de esta poesía. Estamos aún lejos de la poesía desanclada, desarraigada, que, como vio en 1952 Dámaso Alonso, en un estudio de la poesía de Blas de Otero, comenzaría a escribirse a partir de 1944 –precisamente, con el libro de Alonso Hijos de la ira, y después con los sonetos agónicos de Blas de Otero, que se recogerían en Ángel fieramente humano; pero este libro se publicó ya en 1950. (El mismo Blas de Otero comenzó escribiendo Cántico espiritual, una poesía de inspiración religiosa, de preocupación unamuniana).


Pero el gran poeta existencialista religioso es un poeta del grupo santanderino, muerto antes de alcanzar su madurez biográfica, aunque diera de pleno su madurez poética en solo dos libros. En uno de ellos, Los muertos, de 1947, que se anticipa en fecha a los libros antes citados, José Luis Hidalgo escribe una poesía desgarrada, en fondo, si bien de formas serenas; presenta una fuerte antítesis entre Dios y el sentimiento de la muerte como aniquilación total. Se adivina una apuesta religiosa, a la manera de Sören Kierkegaard, por la elección del Dios, más creíble desde la fuerte tensión interna de esta poesía (convincente, desde el poema, el sentimiento o más bien premonición de inminente aniquilación). A Dios se le nombra a menudo con el apelativo bíblico de “Señor”, como en el poema “Estoy maduro” (p. 75, op. cit).

Dios es el Absurdo de la Vida, el Todopoderoso Señor de la vida y la muerte, el veneno y el antídoto contra la muerte: en fin, es una poesía, la de Hidalgo, completamente expuesta, desamparada aún de las propias fuerzas psicológicas humanas, y por tanto, más estremecedora que la poesía de lucha con Dios del ya de por sí estremecedor libro de Blas de Otero que hemos citado.

  2. Estilística

En La casa encendida y en Continuación de la vida, hay una tendencia métrica hacia el versículo y el verso libre –metros en apariencia más innovadores y que se adecúan mejor al tratamiento del sentimiento religioso de forma espontánea, menos rígida y estereotipada que el soneto. (Sin embargo, los sonetos de Blas de Otero demostrarán que esta composición se puede adaptar a otra forma de trasmitir el tema de Dios).
En Hidalgo predomina la estructura estrófica más clásica, que se adaptan a estancias de cuatro versos asonantadas. En Panero hay una diversidad de estructuras, aunque tiende a la división estrófica en series o estancias de más de cuatro versos que siguen el progreso espontáneo de la meditación. Así, en el poema “Escrito a cada instante”. Sin embargo, es una sola serie monoestrófica el poema “Hasta mañana”, que describe un diálogo interiorizado con el “tú” de la amada (que también puede ser la vida), que se dirige casi imperceptiblemente a morir, “por esa senda pura que, algún día, / te llevará dormida hacia la muerte”. (p. 78. 0p. cit). La continuidad estrófica es reflejo de la continuidad del ritmo interior y temático. Por otro lado, en el poema “Hijo mío”, cuya tema es la soledad humana y su consuelo en el Hijo, y donde hemos visto conexión con el tema de Dios, aparece la división estrófica típica del soneto, aunque en este caso, alejandrino.


3. TEMAS DE LA POESÍA DE LOS 40

Además del religioso vehicular, los temas más frecuentes en la poesía de los años 40 son el tema del hombre situado en su circunstancia personal (con abstracción de lo histórico y lo social, temas “tabú” en ese momento), en algunos casos arraigado en un diálogo con la existencia y con Dios. Por otra lado, también la familia, el amor (conyugal, la novia o la mujer); amor tradicional, tratado desde lo cotidiano e íntimo pero sin manifestar más que un intimismo pudoroso, “puro” (ese el adjetivo que define en algunos poema al ser amado).
El tema de España, sobre todo en Dionisio Ridruejo y en Eugenio de Nora, de perspectivas distintas, es otro de los temas recurrentes.

4.  ¿A quién se dirigía esta poesía?

El receptor de esta poesía de la década de los 40 no es, ni siquiera idealmente, un receptor mayoritario, como lo será (siempre idealmente) en la poesía de los años 50 y 60, a partir de Blas de Otero (“Hacia la inmensa mayoría”) y Gabriel Celaya (”Poesía para todos”, en “Poesía es un arma cargada de futuro”).

La poesía de Eugenio de Nora, que anticipa el tema social y político, no tendrá mucha difusión: un poema como el anteriormente comentado, “Poesía contemporánea”, fechado en 1947, no será publicado en libro hasta la siguiente década, en 1954. La poesía se dirige a un público de poetas (y a unas pocas más personas cultas y curiosas, un público, si amplio, que sigue siendo minoría) a través de revistas, grupos o editoriales casi todos situados en Madrid, solo en algunos casos en León o en otras provincias como Santander, Valencia o Córdoba, pero siempre con dirección centrípeta, bien para hacerse oír en contra de lo oficial o para cultivar al público de los poetas. No significa esta situación minoritaria de la poesía en esos años un agravio mayor que la situación de la poesía actual, donde, como corresponde al progreso en la educación del país, se esperaría un mayor número de receptores posibles. El prestigio aún de la poesía en los años 40 favorecía el reclutamiento de lectores, a lo que hay que unir el recuerdo aún vigente de una cultura oral. Los poetas sociales de décadas posteriores incluirán con empeño, dentro de su inmensa mayoría a la que se dirigen, al público no lector de poesía, incluso al analfabeto, el que no lee o el que no necesita leer poesía. Una nueva conciencia de la función y el oficio de poeta llevará a los poetas como Blas de Otero a recitar en las fábricas, en los talleres, en las universidades.


FULGENCIO MARTÍNEZ (UNED, MADRID)

      revista digital Ágora, febrero 2020

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