Pablo García Baena |
LA VOZ ELEGÍACA Y LA VOZ AMOROSA EN DOS POETAS DEL "GRUPO CÁNTICO" (ESTUDIO DE dos poemas de este grupo: “Elegía VII”, de Ricardo Molina, y
“Sólo tu amor y el agua”, de Pablo García Baena.
a Guillermo Carnero, maestro.
En el poema “Elegía VII”[1], de Ricardo Molina, perteneciente al libro Elegías de Sandua, de 1948, se puede leer el tema del dolorido lamento por el paso del tiempo y la destrucción que el tempus fugit conlleva –Este es uno de los asuntos típicamente conectados con el tono elegiaco, al igual que el llanto por un muerto, por la ausencia o por el amor y la felicidad perdidas, temas elegíacos de la poesía, desde Jorge Manrique, Garcilaso a Miguel Hernández (Cancionero y romancero de ausencias, 1939-41), o Pedro Salinas en Largo Lamento (1938).
Llama la atención que la voz elegíaca, en este poema de Ricardo
Molina, se enfoque hacia una estancia querida, familiar, como en muchos poemas
elegíacos de Leopardi, y en la poesía contemporánea, de Eloy Sánchez Rosillo.
Esa referencia objetiva a un lugar “seguro” perdido (en este poema, Sandua)
simboliza mejor el paso destructor del tiempo, y sus efectos en el ánimo del yo
poético, que un asunto abstracto o filosófico que fuera objeto del canto elegíaco. Pues dicha referencia concretiza el dolor, lo
humaniza e individualiza en una biografía y en un símbolo espacial que puede
ser asumido por la emoción de cualquier lector, al asimilarlo éste a su propia
experiencia. Aquel tiempo-espacio como matriz dichosa, a salvo,
irremediablemente va asociado, como en este poema, a la pérdida irreparable. De
ahí que en la “Elegía VII” de Molina, finalmente, tras la evocación de aquel
espacio, y tras agotar el vaso de la melancolía, se perfile el tema de la
aceptación estoica de la fugacidad y caducidad del mundo, unido al tema de
conservar en el recuerdo aquel instante,
aquel “misterio” mágico, o sea, el tema de la salvación por la memoria. (vs.
55-60).
Otro tema apuntado en este poema es el de las ruinas (tema que
conecta con la silva de Rodrigo Caro “A las ruinas de Itálica”). Casi al final
del poema de Molina, en el penúltimo verso se dice claramente –“Una casa en
ruinas perdida entre los montes”-. La diferencia con Caro y esa tradición de
canto a las ruinas es que en esta, más allá y entre la voz elegíaca, se destila
una enseñanza moral o didáctica, o filosófica que viene de misma tradición
senequista pero que, en este caso, en la “Elegía VII” de Molina, no se orienta
a una lección moral que transcienda el puro sentimiento (de pérdida) y su
fenomenología en el poema. Séneca, en una de sus epístolas –y en su línea
Quevedo, en el soneto que termina: “solo lo fugitivo permanece y dura”- había escrito sobre su visita a una antigua
finca familiar, donde los años habían convertido en anciano al esclavo niño que
le servía a la vez que envejecido las cosas.
En el poema de Molina, aunque no se dice manifiestamente, se
desprende también el tema de la consideración de la propia vejez y decrepitud
proyectadas en un futuro, pero, sobre todo, se percibe más la inanidad del
propio presente. Finalmente, creemos que es, tras una lectura al margen del
poema, la inanidad y vacío del tiempo histórico y del propio tiempo biográfico
(del poeta y de su generación de los 40, en una España de la postguerra) lo que
trasciende. Estamos de acuerdo con Guillermo Carnero, estudioso del grupo Cántico (al que pertenece el poeta
Ricardo Molina, un grupo en cierto modo marginal en la poesía de su tiempo)
cuando dice que estos poetas de Cántico,
al elegir temas al margen de lo social e histórico (tanto de los temas oficialistas
o a la contra), por vía indirecta estaban haciendo una poesía de crítica
social.
Brevemente, quisiéramos destacar el recuerdo en este poema de la
poesía simbolista, de Albert Samain, y, en España, del primer Juan Ramón
Jiménez y del primer Machado, cuyo tono de temblor y misterio, de sugerencia de
una comunión casi sagrada entre el yo poético y el tema que canta, algo que produce
cierto temor de ser profanado con el canto, se halla en la “Elegía VII” de
Molina. “Pues algo que se siente y que nunca se explica / me detiene en el
patio igual que en una tumba” (vs.61-62).
En cuanto a la forma
métrica: el poema está compuesto en versos alejandrinos asonantados, con
rima diferente en cada estrofa, en su primera parte.
Externamente, está estructurado en tres partes sin ruptura ni
separación con epígrafes. Solo el cambio estrófico de la primera parte, que se
compone de estrofas de cuatro versos, alejandrinos, asonantados, que riman el
primer verso con el cuarto y el segundo con el tercero; respecto de la segunda
parte, compuesta por estrofas de cinco versos, en el cual las asonancias de los
versos entre sí se dislocan, rimando como de forma más casual y emotiva los
versos asonantes. De modo que, internamente, en la segunda parte se percibe un
cambio temático hacia la emoción más personal. En la tercera parte, que empieza
en el verso 63 (“Y cuando llego a Córdoba, que brilla en la llanura (…)”), se
mantiene ese ritmo emocional, marcado por la rima más libre, pero ahora también
se acentúa lo emotivo y espontáneo con la disparidad de versos que tienen las
dos últimas estrofas de esta parte, que cierran el poema. (7 y 8 versos,
respectivamente).
El final, casi romántico, el cierre del poema lo marca el último
verso: “olvidada en un valle salvaje y melancólico”, en el cual se cifran y
condensan todos los temas y motivos de la elegía comentada: el noli tangere del olvido es la única
conclusión, con la preservación del misterio tras haber renunciado el poeta a
adentrarse en el recinto de aquella pérdida.
Sería interesante estudiar cómo en un canto elegíaco se da, además
del dolor y la prueba del dolor, junto con el recuerdo o evocación de la
pérdida, la actitud del yo poético ante ese asunto. En el “Canto a Teresa”, de
Espronceda, hay cierta actitud nihilista y un poco cínica; en la “Elegía a
Ramón Sijé”, de Miguel Hernández, la actitud de superación de la pérdida del
amigo por la continuidad de la comunicación con los elementos de la tierra. En el
poema de Ricardo Molina, es (podríamos decir) esa cierta conservación del misterio
en la memoria, como un archivo de dicha imposible ya en el presente pero que
fue y no puede ser mancillada: Una seguridad de posesión íntima, aunque
desolada, pues en el poema se identifica la “casa” perdida con “mi vida” (“y mi
vida una casa que ya no habita nadie”, v. 74), símbolo totalizador que a la
postre transmite una mezcla de cierto contento y de rebeldía a la vez que
desolación, lo que se expresa en los dos últimos adjetivos “salvaje y
melancólica” con los que se despide el poeta de aquel reino clausurado, Sansua.
Como veremos al comentar el siguiente poema de García Baena, ese
intimismo doloroso, elegíaco, es común al grupo Cántico. (De alguna manera es el envés y la protesta implícita
frente al garcilasismo imperante de mucha de la poesía de su tiempo. Conectan
con un Garcilaso más íntimo, elegíaco, becqueriano y simbolista, con lo mejor
de la expresión de cierto barroquismo andaluz, intimista a la vez que
sensualista en su referencia al mundo de la naturaleza).
Ricardo Molina escribió también otro libro de elegías: “Elegía de Medina Azahara”, de 1957. De
un tono más intelectualista y abstracto, donde el tema de la confrontación del
instante y lo eterno se perfila sobre los temas ya tratados, del sentimiento de
pérdida de la vida, lo fugaz del tiempo y la imposibilidad del refugio y la
nostalgia. Un verso de García Baena del poema “Cuando los mensajeros” (Óleo, 1958), resume en esencia esa
perplejidad intelectual: “Lo que un día tuvo el fuego de un instante, /
eternidad reclama.” (v. 22-23, “Cuando los mensajeros”). En la poesía de Baena
como en la de Ricardo Molina, la tendencia en los años 50 es hacia la alegoría
y lo intelectual, siendo entonces el asunto cantado un pretexto para una
indagación metafísica, con lo que, de otra forma, se acercan ambos poetas a la
poesía reflexiva, al didactismo y a lo filosófico del tema clásico de “las
ruinas”; ganando, por otra parte, una función apelativa esta poesía
supuestamente ensimismada, proyectando
hacia el lector sus inquietudes, como hacía por entonces –años 50- la poesía
social.
-“Sólo tu amor y el agua”,
del libro Rumor oculto (1946),de Pablo García Baena, otro de los poetas señeros del grupo de la revista
cordobesa “Cántico”, trata el tema del amor, también con un acento de elegía,
que se funda en la memoria y evocación de la identidad del sentimiento amoroso
con la naturaleza armónica.
El poema, en su primera parte, presenta un amor sublimado por la
paz de la naturaleza .Un eco de las elegías de Garcilaso se anuncia en el poema
de García Baena, que recuerda el silencio y la música de los elementos naturales
(el río, el aire, las hojas de los álamos) apenas intercalado por el susurro de
abejas del deseo que manifiesta el poeta.
La presencia de lo corporal se hace evidente ya, con la metonimia
del “pelo” (v. 7-8) femenino, apenas
entrevisto como bruma, luego como límite que “ahogaba la voz en mi garganta
/cuando perdía mi boca en sus olas de niebla”.
En la segunda parte, el amor busca una realización física, que
queda solo, al final, eludida; por lo que el poema retiene finalmente el deseo
como tema que presenta la última repetición del leit-motiv: “Sólo tu amor y el agua….”
El tema del amor físico, del deseo, no era un tema muy habitual en
la poesía de la inmediata postguerra. A diferencia del tratamiento que le dará
Blas de Otero, en sus sonetos de Ansia, donde
el amor físico, por un lado, siempre está realizado (la contemplación del
desnudo femenino o la consumación del encuentro amoroso siempre se dan de forma
clara) pero, por otro, el amor-deseo es siempre un vínculo del hambre de Dios,
es decir, está vehiculando una emoción trascendente o religioso (al menos en
los sonetos oterianos donde Dios es el motivo central); por lo que,
paradójicamente, en Blas de Otero, la alegría de la contemplación o de la unión
amorosa deviene frustración siempre; en García Baena, al contrario, el amor
físico tentado, más o menos mantenido como deseo, si no como frustración,
deviene gozo poético, contento y plenitud. Quizá esto último como respuesta, la
única no alienada, a la imposibilidad histórica de realización humana en los
demás asuntos de la vida, que padecía el hombre de su tiempo.
De nuevo nos encontramos, en línea con el pensamiento de Guillermo
Carnero citado antes, con la posibilidad de que en la elección de dicho tema
del amor haya una implícita denuncia de la situación social.
Una consideración hacia el “tú”, el ser amado, del poema. En
paralelo con algunos sonetos de Miguel Hernández de “El silbo vulnerado” y el
definitivo libro El rayo que no cesa, hay un tú inocente, al que se dirige con cierta malicia carnal el ansia
del yo poético. Pero ese tú, en el
poema aquí comentado, se metamorfosea en símbolos de naturaleza: primero,
apacibles: río, niebla, etc, luego en símbolos más espirituales, “ángel”, o
cósmicos, “noche”, todos ellos con una función elusiva respecto a las
metonimias del objeto amado, “pelo”, “senos”, “manos”, que en su corporeidad y
sensualidad contrastan con aquellos.
De nuevo, se percibe una cierta paradoja: cuanto menos se presenta
un ser concreto en el tú (hasta el
punto de que la amada se identifica con la naturaleza, su esencia es finalmente
río que fluye y se pierde) más intenta asomar una huella física, incluso con
imágenes sexuales, de esta. (A diferencia de la pureza de aquellos sonetos
hernandianos). Se barrunta el tema de la denuncia de la represiva moral sexual
de la época en que el poema fue escrito, pero, más aún, se anuda de ese modo el
tema del amor al tema central de los poetas de Cántico: la melancolía por el tiempo que huye, como el deseo, al
fin un ejemplo de esa fugacidad general de la vida y de lo natural. El propio
ser del presente queda como vacío, pero, como en este poema, se sugiere
también, el yo queda en ansia, en cierta positiva expectación. No hay un final
nihilista en el poema de García Baena, sino de cierto sabor conseguido a través
de la evocación fantasiosa. (Como hemos antes apuntado, en posteriores libros
de este autor se perfila más el sentimiento de perplejidad intelectual ante el
contraste del instante fugaz y lo eterno. Es más poesía del conocimiento).
Métricamente, se trata de un poema
monoestrófico, de versos alejandrinos blancos. Externamente la repetición
anáfora de “Sólo” (parte, a su vez, del leitmotiv y título del poema) por tres
veces, secuencia una primera parte del poema seguido. La segunda parte (a
partir del v. 17), se subdivide paralelísticamente en dos avances marcados por
la misma estructura sintáctica: sustantivo y verbo en pretérito imperfecto (“Lo
puro de tus senos me mordía en el pecho”, “La noche se llenaba de olores de
membrillo”); las imágenes más sensuales se presentan en esta sección.
Finalmente, el poema se cierra con el recuerdo del leit-motiv musical, pero ahora cargado de resonancias sensuales:
“Sólo tu amor y el agua…”, con puntos suspensivos que retienen la expectación
del deseo, y hacen desaparecer la melancolía.
También este poema, en el fondo elegíaco, nos encontramos con la
posibilidad de comentar esa especie de epifonema o subvoz con la que el yo
poético comenta su actitud ante el asunto que canta. Como en la elegía de
Molina, se trata de evadirse de un efecto final de melancolía. A diferencia de
la poesía tremendista, estos poetas de “Cántico” prefieren los efectos suaves
de la poesía, a veces a costa de un no saber, de un no querer tocar más el
fondo de la desolación o de un noli
tangere.
Podríamos indicar también el uso de lo narrativo, en estos poemas
comentados, que está al servicio de una emoción lírica intimista, más musical
en Baena, más sutilmente evocada, al modo machadiano, en Molina.
FULGENCIO MARTÍNEZ
Máster en Investigación literaria y teatral en el contexto europeo. UNED (Madrid)
FULGENCIO MARTÍNEZ
Máster en Investigación literaria y teatral en el contexto europeo. UNED (Madrid)
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[1] Nota: las citas de los poemas
están extraídas de Antología de la poesía
española (1939-1975), edición de José Enrique Martínez, Madrid, 1989,
editorial Castalia. .
textos: ELEGÍA VII, RICARDO MOLINA ("ELEGÍAS DE SANDUA", 1948)
textos: ELEGÍA VII, RICARDO MOLINA ("ELEGÍAS DE SANDUA", 1948)
En Sandua aúlla el viento por los viejos tejados
por los muros ruinosos y la negra veleta.
El avellano esfuma su contorno en la niebla
y el torrente ensordece los valles desolados.
Los nogales sacuden sus mil hojas de agua
anunciando el otoño en los campos aún verdes.
Las nubes se derrumban como un trono solemne
sobre la silenciosa calma de las montañas.
Los violentos despojos de la oscura tormenta
en las aguas salvajes se destiñen y flotan.
En los rosales queda todavía una rosa
y al aspirarla mi alma se inunda de tristeza.
Y no sé si esa rosa solitaria y tardía
es acaso la pena que quedó aquí una tarde
y que luego en silencio dio un aroma suave
y ahora me pone triste después de tantos días.
No lo sé... Sin embargo, me detengo en la puerta
de la casa en ruinas perdida entre los montes
y la sombra angustiosa de los próximos bosques
cae sobre mi vida cada vez más espesa.
He cruzado el umbral... La soledad recorre
el patio oscurecido con sus plantas de musgo:
El suelo está mojado. Los muros están húmedos.
En las ventanas fulge un instante la tarde.
Oh abrir esa ventana al viento y a la lluvia,
a los fuegos del cielo y a las hojas marchitas
y sentir al pasar las largas galerías
seguirme mis pisadas pavorosas y oscuras.
Oh llegar al lejano dormitorio que abre
al campo dos balcones con cortinas de nubes
y besar en la sombra los recuerdos más dulces,
los recuerdos aquellos que no sospecha nadie.
Oh Sandua en ruinas al borde del torrente
que en los avellanares se despeña estruendoso
¿qué busca en tus tejados y en tu veleta el viento?
¿por qué la lluvia azota tus rotas cristaleras
y se sienta en tus bancos, fatigado, el otoño?
Oh Sandua de muros negros y amarillentos
que un solo rosal tienes y una rosa tan solo
¿por qué mi corazón lo mismo que un arroyo
quiere besar tus pobres paredes derruidas
como cuando la Sierra se desborda en otoño?
Oh Sandua a la sombra del nogal milenario
que da calma y frescura por las tardes al pozo
¿por qué está siempre el cielo nublado sobre ti?
¿por qué la soledad pasea por tu patio
y en tu torre suspira desolado el otoño?
¿Qué frases de otro tiempo se extinguen en tus salas,
qué recuerdos pesados y dulces como lágrimas,
qué dicha temblorosa, qué apagados sollozos,
qué risas como flores en los labios cansados,
qué esperanza amarilla como un cielo de otoño?
Oh Sandua que mueres un poco cada día,
conserva tus fantasmas: yo no he de despertarlos.
Conserva ese misterio que alienta en tus ruinas
que no he de profanar tampoco tu misterio
ni turbar tu silencio con mi melancolía.
No he de abrir a la vida tus ventanas cerradas,
no he de evocar tu historia junto a la chimenea
y no he de recorrer tus largas galerías,
pues algo que se siente y que nunca se explica
me detiene en el patio igual que en una tumba.
Y cuando vuelvo a Córdoba, que brilla en la llanura
entre los encinares, al fin de la cañada,
me digo que la vida es tan indiferente
como el valle desierto donde mueres, oh Sandua,
y me digo también que en un valle tan dulce
y sombrío, mi vida sería semejante
a tus grises ruinas ahogadas por las nubes.
Y al volver la cabeza para ver por vez última
tu torreón lejano bañado por la luna
me parece que mi alma es ese triste arcángel
que gira en la veleta al impulso del viento,
y mi vida una casa que ya no habita nadie
que invaden las malezas y las brumas de otoño,
una casa en ruinas perdida entre los montes,
olvidada en un valle salvaje y melancólico...
TEXTO 2
Sólo tu amor y el agua”, del libro Rumor oculto (1946),de Pablo García Baena.
SÓLO TU AMOR Y EL AGUA...
Sólo tu amor y el agua... Octubre junto al río
bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.
Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo,
cegado por la bruma suave de tu pelo.
De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta
cuando perdía mi boca en sus horas de niebla.
Sólo tu amor y el agua... El río, dulcemente,
callaba sus rumores al pasar por nosotros,
y el aire estremecido apenas se atrevía
a mover en la orilla las hojas de los álamos.
Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel
al rozar con sus alas una estrella dormida,
el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,
de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.
Lo puro de tus senos me mordía en el pecho
con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,
de dos lirios mecidos por la inocente brisa
cuando el verano extiende su ardor por las colinas.
La noche se llenaba de olores de membrillo,
y mientras en mis manos tu corazón dormía,
perdido, acariciante, como un beso lejano,
el río suspiraba...Sólo tu amor y el agua...
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