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domingo, 29 de septiembre de 2024

"El conde de Montecristo" (2024). Comentario sobre la película. Por Fulgencio Martínez. Comentarios sobre cine/1. Cuaderno 1 (2024-2025). Revista Ágora / Crítica cultural

 


 

El conde de Montecristo (2024)

 

                 

He visto hace unos días en la pantalla grande El conde de Montecristo, un film francés dirigido por Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière, con guion de los mismos codirectores y basada en la novela de Alejandro Dumas. En el papel de los protagonistas, Pierre Niney encarna a Edmundo Dantés, y Anais Demoustier, a Mercedes. Recomiendo esta película, que ha conseguido entretenerme, en sus casi tres horas de duración, justificada por el tratamiento detallado de la fuente literaria. El ritmo de la narración cinematográfica, aun siendo, o mejor dicho, por ser fiel al tempo de la novela de Dumas es uno de los puntos a favor de la película. Saber el final no era tampoco un obstáculo, ni había, pues, problema de que mi memoria me hiciera perjuicio.

Encuentro que, como en una grabación de Mozart, cada intérprete, cada director nos ofrece un “producto” propio, diferente y original. La novela es, de este modo, en relación al arte cinematográfico, un texto a traducir a otra lengua. La imagen, el ritmo, el movimiento (ante los ojos, los oídos y el cerebro procesador de los espectadores de cine), incorporan un mundo que ha sido puesto en escena, recreado, por el director y los intérpretes. Ese mundo relatado es, como decía, un mundo que traduce de manera en cada caso particular la historia novelesca. Importa desde la fotografía hasta el físico de los actores y las actrices. Importa tanto en esta peli la fotografía (excelente siempre, de Nicolas Bolduc), la música (de Jérôme Rebotier, también excelente, aunque quizá sobra su intensidad en algunos momentos o subraya otros de antemano, de forma innecesaria), como la interpretación, donde el físico de los actores no es menos importante que su inteligente y sobria actuación. Importa mucho, sobre todo en una película “histórica” como ésta, la ambientación interior y exterior, los espacios sugerentemente presentados, el vestuario, incluso esos pendientes de Mercedes, bellísimos, diferentes en cada escena en que ella aparece.

 


 

Pero, mientras disfrutaba de la narración cinematográfica y de todos esos elementos y matices sabiamente conjuntados por los directores de la función, hete aquí que mi mente, deformada por la literatura, se iba una y otra vez a la novela, o sea, a la lengua fuente de la traducción, al texto que formaba ya parte de la prehistoria del mundo relatado ante mí.

Qué maravillosa historia, ese bestseller de su época, que salió del taller de Dumas, quizá sin tener  la novela el propósito de ser una avanzadilla de otras muchas obras literarias posteriores, de distintos géneros, amados por el público del siglo XIX más tardío, un público segmentado ya y diferenciado por géneros literarios, gustos y formación cultural. El público de Dumas era el público del folletín, de la novela de aventuras y de amor; un público más indiferenciado, que gustaba también de gotas de terror, de misterio, de crónica social, de memorias de hechos políticos relativamente recientes, como los referidos a Napoleón, y de historia más remota, medieval, incluso de algún perfume exótico, de orientalismo, y de eso que hoy llamamos diversidad cultural.

En efecto, todos esos ingredientes están en la novela de Dumas, acompañando el leitmotiv de la venganza, la ventura*, el amor (perdido, imposible), mas, también el dilema moral, la necesidad de justeza entre el perdón y la venganza, entre la inocencia (representada en los jóvenes) y la maldad (representada por los personajes de la burguesía que detenta las instituciones en la Francia post-napoleónica).

Es increíble cómo esta novela incorpora, por tanto, el romanticismo, la aventura, la novela gótica, de misterio, la de suspense y terror (hay momentos en que el exótico y poderoso Conde de Montecristo recuerda a Drácula, al Drácula de Coppola; o a personajes que, según cambian de máscara, sugieren una sombra de mal o de locura: en este caso, la obsesiva idea de venganza, que se apodera del sentimiento profundo del protagonista, y que otras veces lo escinde).

Las grandes obras no permanecen en el recuerdo colectivo por casualidad. La novela de Dumas ha pasado a considerarse novela juvenil, casi solo enfocada a un público de lectores no adultos, un público que se inicia en la cultura literaria. Sin embargo, en su época se consumió por el público general, el del folletín. Tiene, como hemos visto, muchos asuntos complejos y es vivero de muchas y diferentes perspectivas de géneros literarios. Creo que la voy a leer, quizá por primera vez, con mis ojos actuales, de adulto.
 
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* La ventura, no solo la aventura. La reflexión sobre el cruce entre el destino o azar y los azares manipulados por manos ajenas que en todo caso condicionan el destino personal de cada uno de nosotros (y del protagonista, Edmundo).
 
Fulgencio Martínez
 
Huesca, Domingo, 29 de septiembre 2024

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