LA PALABRA DE LA BELARRA
La Belarra de Podemos pide la paz en la guerra de Rusia contra Ucrania. Por un momento, la he imaginado a esta Irenka o Ione como un segundo Blas de Otero, pidiendo la paz y la palabra en plena plaza del Kremlin. Y, como ustedes algunos rusos valientes que quieren sinceramente la paz, a escondidas de la policía putiniana, ponen un lazo verde en un banco de parque de su ciudad, por ejemplo; o en un árbol o, sencillamente, en la pura nieve (queriendo simbolizar así su rechazo a la política de guerra de Putin); pues resulta que también me he imaginado a Ione sembrando Rusia de pañuelos verdes por la paz, y jugándose la vida como una nueva Mariana Pineda, la que cosió la bandera de la libertad y murió víctima del verdugo absolutista.
Irenka, perdón, Ione Belarra hace, en realidad, un ejercicio sin consecuencias (si no es tocarle la moral a Pedro Sánchez). Un postureo pacifista que le cuesta menos que una barra de pan en el súper. Por ese precio soy también cristiano, budista, filantrópico, irenista, cátaro y molinista. Y lo contrario.
Un compendio de virtudes personales sin duda asiste a esta política de Podemos. Pero de lo que no hay duda, no debe haberla, es de su vis mediática, pues consigue una atención viral cada vez que pide la palabra, sea para pedir la paz o para exponer sus quejas de la pediatría madrileña. En esto último, utiliza sin pudor a su vástago para hacerse campaña. Y ahí está el punto en que discrepo. No me parece bien, en este mundo de la propaganda y la búsqueda del ranking en el trending, donde todos queremos ser leídos, escuchados o vistos, no me parece bien que Irenka, o Ione, o Juana la de El Ferrol, o Perico el de los Palotes utilice a sus hijos menores de edad para promocionarse. Esto es hacer trampas, tirar del testimonio cristiano sin exponerse a las fieras, solo poniendo el muñeco en el brazo. Hacer como algunos mendicantes en la rúa que exponen a la compasión a niños menores.
Esta impostura no engaña tampoco en las cuestiones de la paz y la guerra. Belarra, ni siquiera lo pretende. Habla con el disco puesto de la superioridad ética y la sinceridad indemostrables. Como una adolescente que lo hubiera leído todo, y no hubiera leído aún el verso de Mallarmé: La carne es triste, ay, y he leído ya todos los libros. Pone cara de ángel, sin ninguna arruga de meditación ni producto de la edad.
La paz es un concepto difuso, por más que Kant escribiera un opúsculo ("La paz perpetua") para dejar clara su definición. (Allí, el filósofo de Königsberg imaginó ya una Sociedad de Naciones que se anticipara a la solución bélica de los conflictos. ¡Paz perpetua!, y, sin embargo, no han cesado las guerras desde que fuera escrita esa obra, en 1795).
Pero el respeto a la infancia debería ser un deber sacrosanto, para los padres y las madres, desde luego, y para toda la sociedad. No es novedad en el partido de Podemos utilizar a los propios hijos menores de edad para hacer campaña. El fin justifica la acción política, parecen pensar en dicho partido político. Yo creo -si me permiten una intuición- que este partido no distingue en absoluto entre persona mayor de edad y menor amparado por la Declaración de la ONU de los Derechos del Niño, ni entre argumento político (siempre debatible) y dogma privado, ni entre la paz y la guerra, ni, en fin, entre la velocidad y el tocino.
De los que han causado, con su especiosa ley del solo sí es sí, que el delito contra niños y contra mujeres se haya vuelto tan barato para los delincuentes, no se puede ya esperar que tengan una palabra sensata.
Fulgencio Martínez
Profesor de filosofía y escritor
editor de la revista Ágora-papeles de arte gramático
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