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lunes, 20 de abril de 2020

CERVANTES CRÍTICO LITERARIO. FULGENCIO MARTÍNEZ. AGORA DIGITAL. REIVINDICAMOS EL 22 DE ABRIL, FECHA CERVANTINA...


CERVANTES CRÍTICO LITERARIO


1
Cervantes, desde su primera obra publicada, La Galatea (1585), se mostró atento a las valoraciones literarias. Allí, en el poema "Canto de Calíope", hace un recuento de los poetas de su tiempo preferidos por esa Musa. Su intención no es crítica, sino elogiosa, sobre todo, del grupo madrileño de sus amigos poetas, Figueroa el Divino y Laynez, a los que sitúa entre Lope de Vega y Hurtado de Mendoza. Pero, de forma más sutil en la novela que le sirve de marco al poema, defiende Cervantes el valor de la poesía heroica y pone -bajo máscara de pastores- al mismo nivel a sus amigos poetas y a don Juan de Austria, nada menos; el héroe nacional de la jornada de Lepanto, transfigurado en el pastor Australiano. Toda una defensa, pues, de la poesía (letras), su exaltación al mismo nivel de gloria que las hazañas nacionales (armas).

En el Viaje del Parnaso, poema de 3.000 versos, escrito por 1613, insiste Cervantes en el tema del "elogio de la poesía" y se atreve, incluso, después de enumerar una copia de poetas "buenos", a proponer sólo a nueve poetas verdaderos. Entre ellos, Quevedo, Góngora; los Argensola excluídos. Su criterio literario, en poesía al menos, estaba abierto al nuevo estilo barroco, aunque Cervantes se formara en su juventud en Garcilaso y Herrera (éste más próximo al manierismo y a los poetas de los días de Cervantes).

Llama la atención que, en estos "catálogos" de poesía solo figure la "poesía culta"; cuando Cervantes amó y supo componer excelentes poesías de tipo popular: romances, seguidillas, etc.

Pero es en la Primera Parte (Cap. VI) de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), cuando Cervantes aborda la crítica literaria con más intención. En el famoso pasaje del "donoso escrutinio", que realizan, en casa del enloquecido hidalgo soñador de aventuras, sus dos vecinos: el cura y el barbero.  El cura, especie de portavoz literario de Miguel de Cervantes, enjuicia las obras del momento, desde la novela a la poesía. Pero, además, refiere juicios sobre los distintos géneros de novela de su época y los géneros poéticos. Dirime lo conveniente o no de mezclar prosa y verso, critica la traducción cuando no es necesaria, como en el caso de la poesía italiana cuyo conocimiento directo en su lengua original era de esperar en un lector culto, y cuando lo sea, repara, incidentalmente, en su mérito y pondera el cuidado del traductor; e incluso, hace una crítica de los malos impresores, a los que condena a galeras, y promueve el libro como un texto hermoso, limpio producto de un trabajo bien hecho. Casi siempre en la crítica cervantina hay esa doble luz, negativa y constructiva: negativa cuando se dirige a los malos libros de caballerías, a los malos impresores y los traductores descuidados; y constructiva si se trata de un libro que da un primer, aun desorbitado, ejemplo de heroismo, como Amadís, o más aún, un ejemplo humanizado y más realista, como Tirante el Blanco, o si se trata de un libro cuidadosamente editado o una traducción cuidada, aunque se enturbie en ella algo el puro primer nacimiento. 

Cervantes, pues, tiene un concepto muy amplio de la crítica literaria: concibe la crítica en un sentido más amplio que el moderno juicio literario;  su crítica comprende también la materialidad del libro, su recepción por el lector (aquí la sobrina y el ama, por un lado, que representan el lector sencillo; y el barbero y el cura, por otro). Asímismo, su crítica literaria afecta a la moralidad de la obra, aun sin ser moralista dogmático, en el sentido religioso, o político en el sentido de Platón en República. Cervantes relaja su crítica moral y la envuelve en ironía y ambigüedad que es también valoración constructiva de la riqueza de planos y significados de la obra literaria, como en el famoso juicio de La Celestina, al que luego aludiremos, y donde hay que tomar también en serio al Cervantes moralizador, que no moralista. De la misma manera la critica de Cervantes asume la defensa de las letras, de la poesía como creación humana, en el sentido de los griegos, que subraya la Historia. La poesía tiene la función (lo diríamos con este término hoy) de señalar a los ideales de la Historia, de ensalzarlos o reconocerlos en algunas de su figuras heroicas, como don Juan de Austria. No es un tópico vacío retórico la comparación de las armas y las letras en Cervantes.

Por último, la crítica también incluye la autocrítica (en boca del propio cura a un tal Miguel de Cervantes, autor de La Galatea), severa y respetuosa a la vez, negativa y constructiva. Un momento inigualable de genialidad e ilusionismo literarios.

2

El donoso escrutinio que emprenden el cura y el barbero comienza por la condena de los principales títulos de las novelas de caballerías. Se salva, sin embargo, el modelo de ellas: el Amadís de Gaula, famoso ya en España desde la primera década del s. XVI. 

Se encumbra, a continuación,  la novela del mismo género caballeresco Tirante el Blanco (traducción al castellano, en 1511, de la obra de Joanot Martorell, original en catalán, aparecida en 1490). Un libro raro en su época, según el inusitado aprecio que el cura hace de la obra.

Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que decía Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. —¡Válame Dios —dijo el cura, dando una gran voz—, que aquí esté Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos.
 (Cap. VI.El Quijote).

Cervantes defiende el estilo natural y el detalle y la vocación realista en la novela, y en paralelo hace la crítica de los malos impresores de libros, como rechazando lo deforme y sobreañadido.

  Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho.

 El que le compuso puede referirse al impresor; las necedades, a las erratas, que sin embargo no fueron hechas a propósito o de industria por aquél, mas claman por que le echaran a galeras por todos los días de su vida a quien tanto marró las galeradas (pruebas impresas).

Igual que la novela, la poesía, en verso o en prosa, es también amena literatura. Pero la poesía, a diferencia de la novela, no hace daño a terceros. Los libros de poesía

 Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entretenimiento sin perjuicio de tercero.







Por boca del cura, Cervantes, lector del poeta italiano Ariosto, critica la traducción de poesía, aunque al mismo tiempo que la desaconseja deja entrever su estima por el "mucho cuidado" y "habilidad" que ha de mostrar el buen traductor.
 y aquí le perdonáramos al señor capitán que no le hubiera traído a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento.

Cervantes también admira y "salva" grandes novelas de caballerías, como el "Tirant", escrita en su original en catalán, y obras de poesía pastoril, como la Diana de Jorge de Montemayor. Aunque de esta solo valora su prosa. Parece que Cervantes no ve bien la mezcla de verso y prosa en una obra; o rara vez esa mezcla le parece conveniente; salvo, acaso, cuando uno de los dos registros mantiene el peso dominante de la obra y el otro (como el verso en la novela cervantina) hace de actor secundario con un papel preciso, de comicidad por ejemplo.

La crítica alude, también, a la recepción, diferenciada según los lectores, y en general a los prejuicios y mitos sobre lo que es el poeta, los cuales pueden incidir y deformar la lectura del texto, en este caso de la poesía amorosa.

La condición de poeta es incurable y pegadiza, como los libros encierran encantamientos y hechizos que pueden adueñarse a su antojo de la voluntad de los lectores.  Temor al contacto con los libros, y fascinación por el mundo que encierran, un poder de fascinación que funciona tanto para el receptor quizá analfabeto como para el público ingenuo y no iniciado, y, desde luego, también, para los lectores propiamente, los contaminados por la literatura: unos como don Quijote abandonados a la fantasía sin control que le presentan y otros, como el barbero y el cura, templados por el escrutinio, que han desarrollado filtros para mantener a raya lo imaginario. La reflexión cervantina sobre la lectura se pone en paralelo con el mito del poeta, dominado por una especie de locura contagiosa. Al acercarse al poeta todo el mundo puede volverse poeta; el poeta da, de algún modo, realización a un deseo de los demás de ser inconsecuentes. La lectura, los libros, también ofrecen ese peligro de hacer cumplir las pulsiones de los lectores hacia lo imaginario. Lectura y mito del poeta son lugares de contagio. Esta es la sabiduría popular de la que nadie mejor que la sobrina está capacitada para informarnos. Más allá, pues, del tópico clásico y renacentista de la manía, locura y enfermedad del poeta individual, Cervantes extrae esta visión social del poeta que esparce la locura de la poesía, y más allá de los libros como vasos de conocimiento y meras fuentes arcanas de transmisión, accesibles solo a los aplicados eruditos, los libros y la lectura como un hechizo o peligro al que es fácil sucumbir.

Cervantes va más allá de la lectura clásica, siguiendo a menudo un recurso de presentación paralela de los variados fenómenos o actores de la lectura.

Los libros de amor pastoril buenos serían, por ser solo amena literatura; sin la exaltación de los libros caballerescos que incitan a imitar hazañas con daños a terceros; y en todo caso, si mal alguno hubiere en ellos, solo lo habría para quien leyere y se solazara en sus imaginaciones. Pero, cuidado, al fin, libros son.

Para la sobrina de Don Quijote, aun peor que volverse su tío loco por haber dado en creerse caballero andante, es volverse pastor enamorado, "y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable y pegadiza."


El donoso escrutinio sigue. Y después de encomiar a varios poetas amorosos pastoriles amigos de Cervantes, como Maldonado, el propio Cervantes, el autor de La Galatea, es puesto en solfa. Cervantes visto por Cervantes, estamos ante un pliegue crítico, ante un juego postmoderno, de autocrítica ficcionalizada, amable, exhibicionista, no distanciada, de aparente filo hacia el objeto, pero no; es más que eso: hay una sentencia dura ("propone algo, y no concluye nada") contra ese Miguel de Cervantes autor de La Galatea. Hay, sobre todo, un diálogo maravillosamente literario (del cual nosotros somos espectadores e intrusos) entre los dos Miguel: uno que se inicia en la literatura, y otro más viejo que lo juzga duro y lo aconseja con dulzura, delicadeza y respeto, como uno se debería hablar a sí mismo, cuando se dice a la cara la verdad: ("quizá...); un diálogo tan oportunamente traído a propósito del tema tratado, lo pastoril, templado y amoroso:

Pero ¿qué libro es ese que está junto a él?
La Galatea de Miguel de Cervantes —dijo el barbero.
— Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención: propone algo, y no concluye nada; es menester esperar la segunda parte que promete: quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre.

Cervantes aborda, finalmente, la poesía épica: Que me place —respondió el barbero—. Y aquí vienen tres todos juntos: La Araucana de don Alonso de Ercilla, La Austríada de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato de Cristóbal de Virués, poeta valenciano.

Todos esos tres libros —dijo el cura— son los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España.

A esas prendas añade, por último,  Las lágrimas de Angélica 
(de Luis Barahona de Soto):

su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no solo de España, y fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio.


 Hasta aquí, el donoso escrutinio.



3


Cervantes sabe apreciar obras de autores contemporáneos (como Lope) con los que compite. Recordemos que en aquella época aún no existía ningún "canon" de obras clásicas castellanas. También en El Quijote, en los versos de cabo roto de la décima dedicada a Sancho y a Rocinante, valora la tragicomedia de Fernando de Rojas La Celestina, bajo aquel dictamen tal vez irónico: "Libro, en mi opinión, divi(no), /si encubriera más lo huma(no)". (No olvidemos, como arriba hemos comentado, al moralizador Cervantes. Pero este asunto nos llevaría más lejos).

Como dijimos, en sus primeras "críticas" en La Galatea, y en el Viaje del Parnaso, valora a autores tan novedosos como Góngora. Incluso reconoce el mérito de su "enemigo" teatral, Lope de Vega; y el de un autor tan nuevo como Quevedo.

Por último, solo apuntaré las opiniones de Cervantes sobre el teatro (que se recogen en cartas y prólogos de su obra): su reticencia ante la comedia nueva de Lope (Cervantes estuvo más inclinado a la tragedia renacentista, como su Numancia). Y apuntaré también algunas de sus ideas sobre el "lenguaje"-(Prólogo del Quijote, Primera Parte: sobre el valor del estilo natural, "a la llana", observando la música que fluye naturalmente de la frase en castellano; su concepción viva del lenguaje literario, en línea con Juan de Valdés en Diálogo de la lengua).

Los conocimientos de Cervantes sobre las "poéticas" renacentistas, italianas y españolas, sobre todo, la de A. López Pinciano (Filosofía Antigua Poética), son fundamentales para entender la idea de su obra en evolución y de los géneros literarios. La valoración del poema heroico, en prosa, hecha ya por Pinciano, que aporta, además, el modelo de Heliodoro  Historia etiópica, lo tiene en cuenta Cervantes (quizá ya en La Galatea, y sobre todo en su última y ambiciosa obra: Los trabajos de Persiles y Segismunda).

Vemos, pues, que toda su vida (literaria) estuvo Cervantes en torno a las cuestiones literarias, ensayando nuevos modelos de poesía y de géneros.


Fulgencio Martínez
Trabajo para la UNED (Madrid) febrero 2011


                      ÁGORA DIGITAL/ Abril 2020

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