Reproducimos el artículo publicado el 24 de enero 2024, en la revista Las Nueve Musas.
https://www.lasnuevemusas.com/el-libro-de-estilo-carta-a-un-joven-escritor/
EL LIBRO DE ESTILO. (CARTA A UN JOVEN ESCRITOR)
El libro de estilo formaba parte del equipaje del periodista-escritor. Cada periódico o revista se diferenciaba por su peculiar libro de estilo. Esta, como otras muchas cuestiones, se prestan a la opinión. ¿Es buena una cierta uniformidad o, por el contrario, la uniformidad ahoga el talento libre y creador?… Repasar los matices que pudieran introducirse en esta controversia sería agotador. Me limitaré a echar mi baza.
Cuando uno empieza a escribir, llamado por alguna necesidad de expresión, como fue en mi caso, lo que tiene a mano suele ser un mundo propio pequeño. El estilo casi viene elegido por su mirada puesta en su propio bagaje. El escribir mismo ocupa casi la totalidad de ese mundillo personal, incluso en términos de espacio, suele ahogarlo, de modo que salvo el escribir, nuestra diminuta diferencia, apenas cabe nada más en ese paisaje interno.
Realmente —al menos, tal como yo lo viví en mi primera adolescencia y en mis primeros pasos de escritor—, escribir es parecido, en sus inicios, a un andar a ciegas, o, si vale esta metáfora: a un vivir de crisálida que, poco a poco, con gran esfuerzo, va saliendo a la luz, a adquirir la forma de mariposa que vuela sobre las cosas y se distancia de ellas en su justa medida.
La objetividad, el mundo exterior percibido existen, sí, para el novel escritor; de hecho, este capta, se embriaga incluso, de la belleza inmediata de ese mundo que le rodea, de un rosal, de una ola, de un rostro; pero, cuando escribe, solo está su Yo, pegajoso, obsesivo, lancinante, deseoso de expresar su sentir, su urgencia novedosa, su embeleso momentáneo…
Letra a letra, poema a poema, página a página de prosa autorreveladora y exuberante de subjetiva pintura, el propio escritor se forja. El estilo cae sobre él como un decimal que redondea la división y hace que el resto sea cero.
Sin embargo, lo mejor de ese estilo casi siempre -visto con retrospectiva, en el caso de algunos escritores de los que guardamos sus escritos primeros- suele estar precisamente en los decimales libres, abiertos, y en el resto irregular, irreductible que aflora entre los trazos que conforman su corrección, o manera primera, confundida con estilo propio.
En mi caso, dado que no conservo mis escritos de la primera adolescencia, no puedo sino evocar algunos de aquellos modos de escribir. Sería interesante, para mí, hoy en día, poder cotejar lo que he escrito y publicado en mis años posteriores, con aquella primera Atlántida subsumida en mi inconsciente de escritor, pero ya inaccesible a la lectura autocrítica. ¿Habría en aquellos poemas, en aquellas páginas de prosa narrativa, o en aquellas obritas de teatro que escribí entre los 14 y los 17 años, o sea, desde el principio al fin de mi adolescencia, un hilo que ahora me asombrase, una brecha de estilo, un sello roto, una promesa de decimales sueltos e innúmeros?
Un libro mío de relatos breves (mi único libro de narrativa) lo titulé “El taxidermista y otros del estilo”.
He reflexionado más últimamente sobre el estilo. ¿Lo tengo? ¿Lo tengo mejor, peor, igual que…? ¿Lo tengo más o menos, como poeta, como prosista? ¿Cuando escribo artículos o cuando intento escribir una columna de opinión? Ya apenas escribo narrativa, y dejé de escribir teatro. ¿Estarán ahí las vetas verdaderas de mi estilo, en aquello que abandoné? Y lo mismo, en los géneros que aún cultivo: en la poesía, hago poesía biográfica-intimista, filosófica, pero ya no cívica (¿y no será ahí donde me espera la clave de mi estilo?). Alcanzar la perfección estilística depende de elecciones propias, tanto como de no motivos que nos despisten y nos hagan más interesantes las minucias; ¿depende de qué?
Después de pensarlo mucho, en los últimos tres días, he concluido que no es bueno para mí tener estilo, o no tenerlo; y que la obsesión por el estilo solo da fruto de melancolía, además de cohibir al resto de mis obsesiones, de impedir que estas salgan y fluyan con sangre en el papel, o en la pantalla.
Fulgencio Martínez
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