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martes, 9 de enero de 2024

¿DEBE HABER ÉTICA EN LA POESÍA?, ¿HAY ÉTICA EN EL MUNDO? (Para iniciarse en el diálogo interrumpido y recuperado entre el filósofo Wittgenstein y el poeta Trakl). Por Fulgencio Martínez. Avance Ágora n. 25. Febrero 2024

 

                                                                               

               Tractatus Lógico-Philosophicus, 1921. (Primera edición en alemán, del libro de Ludwig Wittgenstein)

 

 

¿DEBE HABER ÉTICA EN LA POESÍA?, ¿HAY ÉTICA EN EL MUNDO? (Para iniciarse en el diálogo interrumpido y recuperado entre el filósofo Wittgenstein y el poeta Trakl)

 

                             

6.41 El sentido del mundo tiene que residir fuera de él. En el mundo todo es
como es y todo sucede como sucede; en él no hay valor alguno, y si lo hubiera
carecería de valor.
Si hay un valor que tenga valor ha de suceder fuera de todo suceder y ser-así. (…)
Ha de residir fuera del mundo.
6.42 Por eso tampoco puede haber proposiciones éticas. Las proposiciones no
pueden expresar nada más alto.
6.43 Está claro que la ética no resulta expresable. La ética es trascendental.

                                                           L Wittgenstein. Tractatus lógico-philosophicus

 

 

 

Al fin las palabras existen igual que las cosas, sería la moraleja del artículo, y mi posición, más que justificarse como acorde con la segunda filosofía -la del lenguaje- del genio vienés, se acerca a la vivencia de este en torno al arte.

 

                                                                 Ludwig Wittgenstein

 

A estas alturas, si me pregunto por qué o para qué escribo, me respondo: para terminar el trabajo. Hace unos pocos lustros me hubiera atrevido a contestar que escribir conlleva un compromiso con el futuro, con un futuro mejor, se entiende. Pues quien escribe anhela en el fondo perdurar, el escritor está comprometido (aun sea egoístamente) con la supervivencia del planeta y con las generaciones futuras.

Penetrando, ahora, en aquella fe, algo kantiana, por cierto, que tenía yo en el futuro como cierta redención de los sufrimientos del presente, a manera cuasi de una compensación moral que nos tuviera reservada una hipotética divinidad -también moral-, me doy cuenta de mi ilusa formación filosófica, propia de finales del siglo XX. Era mi nostalgia kantiana un rechazo al clima posmoderno que animaba a jugar con seriedad a juegos de azar.

Siempre que se plantea una respuesta al por qué de pensar, o escribir, o de realizar cualquier arte, incluso, en general, cuando se plantea el sentido del vivir humano, se acude, con pronta sensación de alivio, a los valores. Los valores en mi caso éticos (o religiosos y/o éticos, para otras personas) serían algo así como la substancia del contenido que tendríamos que ir dando forma -con nuestra praxis literaria, artística, con nuestras vidas.

Yo me he vuelto, sin duda, cada día más menesteroso -no digo, escéptico. Me falta cada vez más algo, me falta la fe en esos remedios fáciles e inagotables que serían los valores éticos. Me pregunto si existen. He llegado a preguntarme, a la altura de hoy, si existen, y he vislumbrado que sí, porque los toman y los llevan los políticos en sus Agendas, los proclaman y los corrompen y los vuelven a reponer en sus hornacinas legales. Son piezas de un discurso. Partes de la oración. Palabras. O menos, o más: sintagmas, monemas, fonemas, sonidos. (¿Gestos?). Eso son, ¡y no es poco!

 

                                                             ……..

 

Al fin las palabras (y los gestos; y en general cualquier tipo de signo) existen igual que las cosas, sería la moraleja del artículo. Más acorde con la segunda filosofía -la del lenguaje- del genio vienés, si entendemos esta filosofía del lenguaje en su complejo sentido, asumiendo la tensión interna que la convierte en un discurso amputado, incómodo en esa amputación y limitación. Consciente de que los signos (humanos) pertenecieran a los restos de un tesoro perdido en algún momento, por efecto de alguna catastrófica alteración que dejaría, sin embargo, el logos ético y estético (más próximos al sinsentido, pero expresable aún, a diferencia de lo místico).

Wittgenstein, según testimonios de sus contemporáneos, era un gran lector de poesía. Prefería leer poemas de algunos grandes poetas (Rilke, Trakl, Tagore, este bastante olvidado hoy) a los textos de los filósofos, donde muchas veces el sinsentido era de pura naturaleza verbal.

Decía el filósofo Wittgenstein sobre la poesía del padre del simbolismo-expresionismo alemán: “No entiendo la poesía de Trakl, pero su tono me deslumbra, y nada hay que me dé mejor idea del genio”. Ayudó a Trakl económicamente. En enero de 1913, murió el padre de Wittgenstein, por lo que este pudo heredar una copiosa fortuna, que empleó en gran medida en favorecer al gran arte.  El filósofo vienés compartió con el poeta salzburgués un diálogo a través de cartas cruzadas entre ellos, y el 5 de noviembre de 1914, a pocos meses de iniciada la Primera Guerra Mundial, se desplazó al hospital de Cracovia donde esperaba encontrar interno al poeta. No llegó a tiempo por poco más de cuarentaiocho horas. Trakl, que desde octubre de ese mismo año sufría episodios de locura y pánico causados por las escenas vividas en el primer frente de la Guerra, se había suicidado con una dosis de cocaína el 3 de noviembre.  

 

                                                     Georg Trakl

 

Wittgenstein participó como enfermero en la Guerra, y en el frente escribiría su primera gran obra, aquel Tractactus que citamos bajo el título de este artículo y que generó tanta polémica cuando se publicó (1921). Para unos, era el fin de la filosofía y un adiós total a la indagación sobre el sentido del mundo, por este libro la metafísica, la religión y la ética quedaban canceladas; para otros, incluso, para el propio Wittgenstein a partir del fin de la Guerra (según la correspondencia privada del autor mientras lo terminaba de redactar), era un libro “ético” que situaba los límites en que tenía sentido volver a hablar o escribir (hacer arte, o afirmar valores éticos) en el territorio más allá del sentido lógico de los hechos, pero aún dentro del territorio lógico: en una especie de interregno entre el sentido lógico y el no sentido absoluto, el gran silencio.

Compleja es la filosofía del genio vienés, pero sin duda apasionante para cualquiera que se acerque a este pensador, siempre en evolución y revisión crítica. Sin duda los problemas de que se ocupa, el sentido, los valores, el arte, la religión, la misma filosofía, la muerte (no en abstracto, la muerte del padre, la de los seres más próximos a la identidad personal, y la muerte personal) así como el amor (como se ha revelado póstumamente, fue muy importante su experiencia del amor, en su caso hacia un hombre más joven) son problemas que se planteó el filósofo desde la raíz de su propia existencia.

Nos importan sus ideas tanto como aquellas vivencias que las sostienen, el contexto de su vida no es un mirador de su obra, sino un pasadizo o camino para recorrer esta en su evolución. Y en cualquier etapa, tanto si nos referimos a su obra como a su vida, Wittgenstein frecuentó la pregunta por el arte, y por el sentido de la poesía, el cual nos sugirió buscarlo más cerca de lo inexpresable que de la realidad computable, reductible a hechos y datos.

Será un desafío para el próximo milenio la actitud de Wittgenstein, a quien se debe en parte la filosofía más apropiada al mundo de la computación universal (donde todo se desmenuza y compone en dígitos y datos; debido a una lógica para la que no hay en efecto sujetos ni cosas estables, sino solo flujos de estados y hechos o sucesos traducidos a un lenguaje lógico-matemático, ideal para la computación y el dominio de la información y de las mentes), y por otro lado, ese Wittgenstein que, desde la investigación y la experiencia personal sobre el límite de la lógica y sus lenguajes, abona el territorio “salvaje” del arte, la poesía, la ética, como lo verdaderamente importante para transitar como humanos.

 

Fulgencio Martínez

Tarazona, Moncayo, 21 de septiembre 2023

Terminado en Tarazona, 9 de Enero 2024

 

 

Fulgencio Martínez (Murcia, 1960). Dirige y edita Ágora-Papeles de Arte Gramático.

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