LA DIFÍCIL RESIGNACIÓN. COMENTARIO DE LA NOVELA DE HAN KANG IMPOSIBLE DECIR ADIÓS
Quien esto escribe se inicia con Imposible decir adiós en la literatura de Han Kang. Cogí el libro esta Navidad entre un montón de novedades que ofrecía Ramón Jiménez en su tienda en los soportales de la catedral de Murcia. Me animó el que sabe su oficio de toda la vida.
"Vamos a ver. La autora no la conozco, parece buena", dije al librero mientras lo hojeaba. Y el comentario de Ramón me llegaba susurrante, antes de pasarle a sus manos mi adquisición: "Mala del todo no debe ser, si le han dado el Nobel".
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La novela está compuesta de tres partes. Las dos primeras contienen seis capítulos cada una; en cambio, la tercera es un solo capítulo casi a modo de desenlace. Su estructura recuerda en cierto modo a los dramas, y esa debía ser la intención de la autora, en correspondencia con la temática iniciada en la primera parte: amistad entre dos chicas, resiliencia de cada una de las tres principales protagonistas, que son la propia narradora, la escritora Gyeongha, y su amiga, la fotógrafa y reportera audiovisual Inseon; junto a Gang, la madre de Inseon, significativamente protagonistas femeninos. En el segundo tramo, la historia de la familia de Iseon, y a través de ella, de la masacre ocurrida en 1948 en la isla de Jeju, ocupa el foco.
Cada parte es nombrada con un título metafórico y significativo de los momentos acumulativos de la historia. Los pájaros, la noche, la llama. Lo poético está al servicio de la narratividad, y en cada parte se encajan una en otra la mirada, a través de la cual se cuenta, y el interés de las historias, pasando y volviendo a pasar por los ojos de las tres mujeres.
Como lector, confieso que entré en la narración con cierto resquemor, pues lo primero que se narra es un sueño de la protagonista escritora, un sueño recurrente para ella desde que publicó en 2014 un libro sobre otra masacre, más reciente, la de Gwangju, en 1980. (Uno siempre teme que se abuse del azar o se encajen artificialmente los hechos desde el desenlace o se utilice el deus ex machina. Y empezar con la narración de un sueño puede ser una excusa...). Pero, a partir de la segunda página del libro, la habilidad narradora, el ritmo de las frases, con perfecta suma de poesía, metáfora y precisión, me maravillaron; sencillamente.
La narración a impulsos medidos oscila entre el pasado y el presente, manteniendo el equilibrio, casi sin que parezca planeado, entre los recuerdos evocados por asociación, traídos al presente del relato (de la lectura), y la historia que sigue un devenir lineal, con sus crisis. Ese ir hacia delante sucede desde un punto crítico, como en los dramas: a partir del reencuentro de las amigas y de la petición de Inseon, hospitalizada en Seúl, para que Gyeongha viaje a la aldea y en busca de la casa de su familia en la remota isla, con el cometido urgente de salvar a una cotorrita que ha quedado sola en su jaula. Y la dirección se mantiene hasta un nuevo punto crítico, simbolizado por la "noche", en la segunda parte. Observemos, de paso, la -por así decir- doble complejidad interna; respecto al presente y al ritmo del relato como lectura (desde el lector), la anarquía de los recuerdos, que crean su propio sentido temporal, no dificulta en demasiado la acción ni la expectación lectora; aunque a veces da la impresión de lentitud y morosidad excesivas, como en las escenas en que la escritora se demora a la espera del autobús, la caída en el arroyo, etc. Un novelista que no controle a la vez el tiempo de la expectación del lector y alargue esta en exceso cae en el absurdo de escribir un relato artificial, además de aburrido; no es el caso. Por otro lado, la complejidad más profunda de la novela se refiere a un presente mítico, que nos evoca La casa de los espíritus, de Isabel Allende, donde el presente y el pasado, los vivos y los espíritus se confunden con naturalidad.
Todo en la novela es metáfora, la nieve, la cotorrita, el viento, la tormenta, el espeso bosque invernal. Imposible decir adiós tiene, como tema de fondo, el intento de recuperar del olvido la vida de una mujer, la madre de Iseon, casi un símbolo de los abuelos y las abuelas míticas de la isla (la isla de la novela, a diferencia de la isla tropical real, donde el símbolo de la nieve es raro que esté presente, pero donde se conservan enormes cabezas de abuelos hechos de piedra de lava, y donde, al parecer, hubo hasta tiempos recientes un gran protagonismo de las mujeres, vestigio vivo de una sociedad matriarcal). La fortaleza de esta mujer, a pesar de su débil apariencia, se une a su afán de ilustración y de verdad, que le empujan a recuperar la memoria de los miembros de su familia asesinados y enterrados en fosas o cuevas después de la citada masacre de 1948 contra el partido de los trabajadores, que abogaba por la independencia de la isla, y adoptó finalmente señas procomunistas (masacre que es espejo de la que sufrieron en 1980 el movimiento democrático reprimido a la sazón por la dictadura).
La nieve es el elemento constante, como símbolo de la amenaza del olvido. Contra el olvido cabe causar un pequeño fogonazo, como ocurre en la tercera parte de la novela: el relato de lo que ocurrió, sin censuras, sin pretender levantar unos muertos contra otros, pues al final todos, asesinos y víctimas, son muertos, y así simbólicamente también, lo expresa la autora del libro con la genialidad de interrumpir el tiempo, la línea divisoria entre vida y muerte, entre la credibilidad y la incredibilidad, a partir del fin del tiempo lineal desatado por el punto crítico. Cuando se cumple ese tiempo, y cesa la intriga inicial, al llegar Gyeongha a la casa de la familia de Inseon con el cometido de salvar al pajarito. Ahí se planta otro punto crítico, en que los muertos no acaban de morir, de despedirse.
Esas historias de la madre de Inseon, del pajarito en peligro, se vuelven en la escritura lugares para reflexionar sobre la pervivencia obsesiva del dolor en la historia de los pueblos, la de Corea en concreto, pero también puede ser la de cualquier país. Lo significativo del arte extraordinario de narrar de Han Kang (incluso la morosidad y lentitud, o la recurrente presencia de la nieve que, de ser poética, llega a ser odiosa) se eleva sobre aparentes defectos que inciden en sostener el mensaje de fondo: la obsesión y vuelta de la desgracia; quizá solo estando prevenidos, no olvidando, podamos combatirla; no evitarla para siempre. La reflexión honda, filosófica, está presente en muchos momentos de la narración, llamando a una relectura sosegada e interiorizada de la historia que se cuenta. Oigamos estos ejemplos: (la traducción de Sunme Yoon, acierta a darnos una prosa española cuidada):
"A veces no resulta fácil diferenciar la paciencia de la resignación, la tristeza de la reconciliación incompleta, la fortaleza de la soledad. Son sentimientos difíciles de discernir en los rostros y gestos de algunas personas, y quizá ni ellas mismas puedan distinguirlos con exactitud" (p. 83.)
Esta profunda observación psicológica parte de la evocación de Inseon de su madre fallecida recientemente, quien mientras vivió le pareció a su hija una mujer de apariencia débil y testimonio de un mundo rural y aun supersticioso.
"Mi madre se sentó en cuclillas y yo la imité. Entonces se giró hacia mí sonriendo y me acarició la mejilla. Luego me pasó la mano por la cabeza, por el hombro, por la espalda. Sentí su amor como un dolor sordo que me traspasaba la piel, se hundía hasta la médula de los huesos y me encogía el corazón... Fue entonces cuando supe lo mucho que duele amar a alguien". (p. 242)
Este párrafo justifica a una escritora, una narración. Imposible decir adiós es, como toda historia, compleja en sus nudos profundos. Si el tema principal puede ser el dolor, también otros sentimientos esencialmente humanos se presentan resaltados en la escritura de Kang. El amor, como en el párrafo citado arriba.
Pero también otros sentimientos humanos de los cuales poco se ha escrito con profundidad. Como la resignación. Y esto quiero enlazarlo con una observación personal y una reflexión sobre las guerras y los grandes acontecimientos desgraciados, que solemos pronto no solo olvidar sino resignarnos a ellos. Pero esa resignación ¿es siempre mala?
"A medida que se acumulaba la documentación y se esclarecían mejor los hechos, (habla Inseon, que reconstruye la investigación iniciada por su madre) me di cuenta de que un cambio se estaba operando en mi interior. Ya no me sorprendía nada de lo que un ser humano podía hacerle a otro ser humano... Algo se desgarró en lo más hondo de mi corazón, pero la sangre que se escapaba de ese hueco no era roja ni manaba a borbotones; lo único capaz de aliviar el dolor de esa herida palpitante parecía ser la resignación..." (p. 246)
Complejo ese sentimiento de re-signación. Tiene un poder curativo, en efecto; lo sabemos bien. Pero no siempre está en nuestras manos la resignación. Parece que ha de pasar por una fase de dolor, dolor a veces infinito, y que cuando se cierra en falso, en olvido, ese dolor, nunca puede aparecer la resignación.
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Volviendo atrás, a releer ciertos cabos estructurales en la historia, uno confirma la lucidez de la narradora, que está siempre sobrevolando la confusión, porque así ocurren los hechos y se repiten, a la vez que, con fino hilo, distinguiendo el bordado principal. Así, este volver a una frase que cierra el siguiente párrafo, en la segunda página de la narración:
"La primera vez que tuve ese sueño fue en el verano de 2014, un mes después de que se publicara mi libro sobre la masacre de Gwangju. Durante los cuatro años siguientes, nunca dudé sobre su significado. Sin embargo, el verano pasado se me ocurrió por primera vez que quizá no se refiriera únicamente a esa ciudad. Que tal vez me había equivocado o que había hecho una interpretación demasiado simplista al concluir de manera apresurada e intuitiva que el sueño se debía solo a Gwangju." (p. 12).
Gracias a una pequeña palabra, el adverbio "solo", la autora convierte su relato en símbolo, en literatura perdurable. La intención está ahí pero no impide que la crónica fluya como si no se notara, o mejor, como si sus implicaciones hubieran de ser poco a poco manifiestas a la protagonista. Igual ocurre con algunos sueños.
A raíz de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Han Kang en 2024, en diciembre pasado la editorial Random House publicó para los lectores en lengua española la novela Imposible decir adiós. La novela, traducida del coreano al español por Sunme Yoon, salió en 2021 en su idioma original. Según reza la solapa del libro, Han Kang ha escrito también La vegetariana, La clase de griego, y Actos humanos (entre otros títulos editados por Randon House en nuestro idioma).
Fulgencio Martínez
editor de la revista Ágora-Papeles de Arte Gramático. Ha publicado recientemente Carta partida (Ars poetica, Oviedo).
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