AMANECER EXTRAÑO EN COMPAÑÍA DE LOS MISMOS PÁJAROS
“Un día más es
un día menos” era el eslogan cínico del poder del absurdo, para engañar la
esperanza y no acudir a los deberes con aquellos que se llevaba la muerte.
Están sueltas, desencajadas
las letras de la vida.
Queda, aquí, un día más, todo
junto y desvivido.
Ver alzarse un pájaro
viniendo de lo mismo,
con el ala algo más oscura
punzando nuestras sienes,
y el cadáver de un sol
que arrastra nuestro pecho
después de haber renunciado
a perseguirlo, fugitivo
frente a la ventana.
Somos una invasión
hacia el interior de otro
y de otro pasillo
sin salida. Moramos
en la habitación de un huésped,
el alma temerosa de morir.
Hacemos cura de encierro. Exiliados
de las calles. Fantasmas
al borde de imaginarias piscinas
con el cartel de abierto por vacaciones
hasta cuándo.
Desde la curva estadística,
siniestra, se despiden
bocas, rosas, alientos
idos sin adioses,
a los que les robaron
una postrer mirada de consuelo.
El capitán dio la orden de partir sin
ellos.
A manera de un adiós irónico
se agita lentamente en el aire la mano
que perdió ya la cuenta de la muerte.
“Mejor mirar hacia otro lado”,
avisan almuecines locos.
Y los oímos volar y alzarse
viniendo de lo mismo,
con el ala algo más oscura
marejando contra nuestras sienes.
¿Quién les dejó libres a esos despojos
para que se unieran a los pájaros?
Los oímos halar sus cánticos,
y aun sin querer verlos, los oímos,
y a veces uno, para sí, se pregunta:
¿Qué dios dejó libres a los muertos
y encerró a los vivos en su alma temerosa?
Al menos ellos pueden
hablar por los gritos de los pájaros.
Pero nosotros, nosotros no tenemos a nadie
con quien hablar, a quien dar el alma
o de quien recibirla.
Por eso callamos al borde del alma.
No estamos vivos ni muertos.
Somos ceniza separada
de la ceniza, silencio en pie
de resignación; somos menos que uno.
Ellos, cada uno miles, miles de miles
cada muerto un pájaro,
un árbol de gritos
que vagan mezclados
en coloquio y comunión en el sol.
A tiempo salimos a la terraza
a estirar las sábanas
cuando la luz se anuncia,
y a tiempo nos volvemos dentro
para dejar de oír su petición de auxilio.
Nuestra petición de auxilio, en realidad.
Nuestra petición de auxilio, en realidad.
Así, cada amanecer,
matamos otro día.
Fulgencio Martínez
Inédito
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