QUAESTIONES QUODLIBETALES
(diálogos de Tomás Santo y Ulises Martínez)
en la cuestión anterior se planteó si había que celebrar el 14 de abril...
(3) SIGUE LA CUESTIÓN ANTERIOR Y REFLEXIONA SOBRE EL JUAN DE MAIRENA
Despierta, ahora, niño. No para de
sonarte el whatsap y me impides leer... Ya sabes que, como Acedo, no me gusta
perder el tiempo “mientras se pone dulce la mañana / y me espera un libro”.
Ya... Son... son mis amigos que me
envían memes para felicitarme por el 14 de abril, fecha que este año en Murcia,
mi tierra, coincide con una de sus fiestas populares más típicas, el Bando de
la Huerta. Claro que, con el coronavirus, no habrá tal bando en la vía pública,
ni los jóvenes holgarán libérrimamente. Pero mis amigos son gente de ingenio:
no se arredran, y celebrarán desde sus casas, de forma virtual...el bando
republicano.
Mis amigos saben que yo me he sentido
republicano de corazón, alguna vez. He salido a la calle con una bandera
tricolor de la república española, en una ocasión por jugar, y en otra un poquillo
más en serio, sumándome a una manifestación republicana en Murcia, la tarde en
que se anunció la abdicación del rey Juan Carlos I. Ahí que iba yo con un
rótulo de cartulina donde ponía CALLE DE LA REPÚBLICA, un rótulo azul de esos
que se compran en las tiendas de souvenir cerca de la Plaza Mayor de Madrid.
(La foto, en la que salía yo bien visible sosteniendo en mis brazos levantados
sobre la multitud el dichoso rótulo, salió en ABC, y mis compañeros del
instituto me esperarían el lunes para mostrármela. ¡Tierra, trágame!).
La manifestación terminó en la Glorieta,
y allí subieron al estrado representantes de grupos que se decían republicanos
(venidos de Valencia y Cataluña) y todos clamaban contra España y la monarquía,
pero, sobre todo, contra el Estado español. Reclamaban no tanto la república
española sino más autonomía, más autonomía (aún no, directamente,
autodeterminación). Más autonomía. ¡Vaya empanada!, pensé. Si deberían estar
agradecidos a esta monarquía tan laxa, que les ha permitido subvertir la idea
de un estado descentralizado, vertebrado, que diría Ortega y Gasset, para que
funcione más ágil en lo administrativo, pero fuerte y unitario en lo político.
Con cabeza y centro y con buenas terminales periféricas con agilidad administrativa
y decisión en cuestiones políticas no substanciales que descarguen la labor
central. A diferencia de la federal Germania, donde hay muchos vagones (Länder)
y una sola locomotora; aquí en España hay 17 locomotoras y un vagón en vía
muerta. Todo lo que significa un estado fuerte republicano lo han convertido en
una posición marginal.
Fui a aquella manifestación republicana,
y salí menos republicano de lo que nunca me hubiera podido imaginar. Mi idea
cordial de la república, sin embargo, permanecía de algún modo viva. Solo que
aún tenía que pasar la prueba de enterarme bien qué fue históricamente la segunda
República. Si seguía sintiéndome cordialmente republicano, indagué en mi
interior, era porque veía esa idea engarzada con un tiempo histórico real y una
forma de Estado real, como fue la República del 14 de Abril. Y esa República,
precisamente, tuve que reconocer más tarde, fue acosada, golpeada, mentida y
traicionada por bandos y capillas de todas las ideologías e instituciones; no
sólo una parte del Ejército que dio el golpe en el 36, no solo la Iglesia, o
más exactamente, sus jerarquías reaccionarias y algunos curas valetudinarios o
asustados; también en el 34 los comunistas y parte de los socialistas que
pretendieron dar un golpe a la democracia (eso que llamó la propaganda
“revolución de Asturias”), golpe que pretendía extenderse a toda España y que
atajó a duras penas el gobierno legal de la república, a costa de graves
consecuencias posteriores, entre ellas la propaganda continuada de dialéctica
“revolucionaria” y del odio entre españoles (aunque, vista la historia desde el
posfranquismo, tal como nos la han enseñado, puede parecer que el Partido
comunista y los socialistas de Largo Caballero, el Lenín español, como lo
llamaban las Juventudes, fueron siempre víctimas). Y ya es de sobra sabido qué
otros traidores tuvo la segunda república española (anarquistas, políticos
regionales, secesionistas, grandes fortunas burguesas, empresarios y banqueros,
y suma y sigue por el bando que tires...carlistas, latifundistas, lumpen,
comunistas prosoviéticos, anticomunistas, falangistas, demonios y hasta
cartujos).
En un texto de Machado, del 37, en la
segunda parte de Juan de Mairena, escrita ya durante la guerra, el poeta
muestra su entusiasmo por la tercera República, la República del 16 de febrero del 36, la
verdadera república impulsada por el frente de izquierdas. ("Lo que hubiera dicho Mairena el 14 de abril de 1937"). Machado escribe "tercera república" y no tercera legislatura. El texto está lleno
de transmisión cordial, emana bondad y grandeza de alma, además de sencillez y
sinceridad.
Es éste uno de los textos más trágicos
de todo el siglo XX español. Le he dado muchas vueltas; años atrás, hace ya más
de cinco, estaba a punto de concluir una tesis, que pensaba publicaría en
libro, sobre el Juan de Mairena de Machado. Una vuelta más y cada vez se
me hace más grande el estupor ante el texto de Machado, se me abre como una
claridad pesada, una conclusión que creo Machado sacaría también al final de su
vida; y que todo español de esta generación ha de llevar sobre sí, como una
carga.
¿Cómo Machado pudo renunciar a la
república del 14 de Abril? ¿Es el maestro también uno de esos iluminados
sectarios que hoy se llaman de izquierda, sin querer
ver ni leer en la historia de su país y en la del mundo, la cual enseña lo cerca que está de ser un suicidio permitir que minorías de totalitarios se apoderen del nombre de la izquierda para hacerse poco a poco más fuertes y tratar de destruir el mismo sistema que da juego a izquierdas y derechas y finalmente instaurar un régimen de partido único, una dictadura?
El estado de guerra imponía extender una conciencia de lucha a todos, incluidos los filósofos, razona así Machado, avanzado el libro Juan de Mairena: "porque la guerra la hemos hecho todos y es justo que todos la padezcamos; es un momento de la gran polémica que constituye nuestra vida social; nadie con mediana conciencia puede creerse medianamente irresponsable".
¿Dónde hiciste la guerra? Preguntarán luego aquellos jóvenes mandados al frente, "hacer la guerra" no en el sentido de responsabilizarse de su causa. Machado recoge una poco vaga fraseología marxista. La propaganda pide unión tanto de los intelectuales como del pueblo, en defensa de unos ideales. Y la unión se alcanza a través de una culpa compartida. La guerra es la continuación de una polémica social previa (esta conclusión es la peligrosa), de ideas, de posiciones de interés (no dice lucha de clases, pero la lectura de la guerra desde los términos dialécticos es obvia). La falacia de la conclusión para que no se note, ha de apoyarse, como saben aun los escolares marxistas, en una verdad también obvia y que apenas se discute por lo general: en este caso, la gran polémica que es la vida social con sus antagonismos de intereses entre privados y entre colectivos; lo cual no implica mecánicamente una salida de guerra.
La guerra es un fracaso de la política, de los valores éticos, perfilará sucesivamente Machado. (Pero la guerra es un acto positivo de la voluntad, un querer la guerra, no es fracaso de nada, sino una voluntad de poder que afirma la guerra y ve una ganancia en el robo por encima de cualquier mal que suponga su decisión. Eso cualquier escolar lo sabe, cualquier Maquiavelo de pueblo, cualquier político, cualquier marxista o cualquier nietzscheano. Pero, siendo esa una verdad general sobre la guerra, ¿vale también para una guerra civil? No, precisamente no, dirá Machado. Ahí está el busilis de la cosa). Machado irá desmontando el belicismo animal, cínico, de tipo marxista, que era el pie forzado con el que partía para concitar la conciencia de lucha y la superioridad moral sobre el adversario (continuamos en la guerra luchando contra los explotadores). Y poco a poco, Juan de Mairena elabora un pacifismo que, paradójicamente, viste con mejores armas al guerrero: las de la razón, la conciencia y la del amor. Dirá finalmente que la guerra es el crimen más estúpido, el crimen más imperdonable ante Dios y ante los hombres y, sin embargo, no tiene conciencia de estar desmoralizando a sus lectores; porque estos ya entendían que estaban recibiendo un alto servicio moral. Machado habla a cada uno, no a los hombres en general ni a los soldados, su ojo no abarca a los colectivos que resisten en la retaguardia ni a los batallones que luchan en la vanguardia.
Machado no vio en la contienda fratricida el enfrentamiento entre ideologías totalitarias (a menudo enfrentadas dentro de la misma zona); pero sí un drama humano individual que tenía además una raíz metafísica y cuasireligiosa, con un fondo atávico cultural. (Por imponderables atávicos de este país, atávicos por largamente presentes en su Historia, retorna de vez en cuando la lucha. La República, nada más que un episodio de la guerra atávica entre los que no tienen perdón y prolongan su desespero. Reconocerlo puede ser el fin de la beligerancia y el empezar a reconocerse entre hermanos. Es destacable que Machado, salvando la distancia en el análisis y la terminología, coincida con la historiografía posterior generalizada, que acuñó la expresión "guerra civil" para denominar a la guerra del 36).
Su pasión hacia la república era equivalente a su repulsa de la monarquía y de la persona del rey (al que dedica la metáfora "repugnante lombriz de caño sucio"). También se puede decir que su republicanismo era tan grande como su repugnancia del catolicismo: "La palabra que más me repugna es: catolicismo, no por lo que significa, sino por el repugnante empleo que se hace de ella".
Su republicanismo y su laicismo, en todo caso, eran menos que su humanidad, su comprensión del otro, su inclinación a la tolerancia, sevillano de inteligencia fina y autoirónica siempre a la escucha del imperativo moral en él, que, como a Sócrates, le impulsaba a procurar el bien y a ejercer como medio una espontánea pedagogía: "Todo hombre (escribió) necesita ser lo que es para hacer lo que hace. Y viceversa. Es una sentencia de mi maestro -habla Juan de Mairena a sus alumnos- la cual, aceptada, podría llevarnos a un exceso de tolerancia Yo no os aconsejo que la adoptéis como norma ética. Pero conviene que no la olvidéis nunca, si no queréis cometer graves injusticias".
El Machado librepensador, krausista, idealista y demócrata, antiguo alumno de la Institución Libre de Enseñanza, cediendo el testigo de la razón a un bando en exclusividad.... Si leemos bien el contexto, otras partes de Juan de Mairena (la mejor prosa filosófica española) nos daremos cuenta de que no es así, de forma gruesa. Aunque en algún apunte ¿circunstancial? (pero todo el libro lo es, afectado por la circunstancia de la guerra) adule a Stalin y su dictadura de los trabajadores, en un contexto, eso sí, crítico con la no intervención de las democracias en el conflicto español. Machado asume los valores marxistas por cristianos; rusos, les llama. En la tradición de los novelistas rusos. El amor al prójimo, la justicia social van tejidas, para él, a la espiritualidad, a la defensa de lo mejor de la cultura de Occidente, síntesis de socialismo y cristianismo evangélico.
Valora a Cristo entre sus modelos de humanidad e, irónicamente, por ser de esos contados buenos maestros que lo son porque no intentan enseñar, no cometen el error del principiante de retórica, de predicarle al convencido, y con el que no lo está, no abusan de la retórica para persudirlo: "La humanidad produce muy de tarde en tarde hombres profundos, quiero decir hombres que ven un poco más allá de sus narices (Buda, Sócrates, Cristo); los cuales no abusan nunca de la retórica, no predican nunca al convencido y son, por ello mismo, los únicos que han tenido alguna virtud suasoria (...) Son hombres de buen gusto, dotados siempre de ironía, nunca pedantes -ni siquiera escriben-, rara vez a la moda y a los cuales, porque nunca pasaron, hay siempre que volver".
Qué lejos está su idea del hombre de la imagen de la cartelería gráfica de la guerra. De la imagen del hombre de hierro de uno u otro bando. Más bien, parece un personaje liberal, decimonónico y de clase media urbana, extraído de una novela de Galdós o de un cuento de Clarín, hasta podríamos imaginarle su defecto de ser "ateneísta". Porque hay un sentido de ateneísta, discutible, del que no se implica y gusta las discusiones de gabinete.
Pero el libro de Machado está escrito pro un bando en la guerra; desde la convicción de Machado de defender la república, o lo que quedara de ella, apoyando la posición de aquellos que en parte la habían traicionado anteriormente y que a la altura del año 37, en plena guerra, se autoproclamaban sus únicos defensores al mismo tiempo que la vanguardia de una tercera república sin duda de corte prosoviético, totalitario, absolutista, nada parecido a la Constitución republicana.
Y a ese clavo se agarró Machado, porque, sin duda, a esas alturas de la guerra no había otra posibilidad; solo los comunistas tenían orden y alguna disciplina (tener una orden, venga de donde venga, es importante para actuar en una dirección, la de combatir contra el enemigo); eran la única “esperanza” después de haber sido los que en parte llevaron a la república a la desesperanza. Pero mejor estos que “los nacionales”, totalitarios también y más fieros, si cabe; los “rebeldes” amenazaban con cumplir lo que los comunistas no habían podido hacer en el 34: derrocar la república con un golpe sangriento.
Machado vive esa contradicción, aunque humanamente se vuelca en la defensa de la república a través de su pluma. Pasa a Valencia, luego a Barcelona, arropado por el Partido Comunista, y sigue luchando con sus escritos. Leen un texto de Machado en el Congreso de la paz, celebrado en París; apoya y participa en el II Congreso de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, en Valencia. (Antifascistas... era un nombre aún no tópico para aglutinar a los defensores de la república desde diversas posiciones, algunas contrarias a los prosoviéticos y a la intelectualidad comunista oficial. Un buen nombre propagandístico, que tanto éxito aún tiene... Tanto como “anticapitalista”, otra máscara bajo la que se esconden algunos totalitarios.)
El estado de guerra imponía extender una conciencia de lucha a todos, incluidos los filósofos, razona así Machado, avanzado el libro Juan de Mairena: "porque la guerra la hemos hecho todos y es justo que todos la padezcamos; es un momento de la gran polémica que constituye nuestra vida social; nadie con mediana conciencia puede creerse medianamente irresponsable".
¿Dónde hiciste la guerra? Preguntarán luego aquellos jóvenes mandados al frente, "hacer la guerra" no en el sentido de responsabilizarse de su causa. Machado recoge una poco vaga fraseología marxista. La propaganda pide unión tanto de los intelectuales como del pueblo, en defensa de unos ideales. Y la unión se alcanza a través de una culpa compartida. La guerra es la continuación de una polémica social previa (esta conclusión es la peligrosa), de ideas, de posiciones de interés (no dice lucha de clases, pero la lectura de la guerra desde los términos dialécticos es obvia). La falacia de la conclusión para que no se note, ha de apoyarse, como saben aun los escolares marxistas, en una verdad también obvia y que apenas se discute por lo general: en este caso, la gran polémica que es la vida social con sus antagonismos de intereses entre privados y entre colectivos; lo cual no implica mecánicamente una salida de guerra.
La guerra es un fracaso de la política, de los valores éticos, perfilará sucesivamente Machado. (Pero la guerra es un acto positivo de la voluntad, un querer la guerra, no es fracaso de nada, sino una voluntad de poder que afirma la guerra y ve una ganancia en el robo por encima de cualquier mal que suponga su decisión. Eso cualquier escolar lo sabe, cualquier Maquiavelo de pueblo, cualquier político, cualquier marxista o cualquier nietzscheano. Pero, siendo esa una verdad general sobre la guerra, ¿vale también para una guerra civil? No, precisamente no, dirá Machado. Ahí está el busilis de la cosa). Machado irá desmontando el belicismo animal, cínico, de tipo marxista, que era el pie forzado con el que partía para concitar la conciencia de lucha y la superioridad moral sobre el adversario (continuamos en la guerra luchando contra los explotadores). Y poco a poco, Juan de Mairena elabora un pacifismo que, paradójicamente, viste con mejores armas al guerrero: las de la razón, la conciencia y la del amor. Dirá finalmente que la guerra es el crimen más estúpido, el crimen más imperdonable ante Dios y ante los hombres y, sin embargo, no tiene conciencia de estar desmoralizando a sus lectores; porque estos ya entendían que estaban recibiendo un alto servicio moral. Machado habla a cada uno, no a los hombres en general ni a los soldados, su ojo no abarca a los colectivos que resisten en la retaguardia ni a los batallones que luchan en la vanguardia.
Machado no vio en la contienda fratricida el enfrentamiento entre ideologías totalitarias (a menudo enfrentadas dentro de la misma zona); pero sí un drama humano individual que tenía además una raíz metafísica y cuasireligiosa, con un fondo atávico cultural. (Por imponderables atávicos de este país, atávicos por largamente presentes en su Historia, retorna de vez en cuando la lucha. La República, nada más que un episodio de la guerra atávica entre los que no tienen perdón y prolongan su desespero. Reconocerlo puede ser el fin de la beligerancia y el empezar a reconocerse entre hermanos. Es destacable que Machado, salvando la distancia en el análisis y la terminología, coincida con la historiografía posterior generalizada, que acuñó la expresión "guerra civil" para denominar a la guerra del 36).
Su pasión hacia la república era equivalente a su repulsa de la monarquía y de la persona del rey (al que dedica la metáfora "repugnante lombriz de caño sucio"). También se puede decir que su republicanismo era tan grande como su repugnancia del catolicismo: "La palabra que más me repugna es: catolicismo, no por lo que significa, sino por el repugnante empleo que se hace de ella".
Su republicanismo y su laicismo, en todo caso, eran menos que su humanidad, su comprensión del otro, su inclinación a la tolerancia, sevillano de inteligencia fina y autoirónica siempre a la escucha del imperativo moral en él, que, como a Sócrates, le impulsaba a procurar el bien y a ejercer como medio una espontánea pedagogía: "Todo hombre (escribió) necesita ser lo que es para hacer lo que hace. Y viceversa. Es una sentencia de mi maestro -habla Juan de Mairena a sus alumnos- la cual, aceptada, podría llevarnos a un exceso de tolerancia Yo no os aconsejo que la adoptéis como norma ética. Pero conviene que no la olvidéis nunca, si no queréis cometer graves injusticias".
El Machado librepensador, krausista, idealista y demócrata, antiguo alumno de la Institución Libre de Enseñanza, cediendo el testigo de la razón a un bando en exclusividad.... Si leemos bien el contexto, otras partes de Juan de Mairena (la mejor prosa filosófica española) nos daremos cuenta de que no es así, de forma gruesa. Aunque en algún apunte ¿circunstancial? (pero todo el libro lo es, afectado por la circunstancia de la guerra) adule a Stalin y su dictadura de los trabajadores, en un contexto, eso sí, crítico con la no intervención de las democracias en el conflicto español. Machado asume los valores marxistas por cristianos; rusos, les llama. En la tradición de los novelistas rusos. El amor al prójimo, la justicia social van tejidas, para él, a la espiritualidad, a la defensa de lo mejor de la cultura de Occidente, síntesis de socialismo y cristianismo evangélico.
Valora a Cristo entre sus modelos de humanidad e, irónicamente, por ser de esos contados buenos maestros que lo son porque no intentan enseñar, no cometen el error del principiante de retórica, de predicarle al convencido, y con el que no lo está, no abusan de la retórica para persudirlo: "La humanidad produce muy de tarde en tarde hombres profundos, quiero decir hombres que ven un poco más allá de sus narices (Buda, Sócrates, Cristo); los cuales no abusan nunca de la retórica, no predican nunca al convencido y son, por ello mismo, los únicos que han tenido alguna virtud suasoria (...) Son hombres de buen gusto, dotados siempre de ironía, nunca pedantes -ni siquiera escriben-, rara vez a la moda y a los cuales, porque nunca pasaron, hay siempre que volver".
Qué lejos está su idea del hombre de la imagen de la cartelería gráfica de la guerra. De la imagen del hombre de hierro de uno u otro bando. Más bien, parece un personaje liberal, decimonónico y de clase media urbana, extraído de una novela de Galdós o de un cuento de Clarín, hasta podríamos imaginarle su defecto de ser "ateneísta". Porque hay un sentido de ateneísta, discutible, del que no se implica y gusta las discusiones de gabinete.
Pero el libro de Machado está escrito pro un bando en la guerra; desde la convicción de Machado de defender la república, o lo que quedara de ella, apoyando la posición de aquellos que en parte la habían traicionado anteriormente y que a la altura del año 37, en plena guerra, se autoproclamaban sus únicos defensores al mismo tiempo que la vanguardia de una tercera república sin duda de corte prosoviético, totalitario, absolutista, nada parecido a la Constitución republicana.
Y a ese clavo se agarró Machado, porque, sin duda, a esas alturas de la guerra no había otra posibilidad; solo los comunistas tenían orden y alguna disciplina (tener una orden, venga de donde venga, es importante para actuar en una dirección, la de combatir contra el enemigo); eran la única “esperanza” después de haber sido los que en parte llevaron a la república a la desesperanza. Pero mejor estos que “los nacionales”, totalitarios también y más fieros, si cabe; los “rebeldes” amenazaban con cumplir lo que los comunistas no habían podido hacer en el 34: derrocar la república con un golpe sangriento.
Machado vive esa contradicción, aunque humanamente se vuelca en la defensa de la república a través de su pluma. Pasa a Valencia, luego a Barcelona, arropado por el Partido Comunista, y sigue luchando con sus escritos. Leen un texto de Machado en el Congreso de la paz, celebrado en París; apoya y participa en el II Congreso de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, en Valencia. (Antifascistas... era un nombre aún no tópico para aglutinar a los defensores de la república desde diversas posiciones, algunas contrarias a los prosoviéticos y a la intelectualidad comunista oficial. Un buen nombre propagandístico, que tanto éxito aún tiene... Tanto como “anticapitalista”, otra máscara bajo la que se esconden algunos totalitarios.)
Juan de Mairena es un libro de retórica. De alta retórica. Irónicamente se presenta como
tal, y cumple con la ironía de ser lo que parece. Un libro de tan buena
retórica, tan lleno de excelencia filosófica y literaria, que como un truco de
mago nos vela su finalidad (propagandística) y su misma argamasa de
razonamientos persuasivos. Machado, como todo escritor, es consciente de que
sus escritos son algo más que sus palabras: son, también, lo que la gente
quiere hacer con ellas. Y, a veces, ese sentido social de lo escrito, en
circunstancias concretísimas, se antepone a todo lo demás en la conciencia del
autor.
Juan de Mairena no es un libro de literatura (y también lo es), no sólo es el mejor libro
de filosofía española (y también): es un libro de propaganda republicana, un
vademécum de retórica apolegética del frente republicano. Una especie de Ciudad
de Dios agustiniana, donde la causa de un bando es exaltada por la
superioridad moral, espiritual y por la continuidad de la cultura de un pueblo
(el español) y de la transmisión de unos valores humanistas y cristianos
occidentales. No podía ser más alta la apuesta moral e intelectual. Y de ahí el
valor del libro para insuflar moral de victoria o de resistencia en la
retaguardia y para defender la república española ante el mundo y atraer a las
figuras de la intelectualidad internacional. Machado no nos da un libro de
vulgar propaganda marxista ni un catecismo de generalidades antifascistas y
anticapitalistas, ni una pedrada contra el otro bando, la otra España o
anti-España de Franco. Eso hubiera sido un mal entendimiento de la propaganda,
de la alta propaganda, por así decir, que se basa en convencer al contrario y
en apelar a valores comunes y universales. Machado se anticipó a Manuel Azaña
al proponer al final del Mairena la reconciliación y el perdón. Nadie
está libre de pecado, se comete una doble falta cuando se niega al otro, una
falta cristiana y otra socrática, al no reconocer al otro como interlocutor que
pueda aportar su razón, su verdad. Como dijo el mismo Machado en sus versos:
“¿Tu verdad? No. / La verdad./ Y ven conmigo a buscarla./ La tuya,
guárdatela?”. Esa obsesión machadiana por el otro, por el complementario. Así
el poeta dice, en “Proverbios y cantares”: “El ojo que ves no es /ojo porque tú
lo veas;/ es ojo porque te ve”.
Machado no está fuera del tiempo. Se presenta a través de sus propios rasgos nacidos de una circunstancia y a menudo "tan ahincados al presente" (para decirlo con palabras del propio pensador).
Su pensamiento, su ética, su humanidad en fin, resaltan más por ello. Su "memoria" me hace reflexionar sobre la mía, y sobre el alcance, ciertamente modesto, de saber; porque nunca se aprende o, como Machado nos enseña, se aprende a no engañarnos creyéndonos más de lo que somos: unos seres tan ahincados al presente, tan a ras de suelo que apenas levantamos la mirada sobre la hierba.
Casi al final del libro Juan de Mairena, escribe:
"La guerra es el crimen estúpido por excelencia, el único que no puede alcanzar perdón de Dios ni de los hombres. Quiero decir, que de ningún modo puede perdonarse ni a quien la provoca ni a quien la prepara".
Machado no está fuera del tiempo. Se presenta a través de sus propios rasgos nacidos de una circunstancia y a menudo "tan ahincados al presente" (para decirlo con palabras del propio pensador).
Su pensamiento, su ética, su humanidad en fin, resaltan más por ello. Su "memoria" me hace reflexionar sobre la mía, y sobre el alcance, ciertamente modesto, de saber; porque nunca se aprende o, como Machado nos enseña, se aprende a no engañarnos creyéndonos más de lo que somos: unos seres tan ahincados al presente, tan a ras de suelo que apenas levantamos la mirada sobre la hierba.
Casi al final del libro Juan de Mairena, escribe:
"La guerra es el crimen estúpido por excelencia, el único que no puede alcanzar perdón de Dios ni de los hombres. Quiero decir, que de ningún modo puede perdonarse ni a quien la provoca ni a quien la prepara".
Cuando pienso en la falta de memoria
histórica de los españoles actuales (yo incluido) me tapo la nariz. Han llamado
memoria histórica a una memoria segregada. Memoria de unos o de otros sobre una
parte de los unos y de los otros. No se quiere mirar a la realidad de los hechos
históricos, solo a la interpretación política parcial. Cuántos en las cunetas
murieron por fuego amigo, de uno y otro bando; cuántos fueron al exilio antes
del exilio, huyendo de la ira de su propio bando; cuántos de un bando murieron
asesinados por sus propios camaradas: cuánto sectarismo, cuánto odio, en unos y
en otros, odio de propios contra propios y contra extraños, en tiempo de guerra
y después de la guerra.
¿Fue la república una época de luces?
Hoy en día no lo tengo tan claro...
Bueno, después de esto, está claro,
¡uf!... (suspiró mi maestro)... cuando un español se pone a hablar... ¡Concha!,
no me has dejado leer nada, pero te he prestado con gusto mi oreja para que te
oyeras tú mismo todo lo que querías decirte. Y, ahora, pienso que sigues sin
respuesta a la cuestión planteada, y a otras muchas. Y me alegro, porque eso me
dice que eres un hombre.
Fulgencio Martínez
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