ÁGORA. ULTIMOS NUMEROS DISPONIBLES EN DIGITAL

jueves, 14 de mayo de 2020

EL MIEDO A LA LIBERTAD, EN ESPAÑA. Diario político y literario de Fulgencio Martínez. Revista Ágora digital



 
EL MIEDO A LA LIBERTAD, EN ESPAÑA

              a mi librero y editor DIEGO MARÍN, por lo que él sabe.


A dos meses del estado de alarma y cuando vamos a ser lanzados de nuevo a la incertidumbre del sálvase quien pueda, del aterriza como puedas (o - como dicen los cursis de la neolengua sanitaria- del desescala a tu manera, bajo tu responsabilidad); sin ninguna certeza en cuanto al uso o no de mascarillas, sin haber realizado el Gobierno, autoproclamado Mando único, los test a la población y sobre todo, a la población trabajadora, incluidos los trabajadores públicos, que son los últimos de la fila; en esta coyuntura conviene recordar de dónde vienen estos lodos. 

Este es el artículo que escribí el domingo 8 de marzo y que publicó el diario La opinión de Murcia el martes 10 de ese mes. Lean y juzguen.  Por supuesto el diario que publicó este artículo antes de ponerse en la fila de la retorta de la eucaristía sanchieclesiástica, no ha vuelto a publicar ningún artículo mío. (1, nota al final) Enlace a la hemeroteca del periódico. Y texto del artículo reproducido más bajo:


Tuve la osadía, en él, de dejar constancia del lapsus freudiano del entonces aún no tan famoso doctor Simón, a quien se le escapó (durante su comparecencia televisiva esa mañana de domingo en que escribía yo y miraba la tele), lo de "avalancha" de contagios esperados después del día 8: el de las manifestaciones y eventos políticos y deportivos autorizados por el Gobierno de España, después de haber recibido la advertencia de lo contrario, de autoridades sanitarias europeas. 

Por aquellas fechas, una semana antes, en la Comunidad donde vivo, Murcia, las residencias de mayores (al menos, la residencia privada y concertada donde cuidan a mi padre) habían ya recibido órdenes de no dejar pasar a personal sanitario eventual y no habitual, de extremar las medidas de higiene preventivas, de restringir las visitas, y a medio de esa semana del 2 al 8, ya ni siquiera los familiares podíamos entrar ni siquiera a ver un momento a nuestros mayores, en precaución de posibles contagios. Los médicos fueron avisados de no acudir a congresos. Las altas autoridades sanitarias, algunas de las cuales han desaparecido luego durante el "Mando único", para dejar al monologuista doctor Simón todos los focos, estaban en alerta; mientras el Gobierno seguía negando la mayor, dando la sensación coram populo de que a lo sumo habría unos cuantos casos de contagio. 

Por cierto, que durante esa semana y hasta el 13 el Gobierno Regional de Murcia de López Miras (vaya mala suerte la de este pobre país, que multiplica su mal gobierno por 17) mantenía las clases en los centros exponiendo la salud de estudiantes, profesores y trabajadores. A lo cual el sindicato o los dos sindicatos mayoritarios (ya sé que hay otros, pero en la foto solo salen siempre uno o dos que son uno, junto con el Gobierno) otorgaban: como otorgarían más tarde, ante la improvisación del Gobierno de mandar a eso que Sánchez llama el “frente sanitario” a muchos profesionales sentenciados al matadero, de los cuales muchos, incluso, de los que han sobrevivido habrán sentido vergüenza pública de expresar su queja en un contexto sobrecargado de retórica a favor de nuestros “heroicos” sanitarios; y otros, por desgracia, fallecidos cuyas familias pueden haber sentido un malestar de culpabilidad por haber caído su ser querido, la víctima, por descuido propio, y no haber contribuido más al épico sacrificio del soldado por la causa.
(Esperemos que haya denuncias en lo futuro, por los efectos irremediables y psicológicos).

El Gobierno de España, igual que Bolsonaro y Trump en sus países, por razones que espero expliquen algún día ante un tribunal internacional, seguía obediente al tirón ideológico por encima de cualquier consideración de salud y de protección al conjunto de sus gobernados.

Estos son los datos, esta es la intrahistoria real. No demos beligerancia a los que no buscan la verdad, sino ocultarse en la mentira y la falacia del falso dilema: o estás con el gobierno o con el caos. No. Eso mismo ya lo hacía Franco: o eras afecto al Régimen o eras un comunista (o un masón, o ambas cosas). Estos listillos, a los cuales les ha venido muy grande la pandemia pero que en su soberbia no tienen la mínima intención de dimitir ni de reconocer y enmendar errores, no nos van a achantar con esos recursos retóricos tan gastados. 

No nos van a confundir a los que queremos superar esta enfermedad, esta crisis de enormes consecuencias. Somos los que ponemos todo el optimismo, la fuerza mental y el valor crítico y la simpatía humana con todos los que se esfuerzan por abrir camino en la oscuridad; nuestro trabajo esencial es la palabra, para no dejar que se apoderen de ella los que la manipulan desde el poder.  

El optimismo se trabaja, con hechos, hagamos porque todo vaya mejor, no lo contrario, que es lo que se nos dice que hagamos, o mejor dicho, que no hagamos: o sea, que hagamos como que todo va bien, y que un día más es un día menos. (“El trabajo hace libre” decían cínicamente los nazis, y llamaban campo de trabajo a aquello). ¿Quién lo entiende? ¿Menos para qué?

Para que el virus termine de matar y el gobierno pueda declarar la victoria, aun a pesar de sus increíbles errores e imprevisiones, porque en el fondo, argumentará, la sociedad fue la culpable, al menos en una cosa: en habernos apoyado y no haber exigido mejores administradores en tan alta y gravísima ocasión.

Tampoco entendemos a la llamada Oposición, que ha quedado alelada, literalmente: lela o paralela del Gobierno, cuando desde el primer momento, antes de apoyar el estado de alarma en su primera petición a mediados de marzo, tenía que haberle puesto la condición al PSOE de la dimisión de un gobierno que nos había traído a estas.

En tiempos de Hitler o de Stalin, claro que casi toda Alemania y casi toda la URSS estaban con los dictadores, y sabían, la mayoría de los alemanes y rusos, sobre los campos de concentración y sobre el Gulag. ¿Fueron solo unos monstruos Joseph Stalin y Adolf Hitler? ¿Excrecencias o aberraciones solitarias, isoladas, en unas sociedades con valores humanos y con espíritu de encarar la verdad? No creemos que fueran (solo) eso. Fueron la punta de un iceberg que se apoyaba en un manto de colaboradores, comprometidos ideológicamente con el aparato totalitario, y se servía de un gran brazo de colaboracionistas, gente abducida o simplemente frustrada, que tenían miedo de pensar por su cuenta y que preferían aceptar el pensamiento fuerte del líder; como demostró Erich Fromm. (El miedo a la libertad)

De esos de ayer venimos a otros ejemplos actuales, de mafiosos políticos y dictadores que se apoyan en una base de gente a la que hacen creer en su superioridad por pertenecer a un grupo con un fuerte liderazgo, autoengándose esa gente en su valer individual y enluciendo su falta de independencia racional: Bildu, el PSOE, tanto monta... Ayer, en la sesión de las Cortes de España, oí a un parlamentario de Bildu decir al Gobierno que tenía que volver a la compañía de los progresistas, y un supuesto socialista como Pedro Sánchez, presidente todavía de mi país, no hizo ni un mínimo gesto al oír ese embeleco de "progresista" en boca de un fascistasuno conmilitón de los que imponían el órdago de "o pagas o te mato".

Antes de darles beligerancia a los listillos disfrazados de ignorantes, que gustan de entablar pseudodebates para dirimir cuestiones ya históricamente debatidas, con el objeto mal disimulado de relativizar y aguar las culpas de los totalitarios en los que se reflejan, invito a leer a Hayek (Camino de Servidumbre) y a Popper (La sociedad abierta y sus enemigos), y al citado Fromm, para fortalecer su salud y equilibrio.

Tres libros de pensamiento, de la primera mitad del XX, que hoy vuelven a estar de actualidad ante las amenazas a la libertad.

Fulgencio Martínez
14-5-2020


Punto de vista
Avalancha de irresponsabilidad política

Fulgencio Martínez 10.03.2020 | 04:00  LA OPINIÓN

No hay que tener miedo ante el coronavirus», dice el español que presume de insensible y machote. «No tengo miedo», le respondo, «tengo angustia, imbécil». Porque el miedo es un sentimiento ante un peligro concreto; en cambio, la angustia es una emoción ante algo menos definido, la angustia es más profunda y, sobre todo, tiene detrás una literatura excelsa.
Empezando por la filosofía existencialista: Heidegger la denominó 'Angst', en su alemán poético; y le dio por compañera a 'Sorge', el cuidado, la cura del Dasein, el cuidado de sí y de los demás, la responsabilidad. (Por cierto, 'Angst' y 'Sorge', dos términos gramaticalmente femeninos).   
El español medio, que mira en blanco la tele (ya la televisión es solo en ese color; qué lejos quedaron los tiempos en que era la pantalla en blanco y negro), ha perdido fondo de vocabulario, y llama miedo al estímulo que le hace pensar o le puede producir inquietud. Ansia. 'Ancia', que dijo Blas de Otero, uniendo en acrónimo ANsia y concienCIA. El ansia, o ancia, la ansiedad, la inquietud, la incertidumbre o la angustia no son el miedo, por mucho que nos pasen el rodillo semántico en los medios y no sepamos ya mirar en nosotros mismos ni expresar estados de ánimo matizados.
Mientras escribo este artículo (domingo, 8) se sabe ya que en Murcia hay una afectada por el coronavirus. Sobre las 11,30 de la mañana, La 2 de Televisión Española transmite en directo la comparecencia pública del ministro de Sanidad y del doctor Fernando Simón, director del Centro de Emergencias sanitarias.

El doctor Simón, siempre en un tono neutro, anuncia que el sistema sanitario está aún preparado para aguantar 'la avalancha' de casos de infectados por el coronavirus que se prevé en próximas semanas. «Bueno», se rectifica, «avalancha no es la palabra». El ministro Salvador Illa insiste, jura y perjura que hay coordinación entre su ministerio y las Comunidades autónomas. 
Mi angustia nace de no creerlos, más aún: de saber que mienten porque no tienen valor para decir la verdad.
El doctor Simón, por un momento, con el término avalancha, se ha salido del argumento político. Él es una autoridad médica, pero hace un desempeño político, en un perfecto feed-back bien ensayado el político se escuda en el experto para no dar la cara directamente, y el experto sigue el guion del político que le ha puesto en tal responsabilidad. 
La cosa aún no se ha puesto grave, o como diría el poeta Espronceda, que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo? 
Lo que importa son los datos estadísticos a nivel general de España, no de tres o cuatro comunidades; eso sí, hay unas cifras de muertos y afectados que tienen una interpretación cualitativa o cuantitativa, según interese decir. Y, por supuesto, estamos en fase de contención, pero no tomamos medidas de contención (eso no se dice, por supuesto).
El ministro Illa sabe perfectamente que las Comunidades autónomas van adelantándose al ministerio en la toma de medidas contra la diseminación del virus.
El ministerio no hace nada para que no lo critiquen y por el miedo a ser tachado de tomar una medida drástica o demasiado drástica, como califica el doctor Simón, ventrilocuando al político Illa, las medidas que ha tomado Italia. Italia, con 6ooo afectados, aquí con 6oo. Pero no pasa nada, porque desconocemos el criterio cualitativo que ha tomado Italia para cerrar su espacio. 
El ministro lo sabe, pero tiene que decir lo contrario. No va a a decir que el Estado español no tiene una respuesta común y solidaria para crisis como esta. 
La mentira política es tan vieja como la República de Platón. Pero, como Platón dijo, debe ir acompañada de 'peitho', de la persuasión retórica; de lo contrario, falla. No produce fe o confianza, sin la cual el rebaño de los creyentes no se siente protegido y, lo que es peor, no siente en sí actuar el fármaco profiláctico de la mentira política. Porque la fe salva o, al menos, protege. Da igual que la fe sea irracional, y da igual su naturaleza, religiosa o política. 
Galdós, el maestro y librepensador, del que se cumplen cien de su muerte, afirmaba que la España de su tiempo estaba compuesta en su mayoría por un rebaño de 'católicos borregos'. Hoy día, la fe en el Papa ha sido sustituida por la fe en Pedro Sánchez, quien ha anunciado, por cierto, que un día de estos dará la cara ante los que le acusan de haber desaparecido en esta crisis del coronavirus; eso sí, dará la cara cuando él lo estime, cuando haya pasado el 8M y la actualidad del virus no le quite protagonismo a su agenda mediática y a la de sus socios de gobierno. 

FULGENCIO MARTÍNEZ
8-3-2020

                  REVISTA ÁGORA DIGITAL/ mayo 2020 

(1) nota a posteriori. Con posterioridad a estas líneas, escritas y publicadas el 14 de mayo de 2020, La Opinión publicó mi artículo "Quien no siente" (17-5-2020), publicado también en este blog, el 12 de ese mes. Mi agradecimiento por este motivo a La Opinión y a su jefe de Opinión. No retiro mi crítica al tratamiento de la ´pandemia en la prensa, incluida La Opinión; una prensa en términos generales dócil a una propaganda oficial y oficiosa eufórica que borra el nombre y el rostro de las victimas, y especialmente de las víctimas mortales del coronavirus. 
Que no haya interés ni siquiera hoy (escribo esta nota el 1 de septiembre de 2020) por reportar en prensa, televisión o radio, los nombres de los fallecidos es sintómatico, lleva a pensar en tongo, en maridaje entre prensa y gobierno, aunque sea seguramente una conclusión aparente la que nosotros sacamos de ahí, se parece tanto...   
El no preguntar al portavoz sanitario del Gobierno doctor Simón o al mismo Ministro de Sanidad por el nombre de uno, uno solo de los muertos del día, camuflados con el botafumeiro de  estadísticas y cifras relativas a porcentajes e informaciones parciales, no demuestra una pesquisa de labor periodística.

No hay comentarios:

Publicar un comentario