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jueves, 9 de enero de 2025

LA MUCHACHA DEL LIBRO. TERESA ATIÉNZAR, OBRA DE JUAN BONAFÉ. Artículo de José Luis Martínez Valero. Ut pictura / Actualidad cultural / Exposiciones/ Avance de Ágora N. 30. Nueva Col.

 


El autor de este artículo, José Luis Martínez Valero, ha visitado recientemente una exposición de pinturas (en el Palacio Almudí, frente al Malecón, en Murcia). La exposición muestra algunas obras de lo que fue el "Siglo de Oro" de la pintura murciana, del Levante español por extensión: una de las mejores páginas de la pintura en el siglo XX. El escritor siente especial predilección por la obra de Juan Bonafé. "La figura de la chica me interesó desde el principio". Se refiere a "La muchacha del libro", cuadro de Bonafé (reproducido sobre estas líneas). Y al escritor le impresionó también "la presencia del libro "que claramente es la primera edición del Romancero gitano". Y escribió el siguiente artículo, en el que "Hay una historia y hay invención" (las palabras entrecomilladas son, asimismo, de José Luis Martínez Valero).



      LA MUCHACHA DEL LIBRO

 TERESA ATIÉNZAR, OBRA DE JUAN BONAFÉ

 

              por José Luis Martínez Valero


En Murcia se ha celebrado una exposición en el Almudí con cuadros representativos de pintores del Veinte. Cuando comenzaba la visita me dirigía a un pequeño apartado donde se exponía a Joaquín, Pedro Flores, José María Almela, Luis Garay, Victorio Nicolás, Juan Bonafé, Ramón Pontones y Ramón Gaya. Cada vez que visitaba este espacio, lo hacía como el que entraba en una celda luminosa. En las acequias de Almela permanece la luz otoñal de los años cuarenta, la huerta se mantiene tal como fue, el paisaje se conserva intacto, aunque hay una casa se han suprimido los hombres y mujeres que habitan estos lugares, Victorio Nicolás muestra desde el Huerto de los Cipreses el Malecón, también vacío ¿por qué? Es difícil imaginar que, durante el tiempo que permanece frente al paisaje, no pase nadie. Creo que los consideran parte del tiempo, anecdótico, como consecuencia, prescindibles, para esa busca de la esencialidad que pretenden. Joaquín presenta un bodegón, en el que predomina el color sobre la línea, como si se buscase la mancha, como sí pretendiese un abstracto. Un Flores, vanguardista. Los personajes de la barbería de Garay muestran el lugar de la tertulia, el comentario de la prensa, en el espejo asoma un niño, se trata de Ángel Hernansáez, que luego sería el excelente pintor que todos hemos conocido. Pontones, un pequeño apunte, junto a Gaya con el cuadro dentro del cuadro. Todos ellos acompañan a “La muchacha del libro”: Teresa Atiénzar[1]

Es verdad que no podemos hablar con Teresa, por eso trataré con el cuadro, se trata de un objeto que reclama nuestra mirada. Quizá podríamos emparentarlo con aquellos que abrieron una manera, una escuela, de tal modo que diríamos los maestros de Bonafé fueron estos. Seguramente aumentaríamos la luz que ilumina el cuadro, de tal modo que conoceríamos esos datos que pertenecen al estudio. Por mi parte solo he visto cuadros de Juan Bonafé, no lo conocí, aunque podría decir que estuve cerca, cuando solía visitar la casa de Gómez Cano en La Alberca. Si es verdad que la mirada va al cuadro, también se diría que los ojos de Teresa nos miran, nuestra mirada es refleja, empieza a ver lo que ella quería mostrar. ¿Su estado de ánimo? Se trata de una chica seria, seducida por lo que le rodea, admirada por la realidad en la que vive. No está triste, tampoco ofrece esa sonrisa forzada con la que el pintor quiere poner un punto y final. Se trata de una mirada inteligente, que extrañada por el mundo en el que le ha tocado vivir, sorprendida, pregunta por todo. Aunque hace años que descubrió que esas preguntas a las que nuestro interlocutor responde sin pensar, no es que no tengan respuesta, es que nadie quiere hacerse responsable. Pretende definir el mundo.    

Teresa, aparece sentada, inclinada hacia el velador, está pensando, es lo que ha querido captar el pintor. Morena, pelo ondulado, viste traje oscuro que se cierra con cuello de camisa, un collar, pequeñas perlas de adolescente, de las mangas sobresalen los puños en blanco, apoya su brazo derecho sobre la pequeña mesa, la mano derecha descansa sobre su izquierda, en la mesita hay un libro: Romancero gitano, 1928, de Federico García Lorca. Quizá marque la fecha.  

 


Es una chica interesante, guapa, reflexiva. Dominan sus ojos, atentos, inquisitivos, mirada penetrante. Quizá podremos descubrir una cierta tensión, aunque, sin duda, no se debe a que sea el objeto del pintor, sino que es su manera de estar en el mundo, mira hacia dentro, no por timidez, sino porque todo lo piensa, como si de continuo se interrogase.

Esa tarde ha dejado a las amigas. Juan Bonafé, amigo de su padre, también pintor, quiere hacerle un retrato. Acaba de cumplir diecisiete años, ha ingresado en la Universidad, quiere estudiar filosofía. Le preocupa su destino, no le angustia. Sabe que tendrá que romper con muchas cosas. Hay aún muchos prejuicios. El primero ya no le afecta: una chica lo que tiene que hacer es casarse. En su familia la educación recibida es otra. Amor a los libros donde reside el pensamiento, la belleza, la imaginación. Amor a los cuadros, interlocutores en donde reposan las miradas.

Como ella es la menor, sus hermanos la apoyan. A veces interpreta lo que ha leído. En su crítica es atrevida, libre:

- Si Don Quijote hubiese sido mujer, otro gallo nos cantaría… El caso de Andrés y Haldudo, seguro que habría tenido otra solución. Confiar en la palabra de un resentido y tramposo fue imprudente. Eso de que se reconozca la belleza de Dulcinea por encima de todo, como si la apariencia fuese lo único importante, no me parece propio del caballero, que a mí me hubiese gustado. Le habría evitado palizas y muchos problemas. Claro que, por otra parte, su fidelidad es ejemplar.

Cierto que todas estas intervenciones eran recibidas por los hermanos con una espléndida sonrisa. Juan estudiaba leyes y Pedro seguía con los negocios de la familia. Ambos gustaban de charlar con aquella chiquilla que ponía patas arriba los argumentos convencionales.

A veces iban a pasear al Parque Ruiz Hidalgo, los eucaliptos habían crecido a la orilla del río. A Teresa le gustaba coger alguna hoja la apretaba en sus manos y luego la acercaba a su nariz. Era como transportarse a otro país, otro continente. A veces hablaban con las figuras de los ilustres, a algunos los veían pasear.

Teresa decía: - Seguro que miran de reojo para confirmar que siguen ahí. Y si Jara Carrillo se levantara de esa piedra sobre la que está sentado y fuese a pedir un café y lo descubriésemos en algún merendero o contemplando un juego de bolos. La verdad es que querría saber cuál es ese libro que tiene en la mano, daría algo por saberlo. Un día le voy a preguntar a D. José Planes, porque, él sí que lo conoce.  

Los hermanos decían: - Qué imaginación tiene esta chica. Tendremos que decirle a nuestro padre que alguien le haga un retrato. Y que, por supuesto, sea Juan Bonafé.

El retrato está muy avanzado. Hoy, Bonafé, la ha citado en su estudio para darle alguna pincelada definitiva. Es necesario atrapar su pensamiento, la ironía, su ruptura con los convencionalismos provincianos. Tiene algo de esas “sin sombrero” que pasean sin prejuicio alguno. La cabeza libre, sin ridículos aditamentos, como símbolo de la libertad a que aspiran. Frente a aquella definición de la mujer como portadora de cabellos largos e ideas cortas. Su pelo no es largo, y sus ideas no son cortas, por el contrario, en el tiempo que he podido conversar con ella, he observado que tiene una manera de ver contraria a la miopía localista. Es cosmopolita, esta chica tiene algo que decir y seguro que algún día lo sabremos.   



[1] El cuadro es bastante desconocido. Juan Bonafé fue el primero en relacionarse con Juan Ramón Jiménez, por medio de Juan Guerrero. Exiliado hasta 1948 en Francia, vivió después en La Alberca, un pueblo de monte y huerta cercano a Murcia. Fue el pintor de las copias para las Misiones Pedagógicas, junto con Ramón Gaya y Eduardo Vicente. Alfonso Albacete (otra referencia, más joven, de la gran pintura levantina), lo tuvo como su primer maestro. (Nota del A.)



                            Autorretrato. Por Juan Bonafé. (Juan Bonafé Bourguignon nace en Lima, Perú, en 1901, y muere en Las Palmas de Gran Canarias a los 68 años.) cf. wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Bonaf%C3%A9_Bourguignon  (Nota del E.).



José Luis Martínez Valero nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista, dibujante y aguafuertista. Ha publicado, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019), Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia) y Antología del 27 en Murcia (La fea burguesía, 2024). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia.

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