Rosario Castellanos
Lecciones de una mujer
Por Gastón Segura
El pasado domingo, 25 de mayo, se cumplió el centenario de una mujer excepcional. Era mejicana y aun siendo una precursora —si no es la gran precursora— del feminismo en su país, aquí, en España, y a pesar de cuanto se escribe sobre el asunto, apenas escucho su nombre: Rosario Castellanos. Básteme contarles que se licenció en Filosofía con la tesis Sobre cultura femenina, leída el 25 de junio de 1950; es decir, al año siguiente de la publicación del crucial ensayo sobre la materia, El segundo sexo, de Simone de Beauvoir; título que Castellanos no conocerá hasta un sexenio después, cuando se edite su traducción allá, en México. Y aunque a bote pronto entre ambas escritoras asoman notables semejanzas —por ejemplo; el empeño común por la creación literaria sobre la exposición reflexiva—, en la comiteca observo peculiaridades que me la convierten en mucho más sugerente; sin ir más lejos, la ironía exhibida durante toda su docencia universitaria y hasta en algunos de sus poemas y en casi todos sus ensayos, por no mencionar su indiferencia, si no era ya un rehuir la etiqueta de feminista; quizá, por considerarla solo eso, un manoseable calificativo, cuando para ella, saberse y vivir como mujer, desde su niñez en Chiapas, constituyó una circunstancia trágica en el más original sentido helénico.
No había cumplido los ocho años cuando falleció su único hermano, y sobre el inmediato espanto y el dolor posterior, pesó durante el resto de su infancia el tácito reproche de sus padres por no haber sido ella, la hembrita, la elegida por la guadaña. Absurdo y doliente remordimiento acrecentado por la costumbre estanciera de confiarla a una tata tzeltal y acompañada de una «cargadora» —una niña, también maya, de su misma edad como divertimento y juguete—. Tal despego familiar, la imbuyó, sin apenas apercibirse, de su condición desmerecida de mujer cuanto de la ínfima de las indias. Y fue esa gelidez doméstica, donde solo la ausencia de su hermano pequeño palpitaba entre los salones, el acicate para que, con apenas quince años, alumbrase sus primeros poemas en el periódico chiapaneco El Estudiante; oficio —como ella lo consideraba— de poeta que ejerció hasta un bienio antes de su muerte, cuando publicará el poemario En la tierra de en medio, incluido en la primera y última compilación de toda su lírica: Poesía no eres tú (1972).
Pero, sobre la evolución de sus versos desde un primer intimismo hasta lo comunitario de los últimos, quería hablarles de su narrativa que tanto me fascina; en concreto, de su segunda novela, Oficio de tinieblas (1962). Y no es que Castellanos se prodigase, como en el periodismo o en la poesía, en el relatar; solo contamos con dos títulos grandes Balún Canán (1957) —editado en España por Cátedra con un magnífico prólogo de mi querida Dora Sales— y Oficio de tinieblas —póstumamente, debo sumarles Rito de iniciación (1997), escrito en 1964 pero desechado como fallido por ella misma—, más sus tres colecciones de cuentos: Ciudad Real (1960), Los convidados de agosto (1964) y Álbum de familia (1971). En cuanto a su primera novela, Balún Canán, trata del tanteante descubrir de una niña, estremecida por la muerte de su hermanito, del conflicto entre los criollos y los tzeltales, agudizado por la reforma agraria del presidente Cárdenas; una situación vivida por la escritora y similar, si reparamos en el desamparo afectivo de los protagonistas, a Los ríos profundos (1958), de José María Arguedas; aunque el relatar poético de la comiteca nos la diferencia sobradamente de esta última gran novela peruana. Oficio de tinieblas es costal aparte; inspirado en la rebelión chamula de 1867, pero solo inspirado porque Rosario Castellanos amoldó aquellos hechos a la misma época de Balún Canán, para servirse de su bien conocida pujanza del enfrentamiento entre grandes finqueros y desposeídos indios como la aparente trama de la narración, cuando es solo el cúmulo de acciones en cuyo envés transcurre la verdadera y sinuosa urdimbre de esta novela: la cadena de cerriles envidias entre sus mujeres; sean causadas por la amarga esterilidad o sean por la posesión del macho. Al punto que ese discurrir, disimulado hasta la mendacidad, de rencores y míseras ambiciones se torna, inopinadamente, en el detonante de la sangrienta sublevación indígena, tras un sacrificio iniciático y envalentonador —tomado de aquella antigua insurrección en la meseta chiapaneca— que todavía me asalta, de cuando en cuando, con toda su espantosa crueldad.
En suma; un constatar cómo la mujer mejicana se veía condenada a conjurar mucilaginosamente y en lo más oscuro para obtener sus aspiraciones, y tanto daba que fuera una india como Catalina Díaz Puiljá, la proclamada sacerdotisa por sus desvaríos furiosos, o unas blancas como la adúltera jaquetona Julia Acevedo o la alcahueta con pretensiones señoritiles Mercedes Solorzano; todas, duchas en lo torcido, porque no se les permitía mejor proceder. Así, con Oficio de tinieblas, Rosario Castellanos emerge como una soberbia maestra, pues su disección de estas almas extraviadas en mezquindades ofrece, ante todo, una lección para novelistas sobre cómo desde la minucia ocasional, entrevista apenas bajo la altisonante y varonil pugna por la tierra, traba un relato conmocionador. Un relato, por demás, desbordador de cualquier epíteto, como pudieran ser los de indigenista o feminista, por su radical e inclemente muestra de la desdicha humana. Eso sí; tan a la chita callando, que no consigue sino paralizarnos de estupor y que no admite otro adjetivo que admirable.
Lecciones de una mujer fue publicado originalmente en El imparcial el domingo 25 de mayo 2025. Agradecemos al autor su gentileza para permitir reproducirlo en Ágora.
Gastón Segura Valero es escritor y articulista en varios medios. Ha publicado recientemente una exitosa novela, Saga nostra, editada por Drácena.
Nació en Villena (Alicante), en 1961. Se licenció en Filosofía por la
Universidad de Valencia. En febrero de 1990 se instaló en
Madrid con el propósito de ser escritor. También ha publicado, entre otros
libros, el ensayo Gaudí o el clamor de la piedra, 2011; y las novelas Stopper, 2008; Las cuentas pendientes, 2015; Un crimen de Estado, 2017; Las calicatas por la Santa Librada, 2018; Los invertebrados, 2021; además de la compilación del blog Los cuadernos de un amante ocioso, 2013.
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