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jueves, 22 de mayo de 2025

"Mis fantasmas", de Juan Pablo Zapater. Por Fulgencio Martínez. Estudios de poesía española IV. Revista Ágora. N. 33. Nueva Col. Verano 2025

 


 

 

MIS FANTASMAS, DE JUAN PABLO ZAPATER

 

 

Juan Pablo Zapater (Valencia, 1958) pertenece por derecho propio a una generación de autores que desde el balcón al Mediterráneo han escrito una poesía personal en constante proceso de cambio. Citemos, como ejemplo, a Vicente Gallego, Juan Luis Bedins, José Luis Martínez, Susana Benet, poetas nacidos entre mediados de los 50 y primeros años de los 60, como el más joven de ellos, Vicente Gallego (1963). Herederos de la gran referencia, Francisco Brines (1932-2021), pero también de una voz magistral como César Simón (1932-1997), cuya poética luminosa y elegíaca continúa la de Brines y llega a la gran generación de poetas valencianos a la que me he referido. 

 

                                                                               Juan Pablo Zapater. Fuente: Babelio
 

La obra poética hasta hoy de Juan Pablo Zapater ha tenido una pausada decantación, hasta este libro que quiero comentar, Mis fantasmas, publicado por Visor en 2019, y que fue Premio Ciudad de Burgos.

La coleccionista (editado también por Visor a finales de los 80 del pasado siglo), y La velocidad del sueño (2012), libro que tuve la ocasión de comentar en su día[1], completan con Mis fantasmas el exigente camino de publicación de este poeta valenciano, quien, como otros de su generación, ha sido injustamente situado en un segundo plano por la ola mansa de aquellos que se engancharon a la “poesía de la experiencia” y coparon libro a libro, durante más de dos décadas, todos los premios y galardones.

 

Mis fantasmas contiene tres tiempos o partes: sucesivamente, “Apariciones”, “Presencias” y “Visiones”. Es de destacar la conciencia que el autor tiene sobre el libro, no solo su estructura formal, que es una labor de artesano que elabora cada detalle y da el visto bueno a la obra final, cuando la estima perfecta o acabada, al menos. Esa conciencia se refleja ya en un paratexto, breve, que se antepone al contenido de las tres partes, y que funciona a modo de contrapunto al título, Mis fantasmas, y de algún modo prepara al lector a leer los poemas del derecho y al sesgo, como pedía Antonio Machado, es decir, en un sentido recto pero también con una pizca de ironía: en cualquier caso, el diálogo con el título (este, epítome del texto poético que vamos a leer) y el contrapaso que sugiere ese breve paratexto cuasi-prólogo es como la doble luz machadiana o doble llave que enriquece un buen poema.[2]


“Mis fantasmas no dan pavor alguno, nací y amé por ellos, y son parte del vuelo y las cadenas de mi vida”

 

Llama la atención también el parecido casi sinonímico de los títulos de las tres partes del poemario: Apariciones, Presencias y Visiones, en una sincronía sugerente con el título “fantasmal”. Fantasmas que son, en definitiva, huellas de la vida personal, o más corpóreas, “presencias” que aún viven y bullen en el alma, o temores y visiones anticipatorias de la muerte. La vida, y en concreto, la reflexión sobre el desengaño y la derrota, asumidas sin ningún tipo de conmiseración propia, o de autovictimismo, y una cierta elegancia y melancolía al recordar la juventud perdida, se dan cita en la primera parte del libro. La segunda presenta una predominante indagación sobre el amor, desde poemas de una intensa entrega y complicidad eróticas hasta otros llenos de ironía, disolventes. Visiones, la tercera parte, es una meditación sobre la muerte. Así pues, estaríamos tentados de relacionar la estructura del poemario con aquellos geniales versos de Miguel Hernández: “Con tres heridas viene: / la de la vida, / la de amor, / la de la muerte.”. En cualquier caso, ilumina esa cita, de forma sinóptica, la composición tripartita del libro de Juan Pablo Zapater Mis fantasmas. Y aún más, el tono de fondo del libro: un tono de animal herido, de dolor del alma, del cual el poeta es consciente, y que la voz poemática envuelve con sabio oficio en otros tonos y músicas, para no caer en el autovictimismo y la autocompasión, tan nefastas para la verdadera poesía (tanto o más que la lengua vacía o el susurro de las olas mansas).

 

Este lector encuentra la primera parte del libro Mis fantasmas la más lograda, en cuanto al equilibrio entre la melancolía y el desencanto, entre la expresión del dolor (¿qué poeta de verdad no expresa ese dolor?) y el misterio o la duda que todo poema añade, dejando abierto un camino a la gracia o a lo que no alcanza a saber ni el propio poeta. Me gustan, personalmente, los poemas más breves, menos discursivos. (Discursivos no es lo mismo que narrativos). Los más breves se sitúan en lugares clave del poemario, al principio del mismo, como el poema “Feroz”, que recordaré a continuación; o al final, “Tres lunas para un espejo”, con el que cerraré el comentario.

                

                              FEROZ

         

Inesperadadamente

          la juventud tomó cualquier camino

          y se extravió de mí.

 

          No confío en su vuelta,  

          tengo buenas razones

          para creer que el tiempo, lobo infame,

          la devoró en el bosque del espejo.

 

    El poema central en esta parte, y uno de los mejores del libro, se titula “Relato fantasma”, encabezado por esta cita de Gabriel García Márquez (como todas las citas del libro, precisas, muy pertinentes a los poemas y al asunto que introducen): “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”. Escribir, en efecto, es vivir, más que revivir o recordar pues lo recordado ya no existe y sin embargo la escritura crea algo nuevo, y hace posible vivir una floración de instantes-sensaciones:

         

                    La habitación que un día

                    dejé para mudarme a la casa del mundo

                    aún guarda en sus armarios

                    el fantasma de un niño que parece

                    conocer mis más íntimos secretos.

 

                    Con él converso a solas,

                    me cuenta esas historias que yo tengo

                    a menudo olvidadas (…)

 

                    (…) Ese niño fantasma

                    tiene tanta memoria que recuerda

                    una luz especial sobre mi rostro,

                    con sus dedos delgados me señala

                    las fotos recogidas en un álbum (…)

 

                    (…) Ahora nada es igual, aquellos días

                    son las páginas sueltas de un relato

                    que el pasado escribió y escucho a veces

                    en la voz de ese párvulo fantasma (…)

 

                                        (…) las fotos

                    me observan silenciosas sin decirme

                    de quién fueron las manos que dejaron

                    inmóvil de un disparo tanta vida.

                   

                                                 (Relato fantasma, fragmentos)

                   

Hay un grupo de poemas de excelente factura que contienen una alegoría (“El sauce” [3] , “Bendito”), o bien la estampa casi reconocible, viva, de unos personajes (un viejo, su perro) que simbolizan la desnudez y la vida auténtica, como en el poema “Náufragos”.

Son estos poemas propositivos, donde se canta la bondad del mundo, la inocencia, a contrapelo de cualquier posible y esperada melancolía, a pesar del dolor por el paso del tiempo; poemas que, si por un lado se elevan en un primer plano textual sobre la falta de encantamiento ante las cosas que conlleva casi en todos nosotros la madurez, por otro (en el fondo, o en un segundo plano), ponen de manifiesto esa misma falta de encanto (tanto en el mundo como en quien lo contempla). Ambigüedad querida conscientemente por el poeta, para expresar, creemos, la temática compleja de que trata el libro, que en resumen sería un canto a la inocencia (recordando el título de William Blake).

 

La tarde, la noche, y sobre todo la luna, serán los símbolos predilectos para el poeta; para expresar, quizá, esa visión crepuscular que asume el libro Mis fantasmas.

La luna tendrá dominio pleno en las otras partes del libro, sobre todo en la última, Visiones.

 

Pero antes de pasar a esa parte última fantasmagórica, hay otras “presencias” que tienen en apariencia más carne y apego: las presencias del cuerpo amado, de la “carne extraña” a la que el yo se unió. Una cita espléndida de Baudelaire indica este otro segundo sendero del libro:

          “Esa necesidad del olvidar su yo en la carne extraña, es lo que el hombre llama noblemente necesidad de amar”.

      Como siempre, el diálogo, el contrapaso, lo da otra cita que precede a la anterior. Esta del poeta inglés romántico Shelley:

          "¿Qué es el amor?

          ¿Preguntáis al que vive qué es la vida?

          ¿Preguntáis al que reza quién es Dios?"

 

nos indica que la indagación sobre el amor no se detiene, y salta incluso sobre el propio tono del poeta expresado en la cita de Baudelaire, más próxima a nuestra sensibilidad desencantada moderna (amor como olvido del yo en los encuentros amorosos) pero no más verdadera, menos poética a lo último que la del poeta romántico. (Debemos hoy revisar toda la gran poesía del siglo XIX, desde Hölderlin, Leopardi hasta los poetas románticos ingleses, para encontrar nuevas fuentes de modernidad y una vía alternativa a nuestra sensibilidad desencantada, y, desde luego, para volver a plantear el canon de la gran poesía moderna).

 

          “Presencias” se abre también con un poema breve: “El azar”. En estos poemas breves el autor sugiere con solo unos cuantos versos el nexo entre dos temas: en este poema concreto, entre el amor y el azar. Al fondo, se enlazan subliminalmente otros sentimientos encontrados, quizá de compenetración y de destrucción.

 

          El alma del café

          deja una letra escrita

          al fondo de su taza.

 

          Esa simple inicial 

          desata un viejo lazo

          que mantiene olvidado el contenido

          de la cajita azul de la memoria.

 

          El amor es a veces

          una ruleta rusa,

          el tambor de un revólver que da vueltas

          con una sola bala.

 

                                       (“El azar”).

 

Mencionamos solo algunos poemas: “Otra cita con ella”, que lleva una cita de Baudelaire (“La poesía es lo que pasa cuando nada pasa”) y donde se alude ambiguamente a la inspiración y al amor: a la poesía y a la mujer amada que llegan a uno cuando quieren ellas llegar, y que, sobre todo, se hacen sentir cuando ya han pasado.

          “Sabré por fin que es ella

          cuando se haya marchado y en la página quede

          la marca de sus labios a los pies del poema”.

                                                

 (Estrofa final de “Otra cita con ella”)

 

 

Otros poemas: “Vidas paralelas”, “Dos mujeres”, “Puñal de la belleza”: La mujer es siempre aludida en estos extraordinarios poemas con la complejidad que tiene la luna en sus diversos semblantes. Así pues, ya el símbolo de la luna, aunque no esté explícito, está sugerido en estos poemas y dominará desde ahí todo el libro, incluso en retrospectiva.

“Gatos nocturnos”, un poema alegórico, quizá el mejor de esta segunda parte dedicada al amor y a celebrar las andanzas de la luna y a dejar constancia de la perplejidad del observador (el yo poemático):

          Dos gatos merodean silenciosos

          por las pardas cornisas de la noche,

          hambrientos de otras vidas van buscando

          algún resto escondido en las ventanas (…)

 

          (…) La ciudad es un horno crematorio

          donde humean los últimos rescoldos

          del cadáver de julio, (…)

 

          (…) En la cama hay un bulto desmayado

          cubierto por la sábana que abraza

          su curvado contorno (…)

 

          (…) Los gatos siguen solos, su saliva

          resbala todavía en la memoria,

          los mantiene despiertos por si acaso

          el olvido rebaña en sus tazones

          ese azúcar salvaje que han probado, (…)

 

          Esos gatos nocturnos que se fijan

          en el plato vacío de la luna,

          esos gatos siameses… son mis ojos,

          que han dejado arañazos en la almohada

          cansados de maullar frente a la puerta

          cerrada a cal y canto de tus sueños.

 

                              (Gatos nocturnos, fragmentos)

 

 

“Visiones”, como ya hemos anticipado, contiene una meditación sobre la muerte. Las citas, la de Antonio Machado, que recuerda la famosa sentencia epicúrea como antídoto contra el miedo a la muerte (“mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos) y la del escritor alemán Günter Grass, aluden en realidad a un tono que no será el de los poemas (alusión irónica contenida en las citas, que sirve para dar una doble luz a los versos).

De nuevo, esta tercera parte presenta un poema breve: “Descontando pájaros”, un poema escrito para una “Tarde de cumpleaños” y que termina con estos dos versos tan hermosos:

          “Cada día que vuela

          es un pájaro menos”.

 

Lo alegórico nuevamente está en este poema (Pájaros/ años) como en otros muchos textos del libro. Pero quizá donde, en mi opinión, se alcanza una mayor “objetividad” poética y belleza sea en el poema titulado “Lluvia de agosto”, que no puedo dejar de recordar aquí, en toda su extensión:

 

“Lluvia de agosto”

 

Con aires de visita inesperada

sorprende torrencial a los bañistas

esta lluvia de agosto.

 

Nadie hay preparado, se convierten

en paraguas gigantes las sombrillas

y en torpes chubasqueros las toallas

para huir de este invierno extemporáneo.

 

Una niña solloza

porque ha dejado atrás aquel castillo

de arena humedecida, sus abuelos

intentan consolarla mientras corren

sujetando a las nucas empapadas

los sombreros de paja, con las manos

goteantes y azules.

 

Mis ojos, a resguardo, toman nota

del ritmo tornadizo de la vida

que tan pronto reparte bendiciones

de un sol resplandeciente, como envuelve

con cortinas heladas la mañana.

 

La lluvia baila al son roto del viento

y el trueno pone música inquietante

a su danza rabiosa y repentina.

 

Nada hay más vacío que una playa

con hamacas mojadas y cubierta

por los cientos de huellas que han huido

de su gris cementerio de verano.

 

 

    Por último, el libro se cierra con una especie de oración a la luna, símbolo central, símbolo que abarca la vida y la mujer, la duda pero también la certeza. “Tres lunas para un espejo”.

 

                    Tres lunas se reflejan en mi espejo.

 

                    La primera que veo, la más blanca,

                    es la vida (…)

 

                    La segunda es de un rojo permanente (…)

                    como el amor da vueltas a mi vida.

 

                    La última es también la más lejana,

                    luna negra espectral, luna de muerte (…)

 

                    ¿Quién sabe si tras ella habrá otras lunas?

 

    Este poema (citado fragmentariamente ahí) es también un epítome o medalla del libro de poemas en que se incluye, tanto de sus partes como de su título, en correspondencia con las tres lunas mencionadas. Se advierte, así, la conciencia del poeta, el control sobre su decir y sobre la forma de presentarlo en un discurso poético cohesionado, fluido a la vez que autoconsciente.

 

 

Fulgencio Martínez

 



[1] https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2013/03/la-velocidad-del-sueno-libro-de-poesia.html

(23-3-2013, publicado en Blog de revista Ágora-Papeles de Arte Gramático)


[2] Textualmente, dice A. Machado:

“Da doble luz a tu verso,
para leído de frente
y al sesgo”.

Nuevas canciones (Proverbios y cantares)

 

[3] Uno de mis poemas favoritos del libro, con estos versos finales tan logrados:

                              (…) “pero sigo

               aferrado a la vida porque siento

               los trinos rodear mis ramas solas,

               jazmines florecer en torno mío.”

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