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Javier Marías en estado puro. Uno de los pocos valientes.
Lerdos, y gracias
"Todo empresario desalmado siente nostalgia de los días en que los empleados carecían de derechos y de protección, cuando podían contratar y despedir sin aviso ni indemnización alguna".
Aunque los desapruebe, uno a veces comprende los procederes
canallescos de políticos y empresarios. Entiende que quieran hacer lo
que les venga en gana, que barran siempre para casa, que los unos
aspiren a disfrutar de un poder cada vez más absoluto y amedrentador y
los otros a mejorar hasta el infinito sus márgenes de beneficio a costa
de la explotación de sus trabajadores y de encarecer sus productos. Uno
se explica, hasta cierto punto, que todos añoren los tiempos de los
señores feudales y ansíen retroceder lo más posible hasta ellos; al fin y
al cabo, les resulta lo más cómodo y ventajoso. Todo partido político
mira con envidia las épocas totalitarias (o los regímenes, que perduran
en demasiados lugares), y su sueño sería, en el fondo, obtener en las
elecciones lo que una vez se llamó “mayorías a la búlgara”, es decir, un
porcentaje de votos del 98% o así. Y todo empresario desalmado siente
nostalgia de los días en que los empleados carecían de derechos y de
protección, cuando podían contratar y despedir sin aviso ni
indemnización alguna, cuando nada era “improcedente” en su ámbito y
decidían a diario, caprichosamente, qué jornaleros trabajaban y cuáles
no, tanto en las faenas del campo como en numerosas fábricas. Echan de
menos ser temidos y también ser vistos como “dispensadores de favores”,
como individuos magnánimos que podían espetarle a un desesperado: “Mira,
te voy a hacer el inmenso favor de permitirte trabajar hoy para mí.
Como el favor es inmenso, habrás de agradecerme que te pague una miseria
y que disponga de todo tu tiempo a mi voluntad. No te quejarás de nada,
faltaría más, ni pretenderás conseguir más de mí, ni por tu eficacia ni
por tu antigüedad. Ten en cuenta que si te retiro el favor, tú y los
tuyos no tendríais ni qué comer”. Expresado así, este discursillo suena a
siglo XIX si no a medieval, pero si suavizan un poco los términos y se
paran a pensar, verán que de hecho es a lo que se intenta volver, en gran parte del globo y desde luego en nuestro país.
Y ya digo, uno lo entiende, que estas condiciones las quieran
recuperar los políticos y empresarios sin escrúpulos. Lo que ya le
cuesta más concebir es que, tras un larguísimo periodo en el que las
relaciones laborales no han sido así, en el que la gente ha aprendido a
luchar por sus derechos y a trabajar con dignidad, esos individuos sean
tan tarados (lo utilizo como se hace en el lenguaje coloquial) que ni
siquiera sepan disimular y llevar a cabo su retroceso con discreción.
Creo que todos nos condenamos y perdemos mucho más por lo que decimos
que por lo que hacemos, y que se tolera mejor el doblegamiento y la
explotación que la chulería y el recochineo. Son estos últimos los que a
veces llevan a la gente a saltar, a agarrar una tea e incendiar unas
oficinas o un banco, o a agredir al cretino de turno que ofende además
de pisotear. La CEOE –los empresarios españoles– parece estar en manos
de completos idiotas desde hace mucho, ellos sabrán por qué los eligen, o
quizá es que en sus filas no hay más. Fue Presidente suyo Díaz-Ferrán,
que no se abstuvo de soltar vilezas antes de parar en la cárcel acusado
de delitos de gravedad. Ahora la preside Juan Rosell, que recientemente
ha hablado de los “privilegios” de los contratos indefinidos (se refería
a derechos, pero para él es “privilegio” cuanto no sea sometimiento e
indefensión del trabajador) y ha propuesto retirárselos para
incrementárselos a los contratos temporales, como si eso fuera a ser
verdad. Es tan falso como que la reducción de salarios redunde en mayor
empleo: redunda tan sólo en el dinero que los empresarios se ahorran y
guardan, y eso lo saben hasta las cabras, aunque no el FMI ni el
comisario europeo Olli Rehn.
Rosell ha destacado que los temporales son el 90% de los contratos
que se hacen, y ha añadido como un ceporro: “y gracias”. Esa chulería y
ese recochineo encorajinan a la gente infinitamente más que las propias
condiciones abusivas de la “reforma laboral” de este Gobierno. Como, más
que ver emigrar a los vástagos porque no encuentran empleo aquí, a los
padres los enfurece que Esperanza Aguirre afirmara: “Los jóvenes se van
por espíritu aventurero”, o que Fátima Báñez, precisamente Ministra de
Empleo, redujera el forzoso éxodo a mera “movilidad exterior”. O que el
de Educación, Wert, sostuviera que si los chicos no estudian, no es por
las caras tasas que ha impuesto, sino porque muchas familias “no quieren
dedicar dinero a la educación de sus hijos”; cuando es sabido que es lo
primero que los padres procuran desde tiempo inmemorial. Aún más que
ver a sus niños malnutridos, a la gente le indigna que los tertulianos
afines al PP critiquen que en Andalucía se les diera una modesta
merienda a esos críos y la califiquen de abuso al contribuyente y
clamen: “Ya, y qué más. Que les regalen también una bici, si te parece”.
He hablado otras veces de la conveniencia de la hipocresía. Cuando
los empresarios y políticos son tan zotes que prescinden de ella y se
dedican a chulearse, están tensando demasiado la cuerda, y ninguno
queremos ver agresiones ni teas. Lo sabe cualquiera que haya leído dos
libros de historia. Ya se ve que estos sujetos ni siquiera han leído uno
en su vida. ¿Qué hacen ahí, tamaños lerdos?
Javier Marías
elpaissemanal@elpais.es
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