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lunes, 9 de junio de 2025

ERNESTO CARDENAL. "POESÍA COMPLETA". Por José María Piñeiro. Avance de Ágora N. 33. Nueva Col. Verano 2025 / Ensayo literario

 

                                                               El poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal. Fuente: Revista Carátula

 

ERNESTO CARDENAL. POESÍA COMPLETA

 

 

por José María Piñeiro

 

 

 “Cardenal es un cantor que al cantar relata. Su poesía, que aprovecha los registros previos 

de un Pound y la inspiración oceánica de un Neruda, no se detiene en la producción metafórica.”

 

 

Me costaría mucho iniciar este comentario sobre la publicación reciente de la obra poética completa de Ernesto Cardenal sin la exposición mínima de una alusión personal.

En el año 81 yo soñaba con ser poeta y místico, con ser hermano del universo y serlo desde las potencialidades del verbo literario al amparo más o menos remoto de la divinidad… Estando, entonces, en contra de todo, de la moda, de la sociedad, de la tele, del mundo, de la propia familia, ingresé como postulante en el convento franciscano de Santa Ana del Monte, en Jumilla (Murcia). En realidad, no tenía la vocación habitual del religioso, pero no se me ocurrió otro lugar en el que practicar la fraternidad  sin tener que desprenderme del placer de la lectura poética.

          Suponía, más o menos confusamente, que en un convento la contemplación, la lectura y quizás, la escritura, podrían ser aceptadas como probables actividades conjuntas. Fue, precisamente en aquellos días, ya no recuerdo cómo ni a través de quién, que conocí la obra y la figura de Ernesto Cardenal. Dar con este poeta en aquel momento, precisamente, me llenó de esperanza y de entusiasmo: había alguien, permítaseme la hipérbole, “parecido” a mí. Cardenal era aquel raro personaje que combinaba en su persona el ser religioso con la práctica de lo seglar, la ideología comunista con el apoyo de fondo de una teoría sacral: la teología. Los ideales de justicia y de fraternidad universal se veían estimulados, yo lo veía así, al contar con la acción comprometida, la obra literaria y el testimonio de un hombre como Cardenal.

Y aunque, más adelante, los franciscanos me sugirieron que mi camino no se encontraba allí, entre los muros del convento, y yo abandonase, en consecuencia,  aquella comunidad con viaje de regreso algo estupefacto a la vida normal, la imagen de Cardenal sí me acompañó en mis imaginaciones de plenitudes y luchas espirituales, convirtiéndose en referente de mis sueños más especiosos de juventud. 

 

 

 


 

La aparición de esta edición de su obra poética completa, ha sido como esa piedra que se hunde en el estanque de la memoria y produce una sucesión de ondas concéntricas. Al adquirir el libro y comenzar a leerlo, no es que haya viajado en el tiempo, meramente, sino que he visto confirmado un universo poético y el testimonio de una experiencia que se me antojaba visionaria. Su poesía está ahí, inalterable, vinculada a una época fascinante, repleta de acontecimientos sociales, políticos y culturales, regresando evocativamente con toda la potencia reveladora que siempre lleva en sí la destreza poética y vital de quien se ha atrevido a vivir mundos disparejos.  

 

 

                                                                Ezra Pound
 

Cardenal es un cantor que al cantar relata. Su poesía, que aprovecha los registros previos de un Pound y la inspiración oceánica de un Neruda, no se detiene en la producción metafórica. Ese no es su objetivo. Haberlo hecho implicaría que lo estético hubiese primado sobre las preocupaciones sociales de su poesía. Cardenal tiene todo el siglo XX comprendido en sus visores para contarnos, de ese modo panorámico, qué es lo que ha sucedido en el mundo. Su odre perceptivo está lleno de alusiones y citas, de relaciones francas con el hecho. Es tal la urdimbre de la que dispone Cardenal que la imagen poética se desprende por sí sola de tal cantidad alusiva. En este sentido, Cardenal cumple con las filosofías marxistas al registrar desde la empresa poética de la imagen el hecho histórico directo, tal y como un Walter Benjamin hacía del mismo modo con motivos tales como los pasajes comerciales, los dioramas o los entramados urbanos parisinos. No era necesario localizar el desciframiento de la historia en el análisis socio-económico de los distintos sucesos sino pormenorizarlo, localizarlo en referentes concretos y reales.   

 

                                                                     Walter Benjamin
 

Las comparaciones resultan incómodas, según reza el dicho, mas no por ello dejan de ser ilustrativas según los casos. Si comparamos a Neruda con Cardenal, podemos captar las especificidades narrativo-poéticas del autor nicaragüense, a pesar de que ambos poetas, puedan ser conceptuados como los poetas modernos de la épica hispanoamericana.

Ante la torrencialidad de Neruda, se destaca la multilinealidad de Cardenal. Este no busca, como hemos dicho, la excelencia metafórica como prioridad de su canto extensivo. Lo que Cardenal hace es algo semejante a lo que Susan Buk explica sobre la forma de interpretar la realidad del filósofo judío Walter Benjamin: considerar la sucesión de hechos perceptibles y motivos reales como el proceso histórico mismo, como la objetivación, a través de imágenes, del despliegue de la historia. La realidad es ya en sí un magma de posibilidades. El verbo poético de Cardenal no especula ni inventa: ante el material que lo real le ofrece y es, lleva a cabo una lectura de la consecución de hechos que lo constituyen, haciendo emerger con ese golpe de transparencia lo que en la superficie agitada de la vida se encuentra.

No sólo el novelista sino también el poeta pueden modificar el talante de lo dicho según la perspectiva a través de la cual activen su ficción, en este caso no tanto de acciones como de imágenes. Resulta curioso de lo que nos habla Cardenal en Getsemaní Ky, teniendo en cuenta que fue el poemario escrito estando interno por primera vez en un monasterio cartujo. En vez de contarnos los esfuerzos penitenciales de la vida en comunidad o informarnos sobre los trasiegos de su pensamiento en busca de la divinidad, Cardenal nos habla de las inmediaciones del monasterio, de lo que puede avistarse desde las celdas, del tipo de paisaje que se extiende alrededor, de la presencia de semáforos y de luces encendidas de lejanas marquesinas al atardecer, de los coches lejanos que pasan con chicas y música. No nos habla de las incidencias de una vida interior, no se detiene en especificarnos primores místicos, sino que se interesa por los objetos y espacios con los que convive. Objetos y motivos profanos que al ser citados en el poema adquieren un grado curioso de contraste y de curiosidad informativa. Aquí Cardenal es más un poeta que un mero religioso pues ese amor a los crepúsculos, a las luces remotas, al paso de algún desconocido por las proximidades, se convierten en motivos tan puramente azarosos  como en material significativo de quien observa el exterior desde un recinto hermético.

 

 

La integridad ética e ideológica obligó a Cardenal a mantener un complicado equilibrio entre la aventura política y los desasosiegos místicos. Cardenal fue, de este modo, contundentemente consecuente tanto en términos literarios como en relaciones  vitales y la cadena de sus poemarios atiende y refleja con tensa literalidad la realidad que en el momento le asaltaba. Si en Salmos, réplica moderna de los salmos bíblicos, el poeta, entre la angustia y la esperanza alza la voz a favor de los más dañados y olvidados - Somos los desplazados, somos los refugiados que no tienen papeles-, (qué insólitamente actual suenan estos versos), en trabajos posteriores como Oración por Marilyn y otros poemas, se inmiscuye en las rutinas y miserias de la vida cotidiana del norteamericano medio y sus realidades inmediatas. 

La mirada de Cardenal abarca todo lo que le rodea, pero cuando se fija en los espacios urbanos de las grandes ciudades el carácter épico se vela por la enumeración de peculiaridades, es un material que no se presta a la evocación mística sino a la catalogación de ambientes decadentes o caóticos de la modernidad seglar.

Si en Neruda el poder de alusión metafórico crea una masa orgánica de elementos en agitada ebullición, en Cardenal la sencillez de lo contado sigue la flecha de los hechos y en consecuencia, su frondosidad depende de la constancia de su mirada. La totalidad que Neruda recoge crea una densa red de asociaciones dentro del reino fulgurante de la imagen. La totalidad que Cardenal refleja es una consecución  de la vida misma. La realidad humana emerge de su fenómeno y necesita de un médium que articule sus variedades más procelosas. Se me dirá que el compromiso ideológico de Cardenal determina el material poético elegido y cómo es contado, pero es que, teniendo en cuenta la plasticidad suprema que ya otorga el don de la poesía, podríamos decir que tal determinación no malogra tal producto.

En Cardenal no es la lucubración lingüística o la experimentación metafórica lo que articula la dirección de su capacidad poética sino el alcance, tan llano como proverbial, de la mirada. Cardenal refleja en sus poemas lo que ve, y lo que percibe es exactamente lo que ve, porque el orden de los sucesos no se produce en márgenes fugitivos sino que se ofrece en la revelación de la evidencia que esa mirada capta y comprende.

Todo detalle es válido para ser dicho en el poema, no hay nada prosaico, o si lo hay es necesario que se integre en el flujo de los versos que refleja en sí la multidireccionalidad de la realidad y sus prioridades sociales.  El carácter político de los poemas de Cardenal se manifiesta de este modo: no es tanto lo que los poemas acusan o contra lo que protestan sino la cantidad y tipo de material del que forma parte ese proyecto de la liberación del mundo lo que signa el material, objeto del poeta. La inclusión de todo escenario como elemento de interés en el poema de Cardenal se justifica por este grado de acaparamiento ideológico pero también cósmico, pues los más mínimos detalles de los azares mundanos competen a la justicia divina. Y Cardenal sabe ser oportunamente equilibrado ante la multiplicidad de objetos y temáticas que vienen a instalarse en sus poemas como un todo polícromo. Como, por ejemplo, cuando, hablando de probables vidas extraterrestres, relativiza competencias cognoscitivas, contextualizando puntualmente la figura del Hijo de Dios: Jesús no supo de estrellas, / sólo de lirios del campo / y supo poco de evolución. O bien, cuando en el espléndido homenaje a su maestro espiritual, Coplas a la muerte de Merton, utilizando como referente estilístico la famosa pieza de Manrique, lanza al aire con cierta retranca una provocación hermenéutica: ¿Son los evangelios ciencia-ficción?

La peculiaridad de Cardenal es su asunción de una interpretación marxista de la vida, sin desembarazarse de la empresa universalista y humanista del pensamiento cristiano. Al contrario: observa a este como elemento de convergencia del proyecto político. Casi podríamos decir que Cardenal asume dos utopías en una: la comunista, a través de la teología de la liberación y la cristiana a través de la fe católica. La poesía sería, en su caso, el modo personal y universal de liberar la fusión de ideales y mundos que ambas posiciones implican, la forma más perfecta y harmoniosa de acceder al corazón de la historia y de la esperanza, la mayor de las resoluciones dialécticas.

Cabría decir que para su ética, ser ministro del Señor y serlo del ministerio de cultura en su país, casi vendría a ser lo mismo. Implicaba un tipo semejante de responsabilidad: una responsabilidad ante los otros, ante los compatriotas o los hermanos en la fe.

De un modo simple pero no exento de lógica, alguien se podría plantear ¿cómo se “come” el ser comunista y sacerdote católico, a un tiempo? Su propia vida y las circunstancias que vivió durante su adscripción a la revolución sandinista, explicarían el aparente mejunje, difícil de digerir en ámbitos europeos, pero su poesía es una ilustración inmediata de sus devenires personales, de las tesituras vitales por las que atravesó. Ante el compromiso político la poesía es un medio de protesta como lo es de expresión de la comunidad universal cristiana.

 

Las fuentes de la poesía del poeta nicaragüense

 

 

 

                                                                                Pablo Neruda
 

 

Volviendo a las fuentes inspiratorias de su poesía: Neruda ofrece a Cardenal la base sustanciosa de una poesía que se atreve a convertirse en una épica del territorio hispanoamericano en búsqueda de su revolucionaria autodefinición. Pound, presta a Cardenal, por otro lado, el modo en que adaptar la escritura como filtro del caos aparente del mundo y de la historia. Neruda presta a Cardenal el verbo, Pound la elección y administración de motivos. La musa basal en Cardenal es nerudiana. Pound le obliga a una omnisciencia desdeñosa de la multiplicidad que, sin embargo, es acogida en el seno del poema, convertido en himno de la historia caótica.

Ya hemos dicho que Cardenal es metafóricamente menos puro que Neruda. Y es que según su ideario político, la percepción del devenir histórico no puede sino registrar a este como devenir caótico. En la poesía de Cardenal nos encontramos con una convivencia de consignas publicitarias y alusiones culturalistas, menciones a religiones históricas junto a expresiones de espiritualidades arcaicas y arcanas, referencias a la Coca-Cola o la televisión y citas de frases de santos, fragmentos de literaturas y evocaciones de dioses extraterrestres….

El pandemónium que es la masa ingente y fenoménica de lo real, la persistencia de espiritualidades modernas junto a otras milenarias, el espectáculo, en definitiva, de símbolos,  culturas e hibridaciones que es en sí la modernidad, no deja de ser recogido en el poema que Cardenal abre y cierra al azar, como entregándose a tal multiplicidad, aunque identificando siempre un contexto. Para Cardenal, lo caótico no es en sí un objetivo salvo en la evocación de los principios astrales del universo: lo político y lo religioso llenan el espacio humano de significaciones peculiares y de razones.

Cardenal culmina su obra poética con una serie de  poemarios místico-cósmicos: Cántico cósmico, El telescopio en la noche oscura, o Versos del Pluriverso. A lo largo de estos poemarios últimos, Cardenal intenta mantener cierta coherencia narrativa, evitando enfrentamientos demasiado directos con los conceptos y teorías de la ciencia. El mundo terminológico de la física teórica provee a Cardenal de un generoso abanico de motivos intelectivos que utiliza en su evocación de los orígenes tanto físicos como teológicos del origen del universo, logrando articular un sugestivo himno en el que conceptos de vanguardia y especulación mística se sopesan mutuamente en pos del misterio y de la belleza.     

Decía José Ángel Valente que la poesía es una aventura. También lo es la vida. Y yo quisiera creer que el Ernesto Cardenal sacerdote, misionero, político, místico o marxista indica las variantes prácticas del Ernesto Cardenal poeta, las reacciones vitales de quien se implicó de tan poliédrica, coherente y esplendente manera con la vida. 

 

 

 


José María Piñeiro (Orihuela, Alicante, 1963). Ensayista, crítico literario y poeta. Autor de Suma de auras (Frutos del tiempo, Elche, 2023). En 1985 fue uno de los fundadores de la prestigiosa revista Empireuma, junto con Ada Soriano y José Luis Zerón Huguet. Ha publicado también el libro de aforismos y fragmentos de reflexiones estéticas: Ars fragminis (2015, Ed. Celesta). En poesía, ha publicado, entre otros poemarios, Las raíces del velo (2019, Ed. Celesta), Profano demiurgo (2013) y Margen harmónico (2010). Fue Premio Andrés Salom de Ensayo breve en 2011. Colaborador habitual de Ágora con su serie Breviarios.

 

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