ÁGORA. ULTIMOS NUMEROS DISPONIBLES EN DIGITAL

jueves, 19 de junio de 2025

"Hojarasca", de Ginés Aniorte (La Fea Burguesía, 2025). Por José Luis Martínez Valero. ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO N. 33. Nueva Col. Verano 2025 / Bibliotheca Grammatica / Poesía / Novedades




                                                             HOJARASCA

 

 

GINÉS ANIORTE

   HOJARASCA

LA FEA BURGUESÍA

  MURCIA, 2025

 

                             


 

A veces el otoño y sus aires arrastran de aquí para allá esas hojas secas y forma montones que, al pisarlos, parece que quebrásemos sus nervios. Con Hojarasca, obra de Ginés Aniorte, editado por La Fea Burguesía, Murcia, 2025, estamos en presencia de esos restos que el verano, tiempo de plenitud, deja.  En este caso, “hojarasca”, está formada por los versos y poemas que han sido descartados, cuya lectura, años después, produce la extraña sensación de que, quizá su supresión, podría haber sido un error.

Son los textos quienes conforman el libro. Puede que no fue su tiempo o el autor no los estimó como debiera y, ahora, lejos de ese interés, orden, manera que delimitan, encontramos que podrían haber sido publicados. Por tanto, helos aquí, en toda su entidad, como esa hojarasca que, tras ir de aquí para allá, se amontan en algún rincón, como si fuesen ellos mismos y no el capricho del autor quienes los ha reunido.

De los textos aquí reunidos se dice:

“Hojarasca”, como su nombre pretende sugerir, contiene aquellos poemas que, a lo largo de los últimos veinte años, se fueron cayendo de mis libros de poesía anteriores como se caen las hojas de los árboles.

Ginés Aniorte ha decidido poner en orden los inéditos que fueron excluidos, quiere darlos a conocer. Sus lectores podrán recorrer esos ángulos oscuros para entender definitivamente aquellos libros de los que fueron eliminados, razón por la que se convierten en piezas necesarias para completar el mosaico.

Tras el poema “El mar de los fracasos”, que sirve de introducción para unificar, quizá justificar, suceden las cuatro secciones que contiene este texto, la primera: Aquellos, los de entonces, se refiere a la infancia, familia, aficiones y actitudes que, de algún modo, permiten aproximarnos al que fue, y al mismo tiempo reconocer la dependencia, así lo expone en los aforismos que le dan entrada: El sueño del pasado está siempre cumpliéndose. Más: Lo perdido, al cantarlo, es más nuestro que antes.

El primer aforismo es más enigmático, el sueño del pasado, abre el libro, manera de evocar el conjunto de posibilidades o proyectos que somos, afirma que está siempre cumpliéndose, ¿significa que somos lo que hemos querido ser? Imagino que no, se propone afirmar que, de un modo u otro, ese sueño, nunca deja de serlo, por tanto, su presencia es constante, no precisa cumplimiento alguno, se trata de una carencia permanente que nos acompaña.

En cuanto al segundo, podemos considerarlo una paradoja. Perder algo, echarlo de menos es una constante, y es verdad que, al contarlo, puesto que lo hemos salvado del olvido, sin duda se convierte en nuestro. Ginés, rescata para él y para nosotros en esta primera parte las luces y sombras de la infancia, la presencia de la familia, los días señalados, los sucesos que conforman la historia del padre y la madre. Comparte aficiones, miedos, juegos, primeras experiencias. Recuerdos hermosos, sagrados, conforman el relato. Poemas narrativos que encierran la emoción de la infancia. Hay uno que quisiera destacar, lo titula “El mar”, cuenta que su abuela murió sin ver el mar. Elijo estos versos: El mar no aportó nada a la familia; / al fin y al cabo, nadie / fue pescador ni obtuvo / del mar un beneficio. / Tampoco pidió ella jamás que la llevaran, / y ambos pudieron ser el uno sin el otro. / Como yo puedo ser, lector, sin conocerte, / y tú, sin conocerme. / Pero ¿qué habría dicho me abuela al ver el mar? / Y yo, de ti ¿qué habría pensado / si alguna vez te hubiese conocido?

El encuentro con el mar que nunca se produjo, la presencia de su inmensidad, su horizonte celeste, se pone en paralelo con el desconocido lector. Ambos se unen en ese: ¿qué habrían dicho? El misterio que resulta me, parece comparable a la presencia del infinito que estas ausencias sugieren.

 

Del tiempo y sus afanes”, comprende la segunda parte. Reúne experiencias de adulto, que contrastan con la del niño, preceden estas palabras: Sin pasado no hay vida que merezca la pena. (La memoria es el único tesoro. Quien la repudia nada tiene.) Relata episodios conflictivos, desencuentros. Ahora, el tiempo, pasa a ser el protagonista, la conciencia de que su fugacidad, la confusión, el olvido, la pérdida, la ruindad constituyen el espacio donde transcurre, desaparecen la ingenuidad, la inocencia, la eternidad que residen en la niñez.

Esta segunda parte constituye un homenaje a la memoria, quizá debería decir un juicio, ese poner las cosas en su sitio que, por edad, madurez experiencia el poeta se permite. Desahogo: Aguachirle el tiempo es la memoria. Advierte del engaño de los ojos. Hojarasca se convierte en un texto reflexivo, por supuesto no es un ensayo, aunque su intención coincide y sobrepasa el curso sereno. Los títulos exponen con claridad, la vida como dificultad: No me llenes más mi copa; Confusión; Confesión; Buitre; El desvelado; Eterno retorno; De corderos y lobos; Maleza; Moneda; Desconcierto; Preguntas: Fosa séptica; Celos; Pesadilla; Por la herida: Selva; Tiempo de descuento; Conjetura.

Elijo este último: Con mis imperfecciones y tropiezos, / con tus abusos y mis faltas, / con los golpes que doy y he recibido, / escribo yo poemas impecables / como este de ahora donde el metro se atiene/ a aquello que el manual ha decretado / -salvo alguna asonancia distraída, / un tedioso y monótono anacrusis / o el uso eventual de un eneasílabo, / eso sí, con acento siempre en cuarta, / como dicta mi oído de poeta inflexible / que, obstinado, persigue la cadencia / por encima de todo,/ inmolando a su costa, si es preciso, / los hondos pensamientos, la razón, / que en estos tiempos últimos / cotizan a la baja, importan menos…

Asistimos al taller del poeta, donde compone sus versos y expone el rigor formal del que se sirve. No es Ginés un poeta tolerante con las asonancias y otras “libertades”, conoce y razona el porqué. Analiza y contrasta los propósitos del poeta y sus resultados, quizá marcado con un pesimismo que acompaña determinados poemas. ¿Significa que hay un enfrentamiento entre razón y creación o lógica y lírica? El lector es advertido de la alquimia que supone el poema, asunto que le lleva a pensar que no nos vuelve mejores, pese a todo el poeta escribe, se debate entre la abundancia y la escasez. Hay algo que quizá conviene precisar, aunque este debate sea clásico, no por ello deja de ser personal, el autor vive la angustia de su existencia, haber elegido la poesía equivale a pasear sobre el abismo.

 

La sección tercera es un poema, se titula “Ave Fénix”, dedicado a Bilal Bed-Fadil, precede este aforismo: La voz de quien amamos nos dota de sentido. Sin ella sólo somos meros significantes.

La voz humana no es un soliloquio, por el contrario, se dirige a otro, aunque puede que ese, a quien nos dirigimos, sea uno mismo. El poeta, el pintor, el artista necesita un alguien con quien dialogar, ya sea lector o espectador. No es sólo compañía lo que busca. La presencia o la llegada de su interlocutor es la esperanza que alienta al autor. El arte no fue originado para la soledad, el espacio sagrado donde vive el místico, su entrega, trato con lo otro, que sublima y establece un diálogo definitivo, aunque, a veces, este círculo cerrado, se refiera a la ausencia de palabras, la nada, el vacío, pues se alcanza una profundidad donde vocales y consonantes serían un mero ruido, sin sentido. En el tiempo, olvido y recuerdo, somos parte de algo, podemos volver a empezar: A deshora comprendo que la suerte / es una rosa antojadiza / que a veces se abre en pleno invierno, entre la nieve.

Qué tarde he descubierto / que mi sino no es el que creía, / que siempre puede un páramo convertirse en oasis / que existen los milagros, que nunca es tarde.

 

Inventarios”, sección cuarta, cierra este libro. Precede este aforismo: El solo hecho de nombrar nos ennoblece. Con este otro finaliza: Y rendiremos cuentas por lo que dijimos. La tipuana es un árbol que a veces sobrepasa los veinte metros, originaria de América del Sur, tiene una flor amarilla que tapiza el suelo y abre el verano. Al nombrar referimos el objeto, hablamos de su origen, tiempo de floración, deja de ser una cosa para convertirse en sujeto, de tal modo que su nombre en los meses de invierno quizá nos evoque el verde y el amarillo, naturalmente este calor y las tormentas que preceden al principio del verano. ¿Por qué ennoblece? Quizá porque responde a la pregunta, nos convierte en descubridores. En cuanto a las palabras finales, testimonian que el escritor debe dar con la palabra adecuada, no la torpe y tópica, sino aquella que alumbra, claro que esta luz también alude a la verdad de lo dicho, compromiso ético, razón por la que rendiremos cuentas.

Los sustantivos que comprende esta sección cuarta, aparecen todos sin artículo que los concrete, en plural, tal como si quisiera dar cuenta de las diversas experiencias que sus nombres comportan, nombres que podemos comparar a las piezas de un sistema, asteroides dotados de múltiples sentidos así: Fuegos, Sombras, Espejos, Lágrimas, Piedras, Aguas, Vientos, Rosas, Heridas, Sueños, Nubes, Manos, Islas, Palabras, Miradas, Pasos, Luces, Silencios.

Voy a elegir de Piedras su primera estrofa: La piedra irregular que es la vida / y tienes que esculpir para ganarla. / La piedra que es mi pecho si no escribo. / La que sabe que al cabo será polvo/ y sueña con ser polvo enamorado. / La que rompe el cristal y no es culpable. / La piedra en que cincelo mi epitafio / y aquellas que Virginia, melancólica, / con tanta fe pusiera en sus bolsillos.

La piedra aparece en este primer verso como algo irregular que exige años para conseguir que se parezca a aquello que deseamos. El cincel de nuestra voluntad corrige sus irregularidades. La segunda piedra remite a la escritura, llamamos pétreo a una masa que se caracteriza por la dureza, la insensibilidad ante los acontecimientos, de ahí que el escritor se exija el escribir, el dar cuenta de aquello que vive, su toma de posición. Aquí aparece una alusión al soneto de Francisco de Quevedo, “Amor constante más allá de la muerte”: Polvo serán, más polvo enamorado. Recuerda lecturas que constituyen todo proceso de formación. Como resto de la infancia refiere la piedra que rompe el cristal. La tercera, remite al epitafio y a Virginia Woolf y su suicidio…

Ginés Aniorte, propone un texto que reconcilia y enriquece, reúne poemas que parecían olvidados y, con ellos, ha compuesto este libro. Importa poco, si las páginas pertenecen o no a descartes. Este es uno de esos libros que marcan el camino que nos lleva a nosotros mismos, ese desconocido que siempre es compañía.

   

  José Luis Martínez Valero

 

 

José Luis Martínez Valero es catedrático emérito de Literatura. Ha publicado recientemente Antología del 27 en Murcia (ed. La fea Burguesía). Su extensa bibliografía incluye, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia).

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario