ALA DE CISNE
Un nuevo libro de Luis Alberto de Cuenca. ¡Cualquier cosa! El libro se terminó el 23 de abril de 2025, en casa Visor, que es decir en una de las casas madrileñas que tiene la poesía desde hace casi medio siglo. Y casi sin hacer ruido, se ofrece a los lectores esta nueva colección de poemas luisalbertianos, 42, ordenados en 7 estancias de 6 poemas cada una.
Leemos este nuevo libro con la memoria aún reciente de El secreto del mago. Nos resuelta sorprendente el título de esta entrega, Ala de cisne. Como todo lo inspirado por cierta genialidad, es una carta de presentación sencilla, casi cinematográfica, de tarjeta de bailarín: imaginen la escena de un baile de máscaras decimonónico como aquellos de los salones madrileños frecuentados por Larra, o como aquellos otros en Moscú o San Petersburgo deslizándose desde el guante de uno de los admiradores de Ana Karenina. Pero, no, más modestamente, el autor, en la nota que introduce el poemario, nos informa que el título se inspira en uno de los motes asumidos por Hans Christian Andersen, el creador de La Sirenita y, en esta cuestión, más apropiadamente traído, de El Patito feo.
Con sutileza nos muestra ya el poeta las cartas de su original universo, esa ambigüedad tan poética entre el mito y la degradación irónica, amable, del mismo. Casi todos los poemas de Ala de cisne, los que componen las seis primeras partes, tienen un centro basal, la literatura, tanto la literatura oral, épica, como la gran secuela de esta, las novelas o el teatro occidental que surcan casi todas las direcciones de nuestra libido imaginaria, a lo que habrá que añadir el cine y el cómic modernos, sin restarles a estos géneros importancia sino en el mismo orden que sus inextintos maestros. Porque lo que caracteriza a este Spielberg de la poesía que es Luis Alberto de Cuenca es presentarnos como si compartieran mesa y mantel, es decir como compañeros de fantasía y de universo, real y ficticio a la vez, a los dragones y a Don Quijote, a Nebrija y a Pere Gimferrer, a la Sirenita y a Dios. Todos los sueños y personajes de nuestra fantasía, todas los senderos y signos del mito caben en el bolsillo de Pulgarcito si se trata de caminar por el territorio incógnito del vivir. Los mitos nos han dado pistas en el laberinto y sin duda nos han hecho ver, mientras caminamos en busca de una salida, que no hay que confundir las palabras y las realidades (no hay una semiótica a prueba de engaños en el laberinto, no te fíes del letrero luminoso de "Exit" o "Salida"). Por eso, los mitos se presentan en múltiples y a veces contradictorias versiones; de ahí que Luis Alberto de Cuenca ame y trate con ironía a los mitos, porque ellos mismos nos enseñan a desconfiar y andar listos, como colegiales con los ojos abiertos y bien acompañados de nuestras mascotas preferidas por si en algún momento falla nuestro olfato. Este es un mundo de engaños, ya no me refiero a los mitos, sino al mundo real, y la literatura desde sus inicios nos ha dado una simulación bastante fiel de este mundo, y con ella un kit de herramientas con trasfondo pedagógico (en el buen sentido de la palabra pedagogía, no en el de la cosa banal en que la han convertido los educadores).
Junto al mito, es decir, junto a ese trasfondo complejo de significados y apólogos en forma de poemas líricos o reminiscencias irónicas de mitos y pasajes de la literatura clásica y moderna, en la poesía del poeta madrileño es habitual -lo es en este libro que comentamos, también- el contenido personal. La presencia de lo que llamaríamos la memoria emocional. Hay dos asuntos que destacan, uno de ellos, el amor, y el otro, la niñez.
Temas tratados en otros libros de poemas de Luis Alberto de Cuenca, el recuerdo de un amor que pudo ser (soy consciente de ser pudoroso al comentar este asunto sin aludir a detalles) en oposición, no contraste, con el amor pleno de la compañera de vida. Resuenan en las mejores páginas de Ala de cisne esta especie de lucha, ágon, o torneo medieval, que el caballero acepta como reto y de cuya trampa no siempre sale emotivamente bien parado, pero cuyo resultado poético es maravilloso. "Hubo una vez un tren", "Firenze, 1970" (de la primera sección), "Variación sobre un poema de amor de Brecht" (de la tercera sección: Noche de Reyes) y "Dolce far niente celestial" (de la sexta sección: Shakespeare y Nebrija) dibujan las viñetas de una aventura casi espectral que el poeta culmina con una dosis de autoironía marca de la casa: "¿Estás muerta, mi amor, o sigues viva? / ¿Te ha devorado Crono, / como hizo con sus hijos? / ¿Tan dura ha resultado la experiencia / que no sabes si ha sido / un salto hacia la muerte / o un paso de ballet / lo que acabas de perpetrar. / Si has cruzado el espejo, / manifiéstate, / que yo también me apunto al sacrificio / con tal que nuestras almas vivan juntas, / felices, sin dar golpe, / en presencia de Dios."
Como si fueran tablas de una de esas composiciones flamencas que el espectador ha de oponer desde su retina, alternando momentos de tragedia con otros de goce o de serenidad epicúrea, este pasaje dramático con cierto final de aceptación bajo la coloración irónica es compaginable, en oposición pero sin contraste, como dijimos, con otros poemas de amor extraordinarios, como el poema que lleva el mismo título del libro en que se inserta (lo que significa un homenaje excelso a la dedicataria del poema: "Ala de cisne" (Para Alicia); lo que viene corroborado por ser también la dedicataria del conjunto de la obra). El caballero mediante esos dos pasos de las dedicatorias en lugares bien señalados compone como un broche donde cierra su destino.
El desafío del amor acepta esos pasajes "negros" para ganar toda la luminosidad diurna del amor, simbolizado, en el poema antes citado, en una concha "encontrada" por la dama en una playa: "una concha que imitaba / de manera perfecta la estructura / de un ala desplegada, no sabemos / si de ángel o de cisne."
A veces, o casi siempre, hemos de "conformarnos", vaya, ¡y no es poco esto!, con la sombra de la perfección. No queda otro remedio al ser humano, aunque este sea un ser tan aspirante a lo ideal como es un poeta, un verdadero poeta, me refiero. "De manera perfecta" (perdón por el subrayado nuestro), como siempre el verbo del poeta nos da en un detalle incidental, una expresión adverbial que podía pasar casi inadvertida, la clave del poema, y a nuestro entender, de la filosofía de su poemario.
El libro reúne en la proximidad al tema del amor otros motivos existenciales, el temor a la soledad, el terror nocturno, la visión de la locura y las drogas, como antimundo espejo deformado del mundo mágico de los mitos y la fantasía creadora, y la reflexión sobre la edad, la proximidad de la vejez y la muerte (aunque estos dos temas no aparecen de forma tan obsesiva y personificados en amigos ausentes o en vivencias del propio autor, como lo hacen, de manera extraordinariamente poética, en el anterior libro: El secreto del mago). Pero sí hay un tema sobresaliente, entre los poemas de apariencia o apunte cultural, o mitopoético, el tema del mal y del mundo actual. Se trata del poema "Sueño del ermitaño y del viajero" (de la quinta sección, Boecio y la Filosofía). De manera magistral, usando la reticencia y un tono de alto dominio de lo simbólico, a la vez que la naturalidad del fraseo del poema, a veces con toque de humor como en la descripción nada menos que del perro del Infierno, del Can Cerbero. Entendemos que expresa el poema -cada lector encontrará su lectura particular- una posición ante el mundo. No lejos de la socrática en Fedón, por cierto. No muy lejos de la estoica, y muy acorde con el filósofo que patrocina la sección, el autor de Consolación por la filosofía. (Si sustituimos esta, por literatura y mito, estaríamos en una posible hermenéutica del texto. Pero recordemos que todo gran poema es algo más que escapa a la razón).
Citamos el final de este texto, que en nuestra opinión sería el segundo texto antológico del libro (al primero nos referiremos después).
− No vayas al infierno. Es inútil luchar
contra el Mal. Nadie puedo vencerlo. Quédate
conmigo en mi cabaña. Puedo inspirarme en Lulio,
ejercer de ermitaño y enseñarte las normas
de la caballería, que es la mayor empresa
que ha acometido el hombre a través de los siglos.
Testigos de su paso por la literatura
son Arturo, Rolando, Tirante, Don Quijote,
Agrajes, Amadís, Florestán, Galaor...,
la flor y nata, en fin, de la caballería
andante, una invención que nunca morirá.
Soñar es estar vivo y estar muerto a la vez
en el único mundo que merece la pena:
el mundo de los mitos. Mira cómo Cerbero
se incorpora. No ha muerto. Las balas nada pueden
contra los mitos. Deja de pensar en tu lucha
contra el Mal y en los tristes salones del infierno.
Quédate en esta choza conversando conmigo
hasta el fin de los tiempos, cuando Dios nos convoque
al Juicio Universal.
Con qué sencillo metro (no vara) nos enseña el maestro, porque al fin es necesario también el discurso que nos conforte con el destino de cada uno, tanto como son necesarias, al menos uno así lo vive, las palabras que mueven al combate, o a resistir contra mucho abrojo en esta vida. Pero, al final, nos queda una prueba para cada uno, encontrar la paz.
De nuevo, el mito (la literatura viva y escrita) como el sueño nos sirve de simulación (en el buen sentido de esta palabra, ya lo dijimos de la otra palabra hermana tan degradada hogaño, pedagogía). "Soñar es estar vivo y estar muerto a la vez / en el único mundo que merece la pena: / el mundo de los mitos.". El alejandrino, como en la flor del Medievo, vuelve a cobrar en Luis Alberto de Cuenca su halo didáctico de profunda (y sencilla) lección de vida. Y ello añade más belleza a la poesía, si cabe.
Nos referiremos, brevemente ya, al otro gran tema del libro. La infancia. Los poemas dedicados a la infancia aparecían ya en otras obras de Luis Alberto de Cuenca. Pero en este libro actual deslumbra el enfoque en primer plano a través de una instantánea guardada en la memoria emocional y traída al poema con viveza, con carga de contenida expresión de amor filial, piedad y agradecimiento al padre. "Jardín y tren eléctrico" nos parece el mejor poema del libro, y el segundo poema antológico de la colección, o el primero (según se mire). El motivo de la afición del padre a los trenes eléctricos nos sumerge como lectores en un mundo aparte, seguro e inocente, en el que cada uno, igual que el poeta, puede recordar (y detener, proteger) su infancia. Este asunto enlaza, evidentemente, con el universo del mito, de la literatura y su papel de "mundo doble" protegido que tiene en la poesía de Luis Alberto de Cuenca (recordemos, incluso, acogiendo la ironía, las versiones juguetonas unas veces de las leyendas salvíficas, otras con una pizca de terror).
Terminamos por donde quisimos empezar, después de haber leído de un tirón las noventa y tantas páginas del libro Ala de cisne. La levedad (aparente) de la poesía es un don que ningún sabio podrá enseñar, ni la IA (inteligencia artificial, aun con drogas o borracha de ajenjo) podrá nunca transmitir. Esa levedad de un poema de Hölderlin, como el dedicado a Sócrates y al joven Alcibíades: "Quien piensa hondo ama lo más vivo" (Wer das tiefste gedacht, liebt das Lebendigste); o "Que por mayo era, por mayo / cuando hace la calor, / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor", del romance anónimo, donde oímos el alma de un prisionero. O estos versos del poema "Hic sunt dracones" (de Ala de cisne): "En los globos y mapas de otros tiempos / solía aparecer en las zonas ignotas, / precariamente cartografiadas, / la advertencia en latín: Hic sunt dracones."
Hemos de volver a buscar por casa los viejos mapas...
Aunque ya está bien referida esta cualidad por muchos lectores y comentaristas, no quisiéramos darla por obvia: con este Ala de cisne, y un libro tras otro, el poeta Luis Alberto de Cuenca nos regala el placer, la felicidad de la lectura de la poesía, y una cierta elevación del ánimo, o sea, un chute de "energía vital", especialmente recomendable en situaciones en las que uno ande con el metabolismo bajo.
ADENDA. Por falta de espacio, no hemos hecho mención a la séptima y última sección del libro, la titulada Políptico del Prado. Se trata de cinco poemas, presentados por otro poema independiente a modo de justificación ("Elogio de la pintura literaria"), en los cuales se nos ofrece una écfrasis de obras maestras de la pintura albergadas en el Museo del Prado. Los pintores elegidos son Mantegna, Boticelli, Durero, Brueghel el Viejo y Patinir. Recoge Luis Alberto de Cuenca la mejor tradición ecfrástica helenística, latina (Horacio: ut pictura poiesis) y modernista (recuerden a Manuel Machado y a su amigo el gran sonetista Antonio de Zayas).
De algún modo, todas las otras secciones ya comentadas, donde predominan el mito y lo literario por sí mismos, son tratadas por Luis Alberto de Cuenca al modo de una "écfrasis", que más propiamente sería llamar versión o glosa tal vez, del tema mismo literario. Es coherente, por tanto, en el conjunto del libro, el anexo de esta sección, donde lo literario sigue a través del arte y la representación imaginaria plástica de grandes artistas de la tradición occidental. Los cuadros elegidos por el poeta tienden a destacar el sentido de la piedad religiosa y del goce vital, de nuevo en oposición, pero sin contraste, como en la vida misma. *
Fulgencio Martínez
15 de Junio 2025, Huesca
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*Pueden leer los poemas de Luis Alberto de Cuenca de esta séptima sección en la entrada de Ágora publicada el 23 de enero de 2023. (Están también publicados en Ágora N. 16). Cf. Políptico del Prado. Seis poemas de Luis Alberto de Cuenca.
https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2023/01/poliptico-del-prado-seis-poemas-de-luis.html
Políptico del Prado. Luis Alberto de Cuenca. pp- 24-31- Ágora N. 16. "Trilce", Febrero 2023.
Para leer en Calameo:
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