DOBLE TRIÁNGULO EN LA ISLA DE LA MUJER DORMIDA
La isla de la Mujer Dormida, de Arturo Pérez Reverte, publicada por Alfaguara en 2024, es una novela de acción, bélica, envuelta en otra de romance; en ambos casos, insuficientes como tramas y desarrollos. La peripecia básica se orienta en el mar, el Egeo, y en un contexto histórico, el de la guerra civil española y la beligerancia de los bandos "nacional" y "republicano" trasladada a las aguas griegas por donde transitaban los barcos suministro rusos para la República. Es la narración de varios episodios de guerra, o de guerrilla, mejor dicho, en el mar, lo que da el lustre a las páginas de esta novela. La novela de un gran narrador, sin duda, como es Arturo Pérez Reverte. Y en ese ámbito del mar, de los usos y la jerga marineros es donde el escritor de Cartagena se nos presenta brillante, bendecido de la gracia de un español rico, un léxico sabroso, de matices sensoriales que el lector agradece y paladea con placer.
Ese placer del texto, tomando la expresión de Barthes, está asegurado en esta novela; como en otras anteriores del novelista. Sin embargo, hay algo que exigirle más a este autor, al que la crítica, tras la aparición de la novela que comento, elogia de un modo conveniente, pero creo que un punto desenfocado. No estamos, en mi opinión, ante la mejor novela, la más madura, de Pérez Reverte, y a esta obra le queda lejos el horizonte de las novelas cumbre.
En primer lugar, hay una cierta recurrencia, en la novela española, a usar esquemas de guion de cine, o incluso, de televisión. En La isla de la Mujer Dormida, diría que se une esa esquematización trivial -presentación de una "misión", de un héroe que ha de cumplirla, de un equipo que le acompaña- a otro abuso que en los escritores de novela histórica, mamotretos sin exigencia autocrítica la mayoría de ellos, suele ser habitual, y que llamo el esquema de Tablero deportivo, o de Carrusel deportivo, recordando a esos programas de radio donde se nos daba la crónica a tiempo real de los partidos de fútbol en la tarde dominical. A través de conexiones el autor enlaza escenas, hace avanzar a su interés y modo la acción, cuando estamos interesados en un partido narrado, en una crónica, el autor pasa a otra, como si fuéramos oyentes todos interesados por igual en los resultados de todos los campos. Mira, no.
Aburre ese abuso del esquema del carrusel cuando el lector no tiene más interés que en una acción o crónica, y le importa un bledo lo que esté ocurriendo en otro campo.
El absurdo de la ralentización y la arbitraria rueda de escenas, campos, acciones, está en un autor tan vendido como Posterguillo. (En su novela Circo máximo, una carrera dura como tropecientos capítulos..., interrumpida y congelada su narración porque hay otros sucesos que narrar; hasta aburrir).
Pérez Reverte tiene sin duda otras virtudes narrativas. Y sus sincronicidades son por lo general aceptablemente breves. Sin embargo, de nuevo, hemos de exigirle más. Sus "héroes" y "heroínas", cuando están a punto de interesarnos, se deslíen, son consumidos por el cierre de la acción o como si el autor de novela de acción perdiera interés en ellos. Eso ocurre en esta novela que comento, donde solo al final, a modo de epílogo, se da alguna noticia del "héroe", Jordán, un español de madre griega, pero casi nada de la estupenda e interesante mujer madura, rusa pasada por París. En fin, nos quedamos con ganas de conocer más a este atractivo personaje femenino. Lo que sabemos de Lena es a través de su marido, el barón Pantelis Katelios, quien la “adquirió” en París, como un trofeo exótico (ella, una exilada rusa; modelo). Estamos al borde de atisbar algo más de esa “femme” interesante a través de su aventura con el piloto español (medio griego/ medio español), vislumbramos su torrente capacidad de seducción, no solo sexual (logra al momento, a primera vista casi, despegar de su tarea al disciplinado marino en plena preparación de su secreta misión de sabotaje). Esa mujer, tan llena de fuerza y atractivo, aún joven y deseable, es sin embargo una víctima.
Pero, lo más importante, y al margen del interés psicológico de por sí de dicho personaje femenino novelesco perfilado pero no puesto en pie de una pieza ante el lector, importa ver que la novela La isla de la mujer dormida, de Pérez Reverte, se derrama de un triángulo a otro: del triángulo amoroso, típico y tópico, de la mujer, el amante y el marido (un griego conservador, de prosapia noble venida a menos), al otro triángulo que, en principio, sostiene el centro de la novela: el duelo de los dos bandos enfrentados, el nacional y el del frente de izquierdas republicano, y un “tercer hombre”, que puede ser, en la novela, uno y otro de los agentes secretos de dichas facciones que profesan cierta camaradería y amistad a pesar de sus estratagemas profesionales, o tal vez el lector mismo que ha de leer con equilibrado juicio histórico las acciones de los dos beligerantes. En todo caso, quizá, una tercera España que no estaba por la guerra de los dos bandos cainitas, que hasta la fecha nunca se han pedido perdón ni nos lo han pedido a los que no les seguimos. En este sentido, sería tentador establecer una correspondencia entre los componentes del triángulo sentimental y los del triángulo histórico, donde nos incluiríamos también cada uno de nosotros, como lectores. Quizá, de nosotros hable la novela de Pérez Reverte, y quizá, por eso, como hacen los niños curiosos ante el personaje de un cuento, le hemos achacado al novelista que no nos contara más de aquella víctima, la mujer “real” que da vida (en la ficción) a la otra “mujer” de “la isla dormida” identificada con una geografía y un mar que podrían, metafóricamente, recordarnos a los nuestros.
Fulgencio Martínez
Ha publicado Carta partida, León busca gacela, entre otros libros de poesía; la antología de poesía española actual La escritura plural, y es editor de Ágora.
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