La coleccionista es el primer libro publicado por Juan Pablo Zapater (Valencia, 1958). Anterior a La velocidad del sueño* (Renacimiento, Sevilla, 2012) , y a Mis fantasmas** (Visor, Madrid, 2019), ambos comentados en Ágora, el último de ellos en estas mismas páginas.
La coleccionista ganó el Premio Loewe a la Joven Creación y fue publicado por Visor en 1990, hace treintaicinco años. Leteradura lo volvió a publicar en 2013, con un prólogo de Vicente Gallego, cuya lectura es necesaria para acercarse a nuestro poeta, compañero de generación de Vicente Gallego, pero que mantuvo un largo silencio hasta publicar su segundo poemario (en 2012) y que tan solo con tres entregas hasta la fecha ha consolidado el prestigio de un universo poético muy particular. Pero si los tres títulos publicados de Zapater merecen una atención distinta y nos ofrecen perspectivas cualificadas por su originalidad y diferencia de la poesía del valenciano, es, en nuestra opinión como lector, La coleccionista el libro más singular. Caso no habitual, pero nada extraño en poesía: que un primer libro nazca de una pieza, como una obra maestra de un joven aún artesano. Pienso en Dibujo de la muerte, del también valenciano Guillermo Carnero, escrito a los 18 años. Los poemas de La coleccionista en parte fueron avanzados por Juan Pablo Zapater en una revista juvenil y en alguna plaquette de versos -según nos informa su entonces colega de aventuras poéticas y editoriales-. Pero debió estar terminado en torno a 1986-87, en los años en que por edad el autor se encontraría en el límite de ser catalogado como "joven" poeta (de ahí que pudiera recibir el premio "a la Joven Creación" otorgado por un prestigioso jurado, donde, entre otros, se encontraban los maestros Pere Gimferrer, Octavio Paz y Francisco Brines. Al parecer, según relata V. Gallego, Octavio Paz gustó mucho del libro La coleccionista y recomendó se le otorgara el Premio en la categoría absoluta; premio que fue finalmente a manos de Jaime Siles).
En el citado prólogo del poeta de La luz, de otra manera y Cantar de ciego, se nos revelan algunas claves del libro que comentamos. Además del erotismo, que no nos parece a la altura de hoy lo más relevante, destaca el "clima sonámbulo" ("Hay en sus poemas como un clima sonámbulo del corazón"): más aún que en Mis fantasmas, la escritura nos lleva a un mundo de obsesiones, un tiempo y una historia del corazón que florecen juntos en el poema como si fueran hongos alucinógenos y cuya bebida y comida se ofrecen con un guiño inexcusable de malicia y complicidad con el lector. No solo somos espectadores-lectores de este libro, de esa historia del corazón, sino cómplices. La fantasía del poeta-escritor, en primera persona, aunque en algunos poemas ensaye otras personas, nos atrapa desde el poema inicial, diríamos, incluso, desde el primero verso (exactamente, desde el segundo poema, donde el autor recupera un "sueño", tras haber narrado en el primer poema prologal un despertar que le deja en estado de inquietud y de promesa de felicidad).
Te anunciaron un día
con un hilo de voz sobre mi almohada:
" Viene a verte esa niña de uniforme
que ayer ya estuvo aquí cuando dormías".
(...) Me insistieron:
"Conócela un momento. Si te cansas,
le hablamos del peligro a los contagios".
Con décimas de fiebre y decaído,
como siempre acontece a un ser enfermo,
me negué a recibirte (...)
cuando hermoso irrumpió tu atrevimiento.
Sentada junto al borde de la cama
dijiste haber llegado algunos meses
atrás con tu familia, ser la nueva
vecina que en la casa de los chopos
usando unos gemelos contemplaba
en sus ratos perdidos el trasiego
de aquella habitación. Sentí vergüenza
y enfado contenido ante la intrusa
cuyo descaro hacía que, de pronto,
mis padres sonrieran.
Pero entonces,
al quedarnos a solas, mientras ellos
volvieron a ocuparse de sus cosas,
adentraste las manos bajo el paño
de la sábana azul que me abrigaba
y al encontrar la piel tan inocente,
tan lejos de ser fértil todavía,
entornaste los ojos y besaste
al hombre que sería con los años
y a quien hoy el destino te devuelve
sumiso y pecador, desde aquel día.
(pp. 19-20. La coleccionista)
Las obsesiones son el pan de las poetas. Y así (en el siguiente texto):
Parecen tan lejanos esos días...
y sin embargo sigo manteniendo
una impura pasión por aquel cuarto
que precede al desván, y tú llamabas la sala de tortura,
por sus altos y espesos cortinajes, siempre telón de fondo
para la hermosa escena del castigo y de la fiebre intensa.
Amenaza septiembre y ya mi brazo
se detiene, reposa sobre el blando sillón
de espalda inmóvil,
y me quedo observando, como un niño,
un copo de lujuria derretido en honor a tu carne.
(p. 21. op. cit.)
El libro transcurre entre un tiempo otoñal (avanza de los meses de septiembre y octubre) hasta otro claramente invernal, en los últimos poemas o fragmentos de la historia narrada, donde se dan los mejores frutos poéticos; y entre el exterior y el interior. Tanto el tiempo como el espacio genera una sensación distinta en los poemas, a veces en el mismo poema: veamos, en este (que como otros dos poemas se divide en dos estancias o partes numeradas con romanos):
Abandono el balcón y me cobijo
tras las gruesas paredes de la estancia.
En silencio pregunto
si es la edad de mis manos la culpable de que tiemblen ahora
o el temor al castigo de los cuartos oscuros del pasado,
a la tardes enteras bajo llave, maldiciendo mi suerte,
sabiéndote la diosa de otros cuerpos devotos como el mío,
y a los turbios relatos que encontraba,
después de una aventura, si leía en secreto tu diario.
(I. Fragmento. p. 25. op. cit)
La pasión por la mujer y el miedo ante ella están en el fondo de la mirada del hombre adulto y del niño, ambas miradas traspuestas, coextendidas en un mismo tiempo poético, compuesto por una mezcla de superrealismo (acorde con la fantasía erótica del niño que es siempre todo varón desde el punto de vista de la madurez sexual), y por otra parte, de serenidad (Recordemos el verso de Mallarmé: invierno, estación del arte sereno ***).
S. Mallarmé
Superrealismo, como técnica narrativa asumida por el poeta (a través de imágenes, silencios y sincronismo de situaciones diversas, de la "reticencia" en la manera de ocultar y mostrar lo que en el fondo se dice, recurso muy valorado por Octavio Paz en una nota que adjuntó a la lectura y valoración del poemario ganador del Premio).****
Pero, de otra parte, el libro debe su esencia a la poesía simbolista francesa, en el dominio de la dicción y el uso mayoritariamente del metro clásico, el endecasílabo (en los poetas franceses, el alejandrino de catorce), interrumpido con la introducción acertada de otros metros mayores o incluso con cortos fragmentos de algo parecido a prosa, que cambian el ritmo a una dicción prolongada próxima al versículo; y sobre todo, por el temple sereno, propio de la estación otoñal o invernal, y la apelación y previa invención de una musa o de un tú de la amada, ninfa o mujer evanescente, que recuerda a la musa enferma o venal de Baudelaire. *****
Los poemas del último tercio del libro La coleccionista son, sencillamente, espléndidos. Citemos solo este pasaje crucial:
Los últimos borrachos se aventuran
a través de los puentes, de los ojos oscuros
de los puentes, a veces entornados (...)
Te has vuelto hacia nosotros ceremoniosamente,
doblando las rodillas con grave lentitud.
He visto que dejabas sobre el césped la humedad de tu labio
y después, recogiendo la falda contra el pecho,
dividida la seda de las medias,
has ido salpicando tu verde territorio con una lluvia larga, (...)
(p. 37. op. cit)
Por un momento nos viene, en la lectura, la imagen de la Primavera, de la diosa raptada por la imaginación del Invierno, por el que será su esposo Hades. Y el libro parece un relato mítico, en versión de un ser doble que une a los dos seres, esposo y esposa, a los dos tiempos (el no dicho de la primavera y el expreso del otoño e invierno) así como lo externo y lo interno.
Amarte desde un guante,
desde el fondo del hueco destinado a la mano en un guante,
compartir el armario de tu alcoba con las prendas de abrigo,
con las medias de blonda que conservan el temblor invisible
de todos cuantos fueron tus esclavos (...)
Saber cercano el día, la hora y el minuto
-la saliva del frío cuajando en las ventanas-
en que se abra la puerta de este armario tan triste
y vuelvas a posar sobre mi piel curtida el tacto de tus yemas,
un segundo tan sólo, justo antes de cumplir fatalmente
con el rito invernal de penetrarme.
(p. 39)
Extraordinario poema, ¿no? Somos conscientes de que el misterio y la belleza cruda de esos fragmentos climáticos finales de La coleccionista no se dejan captar en este acercamiento interpretativo. Hay un poema, el penúltimo, que nos vierte otra clave: la de un poemario iniciático hacia la madurez (personal, sexual, masculina, desde el temblor infantil y adolescente, pansexual y casi siempre tímido de sí mismo). He aquí ese poema, uno de los mejores del libro (lo reproducimos completo):
Nunca más volveré a descalzar estos ojos
que están acostumbrados a amar lo permanente,
la infinita lascivia de esta alcoba
que en la noche frecuentas
y se parece tanto a ti por lo desnuda,
la curva de tu pecho caído hacia las nubes,
el párpado cerrado y los labios abiertos
tendidos con oficio de puente levadizo.
Sucedió tan profunda mi vocación de yedra
trepándote la espalda,
que resulta difícil arrancarme sin saltarte la piel
y cruzar las cortinas que la lluvia,
invocada por ti, cuelga esta tarde
sobre las avenidas más cercanas.
Disculpa si mi cuarto se convierte
en otro callejón deshabitado,
si los muebles retienen la medida
y el peso de mis miembros,
si tropiezas con Brel y reconoces,
en sus discos delgados como sombras,
la extraña dimensión de la tristeza.
Es todo lo que importa, dirigirse
por las ramblas del tiempo transcurrido
hacia la periferia de esta turbia ciudad,
bañada en charcos,
donde sólo el refugio de los toldos
ayuda a combatir el aguacero,
donde nadie me habla, ni comparte
las caras interiores de tus muslos,
mi enferma inclinación a visitarlos.
(p. 53)
Tras leer de nuevo estos versos, nos convencemos más de la insuficiencia de una sola opción hermenéutica... A ratos, La coleccionista nos parece un poema que describe una experiencia órfica (¿pero qué querrá decir esto?: ¿es la historia de la muerte de un yo anterior, para que se produzca la resurrección de otro?, no afirmamos rotundamente nada, como tampoco en la interpretación de pasaje a la madurez vital y amorosa. La poesía no acaba en nuestros conatos de atraparla).
Treintaycinco años después de su primera publicación, La coleccionista sigue ofreciendo otras lecturas, esperando nuevas lecturas, como la suya, si encuentra este libro.
Fulgencio Martínez
Huesca, 19 de junio 2025
________
* https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2013/03/la-velocidad-del-sueno-libro-de-poesia.html
** https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2025/05/mis-fantasmas-de-juan-pablo-zapater-por.html
*** Primera estrofa de "Las cuatro estaciones", de S. Mallarmé
1. Resurgir
Primavera enfermiza tristemente ha expulsado
Al invierno, estación de arte sereno, lúcido,
Y, en mi ser presidido por la sangre sombría,
La impotencia se estira en un largo bostezo.
(Trad. Aníbal Núñez)
*** "La coleccionista de J. P. Zapater es un libro excepcionalmente original: escrito en versos libres que a veces rozan la prosa; me interesó sobre todo por la complejidad psicológica y por la forma indirecta -inteligente utilización de la reticencia, el fragmento y los silencios- con que el autor nos cuenta una historia. La coleccionista es un poema extenso que, de manera discontinua, reintroduce el relato en la poesía". Octavio Paz. (Nota extraída de la solapa del libro, ed. Leteradura, Valencia, 2013).
***** "La musa enferma", de Ch. Baudelaire:
Mi pobre Musa, ¡ay!, ¿qué te ocurre esta mañana?
Tus ojos hundidos están habitados por visiones nocturnas,
y veo que se alternan en tu tez reflejados
la locura y el pánico, fríos y taciturnos.
¿El súcubo verdoso y el rosáceo duende
han vertido en ti el miedo y el amor de sus ánforas?
¿Con travieso y despótico puño la pesadilla
te ha ahogado en el fondo de un Minturno de fábula?
Quisiera que exhalando un olor saludable
frecuentaran tu pecho siempre ideas elevadas,
y tu sangre cristiana fluyera en oleadas rítmicas
como los sonidos prolongados de las antiguas sílabas
donde alternan reinado el padre de los cantos,
Apolo, y el gran Pan, el señor de las mieses.
(Desconocemos el nombre del traductor, por no ser citado en la fuente de donde recogimos el soneto).
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