Diego Saavedra y Fajardo, escritor y diplomático.
(Algezares, Murcia, 6 de mayo de 1584 – Madrid, 24 de agosto de 1648)
SAAVEDRA FAJARDO
por José Luis Martínez Valero
Hay en Ratisbona o Regenburg un puente medieval sobre el Danubio. Río arriba, muy cerca de sus tajamares hay una isla. Si alguien, distraído, se apoya en su pretil, contempla las casas, que se levantan como un refugio, junto al agua profunda. El paraje es hermoso, parece que se hubiese detenido el tiempo. Quizá allí estuvo desterrado Garcilaso, así lo cuenta:
cerca el Danubio una isla que pudiera
ser lugar escogido
para que descansara
quien, como yo agora, no estuviera….
En este mismo lugar, cien años después, vivió el diplomático y escritor murciano Diego Saavedra Fajardo, 1584-1648, quien, con otra melancolía, tantas veces, debió mirar esas aguas. Cien años bastaron para levantar el más soberbio Imperio, y cien para que se viniera abajo. Al intelectual le cabe advertir del desastre, no remediarlo.
El que está atento al mundo, conversa con el mundo, y este se hace transparente, mientras que, para otros, viene a ser opaco, mudo y cerrado.
Para ahondar en su conocimiento, nada mejor que el estudio del poder. Al dominio de un hombre sobre otros, se han sumado los componentes más variados. Así, hoy, hablamos de la erótica del poder, con la misma naturalidad con que ayer se le atribuía origen divino, para muchos no es más que un conjunto de intereses, un juego donde hay que saber mover las piezas, y conocer el tablero, sin olvidar el componente imprevisible que aportan los tiempos.
A esta complejidad nos lleva Saavedra con su Idea de un príncipe político christiano, y lo hace en cien empresas, que comprenden desde la cuna a la sepultura. Mario Praz, en su libro Imágenes del Barroco (Siruela), dice que:
La empresa no es más que una representación simbólica…, por medio de un lema y una imagen que se interpretan recíprocamente uno a otra.
La empresa supone una escala de valores para los sentidos, donde la vista ocupa el primer lugar, presenta una vulgarización del pensamientos medieval y renacentista. Ha de estar basada en lo raro, sin la figura humana y debe provocar asombro. El saber enciclopédico y el sistema pedagógico de los jesuitas encajaban en este procedimiento.
Los grabados que aparecen en el libro, no fueron obra de Saavedra, pero sí los dirigió. No están hechos para obtener la aprobación estética, sino que cumplen una función didáctica: ¿Qué quiere que veamos en una empresa?
Hacer visible lo invisible, reducir a imagen el concepto es su aspiración. Y con la presencia de esta imagen alargar su duración en la memoria.
Cuando el murciano quiere alabar algo, lo compara con un dibujo. La frase: como un dibujo, la empleamos para referirnos a lo perfecto, tiene el huertano sentido de la geometría, basta ver cómo pone en línea sus plantaciones.
Este libro es un tratado de educación, por tanto, no hay que olvidar que, al educar, proyectamos nuestra concepción del mundo, que comienza a dibujarse en el horizonte, por eso es importante que se vea y, al hacerlo visible, lo hago real.
Su escritura que podríamos representar como eslabones, falta de nexos, aparentemente fragmentaria, guarda relación con el grabado, porque importa más la idea que las partes, más el panorama que cada una de las propiedades. Tiende a una brevedad que justifica así:
Los razonamientos breves son eficaces y dan mucho que pensar.
Expresión por aforismos, escritura portátil, con la que es posible reflexionar mientras caminamos. Lo dice en su primera empresa:
En la trabajosa ociosidad de mis continuos viajes por Alemania y por otras provincias pensé esas cien Empresas…, escribiendo en las posadas lo que había discurrido entre mí por el camino…
Abunda la visión de contrarios:
Muchos príncipes se perdieron por ser temidos, ninguno por ser amado. Procure el príncipe ser amado de sus vasallos y temido de sus enemigos, porque, si no, aunque salga vencedor de éstos, morirá a manos de aquellos.
Se vale de la metonimia, merece la pena leerlo, parece una ilustración:
Es la lengua un instrumento por quien explica sus conceptos el entendimiento. Por ella se deja entender, o por la pluma, que es otra lengua muda, que en vez della pinta y fija en el papel las palabras que había de exprimir con el aliento.
La abundancia de metáforas contribuye aún más a esa visualización, la metáfora hace visible lo abstracto, vamos a verlo:
¿Qué otra cosa es ceptro real sino una antorcha encendida que pasa de un sucesor a otro? O bien: Del centro de la justicia se sacó la circunferencia de la corona.
La metáfora no sólo visualiza, sino que, al mismo tiempo, da una profundidad al concepto que de otro modo necesitaría un razonamiento más extenso.
A menudo se vale de la paronomasia, véase como juega con las letras:
Por una sola letra dejó el rey de llamarse ley. Tan uno es con ellos, que el rey es ley que habla, y la ley es un rey mudo.
¿Cuál es el tono de este libro? Se ha comparado con el de los escritores del 98, paisaje de terremoto, apocalíptico, producido por la guerra de los Treinta años, por su diversidad de frentes: Flandes, Alemania, Italia, América; por su crueldad, lo mortífero de sus armas, y la corrupción moral. El ingenio se tiñe de pesimismo, esta podría ser su visión de la Historia:
Hospitales son los siglos pasados, donde la política hace anatomía de los cadáveres de las repúblicas y monarquías que florecieron, para curar mejor los presentes.
En este Gran Teatro del mundo siempre representamos la misma obra:
Múdanse las personas, no las escenas. Siempre son una las costumbres y los estilos.
El príncipe, consciencia vigilante, ha de estar atento para que no le engañen las apariencias. Además, su posición es muy frágil:
Aun en las virtudes hay peligro: estén todas en el ánimo del príncipe, pero no siempre en ejercicio.
Formula lo que podría ser el desengaño del mundo:
El que sabe más y ha visto más, cree y fía menos.
Es la duda la casa en que ha de vivir siempre el príncipe, sin embargo, Saavedra, lo convierte en un contemplativo activo, donde las armas y las letras no se contraponen:
Si no dudase sería descuidado. El dudar es cautela propia que le asegura. Es un contrapesar las cosas. Quien no duda no puede conocer la verdad. Confíe como si creyese las cosas y desconfíe como si no las creyese.
Recuerda al Juan de Mairena:
L
"Reparad en esta copla:
Quisiera verte y no verte
quisiera hablarte y no hablarte;
quisiera encontrarte a solas
y no quisiera encontrarte.
Vosotros preguntad: ¿En qué quedamos? Y responded: Pues en eso."
Juan de Mairena, el apócrifo de su hermano Antonio Machado, visto por José Machado
Advierte al príncipe de lo precario de su poder, la frase es una perla barroca:
Un soplo de viento desbarató los aparatos marítimos del rey Filipe Segundo contra Inglaterra.
Su reflexión continua, monólogo o diálogo, cargada de aforismos, recuerda a Miguel Espinosa, creo que habrían sido muy buenos conversadores. Qué espléndida tertulia en posada o cafetería nos hemos perdido.
¿Qué sabemos de don Diego a través de este libro? Casi nada y casi todo, pues el autor, excelente diplomático, vela sus opiniones, sus sentimientos, lo que no impide que, a través de su erudición y su discurso, sepamos que es un español quien contempla el mundo, y quiere trasladarlo a su mejor lector.
A medida que escribe, se hace, y lo vemos en su casa, mitad museo, mitad biblioteca, desde esta casa contempla el mundo. El mundo es una lección que Saavedra lee desde diferentes perspectivas. En la primera, es el diplomático quien nos habla, espectador perfecto, que no ha renunciado a la verdad; la segunda, alejado de la Corte, convierte la distancia en atalaya, desde la que domina la realidad europea, por otra parte, los libros: las Sagradas Letras, los historiadores y sus modelos, de Tácito a Alfonso el Sabio, los poetas, la ciencia y el arte, por último, la soledad y meditación sobre lo que ha visto, nos dan el perfil de un hombre, formado en Salamanca, experimentado en Roma, viajero por Europa, admirador de Fernando el Católico, siempre con asuntos de gobierno.
A veces lo descubrimos en esas pequeñas cosas que quizá se hallan a la espalda, así dice:
Muchas causas de compasión y pocas o ninguna de invidia se hallan en el autor de este libro.
También cuando se refiere al “destierro” que supone la diplomacia, de ahí la insistencia en la lentitud de la burocracia, del “vuelva usted mañana”, abandono que contrasta con los beneficios que obtienen los cortesanos:
Casi todos [los príncipes] no saben premiar sino a los presentes…Semejantes a los ríos, que solamente humedecen el terreno por donde pasan, no hacen gracia sino a los que tienen delante, sin considerar que los ministros ausentes sustentan con infinitos trabajos y peligros su grandeza, y que obran lo que ellos no pueden por sí mismos.
Otras veces, cuando se refiere a árboles y cultivos, creo que recupera experiencias nacidas en la huerta, y las convierte en aforismos:
Querer negociar con solas conveniencias propias es subir agua por arcaduces rotos. O bien: No produce palmas el terreno blando y flojo.
El libro se cierra con un soneto sobre los escarnios de la muerte, la empresa está presidida por una calavera y en el suelo yacen los atributos de la grandeza. Dedicado al príncipe Baltasar Carlos, esperanza de regeneración para la política, muerto prematuramente, parece que dice más: es la visión de la decadencia, el imperio ha sido derrotado por el tiempo, a lo Valdés Leal, termina así:
Este mortal despojo, oh caminante,
Triste horror de la muerte, en quien la araña
Hilos anuda y la inocencia engaña
Que a romper lo sutil no fue bastante,
Coronado se vio, se vio triunfante
Con los trofeos de una y otra hazaña.
Favor su risa fue, terror su saña,
Atento el orbe a su real semblante.
Donde antes la soberbia, dando leyes
A la paz y a la guerra, presidía
Se prenden hoy los viles animales.
¿Qué os arrogáis, ¡oh príncipes!, ¡oh reyes!,
Si en los ultrajes de la muerte fría
Comunes sois con los demás mortales?
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Pueden consultar la obra en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de la Universidad de Alicante:
José Luis Martínez Valero nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado recientemente Antología del 27 en Murcia (ed. La fea Burguesía); su extensa bibliografía incluye, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador.
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