Recuperamos este texto, de Fulgencio Martínez.
Ver el original en este enlace:
http://www.elcoloquiodelosperros.net/numero30/curi30fu.html
Manifiesto por una poesía cívica
Fulgencio Martínez
Trataré de explicar por qué creo que hoy sólo es posible escribir poesía cívica.
La poesía cívica no es solo una propuesta de poética, es el cuerpo, todavía informe, que se ofrece a la figura miserable de la poesía en nuestro tiempo.
Resistencia interior
La
poesía
hoy tiene la figura de una “resistencia interior”. Al poeta le es cada
vez más difícil mantener vivo el fuego, la tensión, la fuerza interna
sin la cual no es posible que se produzca el encuentro con lo que tiene
que decir, para que de ese modo pueda darse el resultado de un poema
auténtico. Siempre, en toda época y para todo poeta lo ha habido, pero
hoy crece más el peligro de que se adormezca la fuerza interior
creativa. ¿Y por qué? ¿Qué tiene nuestra época de especial? Cada uno de
nosotros podemos ejemplificar o señalar muchos tipos de peligros que
rodean al poeta en esta fase de la sociedad de masas, donde todo, hasta
el tiempo personal, no “productivo”, está instrumentalizado por lo
económico, y quizá el peligro peor —estaríamos de acuerdo—, el peor
enemigo del poeta es él mismo: que alberga en sí un quintacolumnista al
servicio del invasor externo de su tiempo y energías.
Protesta y vigilancia
Pues
resulta que ese constatar, en nuestra época, la potencia de desgaste a
que está sometida la vocación, la fuerza interior o disponibilidad y
necesidad emotivas del poeta, coincide con una general desposesión de
sí mismo del hombre.
La resistencia interior, en el poeta y en el hombre actual, es el signo de una actitud de protesta mínima por la falta de acceso a la autenticidad, y una actitud de vigilancia ante la falsa plenitud en que se nos adormece.
La resistencia interior, en el poeta y en el hombre actual, es el signo de una actitud de protesta mínima por la falta de acceso a la autenticidad, y una actitud de vigilancia ante la falsa plenitud en que se nos adormece.
Vigilancia
no siempre operativa, quién puede tenerla todo el tiempo; sería
psíquicamente destructivo. Personalmente, las fluctuaciones de
encendido/apagado me producen un estado interior desazonador: es como
ponerse un escudo transparente contra los “mensajes” del mundo, que han
construido otros intereses distintos a los míos y a los que tengo que
prestar todo mi interés. Empezar por no leer la prensa.... ni ver la
tele... Hacerse un escudo antimediático. ¿Es posible? No. Entonces,
abrirse a la circunstancia, sin la cual (Ortega) no soy yo; pero de
forma vigilante, con este pensamiento acediano, que abrevia por
estética: “Yo soy mi circunstancia”, donde el acento está puesto en el
Yo.
La esperanza a construir por la voluntad creadora
Si todo lo
exterior, tanto como lo interior, está mediatizado, quedaría un foco de
resistencia, de denuncia de la falsa plenitud que nos aliena, pero,
cuidado, seamos realistas, ¿esto es un huero deseo programático, o dice
algo que agarrar?
Aquí surge, entonces, una característica de la poesía cívica, que Maximiliano Hernández Marcos ha señalado, y que tiene que ver con la esperanza. ¿Por qué van solidarias poesía cívica y esperanza? Yo eso lo vi con toda verdad, y con toda la envidia mía también, en Miguel Hernández. El poeta de verdad tiene el deber de dar esperanza. La poesía no es, si hablamos en serio de poesía, lo que nosotros queremos si no lo que ella quiere en su esencia, que no es Platón, es tiempo, historia humana.
La poesía está alicorta si no da esperanza: la crítica, la ironía, la... lo... todo eso sólo tiene valor si finalmente da coraje y esperanza al hombre, de cada época, para vivir y enfrentarse a los problemas de su tiempo y a los de la propia existencia finita.
Bien, ¿y qué ocurre cuando el poeta concreto no tiene esperanza alguna? O ¿está como yo dentro del invernadero de un pensamiento negativo o ha regresado y va al escepticismo? ¿Cuando hoy no creemos que la poesía sirva para nada, y efectivamente no sirve para nada? La poesía parte de la batalla perdida con su presente. Curioso que esto lo diga quien cree en la poesía cívica.
Aquí surge, entonces, una característica de la poesía cívica, que Maximiliano Hernández Marcos ha señalado, y que tiene que ver con la esperanza. ¿Por qué van solidarias poesía cívica y esperanza? Yo eso lo vi con toda verdad, y con toda la envidia mía también, en Miguel Hernández. El poeta de verdad tiene el deber de dar esperanza. La poesía no es, si hablamos en serio de poesía, lo que nosotros queremos si no lo que ella quiere en su esencia, que no es Platón, es tiempo, historia humana.
La poesía está alicorta si no da esperanza: la crítica, la ironía, la... lo... todo eso sólo tiene valor si finalmente da coraje y esperanza al hombre, de cada época, para vivir y enfrentarse a los problemas de su tiempo y a los de la propia existencia finita.
Bien, ¿y qué ocurre cuando el poeta concreto no tiene esperanza alguna? O ¿está como yo dentro del invernadero de un pensamiento negativo o ha regresado y va al escepticismo? ¿Cuando hoy no creemos que la poesía sirva para nada, y efectivamente no sirve para nada? La poesía parte de la batalla perdida con su presente. Curioso que esto lo diga quien cree en la poesía cívica.
Dialécticamente,
hay aquí otro círculo. Nudo gordiano. Los extremos se tocan. ¿La
poesía cívica no es lo mismo, entonces, que la poesía intimista
(Bécquer): si su raíz está en la resistencia interior, y si, como en
algunos momentos, parece atraída por el desengaño y la negatividad
hacia el presente de la situación histórica?
En el siglo XIX Bécquer podía entenderse y refugiarse en su yo íntimo, porque ese yo aún no estaba afectado por la duda de sí («El canto más personal es un montón de sombra que te han puesto ahí otros, en tu cabeza», dice Acedo, un siglo después de su admirado Bécquer).
Era así y de forma auténtica, “inocente” solo si lo juzgamos desde nuestra situación. Y por no ser una huida falsa, inauténtica, podía ser buena, genial incluso, la poesía intimista de Bécquer.
Hoy, no: sería una falsedad, y de ahí solo salen malos poemas, todo ese conjunto de poemas líricos inauténticos, que se escriben a capazos.
En el siglo XIX Bécquer podía entenderse y refugiarse en su yo íntimo, porque ese yo aún no estaba afectado por la duda de sí («El canto más personal es un montón de sombra que te han puesto ahí otros, en tu cabeza», dice Acedo, un siglo después de su admirado Bécquer).
Era así y de forma auténtica, “inocente” solo si lo juzgamos desde nuestra situación. Y por no ser una huida falsa, inauténtica, podía ser buena, genial incluso, la poesía intimista de Bécquer.
Hoy, no: sería una falsedad, y de ahí solo salen malos poemas, todo ese conjunto de poemas líricos inauténticos, que se escriben a capazos.
Más allá de las narraciones, el foco en el futuro
El yo
personal, íntimo, ha sido invadido desde hace tiempo por el “yo
narrado”, ese yo narrado que ha adoptado el formato general del mundo
narrado, preconstruido, en que nos hacen vivir los lenguajes
económicos. Nuestro presente, incluso, es un presente ya narrado,
descrito en sus incertidumbres: no estaba desacertado en su vaticinio
Orwell. Lo peor no es, hoy, saber que estamos dominados, que otros
mandan y deciden por nosotros; tampoco el saber que nos manipulan y
engañan (esto era lo que se daba antes y se sigue dando ahora); lo peor
es que sospechamos, ya hoy, que el Poder, aun manteniéndose como tal,
ha perdido la coherencia, la visión racional de sus fines, el sentido
del argumento que impone, y que se (di)vierte en fabricar múltiples y
descabalantes relatos, microrrelatos cada vez a más corto plazo.
Es mentira que el futuro, que también nos dicen que está narrado ya, lo tengan en sus manos.
La poesía cívica entiendo que ha de poner su foco en ese “futuro” que es lo abierto, lo no narrado, un futuro exento también de la visión personal del futuro por parte del que escribe, pues esa visión ya viene narrada, y en mi caso tiende a ser muy escéptica.
Es mentira que el futuro, que también nos dicen que está narrado ya, lo tengan en sus manos.
La poesía cívica entiendo que ha de poner su foco en ese “futuro” que es lo abierto, lo no narrado, un futuro exento también de la visión personal del futuro por parte del que escribe, pues esa visión ya viene narrada, y en mi caso tiende a ser muy escéptica.
¿Cuál es el futuro de la poesía?
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Casi
siempre escribimos con el foco en el pasado, ahora toca poner el foco
en ese futuro esencial del ser humano, y traerlo como cuña para
introducirlo en los huecos que asoman en el discurso preconstruido, que
nos diseña el futuro desde una única y cosificada visión del presente.
Realismo comunicativo
Termino
recordando el realismo comunicativo que es la condición asumida, en la
poesía cívica, del lugar del poeta en nuestros días. El poeta ha
asumido su condición de un ser humano corriente, y desde ella habla.
Cuando me refería antes a la dificultad de mantener la fuerza interior,
la fuente del poetizar, en un mundo de cotidianidad cada vez más
secante, partía de ese lugar.
Claro que en otras épocas el poeta se “ayudaba”, para mantener su singularidad aparte, bajo la barrera de una condición casi divina, o marginada, bohemia. Todo eso es hoy ya falso, más que los billetes de cien pesetas.
Lo difícil, y lo que hemos de asumir, es que el escritor es un tipo que escribe en medio de todas las contradicciones y problemas de cualquier ser humano de su tiempo. No hay un “bios” del poeta, como tampoco del filósofo o del religioso. Los hubo. Soltería, independencia moral, hasta una dieta específica. Todo eso, repito, es hoy falso, además de imposible. Quien se crea que así puede ser poeta, filósofo, o lo que sea, se miente y se hace una falsa composición del tiempo.
¿Cómo, desde dentro de la misma situación histórica alienante de cualquier hombre de su época, el poeta se plantea su función irrenunciable? Esa es la tarea que tenemos que realizar, y un principio de verdad del que partir al menos.
Claro que en otras épocas el poeta se “ayudaba”, para mantener su singularidad aparte, bajo la barrera de una condición casi divina, o marginada, bohemia. Todo eso es hoy ya falso, más que los billetes de cien pesetas.
Lo difícil, y lo que hemos de asumir, es que el escritor es un tipo que escribe en medio de todas las contradicciones y problemas de cualquier ser humano de su tiempo. No hay un “bios” del poeta, como tampoco del filósofo o del religioso. Los hubo. Soltería, independencia moral, hasta una dieta específica. Todo eso, repito, es hoy falso, además de imposible. Quien se crea que así puede ser poeta, filósofo, o lo que sea, se miente y se hace una falsa composición del tiempo.
¿Cómo, desde dentro de la misma situación histórica alienante de cualquier hombre de su época, el poeta se plantea su función irrenunciable? Esa es la tarea que tenemos que realizar, y un principio de verdad del que partir al menos.
En ese
principio de verdad, que no es una pose más, se cifra la posibilidad de
que, de nuevo, la poesía se entienda a sí misma como comunicación. No
porque el poeta, como antes, venga con un mensaje desde otra parte,
para comunicarlo, y suponiendo que la comunicación era un derivado del
proceso de la escritura y, además, dando por hecho que el receptor
estaba “a priori” obligado a prestarle atención. Sino porque la poesía
se ha ganado el derecho a plantearse de nuevo como comunicación, como
“otra forma de comunicación”, desde su misma esencia, proyectando su
figura actual inmersa en el mundo y corriendo todos los peligros de la
banalidad y la cosificación para rescatar algo que merezca la pena ser
dicho y compartido.
Revista ÁGORA DIGITAL ABRIL 2014
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