FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS
Como se
fue el maestro, / la luz de esta mañana /me dijo: Van tres días /que mi hermano
Francisco no trabaja. /¿Murió? . . . Sólo sabemos / que se nos fue por una
senda clara, / diciéndonos: Hacedme /
un duelo de labores y esperanzas. // Vivid, la vida sigue, /los muertos mueren y las sombras pasan; / lleva quien deja y vive el que ha vivido. / ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Baeza, 21 febrero 1915. Antonio Machado
un duelo de labores y esperanzas. // Vivid, la vida sigue, /los muertos mueren y las sombras pasan; / lleva quien deja y vive el que ha vivido. / ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Baeza, 21 febrero 1915. Antonio Machado
Se
va a cumplir el centenario del poema de Antonio Machado “A Francisco Giner de
los Ríos” Siempre es oportuno escuchar los versos del poeta, pero quizá lo sea
más en este tiempo en que se espera una regeneración del país. No viene mal oír
palabras esperanzadas y contagiosas de energía, que llaman en el mismo tono al
ideal ético y al trabajo honrado, tanto el intelectual como el manual; a hacer
sonar los yunques, los martillos, los libros, la ciencia, el alma constructiva
del pueblo. Leído desde nuestros días, el poema dice –mejor que ningún programa
político- los valores del republicanismo: La idea junto a las virtudes cívicas
de la generosidad y el trabajo, vivas en la mejor tradición del pueblo, del que
tanto habría de revelarnos Machado en su Juan de Mairena. (Solo hay
una aristocracia: la del pueblo, llegará a decir en ese libro).
En
el poema el llanto por el difunto se transmuta en un elogio de los
valores que inspiraron al maestro. La muerte no supone derrota sino impulso
para los que continúan la labor. Francisco Giner de los Ríos
sintió y enseñó la dignidad de ser pueblo: y en concreto, de un pueblo español
de profundas convicciones democráticas (expresadas en el dicho castellano: nadie
es más que nadie), de una también honda sed de ilustración, justicia y
libertad, arraigadas en el valor del trabajo (como escribiría el mismo Machado
en su “Retrato”: “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago...”), pueblo, en
fin, de una fe, generosa, profunda, de inmortalidad por el bien que has hecho y
lo bueno que dejas. “Lleva quien deja y vive el que ha vivido”. Los ricos de
cementerio nunca comprendieron esa fe laica, la verdadera. Lo importante no es
no ser casta por cuna (como dicen quienes ahora se reivindican hijos de
fontaneros o de pastores de la montaña), sino no haberse acunado en la casta de
los privilegios olvidando las convicciones igualitarias del pueblo.
Necesitamos
desterrar la creencia de un pueblo servil, ese del “vivan las caenas” de los
que llevaron sobre sus calzones en hombros a Fernando VII. Hagámosle
una higa al chanchullo, a la picaresca vida, al “si no te corrompes tú, es
porque no puedes”. Esa caricatura del pueblo, que viene del antiguo régimen, sirve
una coartada moral a los corruptos. Basta leer El sombrero de tres picos,
de Pedro Antonio de Alarcón. Los privilegios eran un sistema
montado desde arriba, desde el alto clero y el rey hasta los funcionarios
públicos, llegando a los villanos favorecidos, como el molinero de la historia
(archenero indomable, por cierto; “¡a mí, que soy de Archena!”)
En este año de
elecciones importa recordar los valores que representó Francisco Giner de los
Ríos. La Institución Libre de Enseñanza fue un modelo de educación acorde con
un país moderno, que se respeta a sí mismo. La democracia, el Estado fundado en
la igualdad y la educación. El reino de los privilegios hace súbditos, no seres
autónomos: Giner de los Ríos confío a la educación la tarea de asentar esta
filosofía kantiana de la igualdad, nuestra asignatura pendiente. En el ámbito
de la Educación es donde mayores son los disparates. Una titulación, incluso,
en los niveles de ESO, se decide por los ítems que cada centro sigue, cuando el
título se supone igual en todo el territorio español y por extensión, europeo.
La autonomía de las Universidades y, por deriva hermenéutica, de cada colegio
no se entiende en el recto sentido económico (aquí es imposible, al no haber
patronazgo privado como en Estados Unidos), sino en la mala dispersión
deconstructiva. Cada quien ha de amañárselas para buscarse un privilegio, un
enchufe, un poco de favor a cambio de entregar su parcela de poder “autónomo”.
La divisa absolutista está bien cebada en todas las capas e instituciones:
Sácale partido a tu pequeña independencia, vendiéndola cara.
Para
cambiar este estado de cosas, hay que apostar por una verdadera educación
pública. En otros Estados, quizá lo público pueda ser un complemento a lo
privado; aquí, no, porque todavía estamos en la Edad Media europea. No hemos
asimilado un modelo de Estado, en España, basado en la igualdad ante la Ley y
tampoco disponemos de una cultura política y ciudadana arraigadas en la
igualdad y al día en la educación en altos valores comunes de humanidad y
solidaridad. Ese propósito debería ser el pan que habrían de prometer todos los
partidos; ¡eso sí que está a su alcance, si no lo estuviera cumplir las
promesas de trabajo y felicidad económica!
Fulgencio Martínez
Profesor de Filosofía y escritor
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