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lunes, 2 de febrero de 2015

Vivir a muerte. Nota sobre el poemario "Desencanto del delirio", de Carmen Álvarez. Crítica de Anna Rossell/ Bibliotheca Grammatica/Revista Ágora



 
PRÓLOGO AL DESENCANTO DEL DELIRIO,

POEMARIO DE CARMEN ÁLVAREZ


VIVIR A MUERTE

Dicen que la escritura tiene, entre otras, una función catártica. Si esta afirmación es válida en general, mucho más aún en el caso de la poesía, que en su calidad de género intimista propicia más todavía esta posibilidad. El poemario de Carmen Álvarez es una prueba fehaciente de ello. 

El desencanto del delirio, el primero que publica la autora, es un grito desgarrado desde lo más hondo del alma, una exhalación de dolor y rabia largo tiempo contenida que la voz poética libera ahora para redimirse a sí misma. Sin embargo su escritura no agota aquí su gesto, hay en sus poemas, además del ademán de conjuro, la intención de conminar a los lectores a la acción.

Dividido en dos partes, I Muerte al desencanto –poemas dedicados al dolor del mundo- y II Muerte al delirio –producto del tormento personal por el desamor-, El desencanto del delirio es, como los títulos indican, una declaración de guerra a las causas del sufrimiento, un llamamiento a la rebeldía, un emplazamiento al inconformismo ante la agresión en lo social y en lo personal. Denominador común de ambas partes es la negativa de la voz poética al inmovilismo, a dejar que los embates de cualquier naturaleza minen lo que claramente la voz poética considera la dignidad humana.

Así su poesía es a la vez una redención y una denuncia, una acusación de culpabilidad hacia aquellos que, cruzados de brazos e impasibles, permiten el mal y la injusticia, un revulsivo para apaciguar el desconsuelo, pero ante todo para propiciar la actuación como autodefensa para vivir dignamente. Pudiera decirse que el credo que emana de estos poemas es la profunda convicción de que no existe el destino, la seguridad de que sólo la actuación del ser humano hace el mundo y la vida como son. Así hay una reclamación implícita a la intervención, una exigencia de la actuación de todos ante la humillación y los desmanes en lo social y la exhortación a vivir el amor, como paradigma de la vida, con la intensidad que reclama y merece, en lo particular. Ambos planos en estricta coherencia con la unidad del alma, pues se nos anuncia: No vale la vida sin vivir a muerte (I, 2).

Paradójicamente, en lo formal la voz poética sólo adopta excepcionalmente el imperativo, la amonestación o la increpación, antes bien echa mano de la fina observación para hacer inventario de un malsano estado de cosas que amenaza con arruinar lo más preciado de la existencia humana: Almas atormentadas comen/asfalto como manjares./Perdón, no tengo tiempo/para que me robes./Ni para besar a mis hijos,/ni para ayudar a la anciana,/ni para sentirme vivo./El reloj me estrangula,/me separa de todo (I, 1). Los versos son a menudo sentencias que ponen al descubierto las causas del malestar del mundo, la voz deviene contundente acusación para señalar a los culpables, que saben cómo amasar fortunas a costa de otros o vivir en su campana de cristal sin injerencias contribuyendo a perpetuar un despiadado statu quo: […]/No suda el rico su comida/ni el cardenal su sotana,/llora el sol, injusto brillo (I, 3) y, como ya  hiciera Gabriel Celaya, declara la poesía un arma cargada de futuro: Coetáneos en avance hacia el futuro mimado,/armados con versos, metralla en sus manos./Tomaremos lo nuestro, África grita en pie,/sin pedirlo,  pero merecido,/sin llorar lo que hubo detrás (I, 6). O bien: Masticamos las palabras de carne/luchando por y contra las ideas./Delirios de muerto nacen/comiendo sien y boca./Rendirse es cosa de mudos (El poder de la palabra, I, 13). El lamento ante la evidente injusticia: Tanta miseria en un fuego/al que nadie manda agua/[…] se convierte en ansiado anhelo: […]/Que vuelque este mundo/desigual, injusto, hambriento,/totalitario, racista,/amargo,/misógino, duro y cruel (I, 8).

La voz poética se manifiesta especialmente sensible a la desigualdad y al sufrimiento que provoca la concepción patriarcal del mundo, un tormento vivido en carne propia, contra el que se revuelve y defiende encarnizadamente: […]/No callarán nuestros ojos, es el despertar./Miserable mundo patriarcal, somos más fuertes./Olvidaron nuestra alma, rancia Iglesia hipócrita./Olvidaron nuestros pechos, amamantando tabú./[…] (I, 9). Y señala los verdaderos y encubiertos propósitos de su ideario: […]/y la mierda deforme/del violento crece/maltratando el vientre./Queréis esclavas, no madres,/queréis sumisas a las mujeres,/queréis nuestros rojos sueños/abortados en vómito represor./No callaremos nuestros ojos (I, 16).

El decidido compromiso social que refleja la poesía de Carmen Álvarez no se deja obcecar por la fácil y antipoética vía de lo panfletario; su desconsuelo y su ira no provienen de lo ideológico que ha perdido de vista el origen de la desazón, sino que bebe directamente de la fuente que la provoca: el sufrimiento de esa humanidad en la que el sujeto poético se refugia en los momentos de desánimo para no rendirse: […]/Los sueños se apoderan de esta mente,/de esta criatura verde de la madre tierra./Maldita utopía, tan lejos de las manos./No te tocaré ni presente bajo mis pies./Alcanzo ilusiones con los ojos,/perdida en el abrazo de la vida./Encuentro sosiego en los rincones del ser (I, 11). Sabedora de la importancia de lo que está en juego, su empeño es tenaz en pos de la utopía: […]/Alcanzaremos la luz de cualquier soñado amanecer,/perseguiremos con tesón lo que nos debe la historia/[…]/sangra este mundo lleno de esclavos./Quiero ver llorando a la avaricia/[…]/Saquemos a la libertad de su escondite./Valemos más que nuestras cadenas (I, 14).

Sin embargo el carácter combativo de la voz poética no se agota en lo social. En congruencia con su anunciada exhortación a vivir la vida a fondo también alcanza lo personal. Su incondicional entrega le proporciona la felicidad más sublime o la sume en la desdicha más honda, propicia las experiencias más extremas. Así en Muerte al delirio –un canto a la excelsa felicidad que proporciona el amor en comunión (Entretejer el llanto/y acariciar, de común/ acuerdo, la compañía, II, 5) y donde se manifiesta el suplicio de quien aspira a él y no lo alcanza-, la voz manifiesta la fragilidad a la que se expone aquél que está dispuesto a darlo todo y busca su alma gemela: Y veo porque te miro,/y siento porque me hieres,/y mi aliento es sufrimiento./[…] (II, 1). Y también en el terreno íntimo de lo más íntimo sabe de la dificultad que entraña su exigencia: Dibujan mis sueños/todas las caricias del desierto,/inventos contra Tánatos,/sorbos de tiempo huido/[…] (II, 4) y el suplicio que entraña la búsqueda: […]/Y vivo en cada cruz/sin aliento, heridas y sed (II, 7). Una búsqueda de cuya culminación depende la vida de la persona amante cuando no es correspondida: Has robado mis ojos y sueñan tu figura./Increíble destreza esquiva la piel./Sin sentir el alma desaparece./Abismos de desesperación son deseo,/agonía del abrazo sin fondo,/[…] (II, 8).

En el trato del tema amoroso Carmen Álvarez combina la ternura con el erotismo y es en esta conjunción donde su pluma logra su mejor poesía: […]/No hay flor que no ondee/al viento en la tierra/de mis pechos ardiendo./[…] (II, 9), o bien: […]/Sigue mi lengua tu rastro,/sigue la libertad rebelde en su nicho,/[…]./Aprenderás a amar sin asfixia,/llena de clímax y humedad (II, 10). Pero el apasionamiento de la entrega en la utopía amorosa no ignora el peligro que conlleva la obsesión: la pérdida de la libertad, el bien más preciado: […]/Maldito Cupido haces víctimas/con tu eterno amor romántico/[…]/No prometo hacerte el amor dos veces./Tienes que darme lo que espero:/contagiarme de tu risa,/avanzar creciendo hacia dentro,/empaparte todos los días,/beber de mis sueños,/[…]. Y en el ejercicio de esta sagrada libertad y en absoluta coherencia con la valentía y la combatividad de su voz poética, arremetiendo contra todo tabú, prosigue: decirme que todo sobra menos nosotras… (II, 15)

                                                                  Anna Rossell

 VIVIR LA MUERTE




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