Antonio Gracia. Fuente. www.diarioinformacion.com |
ANTONIO GRACIA
Textos en homenaje a Antonio Machado
Antonio
Gracia es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto (1980), Los ojos
de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999),
Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la
elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La
urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las
recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), 1993, y Fragmentos
de inmensidad (Poesía 1998-2004), 2009. Ha
obtenido el “Premio Fernando Rielo", el "José Hierro Alegría",
el "Paul Beckett de la Fundación Valparaíso", el “Verón Gormaz” y
el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Es, también, Premio
“Gabriel Sijé” de cuentos y novela corta (1972 y 1979).
Sus últimos títulos poéticos son Hijos de Homero, La
condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 han
aparecido las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños.
En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Es autor del blog:
Retrato
(a la manera de A. Machado)
Yo
soy sólo mis sueños y no he de morir nunca
porque
no me cumplí, y tengo que cumplirme.
Será
en un cuerpo amado; tal vez en un combate
rebelde
y luminoso; quizá en mi corazón.
En
él guardo un abismo constelado que lleno
con
soledad hermosa, la templanza ganada
día
a día fluyendo hacia el silencio.
En mi serenidad no cabe el desvarío
ni la tristeza oscura: solamente la luz
de aquel que nada espera porque todo lo tiene
con sólo conjurar un nombre puro.
Cuánta delectación es el sosiego,
y qué felicidad saberse en paz con todo
tras el desasimiento innumerable.
Olvidar el pasado y no amar el futuro,
aprender de las cosas y enseñarme a mí mismo
fueron los horizontes que rigieron mi vida.
Lucho para ser digno de mis sueños.
Mi voluntad no admite la desesperación.
Mucho me dio la noche y me dieron los libros;
y en la escritura hallé la redención dorada.
Ojalá haya sabido legar algo a los hombres,
pues, al fin, hay en mi alma dulce misantropía.
Vivo como si fuera a despedirme; pero
en toda despedida hay un retorno
igual que en cada encuentro hay un adiós.
artículo literario
Caminos
de Machado
1. Fue Antonio Machado un hombre de su tiempo, con todo lo que eso
significa de honesto para el hombre y, a veces, perverso para el
arte. Siente como un romántico -es decir: como en todas las épocas,
según Rubén-, piensa como un noventayochista y escribe al margen
de lo que ocurre en la escritura del mundo en el que vive. Esto, no
obstante, no lo ancla en el pasado ni en su presente porque su verbo
sabe hallar el sentimiento universal contra el que no pueden los
academicismos creyentes ni las vanguardias descreídas.
2.
Todo autor, si no pretende mitificarse -con lo que suele
ridiculizarse- habla mejor de sí mismo que de cualquier otro tema
por la simple razón de que es el que mejor conoce. Esto le ocurre a
Machado: sus poemas mejores son aquellos en los que su amor doliente
y su soledad sufrida son paseados por su pluma por los senderos
melancólicos. Caminos y nostalgia suelen ir de la mano, sea esta de
Leonor o de otra abstracción venerada igualmente:
Yo
voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿A dónde el camino irá? (...)
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.
Unos caminos por los que dialogar consigo mismo para seguir siempre buscando a Dios entre la niebla. Y para recuperar a la amada, pequeña diosa muerta apenas inmersa en la infancia del amor y apenas anudada al corazón del solitario paseante:
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿A dónde el camino irá? (...)
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.
Unos caminos por los que dialogar consigo mismo para seguir siempre buscando a Dios entre la niebla. Y para recuperar a la amada, pequeña diosa muerta apenas inmersa en la infancia del amor y apenas anudada al corazón del solitario paseante:
Soñé
que tú me llevabas
por una blanca vereda,
sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva...
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!
por una blanca vereda,
sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva...
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!
Caminos
que a veces conducen inevitablemente al mismo lugar del que se
partió, que es uno mismo, porque nadie puede huir de lo vivido si
no es reviviéndolo de nuevo para matarlo con la misma espada con
que intentó matarnos:
Yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena. (...)
Caminos de los campos ...
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!
Paseos expresados tan limpiamente y con tan claro estilo que parecen no haber sido recreados por el estilista que negocia con su propio espíritu para arrojar los fantasmas en las lindes de las sendas recorridas antes y después del hecho exorcizado: un poema tan frágil y estremecedor, y de tan misteriosa claridad, como el titulado “A José María Palacio” no desdeña la estructura férrea, a pesar de su aparente espontaneidad -la naturaleza espontánea de una obra es el resultado de la eficacia de su naturaleza cultural-, pues está construido sobre un encadenamiento de pregunta-respuesta, precedido del encabezamiento cotidiano de una carta que acaba insertándose a su término y dejando un zarpazo emocional inesperado al hacer la muerte su incursión repentina en el texto y convertir el paseo y la visión del paisaje en imprevista elegía:
Palacio,
buen amigo:
¿Está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
pero ¡es tan bella y dulce cuando llega! (...)
Palacio, buen amigo:
con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto espino donde está su tierra.
¿Está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
pero ¡es tan bella y dulce cuando llega! (...)
Palacio, buen amigo:
con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto espino donde está su tierra.
Sendas,
senderos, caminos, álamos y cipreses, bagajes en la pupila errante
del paisaje interior que rutila en la mente y que se reverbera sobre
el horizonte hasta asolar, ascetizar, purificar, desvanecer,
mistificar:
Soledad,
sequedad.
Tan pobre me estoy quedando
que ya ni siquiera estoy
conmigo, ni sé si voy
conmigo a solas viajando.
Tan pobre me estoy quedando
que ya ni siquiera estoy
conmigo, ni sé si voy
conmigo a solas viajando.
Caminos
que se vuelven efluvios manriqueños, arroyos en el tiempo, imágenes
que viven por sí mismas, independientes ya de lo que representan.
La vida es como un río que atraviesa montañas, valles, años, que
hurga entre la materia hasta encontrar su surco; y cuando se devana
entre las torrenteras y cae convulsa, acrisolada y terca, se topa
con los riscos, aunque al final su cauce se suaviza en la paz:
Caminante,
no hay camino;
se hace camino al andar.
se hace camino al andar.
Caminos
por los que se llega al punto de partida, en donde se divisa lo que
en el alma truena desde que la andadura comenzó, porque ninguna
naturaleza divina puede sustituir lo que se ha vivido, sentido y aun
sufrido con la carne y la sangre de la naturaleza humana: ¿Y
vio el rostro de Dios? Vio el de su amada.
No
en vano se
canta lo que se pierde.
Textos de ANTONIO
GRACIA
REVISTA ÁGORA DIGITAL JUNIO 2014
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