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martes, 3 de junio de 2014

Antonio Gamoneda y José Luis Zerón. Dos miradas poéticas. Ensayo literario de José Rayos Menárguez/ Revista Ágora digital

José Rayos Menárguez




DOS MIRADAS POÉTICAS CONTEMPORÁNEAS

ANTONIO GAMONEDA
Y
JOSÉ LUIS ZERÓN

                             por PEPE RAYOS 

                 
                         INDICE

Sobre las posibilidades de tener éxito en el universo lírico        3
Antonio Gamoneda y José Luis Zerón: dos poemas, dos miradas    6
Vibraciones comunes    14
Bibliografía       20

Antonio Gamoneda

ANTONIO GAMONEDA y JOSÉ LUIS ZERÓN

Dos miradas poéticas

 


Sobre las posibilidades de tener éxito en el universo lírico



Es difícil no sentir algo especial cuando leemos un texto poético escrito con mayor o menor fortuna. Todos nos hemos emocionado alguna vez al sentir el extraño estremecimiento que nos produce la lectura de un verso probablemente surgido de una profunda caverna del pensamiento más íntimo. A veces fingido, el verso te quema como si fuera fuego cierto. A veces cierto, el verso te deja frío como si fuera hielo fingido. Pero a pesar de las sospechas de verdad o ficción, la poesía unta a quién la lee de un tizne que mancha los mapas del espíritu, ese lugar de humo y niebla que habita nuestro interior bajo una misteriosa cartografía inscrita bajo la piel. Puede que esta improvisada reflexión, fingida o cierta, no sea merecedora de ser considerada como poética, pero mientras redactaba estas palabras he tenido una sensación extraña y volátil, como una emoción desconocida escondida en algún pliegue de la niebla que me ocupa. También he tenido la sensación de haber utilizado un lenguaje alejado del uso común. Esa manera singular de pensar y escribir es algo que  vibra muy cerca de nosotros y creo que está al alcance de todo el mundo. Si es un aficionado el que escribe, hacerlo mejor o peor no es relevante, lo importante es haber participado de ese mundo mágico lleno de palabras mágicas que suenan a música y expresan sentimientos escondidos. Somos simples mortales, pero capaces de redactar un verso, nada más y nada menos. ¿Pero qué tendrán los poetas que no tengamos nosotros? 

José Luis Zerón Huguet

Pese a vivir en un mundo descarnado y prosaico, o precisamente por eso, hay una gran cantidad de poetas y por tanto una abundante producción poética. En nuestro país proliferan los concursos de poesía y la edición de poemarios, prueba de ello es que se editan más de trescientos libros de poemas al año, una cantidad apreciable de rimas y versos, una producción considerable que contrasta con la poca poesía que solemos leer[1]. Con estos datos parece que existe un gran negocio editorial que explota con éxito una natural inclinación a lo poético por parte de los españoles. Nada más lejos de la realidad. La gran cantidad de concursos organizados por diversas asociaciones, ayuntamientos, instituciones culturales y otros colectivos hace que la producción poética sea enorme, casi inabarcable, pero otra cosa es la calidad de lo que se edita. Todos podemos participar de la poesía, de su lectura y de su producción, pero hay que saber leerla y comprenderla, hay que saber de lírica para poder distinguir claramente donde está la calidad en medio de tanto verso. Desde luego, no todo depende del lector aficionado ni tampoco del esforzado poeta que hace lo que sabe y lo que puede. Entre todo lo que se edita hay una gran variedad de estilos y de temáticas: hay autores que tienen éxito y autores  que no lo tienen; autores que nunca van a alcanzar reconocimiento. Es decir: hay buena y mala poesía y, sobre todo, hay suerte y mala suerte. Es este un asunto que concierne a expertos y a editoriales, más que a los méritos propios del poeta, y en absoluto es un asunto que tenga que ver con los lectores; aunque estén formados y tengan suficiente conocimiento y sensibilidad para discernir lo bueno de lo menos bueno, pues no es este un colectivo muy determinante a la hora de consagrar a un autor y su obra.

La suerte es necesaria en algunos momentos de la vida, el estar en el lugar adecuado en el momento oportuno ha catapultado a la fama a más de un mediocre que después se ha hecho al oficio con el tiempo y no poco esfuerzo. Quizás todo dependa del azar[2]. Hay poetas de mérito que no han tenido la suerte de ser elegidos para la gloria por no cruzarse en su camino el contacto adecuado para que se produzca la “consagración”; sin embargo, por diversas circunstancias, otros poetas han sido tocados por la varita mágica que ilumina la vida y la mente, y sobre todo el bolsillo. Siendo su trabajo algunas veces de poco mérito o ninguno, este ser afortunado ha sido objeto de atención de un prestigioso editor, una persona decisiva, más un negociante que un experto en lírica, alguien que decide premiar y publicar un trabajo y elevar a los altares el milagro de la transubstanciación de la obra de un poeta, y al mismo poeta. No todo depende del talento.

Como consecuencia nace entonces el desgraciado título de poeta infravalorado e injustamente olvidado, el poeta que vive a las afueras del canon, esa gran fortaleza donde se parapetan versos y vidas ejemplares, inexpugnable fortín “científico” donde se guarda “el metro” de medir éxitos y fracasos poéticos. Son tan pocos los elegidos que casi todos los buenos poetas viven en la marginación disueltos en una atmosfera de desatención cercana al olvido. Quizás no haya gloria para todos. Este es el caso del poeta José Luis Zerón, de Orihuela (1965), la tierra ocupada por la poesía de Miguel Hernández, donde cualquier referencia al verso es iluminada y a la vez eclipsada por su larga sombra, circunstancia que el mismo poeta Miguel Hernández, si viviera, lamentaría profundamente. En otro mundo anterior pero muy cercano al nuestro y al de José Luis, vive un poeta consagrado por sus propios méritos, un poeta de reconocimiento tardío, que ha sido afortunadamente rescatado del anonimato por no sé que azar o ventura que en casos como este ha hecho justicia. Se trata del poeta Antonio Gamoneda, natural de Oviedo (1931). Premio Nacional de Poesía, 1988; Premio Castilla y León de las Letras, 2004; Premio Cervantes, 2006; y Premio Reina Sofía a la poesía sudamericana, 2006.

Antonio Gamoneda es autor de una obra sólidamente establecida que intentaré analizar brevemente para comparar la poética de uno y otro autor, utilizando los tres planos de acercamiento al hecho literario y poético: el temático, el contextual y el lingüístico; pero sólo con la intención de encontrar puntos de encuentro entre dos mundos poéticos contemporáneos a pesar de la diferencia de edad y de prestigio entre ambos. Las dos poéticas coinciden en el tiempo: una es reconocida y la otra aún está por reconocer si hay un poco de suerte y el azar favorece. Después analizaré la obra poética de José Luis Zerón basándome en un poema y el poemario que lo contiene, con la intención de llamar la atención sobre una interesante obra que, en mi opinión, está desatendida por la crítica y los medios especializados. Una obra poética que conozco bien aunque no soy precisamente un  asiduo lector de poesía, y cuya lectura me ha servido para acercarme a ese mundo afectivo paralelo e invisible que nos envuelve a todos, construido con palabras, sentimientos y paisajes íntimos. Su obra  me ha llevado también a la lectura de los grandes poetas que escriben en letras de oro, pero en realidad yo no he encontrado grandes diferencias entre la poesía canónica y la que se escribe a la intemperie, será que yo no soy experto ni editor, o no sé de palabras áureas.



Antonio Gamoneda y José Luis Zerón: dos poemas, dos miradas

           

Antonio Gamoneda 

Antonio Gamoneda es un poeta cuya biografía recorre escenarios que rozan los límites más trágicos de la historia española y europea; sus ojos han visto abismos que otros poetas, también reconocidos, han intentado borrar de la memoria mirando para otro lado con sus silencios, huyendo del vértigo y fingiendo dolor pese a ser poetas realistas. Antonio Gamoneda no se ha alejado de los límites desde su infancia. No hace falta que su obra esté incluida en alguna generación o tendencia poética, lo importante es que su poesía se acerca a todos y no le separa de ninguno. Su obra es autobiográfica sin necesidad de relatar la realidad; su experiencia vital y sus sensaciones son expresadas poéticamente con palabras que suenan a música, como alguna vez dijo él mismo. Esas sensaciones que yo creo unen a los grandes poetas y a nosotros con ellos  están en las grandes obras que nacen del interior del humo de niebla que ocupa nuestros abismos, el espíritu que nos habita mientras vivimos.

Analizaré brevemente uno de sus poemas intentando “oír”  su música, esa música del lenguaje, de la que habla Gamoneda.[3]



De su libro Lápidas[4]



Vi la sombra perseguida por látigos amarillos,
ácidos hasta los bordes del recuerdo,
lienzos  ante las puertas de la indignación.
Vi los estigmas del relámpago sobre aguas inmóviles, en extensiones visitadas por presagios;
Vi las materias fértiles y otras que viven en tus ojos;
vi los residuos del acero y las grandes ventanas para la contemplación de la injusticia
(aquellos óvalos donde se esconde la fosforescencia):
era la geometría, era el  dolor.

Vi cabezas absortas en las cenizas industriales;
yo vi el cansancio y la ebriedad azul
y tu bondad como una gran mano avanzando hacia mi corazón.
Vi los espejos ante los rostros que se negaron a existir:
era el tiempo, era el mar, la luz, la ira 

Los orígenes de la poesía de Gamoneda son los años de la represión política franquista; su vocación poética surge en aquel desordenado contexto intelectual cruel y reprimido, cuando el hecho de escribir podía ser un delito, cuando la poesía era sospechosa de desobediencia y el poeta un potencial delincuente. Hasta 1970 Gamoneda escribe una obra de  compromiso y denuncia de la situación que se vivía. En el período siguiente, hasta los años ´80 permaneció en silencio. Fueron los años del final de Franco, de su muerte, y del comienzo de una nueva etapa en la historia de España a través de un tiempo conocido como “transición”. Gamoneda llega aquí, en este tiempo transitivo, a su plenitud poética después de una reflexión ideológica y existencial que condena el silencio y no olvida el pasado, pero lo transforma en un mundo de sensaciones que va más allá de la realidad, en dirección a ese lugar escondido del alma humana  donde probablemente se refugian los horrores. En ese contexto Antonio Gamoneda escribe Lápidas, lo escribe en prosa sin pretenderlo -él dice que no es prosa; para Jacques Ancet es “prosa en poema”-[5] ya que en realidad no lo quiso escribir guiado por ningún género literario, clasificación académica que reclama, medio en broma o medio en serio, que se suprima o se olvide. En El cuerpo de los símbolos, libro publicado en 1997, Gamoneda se explica así: “yo estoy delante de una cuartilla en blanco y he escrito una línea casi al azar; no, no puede ser al azar: tiene un motivo, pero yo lo desconozco; hay una pulsión que yo no sé a dónde va. La línea crece y quizá no va a ningún sitio, pero tiene ya una doble virtud: concierne a mi vida y también a una sustancia musical, que es la madre del poema. Si es así, el poema está empezando a funcionar”[6]. Maravillosa y sincera explicación del proceso creativo de un poema: algo que fluye de no se sabe dónde. Miró se expresaba de forma parecida cuando explicaba su proceso de creación:”...Empiezo a pintar y conforme pinto el cuadro comienza a afirmarse, o a sugerirse, bajo mi pincel. La forma se convierte, conforme trabajo, en un signo que representa a una mujer o a un pájaro…La primera fase es libre, inconsciente, la segunda fase la calculo cuidadosamente”[7]. Pintura y poesía: una misma vibración, un mismo procedimiento. En este tiempo, hasta Lápidas, escribe La tierra y los labios (1947-1953), publicado años después en el volumen Edad (1987). Publica en Madrid, Sublevación inmóvil (1953-1959), Exentos I, Blues Castellano, y Exentos II, todos publicados hasta 1970. Después aparece en 1977, Descripción de la mentira, y en 1987,  Lápidas. 

Este poema en prosa, o esta “prosa en poema”, consta de catorce versos libres, algunos con muchas silabas, distribuidos en dos estrofas de distinta extensión. Son como bloques de sonido o de sentido. El poeta se sumerge en la memoria, ese humo, su yo lírico, y ve el mundo desde allí; el pasado regresa filtrado por sus vivencias personales y por la historia en forma de visiones, de miradas anteriores transmutadas en sensaciones y depositadas en ese mudo rincón que ya no recuerda los hechos sino sus efectos, sus vibraciones: un eco emocional cada vez más débil que Gamoneda rescata a través de su poesía. El poema te mira a los ojos y te habla de un terrible pasado utilizando un leguaje hermético, lleno de imágenes metafóricas que surgen de “un armario oscuro” repleto de visiones reales acumuladas desde su infancia: la indignación ante la muerte que amenaza la sombra de los derrotados, los malos presagios y la ira en forma de relámpagos, los trabajadores de la industria y la cuenca minera en forma de residuos, la geometría de los óvalos y su interior fosforescente como ventanas de un edificio eclesiástico que observa impasible la  injusticia y el dolor, las cabezas en gesto de derrota ante la locura del azul victorioso y asesino, su madre protectora y salvadora, los espejos que reflejan el rostro de los otros que ya murieron, el tiempo aquel y la ira mezclada con el mar y la luz como final de la descripción surrealista de un sueño que junta varias edades en una visión apocalíptica descrita con los ojos de la memoria. El uso de la anáfora enfatiza el significado de los versos y dota al poema de un ritmo salmódico solemne y trágico. Un claro reproche a los efectos de la guerra civil española. Un lamento íntimo visto por la memoria.   


José Luis Zerón 

Elijo un poema sin título perteneciente al poemario Sin lugar seguro[8] publicado en octubre de 2013. Es un poema que pertenece al apartado “Jardín y Tiempo”, una de las tres  partes en las que se divide la obra. Considerado en su totalidad, el poemario es como un poema fragmentado más un epílogo. 

Poema 

Veo el abrazo de las moreras en la curva del sendero
y las moras caídas junto a una lata oxidada
y el lirio solitario que ha crecido en el canalón.

Veo la simetría perfecta de la telaraña en la chumbera
y la viruela de cigarras en los cipreses
y el rastro de baba que un caracol ha dejado en la valla metálica.

Veo a lo lejos las diamantinas bóvedas de las fábricas
y más allá los puentes y las pasarelas para la prisa
y en las lomas las murallas vigiladas que circundan las urbanizaciones.

Veo el vuelo rasante de un mirlo sobre los geranios
y a un erizo que se esconde en el seto
y el oro blanco de la cebada veo.

Veo los intersticios y las formas de las piedras
y la escritura azarosa de las nubes
y los signos perversos que el tiempo ha dibujado en el tapial.

Veo la oscuridad y la muerte en la piel
De la culebra aplastada por un tractor
y el universo interior de una semilla a punto de estallar.

Veo el resplandor fugaz de unos élitros
y la reyerta de raíces y el amontonamiento de grumos y brozas
y las pisadas en sembrados y yermos.

Veo el trajinar de las hormigas alrededor del hormiguero
y el movimiento de otros insectos que exhiben su anonimato
y veo un mochuelo estático sobre montones de escombros.

Veo ya la ola de sombra que rompe contra las nubes
y el sol fragmentado en arreboles interminables
y el fuego que cede en su más dulce flujo.

Veo a dos jóvenes bullangueros que pasan en moto y no me ven
y veo dos figuras moverse por los huertos,
quizá sean los fantasmas de mis abuelos que regresan a su hacienda. 

“Con la muerte de unos cuerpos la naturaleza engendra otros”.

“En la desmesura del caos se afirma la belleza”.

“El sol se ha ocultado y la sombra vela los caminos”. 

José Luis Zerón es un autor oriolano con una larga experiencia poética: Es  fundador y director de la revista La Lucerna[9] y de la revista de creación literaria  Empireuma[10]; entre sus obras destacan los poemarios, Solumbre (1997), Frondas (2000), El vuelo en la jaula (2004), y “Ante el umbral” (2010).   En Orihuela, pese a ser una pequeña  ciudad de provincias, hay un ambiente literario y poético muy interesante. Su producción poética local llama la atención por su variedad y por estar protagonizada por una serie de autores de distintas generaciones que  publican obra con cierta regularidad. Orihuela es una singular ciudad histórica y monumental, sede episcopal desde el siglo XVI. Sus calles, iglesias, palacios y conventos revelan la nostalgia de un pasado glorioso, y un cierto aire señorial y decadente hace que la ciudad sea muy atractiva para los visitantes. Con una escasa industrialización y una economía eminentemente agrícola, Orihuela ya no es la poderosa ciudad del pasado, aunque sigue siendo el núcleo urbano más importante de la comarca de la Vega Baja, situada al sur de la provincia de Alicante. Durante siglos, la nobleza, los terratenientes y la iglesia han conformado una sociedad conservadora que aún se manifiesta en sus fiestas y tradiciones y en la personalidad y manera de ser de la mayoría de sus habitantes. Orihuela es también Oleza, la ciudad literaria creada por el gran autor alicantino Gabriel Miró (1879-1930). El carácter eclesial de la ciudad levantina está perfectamente reflejado en sus detalles a través de sus libros El Obispo leproso y Nuestro padre San Daniel. Es también la tierra del poeta Miguel Hernández Gilabert (1910-1942), autor de una importante obra poética perteneciente a la generación de la guerra civil española. La naturaleza y el paisaje de su tierra encendieron su pasión lírica; después, un tiempo cruel le marcó un trágico destino que acabó con su vida en la cárcel de Alicante. Su obra poética es considerada como una de las más importantes de la historia de la literatura española contemporánea. Los autores oriolanos reciben y asumen la obra de Miguel Hernández como su antepasado más ilustre, y también la de sus amigos poetas y escritores que compartieron con él la pasión por la lírica, pero no todos se dejan ocultar por la omnipresencia de su poderosa voz poética. Uno de ellos es José Luis Zerón, un poeta con voz propia que habita el ambiente social y literario de una ciudad que se despereza poco a poco de su letargo mientras alumbra una generación poética con experiencia y personalidad que reclama la atención de la critica. Al igual que Gamoneda, no existe una escuela o corriente poética en la que se pueda encasillar su obra. Sus influencias son muy variadas y no sólo literarias. Según sus propias palabras su poética ha sido influida por la lectura de Juan de la Cruz, Leopardi, Baudelaire, Poe, Rimbaud, César Vallejo. Apollinaire, María Zambrano, Gamoneda, Octavio Paz, Valente, Olga Orozco,[11] etc. autores, entre otros, cuya lectura y conocimiento le han conformado como poeta desde sus comienzos.

El poema pertenece a su último libro Sin lugar seguro, editado en octubre de 2013. Una obra que sin dejar de tener zonas en común con trabajos anteriores del autor, elige recorrer terrenos poéticos no explorados con anterioridad, pero sin abandonar temas y obsesiones recurrentes que, sin embargo, en este trabajo afloran de una forma menos encubierta que en la poética anterior. Sin lugar seguro es el resultado del regreso a un lugar real y a un tiempo antiguo, a la casa de los abuelos maternos del autor, ahora un no lugar que sólo existe en la memoria y es mirado y descrito a través del poema que comento: veo el abrazo de las moreras en la curva del sendero… El tema principal es el paso del tiempo a través de imágenes que vibran como espejismos de la memoria.

El poema está estructurado en diez tercetos de versificación libre. Cada verso se compone de un número irregular de silabas; son versos libres que expresan con gran fuerza imágenes yuxtapuestas que se acumulan conectándose entre sí con la palabra veo repetida al comienzo de cada estrofa a modo de anáfora. Es un poema estrófico que repite una misma estructura encadenada en tercetos, un número impar que le da cierta fluidez. Los versos, de distinta medida silábica, le dan al poema un ritmo o modulación musical que ayuda a su comprensión. Cada una de las estrofas corresponde a una mirada sobre un paisaje que es sintetizado en unos pocos detalles. La mirada en primera persona, el “yo explicito”- como en Gamoneda-, se desplaza continuamente desde la horizontalidad hacia las nubes, después a la tierra y de nuevo hacia arriba alternando después con otras miradas horizontales que en ningún momento se pierden en el infinito. La realidad se contrae y toma la apariencia de un sueño, incluso el cielo es cercano al trajinar de las hormigas. Todo es real e invisible a la vez, como si fuera una ensoñación; la mente mira a través de los ojos del recuerdo y se sitúa en un extraño lugar de la memoria invadido de ruinas y escombros mezclados con seres diminutos e invisibles envueltos en una nube oscura de ocaso; un universo espacio-temporal muy emotivo en el que se produce un cortocircuito entre pasado y presente, sueño y realidad. Es ese mundo perdido al que solo regresamos después de haberlo destruirlo todo con saña. Todo ocurre en un instante, lo que vemos a través de la mirada del poeta es derribo y destrucción: la culebra aplastada, la broza pisada bajo nuestros pies, los intersticios de una piedra, la lata oxidada, y también cuando vemos la prisa de la destrucción humana que avanza construyendo murallas como una telaraña, como una viruela que se extiende, como un rastro de baba que lo impregna todo. La mirada que nos transmite el poeta recorre una especie de cartografía del caos, un mapa de desolación, con imágenes asimétricas revueltas en un sueño inexplicable y polisémico. Todo en el poema equivale a lo que se experimenta con una mirada desde el exterior al interior de unas ruinas abandonadas mirando aquí y allá, sin rumbo fijo, como queriendo encontrar alguna razón que explique el paso del tiempo y sus consecuencias: la muerte y el olvido. El poeta nos dice que ve cosas, hay un acto de comunicación, un diálogo dirigido al lector con la intención de compartir la emoción y la perplejidad de su mirada. De alguna manera el autor nos exhorta, con la mirada en presente, a pensar en el paso del tiempo y a ser consciente de sus estragos, pero nos deja también una esperanza en la forma de un terceto compuesto a modo de epitafio; una intertextualidad que en realidad resume no solo el poema sino todo el poemario en el que se inscribe: son las citas de un verso de Lucrecio sobre la continuidad y el fluir de la vida,  y dos de Homero sobre la belleza escondida del caos y las sombras que velan los caminos.


Lucrecio- (Rerum natura) Con la muerte de unos cuerpos la naturaleza engendra otros.
Homero-  (La Odisea) En la desmesura del caos se afirma la belleza.

               El sol se ha ocultado y la sombra vela los caminos.  

El poema surge cuando el poeta se detiene ante la valla metálica que da entrada a la antigua heredad de sus abuelos. Él está quieto, pero su mirada se pasea por las ruinas y  los escombros de lo que era la antigua casa, el desaparecido jardín y la huerta abandonada. Las moreras, un árbol de ramaje muy expresivo que abunda en los senderos y”vereas” de la huerta de Orihuela, recibe la primera de las miradas. Su presencia no es advertida como parte de un paisaje hermoso, sino que es inmediatamente comparada con la herrumbre de una vieja lata abandonada y un triste y solitario lirio que ha crecido en el canalón. A partir de esta primera visión se establece un itinerario de evocaciones que remiten tanto a la naturaleza en su estado salvaje y a sus más mínimos detalles, como la telaraña en la chumbera, como a la intervención del ser humano, protagonista de su destrucción y del desprecio hacia la vida mínima que desaparece en su alocado desarrollo, las diamantinas bóvedas de las fábricas…y las pasarelas para la prisa. Su mirada se vuelve optimista en los siguientes tercetos: el vuelo rasante de un mirloel oro blanco de la cebada, pero después de una mirada furtiva, como la de un niño, en busca de nubes con formas caprichosas tras la escritura azarosa de las nubes, repara en el deterioro de una tapia y baja la mirada hacia la oscuridad y la muerte en la piel de una culebra aplastada por un tractor, sugerente dibujo sobre la terrible secuencia de renovación y muerte que es la vida, pensamiento que remite a Lucrecio cuando en el verso siguiente celebra el renacimiento de la vida desde el interior de la muerte mira el universo interior de una semilla a punto de estallar. El lenguaje directo, apenas metafórico, facilita la aproximación del lector al umbral en el que se sitúa el poeta utilizando alguna hipérbole con la intención de resaltar ese ciclo natural de la vida y la belleza que esconde lo mínimo, la muerte, la semilla, el resplandor, la reyerta, las pisadas, etc. Es lo homérico que descubre la belleza en el aparente caos. En los siguientes versos vuelve el autor a ser optimista ante lo que descubre su mirada escrutadora. Su esperanza vuelve a resaltar el brote de la vida a través de unos hierbajos y los mundos que esconden las ruinas, el trajinar de las hormigas…insectos que exhiben su anonimato…el mochuelo estático. La oscuridad que sucede a la luz vuelve a convertir su mirada en homérica: la ola de sombra que rompe contra las nubes, después las sombras, y entre ellas las fantasmales siluetas de sus abuelos espantadas por el ruido de un despertar ruidoso bullanguero que le devuelve a la realidad, esa otra ficción de la que no podemos escapar ni siquiera muriendo.

Todo el poemario Sin lugar seguro es un mapa realizado humo adentro de nuestra mente; allí residen las apariencias, los simulacros, el silencio, el reino del asombro, las lejanías, las heridas, los escombros, los abismos, las oquedades, los umbráculos, las intemperies, los naufragios, las incertidumbres, etc.… y las arcadias. Todo distribuido en un aparente orden que se estructura en tres partes: Filiación, De noche por la mañana, y Jardín y tiempo, más un epílogo que es una pura afirmación de los orígenes de la lírica y la personalidad poética del autor.



Vibraciones comunes 

La obra de un poeta puede llegar a ser muy importante si los críticos lo estiman así y el canon la bendice, o también puede ser un asunto fallido si el autor se esfuerza demasiado por  halagar a los críticos y contentar a un público y olvida sus verdaderas posibilidades; pero todavía es más importante su vida, su experiencia vital, su biografía, su circunstancia, aquello que late en el fondo de cada una de las palabras utilizadas por el poeta para construir sus versos; algo imprescindible para poder estudiar y evaluar su trabajo llegando hasta las profundidades del texto. Es decir, la importancia que tiene la biografía del poeta, el cuando y por qué ha sido creada la obra, y bajo qué circunstancias personales y en qué contexto histórico surge. Esto es algo distinto a la capacidad, al conocimiento o a la inteligencia que se necesita para concebir un poema o realizar un trabajo artístico. Una buena técnica puede alumbrar una obra bien hecha pero esta puede no llegar a ser una obra de arte porque es posible que carezca de la vibración necesaria para serlo: esa misteriosa luz que solo se obtiene si la obra y el artista habitan zonas cercanas a los límites y se asoman a los abismos rozando lo invisible. La vida de un poeta, o de un artista, es tanto o más importante que su obra. La vida más miserable de todas puede concebir los más bellos versos que se hayan escrito jamás, y la más bendecida y afortunada de las vidas también puede concebir los versos más extraordinarios; este punto de coincidencia es el misterio que hay que descifrar. La vida ha conducido a los dos hacia la misma vibración, ambos autores se sitúan en esa cercanía de sensaciones límites después de haber recorrido caminos desiguales. Es fácil entender que ambos saben lo que hacen y conocen el oficio, pero no es fácil comprender que sus obras, además de estar bien concebidas, son hermosas porque los dos recorren caminos situados muy cerca de los fosos que circundan sus vidas y sus conciencias; por lo tanto sus obras. En realidad, en la biografía del poeta está, creo, no solo el origen y la razón de su obra, sino la misma esencia de su arte.

Tanto Gamoneda como Zerón son poetas de umbrales- sus lugares favoritos- esos límites imaginados entre el sueño y la vigilia, el mundo de la imaginación, el otro mundo real donde también vivimos, el de cuando soñamos despiertos, el único universo posible que nos puede guiar conscientemente hacia paraísos imposibles, terrenales o no. No es el sueño que brota cuando dormimos, esa otra mitad de la vida que dicen tan fantástica e inconcebible; es un mundo de revelaciones producido por el funcionamiento autónomo de una energía que se genera en nuestro cerebro de manera consciente y con voluntad propia, que interactúa con el exterior, con lo realmente existente, y nos hace habitar otros mundos sin perder totalmente el sentido, rozando lo inconsciente. Una posibilidad de crear mundos increíbles capaces de mezclarse con el nuestro y modificar nuestras vidas. La imaginación es el sueño de la vigilia, y ese soñar despiertos, esa ensoñación, hace posible la verdadera otra mitad de la vida, la que construye la poesía. Parodiando a Goya, me atrevo a afirmar que el verdadero sueño de la razón produce poemas, y no monstruos[12], estos no existen en la realidad, sólo si los llevamos en nuestro interior durante nuestro viaje, tal y como dice Kavafis en su poema Ítaca[13]. La imaginación habita la razón. Todo surge en la forma de signos, pictóricos o lingüísticos, creados en esa otra vida que está en esta, y que comparten los poetas y los artistas cuando se sitúan conscientemente en los umbrales de la realidad, asomados a la fantasía, una  zona de rozamientos que produce la energía que construye las culturas.

No es fácil averiguar el tema y el argumento de un poema, a veces tan escondidos; no es fácil acceder a esos mundos creados por la imaginación y el delirio de los poetas; y tampoco es fácil averiguar la razón por la que un ser humano utiliza un lenguaje alambicado y oscuro para expresar un sentimiento o un paisaje o cualquier otra cosa. El hipotético lector, paciente receptor de un lenguaje que no tiene utilidad alguna, excepto complicar las cosas, necesita a menudo de mapas que le guíen durante la peripecia lectora, una travesía a veces sin sentido en busca de comprensión o de algún estremecimiento. Esa sensación de inutilidad es la que precisamente hace imprescindible la poesía, una paradoja difícil de comprender, un misterio que sólo se puede resolver si el resto de los mortales abandonamos de vez en cuando el embrutecido y superficial lenguaje de la comunicación diaria y nos acercamos al leguaje poético. Quizá este esfuerzo “inútil” nos haga ser mejores y más humanos, quién sabe. No es tan fácil, no. “Leer un poema es interpretar su significado”, encontrar “la clave capaz de abrir la  cerradura de un misterio”, y  esa clave sólo se puede encontrar conociendo la vida del autor, su biografía, su personalidad y el contexto histórico que le ha tocado vivir. Como recurso para guiarnos por esos mundos escondidos llenos de sensaciones y sentimientos, ambos poetas, Gamoneda y Zerón, han utilizado la mirada: una en pasado y otra en presente; dos miradas que se conjugan en el espacio común de la memoria. El discurso poético de Antonio Gamoneda complica la travesía, su mirada en pasado trae al presente sensaciones difíciles de captar, sus sentimientos se mezclan con lo sólido y  se agolpan en imágenes que aparentemente no guardan relación entre sí, sólo el dolor y la rabia parecen dar sentido a su mirada, la del tiempo que le ha tocado vivir. Sin embargo la mirada de José Luis Zerón se desplaza en presente y nos traslada sin brusquedad al pasado; no ha sufrido las consecuencias directas de la guerra civil, pero nos sitúa ante unas ruinas que parecen denunciar, además de un abandono intimo, un tiempo de silencio doloroso. Sus referencias son más claras pero en absoluto menos dramáticas, sus sentimientos se expresan con cierto desorden a través de imágenes “visibles” cambiantes que no nos dejan indiferentes, aunque tengan menos densidad formal que las imágenes de Gamoneda. Los dos poetas deben su obra a experiencias vitales distintas, pero hay algo que les conecta más allá de los amargos paisajes que describen. Sus biografías recorren un tiempo diferente pero sus vibraciones poéticas son coincidentes y contemporáneas. Ambos recorren lugares de desolación física y humana pertenecientes a un mundo que no entiende de pasados ni presentes, un mundo que siempre se sueña desde el caos y la confusión a través del complicado lenguaje de los poetas, un sonido que hace que todo sea contemporáneo, por ejemplo la mirada de Homero a través de Odiseo[14]:


Allí vi a Minos, ilustre vástago de Zeus, sentado y…

Vi después al gigantesco Orión…

Vi también a Titio…

Vi asimismo a Tántalo…

Vi de igual modo a Sísifo…

Vi después al fornido Heracles…

           

            Esta coincidencia anafórica casi de extremo a extremo de la historia parece definir la modernidad como una convivencia continua entre lo clásico y lo moderno. Italo Calvino dice que hay que leer a los clásicos, y defiende la idea de cómo un clásico es en realidad un moderno, algo que se manifiesta claramente en el uso del recurso poético de la mirada desde Homero hasta hoy. Basta recordar la mirada visionaria de Las ciudades invisibles de Italo Calvino[15], entre otras muchas miradas literarias. También hay autores que desconfían del ojo físico y se fían más de los ojos de la imaginación, que es, al fin y al cabo, otra manera de ver la realidad, esa otra vida que vivimos durante la vigilia. Este es el caso de William Wordsworth[16] un poeta que confió en ese poder para mirar el mundo con los ojos abiertos a otra dimensión. En cualquier caso la poesía siempre descubre miradas, aún con los ojos cerrados, que conectan mundos inquietantes, algo que nunca nos deja indiferentes; “una forma de locura” decía Rimbaud[17], uno de los creadores del verso libre y admirador de Baudelaire, el que inventó el oficio de poeta y el oficio de crítico[18]. Ambos poetas, Antonio Gamoneda y José Luis Zerón, son autores modernos que vibran en una misma frecuencia, con una sensibilidad poética que no entiende del paso del tiempo ni de avances tecnológicos. Es lo poético una especialidad humanística que crea un producto que no tranquiliza, al contrario, alimenta el conflicto y el desacuerdo, la disconformidad y la inadaptación y, encima, no da dinero[19], y cuando hay beneficios económicos siempre son para los mismos. 

Harold Bloom crea el canon occidental y con él crea el canon privado de cada una de las culturas nacionales afectadas por esa manía de excluir propia de los nacionalismos encubiertos que dibujan los mapas literarios. Una selección de obras de hombres blancos y occidentales ignora grandes extensiones de terreno literario de un mapa habitado por múltiples razas y sexos. Occidente es muy grande. Esto es el canon. Esto es canonizar. En España, como en cualquier otro lugar, también se canoniza. Ojeando el Canon occidental[20], leo que Harold Bloom, como crítico, defiende y recomienda la exclusiva lectura estética de la literatura y la lectura del poema sólo como poema, nada de considerar las obras como documentos sociales o ideológicos, nada de eso, los poetas extraen sus versos de un lugar que no existe; el contexto y la personalidad inspiran  pero la lectura de sus obras tiene que ser estética, y para los obreros, la estética es otra angustia y “prefieren la religión como alivio”[21], Esta obsesión individualista y clasista descubre otro canon encubierto en la obra de Bloom, una discriminación o selección, un desprecio hacia los que según él no tienen ni tendrán nunca los conocimientos estéticos suficientes como para conmoverse con un poema. Estos argumentos dejan fuera de juego todo lo defendido hasta ahora en este trabajo, es decir, la importancia de la biografía y el contexto del autor, el aspecto social y humano de lo literario, la recepción de la obra por parte del lector cualquiera que sea este, su conexión con el autor, la supremacía del corazón sobre la técnica, lo colectivo sobre lo individual, aquello de que lo social está por encima de lo artístico, etc. Cosas raras, diría H. Bloom. Según Juan Goytisolo,”la literatura es el dominio de lo raro”[22], una frase afortunada para ilustrar este debate que me he inventado mientras intentaba componer este trabajo. Lo dejo. Me considero “compinche” de “La Escuela del Resentimiento”[23].

La poesía es una forma de locura a través de la convulsión de los sentidos… los poetas son una especie de videntes… las miradas de los poetas son siempre hiperbólicas… etc. son algunas de las ideas que califican a la poesía y a los poetas leídas en los libros consultados de Gamoneda durante la realización del trabajo. Su lenguaje poético está consagrado por el reconocimiento canónico de los que juzgan y deciden; su persona es distinguida entre la maraña de poetas que habitan las letras españolas, su  reconocimiento por la crítica ha sido tardío y en la forma de compensación histórica. Pero también hay poetas de mérito que buscan ser reconocidos por la crítica, como es el caso de José Luis Zerón; la edad que les separa no es impedimento para reconocer que los dos participan de una sustancia extraña, estética o no, que mancha a quién la lea, da igual que sea obrero o rey: la Poesía con mayúsculas.



José Rayos Menárguez,
Enero, 2014



BIBLIOGRAFÍA

CALVINO, Italo, Las ciudades invisibles, Siruela, Biblioteca Calvino, Madrid, 2011.
CAVAFIS, C. P., Poesía completa, Ed. Anna Pothitou y Rafael Herrera, Colección Visor de poesía, Madrid 2003.
COLINAS, Antonio, “Lápidas, de Antonio Gamoneda: Un humanismo para el fin de siglo”, Ínsula, Nº 47, 1987.
BLOOM, Harold,  El canon occidental. Anagrama, Colección   Compactos, Barcelona 2013.
GAMONEDA, Antonio, El cuerpo de los símbolos, La rama dorada, Huerga y Fierro, Madrid 1997.
GAMONEDA, Antonio, Blues castellano, Bartleby Editores, lectura de Elena Medel, Madrid, 2007.
GAMONEDA, Antonio, Libro de los venenos, Libros del Tiempo, Ed. Siruela, Madrid, 2006.
GAMONEDA, Antonio, Lápidas, Ed. Abada, Madrid, 2006
HOMERO. Odisea, Austral Poesía, Traducción Luis Segala y Estalella, Guía de lectura  Alfonso Cuatrecasas Targa. Madrid 2006.
LÁZARO CARRETER, Fernando, CORREA CALDERÓN, Evaristo, Cómo se comenta un texto literario, Cátedra, Crítica y estudios literarios, Madrid 2010.
LUJÁN ATIENZA, Ángel Luis, Cómo se comenta un poema, Ed. SíntesisMadrid 2007
SANTOS, Alonso, “Lápidas encendida desolación”, Reseña de Literatura, arte y espectáculos, Nº 175, 06-1987
ZERÓN HUGUET, José Luis, Sin lugar seguro, Ed. Germanía, Valencia, 2013
ZERÓN HUGUET, José Luis, El vuelo en la jaula, Universidad de Alicante, Cátedra Arzobispo Loazes, Orihuela, 2004.
ZERÓN HUGUET, José Luis, Ante el umbral, Colección Poesía, Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert, Diputación de Alicante, 2009
ZERÓN HUGUET, José Luis”El oscuro esplendor del vuelo poético en el horizonte de la finitud”, Conferencia pronunciada en la Cátedra Fernando de Loazes de la Universidad de Alicante
   


SITOGRAFÍA

ALÉS, María José, “Entrevista a José Luis Zerón”, http://www.opticksmagazine.com
CHESA, Alberto, “José Luis Zerón: Matemática bacante”, https://es-es.facebook.com/miguel.a.chesa  
LORENTE MUÑOZ, Pablo, “¿Es posible comprender la poesía española contemporánea?” (Finales del siglo XX e inicios del XXI). 02-2012, www.letralia.com
MARCO AMORÓS, Mateo, “Sin lugar seguro”, 12-12-2013  http://.elperiodicodevillena.com
MORALES BARBA, Rafael, “Sin lugar seguro de José Luis Zerón Huguet” 01-10-2014. http://frutosdeltiempo.wordpress.com
REY, José Luis, “Entrevista” 05-11-2013, http://portadavegabaja.com
Discurso de D. Antonio Gamoneda Entrega del Premio de Literatura en Lengua Castellana “Miguel  de Cervantes” 2006,  www.bne.es
PENALVA, Joaquín Juan, “Regreso al campo”, 28-11-2013, http://www.diarioinformacion.com


                                                               NOTAS


[1] Pablo Lorente Muñoz, ¿Es posible comprender la poesía española contemporánea?, Letralia, Tierra de las Letras, 02- 2012
[2] Antonio Muñoz Molina, Azares del oficio, artículo del País Babelia, 17-09-2011,
[3] Antonio Gamoneda, El cuerpo de los Símbolos, Huerga y Fierro Editores, Madrid, 1997.  
[4] Antonio Gamoneda, Lápidas, Ed. Abada, Madrid, 2006
[5] Antonio Gamoneda, El cuerpo de los símbolos, Huerga y Fierro, Editores, Madrid, 1997, Pág. 177. Jaques Ancet (Lyón, 1942)  es traductor, ensayista y poeta. Ha introducido en Francia la obra de Gamoneda, Cernuda, Vicente Aleixandre, y José ángel Valente.
[6] Ob. Cit. Pág. 178
[7] Dawn Ades, El Dadá y el Surrealismo, Ed. Labor S. A. Barcelona, 1975, Pág. 41
[8] José Luis Zerón, Sin lugar seguro, Rd. Germania. Valencia, 2013
[9] La Lucerna, Revista Socio- Cultural de Orihuela. Actualmente no se edita. Publicaciones de periodicidad variable entre 1991 y 2001
[10] Empireuma, Revista de creación Literaria de Orihuela, desde 1985. Actualmente sólo existe en formato digital. No se edita desde 2007. 
[11] Revista digital Opticks Magazine, Mª José Alés, 20-11-2013
[12] Francisco de Goya y Lucientes, Grabados a punta seca y agua tinta de la serie Los caprichos, nº 43 de un total de 80 estampas. Publicados en 1799. Texto escrito en el grabado: “El sueño de la razón produce monstruos”
[13] C. P. Cavafis, Poesía completa, Ed. De Anna`Pothitou y Rafael Herrera, Visor poesía, Madrid 2003, Pág. 21
[14] Homero, Odisea, Austral Poesía, Traducción Luis Segala y Estalella, Espasa Calpe, Madrid ,2006, Págs. 235, 236, 237.
[15] Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Ed. Siruela, Madrid, 2011.
[16] William Wordsworth, Preludios, ref, Poema “There was a boy” Poeta romántico inglés 1770/1850,
[17] Mnuel Vicent, Arthur Rimbaud: yo es otro, El País Babelia, 28-08-2010, “Mitologías”
[18] José Luis Pardo, ¿Para qué sirve esta empresa?, El País Babelia, 04-01-2014, mencióna a Walter Benjamin a propósito del retrato que hace de Baudelaire
[19] Ibídem
[20] Harold Bloom, El canon occidental, Anagrama, Barcelona, 2013 
[21] Ob. Cit. Pág. 49
[22] Javier Rodríguez Marcos, entrevista a Juan Goytisolo, El País Archivo, 30-08-2008
[23] Harold Bloom, El canon occidental, Anagrama, Barcelona 2013


         REVISTA ÁGORA DIGITAL JUNIO 2014/ ENSAYO LITERARIO

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